Anuncio

A medida que empeora la crisis fronteriza, esta ciudad en California enfrenta el peor incremento en el número de migrantes

Share

El niño que jugaba en el estacionamiento de una Iglesia Adventista del Séptimo Día, aquí, se sobresaltó cuando tres vehículos de Aduanas y Protección Fronteriza de EE.UU se acercaron.

Favio Ferreira, un pequeño guatemalteco de siete años, corrió para contárselo a los demás. “¡Vengan, vengan; la migra!”, gritó.

Pero los agentes no llegaron ahí para detener a las personas que estaban sin autorización en el país. En realidad, trasladaban a inmigrantes al lugar.

La escena que se desarrolló recientemente en esta ciudad desértica, a unas 100 millas de la frontera con México, es un ejemplo de cómo la crisis inmigratoria se ha extendido a las comunidades más al norte.

Anuncio

Con un flujo histórico de familias centroamericanas que huyen de la pobreza y la violencia, los funcionarios federales a principios de esta primavera comenzaron a liberar bajo palabra a los migrantes de los centros de detención, atestados en números crecientes. Cerca de 175.000 individuos quedaron libres desde el 21 de diciembre pasado.

Organizaciones sin fines de lucro y religiosas en los condados de Riverside y San Bernardino han intervenido para ayudar a los solicitantes de asilo. Pero los costos crecientes generan dudas, tanto entre los funcionarios locales como entre los defensores, que se preguntan por cuánto tiempo más podrán seguir haciéndolo.

Muchos de los traslados han sido a Blythe, una ciudad de aproximadamente 20.000 habitantes en los márgenes del Río Colorado, frente a Arizona. Desde marzo, precisó la portavoz del condado de Riverside, Brooke Federico, han llegado allí 2.600 inmigrantes.

A medida que la crisis fronteriza se extiende, una Iglesia Adventista del Séptimo Día en Blythe ayuda a quienes hacen la transición a una nueva vida en Estados Unidos.

En el estacionamiento de la iglesia adventista, hombres y mujeres salieron de dos camiones y una camioneta, sujetando documentos en una mano y tomando a los niños con la otra. Un hombre llevaba a su hija en la espalda.

Las familias que llegaban debían unirse a 40 migrantes que ya habían sido procesados, con lo que el número total en el refugio era de 74.

María Crespo-Lind, quien dirige la iglesia junto con su esposo, dio la bienvenida en español a los recién llegados y los condujo hacia 14 mesas plegables, colocadas en el centro de un gimnasio. Los hombres y las mujeres se sentaron allí en silencio. Parecían fatigados, muchos con ojeras debajo de los ojos y con el cabello sin lavar.

Un gran mapa de Estados Unidos colgaba en una pizarra. Los voluntarios en la cocina conversaban de trivialidades mientras preparaban el desayuno: huevos revueltos, frijoles y papas. Crespo-Lind comenzó a contar cuántas bocas había por alimentar.

“Nos gustaría saber cuántos de ustedes vienen de Guatemala”, preguntó.

Casi todos levantaron la mano, incluidos los hijos.

“¿Cuántos de ustedes son de Nicaragua?”.

Yenifer Macario López, de 17 años, revisa sus pertenencias en un dormitorio donde ella y su padre pasaron la noche, después de que los agentes de la Patrulla Fronteriza de EE.UU los trasladaran a Blythe, la Iglesia Adventista del Séptimo Día. (Irfan Khan / Los Angeles Times)

Yenifer Macario López, de 17 años, revisa sus pertenencias en un dormitorio donde ella y su padre pasaron la noche, después de que los agentes de la Patrulla Fronteriza de EE.UU los trasladaran a Blythe, la Iglesia Adventista del Séptimo Día. (Irfan Khan / Los Angeles Times)

(Irfan Khan / Los Angeles Times)

El hombre que había llevado a su hija en la espalda levantó la mano.

Antes de ofrecerles a los migrantes comida, ropa limpia y duchas, Crespo-Lind los dirigió en oración. Una niña pequeña con cabello negro miraba fijamente su envase de jugo, descansando la barbilla en sus manos y susurrando amén a la conclusión de las plegarias.

El aumento en las familias de migrantes a lo largo de la frontera suroeste comenzó a poner presión sobre las instalaciones de mantenimiento en marzo.

Durante una conferencia de prensa ese mes, en El Paso, Kevin K. McAleenan, comisionado de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos, afirmó que el sistema de inmigración había llegado a su punto de quiebre. Desde octubre, los agentes de la Patrulla Fronteriza han detenido a más de 610.000 personas que intentan ingresar a EE.UU.

“Vamos a seguir haciendo todo lo posible para manejar esta crisis”, aseguró McAleenan.

Peter Schey, presidente del Centro de Derechos Humanos y Derecho Constitucional, afirmó que el caos en la frontera fue creado, en gran medida, debido al límite de espacio establecido por la administración Trump en algunos centros de detención, y las demoras en la liberación de menores no acompañados. Conforme la ley federal, los niños migrantes no pueden ser retenidos por más de 20 días. “Mayormente, las políticas del presidente Trump en la frontera están causando que la Patrulla Fronteriza se vea abrumada”, consideró Schey.

