Anuncio

Por temor a nuevos sismos, los residentes huyen de los barrios de moda de la Ciudad de México

Share

Las camionetas de mudanzas vienen todos los días; se las ve afuera de algunos de los edificios de apartamentos más elegantes de la Ciudad de México, desde donde transportarán libros, muebles y ropa.

Más de un mes después de que un terremoto de magnitud 7,1 sacudiera la capital mexicana, algunos residentes huyen de los famosos distritos de la ciudad en busca de un terreno más estable. Incluso algunos de cuyos hogares quedaron ilesos se van, desconcertados por la visión de sus barrios transformados en zonas de desastre.

Durante décadas, estos frondosos enclaves en el corazón de la urbe estaban entre los más codiciados y costosos del país. Condesa, un oasis bohemio, era conocido por su arquitectura art deco y sus cafés al aire libre, colmados de gente. El vecino Roma era un barrio más joven, más atrevido, donde los fashionistas veinteañeros llenaban las salas de cine arte y competían con los turistas por obtener una mesa en sus restaurantes de fama mundial.

Anuncio

Pero había una desventaja en estos vecindarios, pasada por alto por los entusiastas promotores inmobiliarios y los residentes, deslumbrados por las avenidas bordeadas de árboles, las tiendas de moda y los locales de cocina de primera categoría.

Al igual que otros tramos del centro de la Ciudad de México, fueron construidos sobre el lecho de un lago, cambiante y seco. Cuando ocurrió el terremoto, el 19 de septiembre pasado, se derrumbaron varias construcciones en Roma y Condesa. Decenas de personas murieron, incluyendo 49 en un sólo edificio de oficinas.

Más de 50 edificios han sido declarados inhabitables en el distrito que incluye los dos vecindarios, así como también los barrios Juárez y Centro, que estaban rápidamente en proceso de gentrificación. Muchas otras estructuras todavía están esperando inspecciones de ingenieros, que decidirán si es seguro que los ocupantes regresen.

No es la primera vez que un terremoto devasta el núcleo central de la Ciudad de México. El área sufrió una destrucción aún peor durante el poderoso sismo de 1985, donde Roma sufrió especialmente. A esto le siguió un éxodo hacia los suburbios más seguros, lo cual provocó que los valores inmobiliarios cayeran súbitamente y aumentara el delito. Ahora, los propietarios de departamentos, restaurantes y tiendas en los vecindarios están preocupados de que pueda volver a suceder.

“Hay muchos inquilinos que se van de Condesa, incluso si su propiedad está bien, sólo porque tienen miedo”, dijo Gabriela Navarrete, quien es copropietaria de una firma de bienes raíces llamada 2aguas, enfocada en el centro de la ciudad. “Muchos de ellos se están mudando fuera de la ciudad”, continuó. “A lugares donde las construcciones no fueron dañadas”.

La partida de algunos residentes y la gran cantidad de edificios acordonados, con ventanas y fachadas rotas, han creado una atmósfera inquietante en las partes más afectadas de Roma y Condesa.

En un reciente viernes por la tarde, muchas mesas de restaurante en el corazón de Condesa lucían vacías, un agudo contraste con la escena habitual antes del terremoto, cuando hordas de jóvenes profesionales comenzaban el fin de semana comiendo en tacos o hamburguesas gourmet y bebiendo tequila añejo.

Los recuerdos frescos de la destrucción del terremoto dificultan que los comensales se relajen y pasen un buen rato, consideró Fernando Gasca, un mesero de 23 años de una pizzería llamada Ardente.

Al otro lado de la calle se veían los restos de un edificio de apartamentos de siete pisos. La mayoría de los escombros habían sido eliminados; sólo quedaban las ruinas de un estacionamiento. Alrededor, la gente había encendido velas y dejado flores para las personas que murieron allí. “Uno va a un restaurante para pasarla bien y disfrutar de su comida”, comentó Gasca. “Eso es un poco difícil con esto enfrente”.

