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“Green Book” la peor ganadora del premio de mejor película desde “Crash”

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La película “Green Book” es la peor ganadora del Oscar a la mejor película desde “Crash”, y no estoy haciendo una comparación a la ligera.

Al igual que en la película de 2005, el drama interracial de Peter Farrelly es un insensible y astuto insulto. Reduce la larga historia brutal y continua del racismo estadounidense a un sólo problema, a una fórmula, una ecuación dramática que se puede equilibrar y resolver. “Green Book” es una vergüenza; un incuestionable abrazo de la industria del cine.

Las diferencias entre las dos películas son tan reveladoras como las similitudes. “Crash”, era un moderno festival de gritos que acumuló tensiones interculturales por un tiempo, con la intención de dejarte enojado y agotado. Su triunfo en el Oscar fue una auténtica sorpresa. Claramente tenía sus admiradores, pero para muchos su inferioridad era evidente.

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La cinta “Green Book”, una elegante historia para complacer a la multitud. Se situa en los pueblos del sur en EE.UU en 1962, y se esfuerza por ponerte de buen humor.

Su victoria es espantosa y está lejos de ser impactante: desde el momento en que ganó el Premio People’s Choice en el Festival Internacional de Cine de Toronto en septiembre pasado, el primero de varios precursores clave, que lo pondría en camino a la ceremonia de los Oscars del pasado domingo, la película fue más bien placentera que incómoda.

Al contar la historia del brillante y erudito pianista de jazz Don Shirley (Mahershala Ali), quien tiene como chofer para su gira a un portero de un club nocturno italiano-estadounidense llamado Tony “Lip” Vallelonga (Viggo Mortensen), “Green Book” utiliza ‘clichés’ y estereotipos cómicos que la hacen sentir un tanto incómoda.

Mortensen y Ali, que ganó el Oscar a mejor actor de reparto, tienen un desempeño excelente con una sincronización fluida y una química innegable.

La película se adentra en el fango de la supremacía blanca, hace unos cuantos chistes valientes, jadea de horror ante el maltrato y la humillación de un hombre negro (a la vez que mantiene una distancia segura y de buen gusto), luego te muestra una ‘genialidad’ que te hace sentir mejor y te envía a casa con una sonrisa en la cara.

Tal vez ya he molestado a algunos de ustedes, pero si se ofende más por lo que he escrito de la película “Green Book”, no se preocupe, ya no tengo mucho que decir.

Las diferencias en el gusto no son nada nuevo, pero la ira y la actitud defensiva provocada por esto en particular, hace que el desacuerdo razonable sea un tanto difícil.

Tal vez “Green Book” realmente sea la película del año, después de todo, no es la mejor película, pero es la que mejor captura la polarización cada vez que surgen temas sobre raza, privilegios y la cuestión fundamental, quién habla sobre quién en la historia.

Les doy comprensiblemente el crédito a los admiradores de “Green Book”: por amar el arte robusto de esta película, su narración para sentirse bien y sus interpretaciones encantadoras y sincronizadas.

Aprecian el contundente retrato que muestran del sur segregado (como lo señaló el representante de EE.UU, John R. Lewis, quien presentó un montaje de la película la misma noche del Oscar) y encuentran la súplica de comprensión mutua entre los personajes, loable y conmovedora.

Sé que hablo como algunos de los detractores de la película cuando digo que considero la súplica, tan deshonesta como despectivamente retrógrada, un ideal desgarrado de reconciliación racial, sostenido por una historia que se desarrolla casi totalmente desde la perspectiva, un tanto, curiosa de un protagonista blanco.

“Green Book” se ha comparado más a menudo no con “Crash” sino con una ganadora de la mejor película, más antigua y gentil, “Driving Miss Daisy” de 1989, otra película que intentó salvar la brecha racial a través de la historia de un conductor y su empleador en el sur del país.

La película “Driving Miss Daisy” fue adaptada de la obra de Alfred Uhry; “Green Book” fue co-escrito por Nick Vallelonga (con Brian Currie y Farrelly), extraído de las historias que escuchó de Tony, su padre. La verdad de esas historias ha sido cuestionada por muchos, incluida la familia de Shirley, que no fue consultada durante la producción y que desestimó la película como “un sin fin de mentiras”.

La precisión histórica es, por supuesto, sólo un criterio con el cual se puede juzgar una narrativa basada en hechos reales, y una película podría, teóricamente, avanzar rápido con los hechos y aún así llegar a un punto de verdad emocional convincente.

Las distorsiones y omisiones, pueden ser interesantes en cuanto a lo que revelan acerca de las intenciones de un cineasta, y “Green Book”, les guste o no, no tiene un gran respeto a su inteligencia. En su presentación de una sola perspectiva y su presunta filtración de la visión de Shirley, a través de la de Vallelonga, la película apesta a mala fé y encarna sin idea alguna las actitudes de la supremacía blanca, las cuales aparentemente está condenando.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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