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Miles se unieron a Estado Islámico junto con sus niños; ahora intentan que los pequeños regresen a casa

Indira Karakayeva is seen waiting for a bus to Dagestan to visit her parents at a bus station in Stavropol. Sept.23. Indira works a ta hospital as a doctor for about a year after graduating from the university. Indira's son Abu-Bakr Amangediev, 4 years old, was taken to Raqqa by her ex-husband and she's trying to get him back ever since.
(Vasiliy Kolotilov / For The Times )
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La imagen borrosa de su hijo parpadeó en la pantalla de su teléfono inteligente. El niño de tres años se retorcía en el regazo de su padre.

“¿Dónde está mamá?”, le preguntó el hombre.

“No hay mamá”, respondió el niño.

La videollamada, en el verano de 2016, fue el último contacto que la Dra. Indira Karakayeva tuvo con su hijo. En abril de 2015, su marido, Temirlan Amangeldiev, de quien estaba separada, secuestró al niño y se fue de Rusia con él para unirse al grupo militante Estado Islámico en Siria.

El hombre le dijo que estaba en Raqqah, la ciudad siria que el grupo había reclamado como su capital, y que su hijo nunca volvería a casa. Luego colgó.

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Se cree que aproximadamente 4,000 musulmanes rusos -muchos de la República de Daguestán, en el norte del Cáucaso, donde vivía la familia- abandonaron su país para luchar por Estado Islámico. Las autoridades rusas piensan que cientos de ellos llevaron a sus hijos.

Ahora, mientras Estado Islámico está a punto de perder su último territorio sustancial en Siria e Irak a manos de una coalición liderada por los Estados Unidos y al ejército sirio respaldado por Rusia, cientos de rusos como Karakayeva buscan a cerca de 1,000 niños que han quedado huérfanos o abandonados.

“La historia de Indira, lamentablemente, es bastante típica de lo que estamos viendo”, afirmó Marina Yezhova, defensora del gobierno para los niños en Daguestán y líder de un comité nacional formado el mes pasado para repatriar a los huérfanos.

Yezhova dijo que hay hasta 600 investigaciones registradas acerca de niños desaparecidos que fueron llevados por sus padres a Irak y Siria, pero que probablemente cientos de familias no se presentan a denunciarlo por vergüenza o temor de que las fuerzas de seguridad rusas los ataquen por vincularse con terroristas.

A medida que crecía la atención de los medios rusos al tema, el Kremlin estableció una línea directa de 24 horas el mes pasado para ayudar a las familias que buscan a sus hijos. En la primera semana, recibió 480 llamadas.

“Muchos de estos hombres fueron allí y se casaron, a veces dos o más veces”, advirtió Yezhova. “Hay más niños allí de lo que hemos visto en la televisión”.

De hecho, se cree que cientos de menores han nacido en territorios ocupados por Estado Islámico, además de los que fueron llevados allí por sus padres, y la mayoría de ellos no tienen documentos. La identificación de familiares es un proceso laborioso que involucra a múltiples agencias gubernamentales, coordinación transfronteriza y pruebas de ADN.

Indira Karakayeva is seen in the park next to her work in Stavropol. Sept.23. Indira works at a hospital as a doctor for about a year after graduating from the university. Indira's son Abu-Bakr Amangediev, 4 years old, was taken to Raqqa by her ex-husband and she's trying to get him back ever since.
(Vasiliy Kolotilov / For The Times )

En Daguestán, la tradición es que los hombres roban a sus novias. Amangeldiev tenía 24 años cuando secuestró a Karakayeva, en el verano de 2012, y la retuvo en la casa de sus padres. La joven era una estudiante de medicina de 20 años. Después de que sus padres concedieran a regañadientes el permiso, la pareja se casó en una ceremonia civil.

La pareja se mudó a Astracán, cerca del Mar Caspio, donde Karakayeva continuó sus estudios. A los cuatro meses, quedó embarazada.

Amangeldiev visitaba con frecuencia Moscú para hacer trabajos de construcción, y fue allí donde Karakayeva cree que se encontró con devotos del wahabismo, una forma estricta del Islam, y fue reclutado para Estado Islámico.

Él comenzó a insistir en que la familia viviera según la estricta ley islámica, ordenando a Karakayeva que se cubriera con ropa conservadora y limite sus actividades fuera del hogar. Cuando ella se resistía, él la golpeaba, incluso durante el embarazo.

Después de que naciera su hijo, el 18 de abril de 2013, Karakayeva quiso darle al niño un nombre tradicional de Daguestán. Pero Amangeldiev insistió en el nombre árabe compartido por el primer califa musulmán y el actual líder de Estado Islámico: Abu Bakr.

Cuatro meses después, Amangeldiev le rompió la nariz a su esposa. Ella tomó al bebé y regresó a Daguestán para quedarse con sus padres. Volvió a Astrakhan varios meses después para terminar la escuela de medicina y le dijo a Amangeldiev que no entrara a su departamento.

La mujer intentó en dos ocasiones obtener la custodia legal completa de Abu Bakr, pero no tuvo éxito, a pesar de decirle a los jueces que Amangeldiev era un wahabí radical y un terrorista. “Simplemente no me escucharon”, aseguró.

