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Necesitaba una cirugía de urgencia y le prometieron refugio en EE.UU.; 15 meses después, murió esperando el traslado

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Seid Moradi se sintió eufórico cuando descubrió que su familia había sido aprobada para reubicarse en Estados Unidos.

Como no-musulmanes que habían escapado de amenazas de muerte en Irán, la familia apenas sobrevivía en Turquía. Sus hijos tenían problemas para encontrar trabajo debido a la discriminación hacia los refugiados. Su esposa hurgaba contenedores de basura para hallar comida. Y la familia, de seis integrantes, vivía apiñada en el apartamento de un amigo.

Sin embargo, el caso de Moradi tenía una urgencia especial. El hombre necesitaba una cirugía para salvar su vida, por un vaso sanguíneo abultado en el corazón. Un médico estadounidense, le habían dicho, podría realizar la operación una vez que llegara a ese país.

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Pero cuando el presidente Trump impuso restricciones para el reasentamiento de refugiados -en un momento, incluso cerrando el país por completo a todos los nuevos solicitantes-, los vuelos de la familia a Estados Unidos comenzaron a cancelarse una y otra vez, con poca explicación. “Sean pacientes”, les decían los funcionarios a los Moradi, que a lo largo de los años habían pasado docenas de entrevistas, verificaciones de antecedentes y visitas médicas para el reasentamiento en Estados Unidos.

En septiembre, más de cuatro años después de huir de su pequeña ciudad de Sarpol-e Zahab, cerca de la frontera iraquí, y 15 meses después de que le dijeran que podía trasladarse a los EE.UU., Moradi colapsó y murió en su balcón de Kayseri, Turquía. El vaso sanguíneo inflamado estalló, provocando un ataque al corazón. Tenía 54 años.

Hay más de 76,000 refugiados en espera de llegar a Estados Unidos, incluidos aquellos que aún deben ser examinados por el Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés), después de haber sido referidos a este país por las Naciones Unidas (ONU) o por uno de los nueve centros de servicio para refugiados que Estados Unidos designó para procesar a los solicitantes en todo el mundo.

De esos 76,000, se cree que miles tienen necesidades médicas apremiantes, según las agencias. Aquellos que tienen problemas médicos con riesgo de vida, como Moradi, históricamente han recibido prioridad.

EE.UU. anunció el límite de refugiados más bajo de su historia. Se permitirá un máximo de 30,000 de ellos para el año fiscal que comienza el 1 de octubre.

En 2017, el límite se fijó en 45,000, pero solo unos 21,000 fueron admitidos. Los grupos de reasentamiento de refugiados afirman que el gobierno estadounidense podría aprobar solo la mitad del nuevo límite el próximo año, en medio de un aumento en los procedimientos de selección, una disminución en los espacios para entrevistas en el extranjero y el cierre de decenas de oficinas nacionales de reasentamiento; todos cambios que han resultado en la demora de decenas de miles de aplicaciones.

El gobierno de Trump asegura que está comprometido con el reasentamiento de refugiados, pero que lo hace de manera más deliberada y en menor número para garantizar la seguridad. Al anunciar la reducción del techo de refugiados, el secretario de Estado, Michael R. Pompeo, expresó que el país tiene una acumulación de cientos de miles de casos de asilo que quitan recursos para procesar a los posibles refugiados. Los grupos de refugiados sostienen que ambos programas pueden funcionar de manera efectiva, como lo han hecho en años anteriores.

Las agrupaciones señalan casos como el de Moradi y su familia como ejemplos trágicos de la reorganización del sistema de refugiados de la nación, que falla a quienes más lo necesitan. “Esta familia es el emblema del reasentamiento de refugiados”, aseveró Nicky Smith, quien dirige la oficina del Comité de Rescate Internacional en Seattle, que ya estaba preparada para la llegada de los Moradi. “Son una minoría religiosa y étnica. Tenían un miembro con una condición médica urgente. En otros años, todo esto los colocaba en la parte superior de la lista para llegar a Estados Unidos”.

Ese ya no es necesariamente el caso, según las agencias de refugiados, defensores de derechos humanos y exfuncionarios del gobierno federal.

No se sabe cuántas personas con problemas de salud críticos mueren mientras aguardan el ingreso a Estados Unidos, aunque la lista de espera ha crecido y lo hará aún más mientras que el gobierno restringe la cantidad de refugiados que permite en el país.

