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Los Ángeles, ¿está mejor o peor?

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Para quienes viven en Los Ángeles, el cambio es una parte garantizada del trato. Los Lakers triunfan y los Dodgers caen. Los barrios se gentrifican. Los sabores del mundo se combinan y los camiones de comida se replican. Las empresas florecen y desaparecen. La gente se muda aquí desde lugares cercanos y lejanos, trayendo energía fresca y también nuevos desafíos.

Pero, si tuviéramos que resumir, ¿diríamos que Los Ángeles está mejorando o empeorando? La respuesta varía según a quién se le pregunte, cómo vive, qué espera y qué ciudad recuerda.

“L.A. está mejorando”, aseguró Jeff Hyland, un agente inmobiliario de Beverly Hills que creció en Westwood y vio a la urbe convertirse en “una metrópolis de primera clase”.

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Hyland una vez me mostró una casa de $35 millones de dólares, que el comprador tenía intención de demoler y reconstruir. “Cuando todos quieren vivir aquí”, dijo, “ello resulta en una gran economía de bienes raíces que se extiende a todos los que todavía pueden permitirse comprar una casa”.

Earl Ofari Hutchinson, autor, comentarista político y antiguo residente del área de South Crenshaw, acaba de comprar un hogar. Pero está en Sedona, Arizona, y espera ansioso el día en que pueda dejar Los Ángeles, después de medio siglo aquí.

“He visto muchos cambios, y no voy a hablar del vaso medio lleno o medio vacío”, aseveró Hutchinson, quien estalló en una letanía de quejas sobre la vivienda, el transporte, el retroceso de los derechos civiles, un entorno físico en deterioro, la segregación por ingresos y raza, la calidad de vida general y el estado del liderazgo político. “Creo que el vaso está vacío”.

Entonces, ¿quién tiene la razón? ¿Jeff Hyland o Earl Ofari Hutchinson?

Los Ángeles, burlada por décadas como una ciudad de pesadilla, superficial, plagada de delitos y polarizada por el smog, ahora es una energética capital del comercio y la diversidad cultural. Es un destino para los snobs que la daban por perdida, un laboratorio de invención de alimentos, un caso aparte en tema político, una ventana al futuro. Y si bien puede no saber lo que quiere ser, la incertidumbre es parte del atractivo. Barrios enteros han resucitado de entre los muertos. Las avenidas que antes se evitaban ahora están prosperando. La reinvención es moneda corriente.

Y sin embargo, a pesar de la prosperidad y el comercio desenfrenado, la salvaje desigualdad de L.A. es una farsa paralizante, donde las ciudades de tiendas de campaña son tan comunes como las casas de un millón de dólares. Uno puede salir de un restaurante que sirve bistecs de $80 dólares, pasar por la catástrofe humana de la falta de vivienda, conducir a una gloriosa casa en el lujo de un Tesla, pero quedar atascado en el tránsito de forma tan horrible que sería mejor viajar en burro.

Comencé a fijarme en estas contradicciones después de leer una historia sobre si el mundo está mejorando o empeorando, un artículo que concluye que las cosas no mejoran sin quejas sobre lo que está mal. Por lo tanto, siéntase libre de enviarme sus reclamos y sus soluciones. Y cuando me refiero a Los Ángeles, hablo de la metrópoli que se cruza y se superpone, que está unida por una red de carreteras y enmarcada por la montaña, la cuenca y el mar, no solo de la ciudad misma.

¿Su calidad de vida es mejor de lo que era hace 10, 20 ó 50 años? ¿Envía a sus hijos a las escuelas del vecindario o ha perdido la fe en ellas? ¿Se siente más seguro? ¿El dinero en la política es más corrosivo que nunca? ¿El crecimiento de la población es un signo de prosperidad o una razón para cerrar las puertas y quitar las escaleras?

Don Schultz, un residente de Van Nuys, de 81 años, afirmó que él y su esposa, Prudy, solían conducir a Santa Mónica en días hirvientes del Valle de San Fernando. El tráfico era ligero, el estacionamiento era fácil y un paseo por la playa era puro placer con aire acondicionado. “Ahora no podemos conducir seis cuadras sin que haya un atasco, sin importar en qué dirección vayamos”, expuso.

Esto es cierto. Pero no olvidemos que a mediados del siglo pasado, la Guardia Nacional se apresuraba a sofocar los disturbios raciales y la gente llevaba máscaras porque el smog era tremendo. Hace cuarenta años, la Bahía de Santa Mónica era una planta de tratamiento de aguas residuales. Hemos recorrido un largo camino desde entonces.

Por otro lado, si no fuera por la bestia destructora del tráfico cada vez peor, mi cabeza estaría llena de cabello. Hace 11 años, escribí una columna sobre los asientos vacíos en el Disney Hall, el Hollywood Bowl y el Dodger Stadium, pruebas del abatimiento sufrido por los dueños de boletos que venían del oeste hacia el centro.

Ese tema parece que solo empeorará. Tengo un hijo en Santa Mónica y buenos amigos en el lado oeste, y mientras viva cerca de Arroyo Parkway, no hay forma de verlos a menos que nos encontremos a medianoche, compremos un helicóptero o Elon Musk deje de cotorrear y construya fehacientemente algunos túneles.