Con derechos de visita, Amangeldiev se presentó en la casa de sus suegros sin previo aviso, el 5 de abril de 2015, para recoger a su hijo, que estaba allí mientras Karakayeva estudiaba en Astracán. La abuela de la mujer, quien estaba cuidando del pequeño en ese momento, a regañadientes se rindió a las demandas del enojado padre, y entregó al niño.

Amangeldiev le prometió por vía telefónica a Karakayeva llevar de vuelta al niño en una hora. Luego en dos horas, y al día siguiente. Dos días después, le envió un mensaje por WhatsApp. Estaba en Turquía e iba camino a Siria para hacer de Abu Bakr un “león” para Estado Islámico. “Voy a defender a los musulmanes de los no creyentes”, le escribió. “Si muero, iré al cielo. Tú morirás en el infierno”.

Después de que Amangeldiev dejó de llamar y cambió sus números de teléfono y cuentas en las redes sociales, Karakayeva intentó rastrearlo. Sus pocos vínculos que ella conocía eran wahabíes radicales, muchos de los cuales también habían abandonado Rusia para unirse a Estado Islámico. Finalmente, encontró una pareja cuya hija se había alistado en el grupo y había estado en contacto desde Siria.

En respuesta a las preguntas de sus padres, la mujer envió una fotografía en julio pasado que, según dijo, había sido tomada en Raqqah más de dos años antes. En ella había dos niños sentados juntos. Una era su hija, el otro era Abu Bakr.

Según información de la familia, Karakayeva llegó a creer que su niño estaba siendo educado en Raqqah junto con los hijos y esposas de otros combatientes de Rusia y países vecinos, y que Amangeldiev se había casado con una mujer de Kazajistán y tenido una hija con ella.

“Amangeldiev no es particularmente inteligente. Es un tipo que fácilmente sigue a los demás”, reflexionó Karakayeva. “Pero sabe cómo sobrevivir, y está usando a su hijo como escudo. Es probable que esos terroristas lo respeten porque les está regalando a nuestro hijo para que sea la próxima generación de Estado Islámico”.

Indira Karakayeva is seen walking along a square next to her work in Stavropol. Sept.23. Indira works at a hospital as a doctor for about a year after graduating from the university. Indira's son Abu-Bakr Amangediev, 4 years old, was taken to Raqqa by her ex-husband and she's trying to get him back ever since.
Indira Karakayeva is seen walking along a square next to her work in Stavropol. Sept.23. Indira works at a hospital as a doctor for about a year after graduating from the university. Indira’s son Abu-Bakr Amangediev, 4 years old, was taken to Raqqa by her ex-husband and she’s trying to get him back ever since.
(Vasiliy Kolotilov / For The Times )

En agosto último, la televisión rusa transmitió un informe sobre docenas de niños de habla rusa que se encuentran en un orfanato de Bagdad. Los menores describieron historias horribles acerca de la pérdida de sus padres debido a bombardeos y tiroteos en Mosul y otras ciudades iraquíes alguna vez ocupadas por Estado Islámico.

La historia llamó la atención del presidente checheno Ramzan Kadyrov, cuya república en Rusia también también sufrió la unión de un gran número de ciudadanos a Estado Islámico.

En los últimos años, Kadyrov se proyectó como el defensor de los 14 millones de musulmanes de Rusia, que representan aproximadamente el 10% de la población del país, y forjó lazos estrechos con líderes en Arabia Saudita, Jordania y Siria.

Usando esas conexiones y sus tres millones de seguidores en las redes sociales, el mandatario lanzó una campaña para encontrar a los niños y devolverlos a sus familiares. Su operación de búsqueda recuperó una docena de niños en un regreso que fue cubierto ampliamente por la televisión rusa.

Karakayeva, cuyas cartas de ayuda al presidente ruso, Vladimir Putin, y a otros funcionarios no habían recibido respuesta, consideró que la atención del presidente checheno a la situación de los niños era un gran avance en su búsqueda. Así, le envió un mensaje por Instagram, donde el líder publica a diario, y le pidió ayuda. Pero él nunca respondió.

En septiembre, tomó un autobús desde la ciudad de Stavropol, en el Cáucaso Norte, donde trabaja como médica, hasta Grozny, la capital de Chechenia, con la esperanza de presentarle su caso.

Durante dos días esperó en el exterior de la comisión de Chechenia por los derechos de los niños. Le dijeron que Kadyrov estaba demasiado ocupado para reunirse con ella. Descorazonada, dio a las autoridades docenas de documentos sobre su caso y se subió a un autobús de regreso a Stavropol. “Antes tenía miedo, pero ahora no tengo nada que perder”, aseguró. “Estoy dispuesta a intentar cualquier cosa para recuperarlo”.

La última información que Karakayeva obtuvo sobre su hijo es que una mujer de Azerbaiyán lo había llevado a la ciudad siria de Dair Alzour, donde se escondían en un sótano para protegerse de los ataques aéreos.

Está convencida de que cuando se derrote a Estado Islámico, su hijo aparecerá. Y quiere que la cara del chico esté en Internet, de modo que si es hallado, alguien pueda identificarlo y llevarlo a casa. Entonces buscó en su teléfono la última fotografía que tiene de los dos, juntos. En la imagen, ella sonríe y su mejilla está pegada a la de su hijo. Abu Bakr tenía poco más de un año.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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