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Una ‘Caravana de la fe’, viajó desde L.A. a Tijuana para brindar atención médica, alimentos y suministros a los migrantes

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La congestión nasal de Carlos, de tres años de edad, le provocó algunas dificultades para respirar en la última semana, mientras se hospeda en el refugio El Barretal, en Tijuana.

Por ello, su madre, Patricia del Carmen Escobar, de 28 años, se sintió aliviada de que una clínica de salud temporal se instalara apresuradamente, el 22 de diciembre por la tarde, en el perímetro del refugio que alberga a unos 3,000 miembros de una caravana de migrantes centroamericanos, la mayoría de los cuales busca asilo en Estados Unidos.

Su rostro se iluminó al enterarse, después de una consulta, de que Carlos estaba bien. “Quiero agradecerles mucho”, les dijo Escobar a través de un intérprete de español.

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Los trabajadores le dieron un aerosol nasal y un medicamento para la tos de su hijo, y colocaron a Carlos en un portabebés donado. Escobar pronto se fue de allí con una bolsa de plástico que incluía vendas, fórmula para infantes y pañales.

La clínica formó parte de una “Caravana de la fe”, formada por aproximadamente 150 profesionales de la salud, trabajadores sociales, clérigos y miembros de sindicatos con sede en Los Ángeles. El grupo cruzó la frontera para llevar alimentos, suministros y atención médica a los migrantes en El Barretal, una sala de conciertos abandonada que se convirtió en refugio del gobierno, así como en la Primera Iglesia Bautista, en el centro de Tijuana.

Sandra Cruz, una enfermera registrada del Departamento de Salud Pública en el condado de Los Ángeles, fue una de las voluntarias que dejaron su hogar antes del amanecer, en autobuses patrocinados por el sindicato de empleados de la función pública, SEIU.

“No dudé en inscribirme”, afirmó Cruz, a quien se unió su esposo, un trabajador social. “Sabemos que hay una crisis aquí en la frontera, y queríamos hacer todo lo posible para ayudar”.

A media tarde, se erigieron alrededor de 10 mesas plegables en la tierra junto a una calle concurrida al lado del refugio. En pocos momentos se había formado una larga fila de migrantes.

Osbin Arnoldo Herrería fue uno de los primeros en la fila. El joven, de 30 años y oriundo de Río Saina, Honduras, había sufrido durante varios días de hemorroides dolorosas y esperaba recibir medicamentos.

“Soy pintor y carpintero”, dijo Herrería. “Estoy preocupado por mi familia” en Honduras; una esposa y dos niños pequeños. Cuando le preguntaron si se arrepentía de haber venido al norte, el hombre hizo una pausa y dijo, a través de un intérprete: “Si la caravana regresa a Honduras, creo que me iré”.

A pocos metros de las mesas, Marla Menéndez López, de 24 años, esperaba para buscar Pampers para su hijo, Arcy. La mujer se marchó de su tierra debido a la violencia de pandillas en su ciudad natal, que no quiso nombrar.

López, quien es madre soltera, viajó con su hermana desde Honduras, como parte de la caravana. Al principio, pararon en el Centro Deportivo Benito Juárez, en el centro de Tijuana, pero las fuertes lluvias de hace dos semanas, junto con el hacinamiento, generaron condiciones insalubres que llevaron a los funcionarios locales a cerrar el refugio que funcionaba allí.

“Estábamos tirados al lado de la calle”, contó López, mediante un traductor. “Es mejor aquí. Está más limpio”. Aunque preferiría ir a Estados Unidos, teme que los posibles problemas con su papeleo puedan enviarla de regreso a Honduras, por lo cual piensa que tratará de quedarse de forma permanente en Tijuana.

No muy lejos, a un migrante se le aplicaba una venda nueva, sobre una herida abierta en el tobillo derecho. Otro tomaba de la mano a un clérigo, en oración.

“Tengo la suerte de ser ciudadana de EE.UU., y quería venir aquí para hacer una diferencia”, afirmó Roxette Villegas, una enfermera registrada en el condado de L.A.

Además de primeros auxilios, los cuidadores ofrecían exámenes de asma, lecturas de presión arterial y análisis de glucosa.

A unas 18 millas de distancia, en la iglesia bautista, los trabajadores sociales y los voluntarios repartían suministros, como botiquines de primeros auxilios, sacos de dormir, agua embotellada, productos enlatados, juguetes y toallitas para la higiene de los bebés.

Rafeal Nuñez Santana, director general de Vasoking de México, una empresa de servicios alimenticios en Tijuana, entregaba bolsas de harina, arroz y frijoles.

“Nuestro dicho es ‘aprender, ganar y volver’”, afirmó Santana, quien vive en San Diego. “Significa que aprendes a medida que creces y te ganas la vida. Y mientras haces eso, deberías devolverle algo a la comunidad”.

La iglesia bautista tiene una gran cantidad de inmigrantes haitianos, que ayudaron a descargar las bolsas de alimentos. “Cuando vinimos aquí, otras personas nos ayudaron”, afirmó Amos Carrier, pastor asociado de la iglesia, que llegó a Tijuana hace dos años a través de Haití, Ecuador y Brasil. “Y esta es una manera de dar gracias, ayudando a otros”.

Aunque es difícil tener cifras precisas, en el punto máximo de la caravana llegaron a Tijuana aproximadamente 6,000 migrantes.

Se estima que unos 300 migrantes han sido deportados y unos 700 se registraron ante las autoridades mexicanas para su “repatriación voluntaria” a sus países de origen. Muchos esperan para solicitar asilo en Estados Unidos.

El obispo John H. Taylor, de la Diócesis Episcopal de Los Ángeles —que nuclea seis condados—, ayudaba a distribuir suministros y dijo que está de acuerdo con quienes afirman que todos los países necesitan fronteras seguras.

“Pero”, afirmó, “ningún país puede tener fronteras seguras sin un sistema de inmigración humano y racional…Necesitamos que todos obtengan la audiencia que la ley les permite. Si el gobierno quisiera realizar 300 entrevistas de asilo por día, podría hacerlo. El ritmo ahora, según parece, es de entre 50 y 100, dependiendo de a quién escuches”.

Cuando Escobar, la madre de Carlos, el niño de tres años, salió de la clínica, logró esbozar una sonrisa. “Estoy agradecida”, aseguró. “No es frecuente que nos den una consulta gratuita, con medicamentos incluidos”.

Nikolewski escribe para el San Diego Union-Tribune.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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