Hemos instalado más vías de tren en los últimos años, pero no ha ayudado. Y muchos de nosotros ahora vivimos en órbitas cada vez menores, conscientes de que las promesas de mejoras del tránsito no son confiables, y la única forma de aliviar nuestra carga es mudarnos a Topeka.

La vivienda es más barata allí también. Es más barata en todas partes, gracias a una ecuación simple en California: hemos incorporado muchas más personas que nuevas viviendas. Sumemos la desaparición de empleos de salario medio en la industria manufacturera y aeroespacial, entre otras; y Los Ángeles tiene una economía que no paga la renta. Esa es una razón, entre muchas más, por la cual somos la capital nacional de los desamparados.

“Los Ángeles está empeorando”, afirmó el célebre autor y expoeta laureado Luis Rodríguez. “Se está convirtiendo en una ciudad para ricos, con 58 multimillonarios y unas 58,000 personas viviendo en la calle. “Y L.A. está mejorando”, continuó Rodríguez, “en el sentido de que es todavía muy diversa”.

La nativa Apryl Boyle, quien trabaja en Heal the Bay, retomó ese tema. “AMO absolutamente a mi ciudad natal”, aseguró por correo electrónico. “He visto tantas versiones de su identidad... Cada vez que conozco a alguien de otro estado, país o continente, me puedo relacionar con ellos porque es probable que ya haya encontrado a alguien de su rincón del planeta. Aquí en Los Ángeles puedes visitar tantos lugares... Sólo tomando un corto viaje en autobús estás en Little Tokyo, Chinatown, K-Town, Olvera Street, Little Armenia, Little Ethiopia... la lista continúa. Los Ángeles sigue mejorando”.

Para algunas personas, seguro. Pero no para todos.

Cynthia Strathmann, de Strategic Actions for a Just Economy (Acciones estratégicas para una economía justa), explicó que los barrios antes deteriorados pueden estar prosperando, pero que el costo de ello es el desalojo, el distanciamiento, el desplazamiento.

“De alguna manera, lo que vemos es la manifestación física de la desigualdad de la riqueza”, detalló Strathmann. “Vamos a terminar con ciudades hermosas, pero será como en ‘The Hunger Games’... con áreas periféricas de barrios pobres y suburbios humildes, mientras trasladamos a todos los indigentes al Inland Empire o hasta Palmdale, donde no hay servicios ni capital político”.

El dinero, tal como dicen, no puede comprar la felicidad. Pero sirve para un buen pago inicial.

“Aquellos que ganan muy por encima del ingreso promedio se sienten mucho mejor con L.A. que quienes tienen un salario con el que apenas viven, o inferior”, afirmó Zev Yaroslavsky, quien dirige el índice de calidad de vida de la UCLA. “Donde esto se ve claramente es en la categoría de los costos de la vivienda”.

En todo el condado, en una escala de 10-100 puntos, los residentes calificaron su calidad de vida en 56, ligeramente por debajo que hace dos años. Sobre la cuestión de la vivienda, indicó Yaroslavsky, las personas de entre 18 y 29 años calificaron su calidad de vida en 38, y aquellas entre 30 y 39 dieron un puntaje promedio de 36.

“El ingreso es la clave que abre las puertas para escalar la escalera de la oportunidad”, continuó el experto. “Si no puedes llegar a fin de mes, sientes que la oportunidad está fuera de tu alcance; la esperanza se convierte en una fantasía y eso fácilmente puede llevar a la desesperación”.

En Los Ángeles, puedes triunfar profesionalmente y aún así no estar donde quieres. David Song tiene treinta y tantos años, es profesor universitario, está casado con una diseñadora arquitectónica, pero con dos niños pequeños, no pueden comprar una vivienda en Koreatown.

“El vecindario es genial, pero soy inquilino”, confesó Song, quien piensa que tendría que mudarse lejos del núcleo de la ciudad para encontrar un buen hogar asequible. Pero entonces echaría de menos las ventajas de la vida urbana, incluida la proximidad a las líneas de tránsito, y tendría uno de esos traslados terribles que lo convencerían de que no hay dudas: las cosas están empeorando.

“No veo una dialéctica del progreso, pero Los Ángeles siempre ha sido un lugar de contradicciones”, consideró Song, que no extrañaría todo de Koreatown si su familia termina mudándose. “Ahora camino por el vecindario con dos niños, y veo [caca] de perro en bolsas, en un refrigerador que fue arrojado a un bordillo”.

La vida en la ciudad es desorganizada, especialmente en un lugar de atractivo mítico, un sitio que convoca a muchas personas que desempaquetan sus energías y problemas al llegar.

Los Ángeles es un desorden único e inspirado, un paraíso perdido y encontrado, propenso a una catástrofe natural, demasiado caótico y sin liderazgo como para ser evaluado en términos de mejor o peor. Siempre hay algo de ambos, y como cualquier obra en progreso, necesita más críticos que defensores.

Bien podría beneficiarse de una discusión sobre lo que funciona, lo que no funciona y lo que aún no se ha imaginado.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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