El joven estaba sirviendo el almuerzo cuando el temblor sacudió la capital, poco después de la 1 p.m. Huyó hacia el exterior sólo para ver cómo el edificio se balanceaba violentamente y luego colapsaba con un rugido ensordecedor. La nube de polvo era tan espesa que no podía ver hacia dónde corría. Cuando ésta comenzó a asentarse, utilizó un árbol caído para subir hasta la cima de los escombros y ayudó a rescatar a un hombre que estaba gravemente herido.

El restaurante volvió a abrir después de dos semanas. Una vez más, ofrece tartas al estilo napolitano y cócteles preparados en una barra de mármol, pero pocos clientes han regresado. En una noche normal antes del terremoto, los camareros hacían malabares para atender sus 40 mesas. Ahora sirven sólo seis u ocho. “Es tan deprimente ver que esto le sucede a un vecindario que estaba tan lleno de vida”, dijo Gasca. “Los negocios se verán obligados a cerrar. El barrio cambiará “.

Algunos con intereses creados en el área están aumentando sus esfuerzos para impedir eso. Una firma de relaciones públicas cuya oficina en Condesa resultó gravemente dañada recientemente lanzó una campaña de Twitter con el hashtag #MeQuedoAquí. Una coalición de restaurantes y tiendas se han unido para tratar de recuperar los negocios.

Lo que se necesita es más ayuda del gobierno, afirmó Christina López Medina, quien durante los últimos 54 años ha dirigido un pequeño salón de belleza en una calle tranquila de ese barrio. Durante semanas después del sismo, la calle estaba tomada por vehículos blindados y grúas militares, mientras soldados e infantes de marina buscaban sobrevivientes y luego cuerpos en un edificio caído.

Desde que reabrió la tienda, tuvo la suerte de tener un cliente al día. El propietario le dio un descanso en la renta de octubre, pero López no sabe qué hará este mes. El gobierno municipal ha prometido préstamos para pequeñas empresas, pero no confía en que ello se cumpla.

López, de 76 años, sobrevivió al terremoto de 1985 y cree que, con el tiempo, sus clientes regresarán. Por ahora, toma antidepresivos y espera lo mejor. Sigue trabajando, afirmó, porque sabe que las personas necesitan señales de normalidad. “Quiero estar para que la gente me vea aquí”.

Pero, al igual que en tantos lugares, la tristeza permanece. Ámsterdam, una avenida verde típicamente bulliciosa, con gente corriendo y paseando a sus perros, ahora está llena de brillantes flores naranjas del Día de los Muertos. En el cercano Parque México, un laberinto lleno de árboles y senderos que algunos describen como los “pulmones” del vecindario, hay un altar lleno de flores para una mujer llamada Mar, que murió cerca de allí.

En un reciente día de otoño, mientras las hojas caían y volaban en el viento, Mónica Garibi, una abogada de 35 años que vive en Condesa, llevó a su madre, de visita desde fuera de la ciudad, a recorrer a pie algunos de los daños.

Las mujeres se quedaron sin aliento cuando vieron un edificio acordonado, peligrosamente inclinado hacia la calle. La tienda de ropa infantil y la de falafel, en la planta baja, estaban cerradas. Un somnoliento oficial de seguridad montaba guardia cerca, para evitar saqueos.

El edificio de apartamentos de Garibi, de tres pisos, estaba bien, pero la sede cercana de la organización sin fines de lucro donde ella trabaja resultó dañada. “Nadie quiere volver allí”, afirmó.

Algunos de sus amigos se están mudando a áreas alejadas del lecho del lago. Ella no sabía qué hacer. Cuando deba renovar su contrato de arrendamiento, en varios meses, decidirá si se muda. Por un lado, se siente más optimista sobre el vecindario. “El trauma se está yendo”, reconoció. “Todos los días me siento más tranquila”.

Aún así, tuvo momentos de nerviosismo y estuvo hipervigilante ante cualquier señal de un posible terremoto. Por ejemplo, cada vez que la tierra temblaba sólo cuando un camión pasaba cerca, se preguntaba si el horror volvería a suceder.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

Anuncio