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Cientos de niños inmigrantes fueron enviados a Nueva York; así pasan sus días

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A las 7:30 a.m. la mayoría de las mañanas de los días laborables, cientos de niños conducidos en camionetas y furgonetas sin identificación de hogares de crianza en toda la ciudad de Nueva York, comienzan a llegar al descomunal edificio de ladrillos amarillos, en East Harlem.

La última parada en un viaje que los llevó de América Central a Estados Unidos, ahora los envía al otro lado de una barricada policial y ruidosos trenes de cercanías hacia el edificio de seis pisos, donde un gran cartel de la Estatua de la Libertad los invita a subir por una escalera desgastada.

Dentro de las aulas, toman clases de inglés, ven películas y luchan por entender a los abogados que intentan reunirlos con padres que han sido deportados o que permanecen en centros de detención inmigratorios, a miles de millas de distancia.

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Por la noche, los menores están de vuelta con sus tutores, a menudo dominicanos o puertorriqueños. Estos hablan español y los llevan a parques y en largos viajes en tren y metro, durante los fines de semana.

Todo esto es parte de un esfuerzo de familias, miembros de la comunidad y funcionarios públicos, en esta ciudad amiga de los inmigrantes, para proporcionarles una apariencia de normalidad cotidiana en una situación que no es normal y que está llena de desencadenantes emocionales.

“Lo que más le cuesta a los niños es ver a otros chicos con sus familias”, afirmó Natalie Moss, una madre adoptiva de 22 años, que cuida a dos menores recientemente separados de sus adultos. “Ellos lloran, pero solo hay que darles más amor y atención”, continuó Moss, a quien le gusta cepillar el cabello de las niñas para calmarlas.

La administración Trump dejó de separar a los menores de sus padres en la frontera, pero la dura experiencia de esa desunión continúa en todo el país, tal vez más fuertemente en la ciudad de Nueva York y sus suburbios, donde fueron enviados al menos entre 350 y 600 pequeños, según las estimaciones de la ciudad y funcionarios consulares.

Su presencia ha despertado pasiones, a la vez iracundas y benevolentes, ya que la furia contra la política se combina con la efusión del apoyo para los niños.

Pocos sabían que estaban aquí hasta hace dos semanas, cuando una estación de televisión local transmitió imágenes de chicos que llegaban al centro, en medio de la noche.

En cuestión de días, las instalaciones de Cayuga Centers, una organización sin fines de lucro que desde hace tiempo ofrece servicios diurnos para niños migrantes, se convirtieron en el centro de atención de políticos y miembros de la comunidad, que exigieron recorridos por ellas y realizaron protestas en el exterior de la edificación, ubicada cerca de la esquina de Park Avenue y 131st Street.

“No teníamos idea de que los pequeños estaban en el edificio”, indicó George Damalas, jefe de gabinete del senador estatal demócrata José M. Serrano, cuya oficina se encuentra en el segundo piso del antiguo sitio industrial, donde un letrero al exterior ofrece ‘Oficinas de calidad, lofts de trabajo y almacenamiento’. “Estamos en un barrio residencial relativamente tranquilo. No hay muchas tiendas ni mucho tráfico”, prosiguió. “Ahora, enormes cantidades de personas entran y salen de este lugar”.

Los políticos, incluido el alcalde Bill de Blasio, denunciaron la política. Los manifestantes agitan carteles que dicen: “Estamos disgustados y consternados”. Otros visitantes incluyen maestros, terapeutas, tutores, abogados, funcionarios consulares y trabajadores sociales, muchos de ellos financiados por organizaciones benéficas y gobiernos locales y estatales.

Pero sus esfuerzos a menudo no son suficientes para superar el caos y la mala planificación de una política de separación denunciada recientemente por la jueza de distrito de Estados Unidos, Dana Sabraw, por carecer de un “sistema o procedimiento efectivo”.

En Nueva York, eso significa que los funcionarios de la ciudad tienen un contacto limitado con la Oficina de Reubicación de Refugiados del Departamento de Salud y Servicios Humanos, que se encarga de reunir a las familias.

“No hay receptividad o transparencia en lo que están haciendo para garantizar la reunificación”, aseguró Bitta Mostofi, comisionada de Asuntos de Inmigración de la Ciudad de Nueva York.

Funcionarios de Salud y Servicios Humanos se negaron a hacer comentarios en este artículo.

Es posible que Nueva York haya sido elegida como un destino para los niños debido a su infraestructura para el cuidado de crianza de corto plazo para migrantes, expusieron funcionarios públicos y defensores de inmigración. El sitio de Cayuga Centers es uno de varios refugios que funcionan en el área.