Danny Ventura, de siete años de edad y oriundo de Guatemala, lee en la Iglesia Adventista del Séptimo Día, de Blythe. (Irfan Khan / Los Angeles Times)

Danny Ventura, de siete años de edad y oriundo de Guatemala, lee en la Iglesia Adventista del Séptimo Día, de Blythe. (Irfan Khan / Los Angeles Times)

(Irfan Khan / Los Angeles Times)

Según Federico, el condado de Riverside gasta alrededor de $75.000 al mes en personal que realiza exámenes de salud, transporta migrantes y brinda otros servicios.

El supervisor V. Manuel Pérez -cuyo distrito incluye a Blythe y Coachella, donde hay otro refugio que atiende a los recién llegados- teme que los recursos se agoten a medida que la crisis continúa. “No sé cómo podremos mantener esto”, consideró. “Es un fenómeno nuevo, y es una situación desafortunada en la que nos encontramos”.

Cuando la cantidad de migrantes que ingresaban al condado de Riverside aumentó, en abril, los funcionarios locales contactaron al estado para pedir ayuda financiera. Se otorgaron aproximadamente $521.000 a Catholic Charities, una organización sin fines de lucro y religiosa, que opera refugios. El grupo ha acogido a 4.500 migrantes desde octubre.

La mayor parte del trabajo de asistencia en el condado de San Bernardino, según el portavoz David Wert, también fue realizada por organizaciones no lucrativas.

La entidad que lidera esa cruzada, con la ayuda de la diócesis católica de San Bernardino, es Inland Coalition for Immigrant Justice, formada por 45 agrupaciones sin fines de lucro.

Anthony Victoria, portavoz del Centro para la Acción Comunitaria y la Justicia Ambiental, remarcó que su grupo comenzó a transportar y dar alimento a los migrantes el mes pasado. “Los primeros días fueron agitados”, reconoció. “Había adultos y niños con resfriados, fiebres y desnutrición”.

Cuando el condado de Riverside se acercó a Crespo-Lind, la iglesia no dudó. Al principio, los miembros albergaban familias; luego el esfuerzo se trasladó al gimnasio de la iglesia. “Pensamos que era una gran cantidad cuando llegamos a 55, pero los números siguieron aumentando: 89, 100, 120”, dijo. “Marzo fue el más alto: 160 personas”.

A veces, recibe advertencias de los funcionarios del condado, en otras ocasiones, mensajes de texto de los agentes de la Patrulla Fronteriza: “34 en camino ahora”.

“Segunda partida, 12 personas en 15 minutos. Tercera, 10 individuos en 30-45 minutos, para un total de 22”.

En la iglesia, el personal del condado de Riverside se reúne con cada migrante e intenta conectarlos con familiares en EE.UU que pueden acogerlos. También trasladan a las personas de un refugio a otro, para evitar el hacinamiento.

Según Crespo-Lind, la iglesia puede recibir hasta 150 individuos, pero a veces se las ha arreglado para albergar más. La iniciativa cuesta alrededor de $60.000 al mes.

Sentado en un catre, Helber Estrada, de 28 años; su esposa Karen, de 24, y la hija de ambos, de seis años de edad, esperaban ser trasladados al aeropuerto internacional de Palm Springs.

Según Estrada, se quedarían con sus suegros en Virginia, donde esperaban comenzar una nueva vida. Él quiere una mejor educación para su hija y tener oportunidades que estarían fuera de su alcance en Guatemala. “En nuestro país hay mucho delito; simplemente no hay futuro allí”, afirmó.

Decidir marcharse no fue fácil. En el camino se vieron obligados a pagar a secuestradores. “Nos quedamos sin dinero, nos robaron nuestras pertenencias”, relató. “Debimos soportar el hambre, el frío; dormimos en el piso varias veces y no nos habíamos bañado en aproximadamente cuatro días”.

Estrada trabajó en un lavado de autos en México para ganar dinero y poder cruzar la frontera en Arizona.

Cuando la familia salió de la iglesia, cada uno abrazó a Crespo-Lind. La mujer perdió la cuenta de cuántas despedidas ha dado.

Cerca de allí, Reina Guerra, de 39 años, se sentaba con su hijo Tomás, de ocho. Una pequeña bolsa de plástico yacía plana sobre la mesa, con 88 pesos dentro.

“Es todo lo que tenemos”, reconoció.

Guerra vino a Estados Unidos con un grupo de unas 60 personas, para escapar de la pobreza en Guatemala. En la frontera, el coyote que los guiaba los hizo tirar sus maletas y otras pertenencias. En un área remota, ella y su hijo se vieron obligados a arrastrarse por una alcantarilla; el agua les llegaba a la altura del cuello. “En ese momento tuve una sensación de arrepentimiento”, dijo. “Él podría haberse ahogado”.

El destino final de ambos es Maryland, donde vive su tío.

Afuera, los niños corrían por el pequeño parque de juegos, junto al estacionamiento. Algunos migrantes se asentaban en las habitaciones, otros se duchaban, unos pocos hablaban con los administradores de casos del condado.

Pero Guerra simplemente permaneció sentada, tranquila, junto con su hijo. Todavía no estaban seguros de en qué refugio iban a terminar. Todo lo que podían hacer era esperar.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

Anuncio