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Paul McCartney y Paul Simon: cómo repensar la idea de ser estrella pop a los 76 años

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Cuando tenía 24 años, Paul McCartney se zambulló célebremente unas décadas hacia el futuro para grabar “When I’m Sixty-Four” (Cuando tenga 64), la canción de los Beatles acerca de envejecer al lado de la chimenea.

En aquel entonces, el tema funcionaba como una predicción acogedora. Sin embargo, cuando McCartney llegó a esa edad en la vida real -y todavía movía su cabello perfecto por todas partes, “When I’m Sixty-Four” se convirtió en una especie de lección cómica: la prueba de que incluso un querido Beatle subestimó cuánto tiempo una estrella de rock puede seguir adelante.

McCartney tiene ahora 76 años, y el 7 de septiembre lanzará un nuevo álbum de estudio, “Egypt Station”, días antes de iniciar su próxima gira, en la ciudad de Quebec.

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No es el único artista de su época con grandes planes; de hecho, McCartney no es el único compositor de 76 años y llamado Paul con un nuevo disco que saldrá a mediados de septiembre.

Paul Simon, que a sus veintitantos años se imaginaba hacia el futuro en un polvoriento banco del parque en “Old Friends” de Simon and Garfunkel, también tiene un nuevo álbum, “In the Blue Light”. Y, al igual que McCartney, se está preparando una vez más para salir a la ruta, en su caso, antes de retirarse de ello.

Poco necesita decirse en este punto para convencer a nadie del deseo generalizado de ver a estos íconos de la generación baby boomer mientras todavía están en acción (uno imagina que si el festival Desert Trip, realizado en 2016, se hubiera organizado después de las muertes de Chuck Berry, Tom Petty y Aretha Franklin, el megaconcierto de rock clásico podría haber recaudado incluso más de los $160 millones que supuestamente generó).

McCartney y Simon han compartido más que la edad y el primer nombre en sus respectivos viajes hacia ese estatus lucrativo de “héroe”.

Ambos fueron incluidos dos veces en el Salón de la Fama del Rock & Roll, primero como miembros de un grupo y luego como solistas. Ambos fueron nominados para al menos un premio Grammy por Álbum del Año en cada década, entre los años 1960 y 2000.

Más incrédulamente, a principios de los 1980, escribieron y protagonizaron películas cuasi biográficas: “Give My Regards to Broad Street”, de McCartney, y “One-Trick Pony”, de Simon, que dejaron en claro que nadie estuvo muy ansioso por decirles “no” a estos dos personajes.

Sin embargo, lo notable de “Egypt Station” y de “In the Blue Light”, especialmente teniendo en cuenta su lanzamiento, el mismo día, es cuán diferente es cada hombre sobre el negocio del estrellato del pop en la etapa tardía; no solo entre sí, sino también con relación a sus pares.

Ninguno de estos proyectos es una incursión afectuosa al cancionero estadounidense, como las interpretadas por Rod Stewart y Bob Dylan (y, de hecho, por Paul McCartney, que probó suerte con Frank Loesser e Irving Berlin en “Kisses on the Bottom”, en 2012). Tampoco es un regreso a las raíces, como el reciente “Blue & Lonesome” de los Rolling Stones, o una de las producciones minimalistas de Rick Rubin para Johnny Cash o Neil Diamond.

En cambio, McCartney y Simon parecen empeñados a su manera en seguir adelante, incluso cuando eso significa aceptar el pasado.

La moraleja incorporada de “Egypt Station” es que McCartney grabó la mayor parte del álbum con Greg Kurstin, el productor de éxito conocido por su trabajo con artistas como Pink y Kelly Clarkson.

No es la primera vez que el ex Beatle contrata a un colaborador de moda; su álbum anterior, “New”, de 2013, presentó temas producidos por varios de ellos, incluido Mark Ronson y un estrecho colaborador de Adele, Paul Epworth.

Pero el enfoque disperso en “New” sugería una cierta táctica estratégica, mientras que “Egypt Station” tiene una sensación más creativa y unificada (según el gusto personal, uno se sentirá aliviado o decepcionado al descubrir que no es un disco turbo pop, listo para la radio).

La idea que presenta es que McCartney quería poner a prueba su canto y composición contra las convenciones de la creación de registros modernos, para saber si mantenía sus habilidades lo suficientemente definidas como para brillar fuera de un contexto estricto de ‘leyenda viva’.

La respuesta, con frecuencia, es sí.

Más rigurosamente controlado por la calidad que cualquier álbum que McCartney haya lanzado en años, “Egypt Station” es consistente con sus placeres: las melodías de la guitarra, el piano prominente, las armonías vocales nítidas que flotan sobre ritmos y, de alguna manera, rebotan y golpean al mismo tiempo.

Inevitablemente, hay aspectos destacados, como el dulce “Happy With You” (en el cual contrasta su vida actual con lo que parecen ser los días oscuros después de la ruptura de The Beatles) y “Back to Brazil”, un pequeño y encantador tema electro-pop que recuerda cuántos productores modernos (desde Kurstin hasta Ariel Rechtshaid) probablemente se impresionaron por las primeras composiciones solistas de McCartney.

