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En política exterior, Trump dio una vuelta olímpica prematura

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El presidente Trump dio una vuelta olímpica anticipada por su diplomacia al estilo “Estados Unidos primero”, el martes 5 de febrero, cuando reclamó una serie de grandes victorias en sus prioridades de política exterior.

Algunas de sus afirmaciones fueron ciertas; en algunos casos, hasta cuidadosas y precisas. Otras fueron prematuras. Algunas fueron exageradas; otras incompletas.

Pero en conjunto, los trozos sobre política exterior del Estado de la Unión de Trump sonaron más a un discurso de campaña que a una explicación detallada de la diplomacia estadounidense.

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Algunos presidentes han utilizado el Estado de la Unión para construir un caso público para ir a la guerra: George W. Bush antes de la invasión de Irak en 2003, por ejemplo. Otros intentaron transmitir mensajes matizados en pos de sus prioridades diplomáticas; los discursos catedráticos de Barack Obama vienen a la mente.

Pero no Trump. Sus temas son familiares para todos los que siguieron la campaña de 2016: un Estados Unidos fuerte, con un ejército poderoso, sin miedo a mostrarse autoritario, pero también decidido a traer a las tropas estadounidenses de regreso de las “guerras sin fin”.

El presidente incluso notó que había “hecho campaña sobre las mismas promesas centrales”, incluida una política exterior que “ponga los intereses de Estados Unidos en primer lugar”. Cada uno de sus predecesores seguramente también diría que colocó los intereses de Estados Unidos en primer lugar, pero este presidente sugiere —y quizás cree— que el principio es solo suyo.

Incluso algunos críticos de la política exterior de Trump reconocen que obtuvo algunos logros y que inició negociaciones potencialmente prometedoras sin tropezar con una gran crisis.

Pero no ha convencido a la mayoría de los votantes de que su estilo impulsivo e intempestivo merece admiración.

Según una encuesta de CNN de este mes, los votantes le dan a Trump sus calificaciones más altas en cuanto a la administración de la economía, que ha ido en aumento: un índice de aprobación del 48%. Pero en política exterior, su aprobación fue de un anémico 40%.

Una encuesta más detallada realizada por el Chicago Council on Global Affairs encontró que la mayoría de los estadounidenses no están de acuerdo con algunas de las opiniones fundamentales de Trump sobre la política exterior. Conforme ese sondeo, el 68% no está de acuerdo con la decisión de Trump de retirarse del acuerdo de París sobre el cambio climático, y el 66% no coincide con su alejamiento del acuerdo nuclear de Obama con Irán.

Es poco probable que la política exterior sea el tema principal en la campaña de 2020. Sin embargo, es lo que algunos estrategas políticos llaman un “problema de umbral”; los votantes quieren que un candidato presidencial muestre al menos una competencia básica en asuntos internacionales. Y juzgan a un mandatario titular por sus logros y errores.

La noche del 5 de febrero Trump tuvo la oportunidad de defender su éxito y establecer lo que sus ayudantes describieron como su “visión”. Cualquier persona que haya revisado el texto en busca de sustancia halló múltiples argumentos, pero pocos matices.

Trump se felicitó a sí mismo por trasladar la Embajada de Estados Unidos en Israel a Jerusalén, aunque nunca mencionó su gran objetivo de forjar un acuerdo de paz entre Israel y los palestinos, un proyecto sobre el cual alguna vez pronunció: “No tan difícil como la gente ha creído”.

También se jactó de que, después de retirarse del acuerdo nuclear de Obama con Irán, ordenó “las sanciones más duras jamás impuestas a Irán”. Pero no sugirió cómo o cuándo las sanciones —que han dañado la economía de esa nación— llevarán a su objetivo aparente, una nueva ronda de negociaciones nucleares o un colapso del régimen en Teherán.

Si hubo una pieza central, esa fue la declaración de victoria de Trump en las guerras en Irak, Siria y Afganistán, y su reafirmación de que traerá a las tropas estadounidenses a casa tan pronto como sea posible, a pesar de las dudas de muchos de sus propios asistentes.

El mandatario afirmó que los estadounidenses han “luchado en Medio Oriente durante casi 19 años” (en realidad casi 18), y que Estados Unidos gastó más de $7 billones en esas guerras (una estimación muy inflada).

Su determinación de sacar a las tropas rápidamente plantea un problema político inusual: los líderes de ambos partidos no están de acuerdo con él. La semana pasada, el Senado aprobó una resolución advirtiendo contra el “retiro precipitado” tanto de Siria como de Afganistán, alegando que “podría poner en riesgo los logros obtenidos con esfuerzo y la seguridad nacional de Estados Unidos”. La medida fue aprobada por un voto bipartidista de 68 a 23. Su autor no fue otro que Mitch McConnell, el líder de la mayoría en el Senado.

Del mismo modo, los republicanos han mostrado rechazo cada vez que Trump sugiere suavizar las sanciones a Rusia, o cuestiona el compromiso de Estados Unidos con la alianza militar de la OTAN. Pero él sigue firme en sus posiciones.

La buena noticia para el presidente es que la política exterior también divide a los demócratas e independientes. El senador Bernie Sanders (I-Vermont), aliado con los demócratas, votó en contra de la resolución de McConnell y dijo que sonaba como un respaldo al status quo, incluso si ello puso a Sanders, por un momento, del mismo lado que el presidente.

Una seria libreta de calificaciones sobre la política exterior de Trump, es de esperar, entregaría una lista de temas incompletos. Las tropas aún no están en casa. Las negociaciones con Corea del Norte no han dado frutos duraderos; tampoco las sanciones sobre Irán. Las conversaciones de paz en Oriente Medio no han ido a ninguna parte, y los diálogos comerciales aún no han producido los beneficios prometidos para el trabajador estadounidense.

Esto es sólo la calificación de los dos años; Trump tiene tiempo para hacer más. Pero en el discurso del martes logró un objetivo práctico: expuso los temas de política exterior para su campaña de 2020.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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