No hay ningún requisito de aviso a ninguna de las agencias que manejan las solicitudes de refugio cuando alguien muere, y los grupos de refugiados en Estados Unidos generalmente no tienen contacto directo con los individuos hasta que estos aterrizan en el país.

“El proceso para ingresar a EE.UU. solía demorar entre 18 y 24 meses”, precisó Anne Richard, secretaria de Estado adjunta para temas de población, refugiados y migración en la administración de Obama, que durante su último año se había comprometido a traer 110,000 refugiados al país. “Ocasionalmente, estoy segura de que algún miembro de una familia murió mientras esperaba. Pero no era la norma”. Ahora, la cuestión luce diferente, estimó Richard.

“Muchos refugiados tienen circunstancias extremas en las que EE.UU. se ha ofrecido a ayudar, como condiciones de salud, y existe una preocupación entre los grupos de refugiados de que cada vez se deje morir a más personas, a medida que ingresar al país se dificulta”, explicó.

El Comité Internacional de Rescate se enteró del fallecimiento de Seid Moradi sólo después de que The Times -que publicó un perfil de la familia en 2017- lo informara. Una portavoz de la Oficina de Población, Refugiados y Migración del Departamento de Estado se negó a hablar sobre los Moradi, alegando que no podía comentar sobre casos individuales de refugiados.

El viaje desde Irán para buscar un hogar en EE.UU. fue largo para Moradi. Según las entrevistas del 2017, el hombre trabajaba para una compañía de agua y electricidad en su tierra natal, antes de huir. Un día, después de quejarse del maltrato de su jefe debido a su fe, fue interrogado por la policía y amenazado con el encarcelamiento.

La descripción es similar a los ejemplos en un sitio web del Departamento de Estado sobre el tratamiento dado a los miembros de su religión, el yarsanismo, una fe sincrética con raíces en el Irán del siglo XIV. El gobierno iraní considera a sus seguidores como parte de un “culto falso”. Cerca de dos millones viven en el país.

En agosto de 2014, Moradi reunió sus ahorros y tomó un autobús para realizar un viaje de más de 20 horas a través de la frontera noroeste del país, con la esperanza de comenzar de nuevo. Poco después su familia se unió a él, y se les aprobó el asilo por las autoridades en Ankara, Turquía. Se mudaron a Kayseri, donde vivían con un amigo.

En el plazo de un año, solicitaron a las autoridades de la ONU el reasentamiento como refugiados en un país no especificado. Un año después, recibieron la aprobación para trasladarse a EE.UU., después de aprobar las instancias médicas y de seguridad, que incluyeron entrevistas y la presentación de extensos registros de viajes, empleo, historial de residencia y nombres de parientes.

Para junio de 2017, ya tenían reservado un vuelo a EE.UU. y los Moradi vendieron todo lo que no cabía en las maletas. Luego, sin explicación, sus boletos se cancelaron repentinamente, al igual que dos vuelos posteriores, a medida que los casos de la corte federal sobre la prohibición de viajar del presidente suavizaban y restringían el flujo de refugiados al país.

Desde el pasado octubre, cuando se implementaron nuevas restricciones, los Moradi no han escuchado nada más acerca de su traslado a Estados Unidos, donde esperaban vivir en Seattle. Sus permisos médicos y de seguridad para ingresar al país han expirado. Y, sin su padre, el principal solicitante, probablemente tendrán que volver a presentar la documentación.

“En este momento, mi madre no está trabajando y mi hermana tampoco”, relató Servan Moradi, de 24 años, uno de los hijos del clan, que trabaja temporalmente en la costura de ropa. “A veces, mi hermano encuentra empleo. Una o dos veces al mes trabaja en la construcción; luego lo echan”.

La esposa de Seid Moradi, Fanoos, solía trabajar ocasionalmente como peluquera. Pero desde la muerte de su esposo, sufre de depresión y ahora se está recuperando de una cirugía de hígado. Junto con otros tres parientes, ella y Servan se apretujan en el apartamento del tercer piso que comparten con un amigo, donde las camas y los muebles son pocos y trocitos de pintura caen de las paredes. A menudo, los cinco duermen en la misma habitación.

“Desde que era un niño, me gustaba EE.UU.”, confesó Servan. “A mi familia entera le gustaba. Pero ahora Trump hizo esto y estoy molesto. Mi padre podría haberse salvado si hubiese estado en Estados Unidos”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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