El esfuerzo por proporcionar estabilidad se basa en las rutinas. Los niños pasan horas en entornos tipo aula, donde reciben lecciones, toman siestas en habitaciones poco iluminadas y con música suave, y crean artes y artesanías que regalan. “Siempre hay un camino de esperanza”, reza un letrero de los niños, que cuelga en el consulado guatemalteco.

Muchos chicos parecen estar contentos y bien cuidados, afirman varios funcionarios gubernamentales y consulares que han visitado el centro, pero algunos que llegaron en vuelos desde centros de detención inmigratorios tienen problemas de salud, como infestaciones de piojos. Alrededor de una docena de ellos, con trauma emocional, fueron atendidos por psiquiatras infantiles en los hospitales del área.

El aumento puso presión sobre Cayuga Center, por donde se estima que 350 niños han pasado en las últimas semanas. El más pequeño de ellos tenía nueve meses. El director ejecutivo de la entidad, Edward Myers Hayes, no devolvió las llamadas de este periódico.

Algunas personas criticaron al personal por ser demasiado restrictivo. Los niños rara vez están al aire libre, aunque hay varios parques en la zona. Dicha política podría estar destinada a proteger la privacidad de los menores, quienes a veces cubren sus caras con máscaras de Halloween mientras caminan bajo la mirada de los medios.

“Los encierran todo el día”, relató Ronald Lewis, de 69 años, un paciente del centro de cuidado diurno para adultos, ubicado en el primer piso del edificio. “No pueden ir a donde quieren”.

Algunos miembros del personal del refugio renunciaron a sus puestos de trabajo, y uno de ellos filtró un video de un niño llorando. Héctor Aparicio, un exmarino de 31 años, relató que su esposa, una empleada de guarderías, dejó su empleo después de solo cinco meses porque se sentía abrumada. “Los niños lloran constantemente. Quieren volver con su madre y su padre... Mi esposa dijo que le estaba afectando”, aseguró Aparicio, quien fue entrevistado fuera del centro.

El refugio a veces funciona como un centro de servicios legales improvisado. Los abogados de Catholic Charities, que representan a los niños en pos de la reunificación, se sientan en pequeñas sillas y recogen juguetes, parte de su esfuerzo por generar confianza con clientes que a menudo son demasiado pequeños o están muy confundidos como para comprender sus derechos.

“Hacemos lo que podemos para que el niño se sienta cómodo”, remarcó Anthony Enriquez, director del Programa de Menores No Acompañados de Catholic Charities, en Nueva York. “Eso puede significar ir allí, jugar, colorear un dibujo”.

Es en la corte de inmigración, en el centro de Manhattan, donde la triste realidad de la situación con los menores se capta mejor.

En una tarde reciente, los abogados del gobierno y de Catholic Charities tuvieron complicaciones para proporcionar a un juez de inmigración la información crucial necesaria para comenzar el proceso de reunificación.

Aunque la magistrada Randa Zagzoug aprobó “salidas voluntarias” para un par de pequeños, varios otros casos se estancaron debido a que el Departamento de Salud y Servicios Humanos aún no había proporcionado direcciones o documentos con pruebas de las filiaciones. En un caso, los tutores contratados por el departamento ni siquiera llevaron al niño al tribunal.

Mientras las audiencias duraban horas, los niños esperaban en silencio en la sofocante corte. Uno se sentó en la silla del fiscal, con los pies colgando hacia el suelo. Otro se mordía las uñas. Una niña de ojos somnolientos se quedó mirando a una madre que acunaba a un chico en su regazo.

No está claro cuántas reunificaciones familiares se han concretado. Funcionarios del consulado guatemalteco afirmaron que tenían conocimiento de cinco.

Por ahora, los niños pasan sus noches en apartamentos en Harlem y el Bronx, y tan lejos como en Yonkers. Mientras que los padres de crianza en Nueva York han albergado por mucho tiempo a chicos migrantes no acompañados, los recién llegados, que han sido separados por la fuerza de sus padres, son más dependientes.

Cualquier recordatorio de lo que es un hogar, ayuda. Sazonar la comida con chiles es muy popular, indicó una madre adoptiva, una mujer mayor puertorriqueña que cuida a cuatro niños con edades comprendidas entre los cinco y los 14 años, provenientes de Guatemala, El Salvador y Honduras.

La madre adoptiva, que no quiso dar su nombre, afirmó que a menudo deja que los niños se consuelen a sí mismos, especialmente antes de acostarse. “Entonces es cuando se arrodillan y dicen sus oraciones”, relató. “Es una costumbre que traen de sus países de origen”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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