Anuncio

Qué estuvo bien y qué estuvo mal en el ataque de Trump a Siria

Share

Está claro desde hace tiempo -y así fue “telegrafiado” en lenguaje típicamente jactancioso por Twitter-, que el presidente Donald Trump tenía intención de hacer pagar al presidente sirio, Bashar Assad, por las muertes por envenenamiento de docenas de personas, a principios de abril en la ciudad de Duma, controlada por los rebeldes.

El viernes 13 de abril por la noche, el primer mandatario estadounidense anunció que había ordenado “ataques de precisión” en sitios vinculados con el programa de armas químicas de Siria, y que estos estaban siendo coordinados junto con fuerzas armadas de Gran Bretaña y Francia. El sábado por la mañana, Trump y otros funcionarios de la administración declararon que la misión había sido un éxito.

Más allá de lo que uno piense acerca de qué tan sabia fue la decisión de Trump, el presidente tiene razón al considerar el uso de armas químicas como especialmente aborrecible. Por supuesto, las armas convencionales también causan muertes y lesiones, y un niño asesinado por una bomba de barril está tan muerto como uno envenenado con sarín o cloro gaseoso.

Anuncio

Pero durante un siglo, las naciones civilizadas han considerado que las armas químicas superan todos los límites de lo aceptable. En los últimos días, las descripciones de víctimas sirias jadeando, temblando y echando espuma por la boca solo reforzaron esa idea. Si el despliegue de tales armas en Siria queda impune, otros gobiernos y movimientos podrían envalentonarse para violar esa prohibición. Que Gran Bretaña y Francia estuvieran dispuestas a participar en los ataques junto con los Estados Unidos es una prueba de que la alarma sobre estas atrocidades no es exclusiva de este país.

Si la embestida de este fin de semana triunfa en su objetivo de disuadir a Assad del uso de armas químicas, está por verse. El sábado, Trump tuiteó: “¡Misión cumplida!”, y una portavoz del Pentágono afirmó que, para los funcionarios estadounidenses, los ataques habían “paralizado significativamente” la capacidad de Assad de llevar a cabo futuros ataques como ese. Sin embargo, el teniente general Kenneth F. McKenzie, director del Estado Mayor Conjunto del Pentágono, reconoció que “todavía existe un elemento residual del programa sirio”.

Por supuesto, el riesgo de tal ataque es que enredaría aún más a los Estados Unidos en este conflicto trágico y terriblemente complejo, y que llevaría, en última instancia, al enfrentamiento con Rusia, Irán y otras potencias involucradas en la región. Trump ha afirmado repetidamente que quiere retirarse de Siria, pero en su discurso a la nación, el viernes por la noche, aseveró: “Estamos preparados para mantener esta respuesta hasta que el régimen sirio deje de usar agentes químicos prohibidos”. Nikki Haley, embajadora de los Estados Unidos ante las Naciones Unidas, declaró en una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad, el 14 de abril, que los EE.UU. están “preparados” para una mayor acción militar en caso de que el régimen sirio utilice armas químicas nuevamente.

Si Trump decide que es necesaria una mayor acción militar -y esperamos firmemente que no lo sea- debería buscar el permiso anticipado del Congreso, como debería haberlo hecho en este caso. También debería buscar la aprobación para el despliegue de 2,000 soldados comprometidos en la lucha contra los remanentes de Estado Islámico.

En su discurso, el mandatario reiteró que tiene la intención de retirar esas fuerzas estadounidenses una vez que completen su misión, y agregó que “los Estados Unidos no buscan tener presencia indefinida en Siria”. Se trató de una reprimenda implícita a aquellos que han argumentado que el país debería usar su presencia militar allí no solo para impedir que Assad emplee armas químicas, sino también para socavar su influencia o incluso para expulsarlo del poder.

Quienes creen que los Estados Unidos debería jugar un papel más importante en el conflicto sirio esperaban que la represalia de Trump por el uso de armas químicas en Duma fuera un ataque lo suficientemente poderoso como para destruir gran parte del ejército de Assad. El presidente, sabiamente, rechazó ese consejo.

Un ataque militar más ambicioso habría planteado el peligro inmediato de un enfrentamiento con las fuerzas rusas y otras consecuencias, no todas previsibles.

Trump afirmó el viernes que “el objetivo de nuestras acciones de esta noche es establecer un fuerte elemento de disuasión contra la producción, propagación y el uso de armas químicas”. Tuvo razón en no extender la misión a un cambio de régimen.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

Anuncio