También hay momentos menos sublimes: “Caesar Rock”, por ejemplo, apenas es una canción; básicamente es un riff y un ritmo que hubieran sido mejor utilizados en una de un puñado de melodías cambiantes (como “Despite Repeated Warnings” y “Hunt You Down/Naked/C-Link”), alusiones hacia las alocadas estructuras desplegadas por McCartney durante sus días con Wings.

Sin embargo, con sus acaparadoras texturas y melodías insinuantes, “Egypt Station” parece adaptado a la era del streaming.

¿Sobre qué canta? Recuerdos, compañía y, como cualquier estrella del pop, un apetito infinitamente renovable por el sexo.

El alegre “Come on to Me”, es sobre un tipo que conoció a una mujer en alguna actividad social. “Necesitamos encontrar un lugar donde podamos estar solos”, le dice, “pasar un momento especial sin interrupción”.

Como su título lo indica, “Fuh You” -producido en un estilo de midtempo por Ryan Tedder, de OneRepublic- es más directo en su propuesta.

Parte del atractivo implícito de estas canciones es escuchar a McCartney complacer su lado atrevido a los 76; aquí, en contraste con el resto del álbum, confía casi por completo en su extraordinario poder de estrella musical.

¿Pero quién no sacaría eso a relucir, si lo tuviera? Como el reciente segmento de “Carpool Karaoke” de James Corden con McCartney demostró -apenas por última vez- que hablamos de alguien en cuya presencia los fans se ven obligados a confesar su devoción con tanta seriedad que duele. McCartney no podría escapar de ese legado aún si lo intentara (lo cual nunca hará), pero lo usa a la ligera en “Egypt Station”, tanto un logro moral como musical.

La historia de Simon pesa más en “In the Blue Light”, algo comprensible dado que la serie de conciertos que comenzará el miércoles 12 de septiembre, en Nueva Orleans, constituye el tramo final de lo que él llama su gira de despedida.

Como miles vieron en mayo en el Hollywood Bowl, donde explicó que su adiós a las carreteras no significa una renuncia a escribir música nueva o actuar aquí y allá, el humor de Simon en estos conciertos es voluntariamente retrospectivo: está poniendo “un marco” alrededor de su medio siglo en el pop, dijo en el escenario, y “mirándolo de esa manera”.

Paul Simon performs in New York.
(Donald Bowers / Getty Images)

Pero aunque el material fue familiar en el Bowl, muchas de las interpretaciones no lo fueron; se trató de una oportunidad para que Simon reconsiderara sus viejas canciones, en algunos casos bastante drásticamente, en lugar de fijarlas (o fijarlas aún más) en la conciencia pública.

Y es ese el ojo del renovador que mantiene en “In the Blue Light”, que contiene versiones recientemente grabadas de 10 selecciones menos conocidas de su catálogo, desde “One Man’s Ceiling Is Another Man’s Floor” (de 1973, “There Goes Rhymin’ Simon”) para empezar, hasta “Questions for the Angels” (de “So Beautiful or So What”, 2011) en el final.

Al igual que McCartney, que apeló a un joven productor de moda, el concepto aquí tampoco es ‘sin precedentes’; Sting, quien fue socio de gira de Simon, por su parte, lanzó un conjunto de versiones orquestales de sus éxitos en 2010.

Sin embargo, el enfoque de Simon con sus temas menos conocidos -por no mencionar varios arreglos que convierten las nuevas versiones en más ásperas que las originales, relativamente fáciles de digerir-, hacen que sea difícil considerar a “In the Blue Light” como un disco atractivo para recaudar, tal como muchos podrían esperar.

Lo que el álbum ofrece, en cambio, es una visión interesante de los elementos que este creador notoriamente meticuloso cree haber hecho mal la primera vez, como la elaborada percusión de “Darling Lorraine”, que presenta aquí en una forma mucho más espaciosa (“No es bueno estar demasiado ocupado admirando la batería”, le dijo recientemente al periódico inglés Telegraph).

Además, muestra su atención por establecer una canción precisamente en su momento. En “Rhythm of the Saints”, Simon canta “Can’t Run But”, de corte brasileño, sobre una banda de blues a la orilla del río; ahora, sobre cuerdas entrecortadas y con arreglos de Bryce Dessner, de The National, se escucha a un DJ emitir “subgraves... como un terremoto”.

Dessner es uno de los muchos músicos invitados en “In the Blue Light”, junto con el guitarrista Bill Frisell, quien saca el sonido abierto de “Love”, y Wynton Marsalis, quien ayuda a transformar “How the Heart Approaches What It Yearns” de un pop suave y afelpado a un jazz vocal ardiente.

Pero, incluso cuando un tema amenaza con complicarse demasiado, Simon reserva mucho espacio para su canto, que ha perdido algo de flexibilidad pero aún puede expresar las complejas emociones de las que escribe.

Para algunas estrellas del pop veteranas, el precio de la longevidad es el trabajo que se requiere para disfrazar la edad. La falta de vergüenza en la voz de Simon, de 76 años, felizmente interrumpe esa transacción.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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