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A medida que los baby boomers envejecen, el país entra en ‘un auge de muertes’; cómo las empresas pueden ayudar a sus empleados

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Bobbi y Daniel Manka se estaban acomodando en la cama después de una noche de baile cuando Daniel se puso de pie, se tomó el pecho y jadeó: “911”.

Así, Bobbi Manka perdió a quien fue su esposo durante 44 años; “un agujero en mi corazón que nunca será reemplazado”, siente.

Sin embargo, encontró consuelo donde no sabía que lo hallaría: en su empleo.

El duelo después de la muerte de un ser querido inevitablemente acompaña a las personas al trabajo, donde los empleadores y los colegas a menudo no están preparados para manejar la pena inmediata, o las oleadas de dolor que emboscan a los dolientes en momentos como los cumpleaños y las festividades.

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Algunas de estas limitaciones pueden estar vinculadas con políticas insuficientes en las licencias por duelo, pero a menudo lo que falla es la respuesta humana ante un colega que sufre.

“Nos hemos convertido en una sociedad que niega cada vez más la muerte”, explicó Amy Florian, directora ejecutiva de Corgenius, una organización con sede en Hoffman Estates, Illinois, que capacita a las empresas sobre cómo ayudar a clientes y empleados. “Y cuando no hablamos de eso, no sabemos cómo hacerlo bien; cómo acompañar a las personas en el dolor”.

Para Florian, los empleadores deberían ser sabios y prepararse para el impacto en los negocios de ese sufrimiento, a medida que los baby boomers, que permanecen en sus empleos por más tiempo, avanzan hacia el final de la vida.

“Nos espera un auge de muertes. Nos espera un auge de la demencia”, remarcó Florian, becaria en tanatología, el estudio de la muerte y el duelo. “Todas estas cosas van a suceder, pero las empresas no están preparadas para ello”.

Estar preparadas incluye comprender que las personas afligidas afrontarán el problema de manera diferente, y los empleadores deberán satisfacer sus necesidades únicas, expuso la especialista.

Casi el 90% de los empleadores afirman que ofrecen licencia pagada por duelo —generalmente tres días para un familiar inmediato—, pero eso no es suficiente para muchas personas, especialmente cuando el fallecimiento es repentino, dijo Florian.

Los empleadores deberían considerar políticas más generosas y expandirlas para adaptarse a las muertes más allá de la familia inmediata, ya que perder a una tía o un amigo puede ser igual de devastador si la relación fue cercana, explicó la experta.

Ninguna ley federal exige que los empleadores concedan a los trabajadores tiempo libre en caso de duelo.

Según Florian, los empleadores tampoco deben esperar que los empleados asolados por el dolor se desempeñen normalmente cuando regresan a sus tareas: pierden concentración, sus mentes están desorganizadas y pueden ser propensos a cometer errores. Algunos necesitarán apoyo adicional por un mes o dos una vez que vuelvan al trabajo, como horarios de trabajo flexibles, más descansos, expectativas limitadas y alguien que pueda detectar errores, con la seguridad de que sus evaluaciones de desempeño no se verán perjudicadas, remarcó.

Educar a los trabajadores sobre cómo apoyar mejor a un colega en duelo también puede ayudar. Muchas personas trastabillan torpemente mientras intentan expresar simpatía, o evitan el tema por completo porque no saben qué decir, detalló la especialista.

“Lo que a menudo es muy chocante para que la gente es que ‘lo siento mucho’ no es lo mejor que se puede decir cuando alguien muere”, aseguró. “El foco está mal, está quien reconforta y no en quien está de duelo”. Para Florian, es mejor preguntar acerca de la persona que murió, cómo era, cómo sucedió, asegurándose de usar su nombre, precisó. Si alguien no quiere hablar sobre el tema, cerrará la puerta a la conversación, dijo.

Manka, de 64 años, vive en la ciudad de Genoa, a unas 65 millas al noroeste de Chicago, y se sorprendió al descubrir con qué frecuencia la gente no le preguntaba cómo se sentía después de la muerte repentina de su esposo, de un ataque al corazón, ocurrida hace dos años.

“Temen que puedan desencadenar algo y que comiences a llorar”, narró. “Incluso si así fuese, sería algo bueno”.

Pero Manka, asistente administrativa en la oficina de ventas de Tyson Foods, en Elgin, se sorprendió gratamente de cómo sus colegas la apoyaron durante su crisis, a pesar de que había trabajado en esa empresa solo dos años para ese momento, y nadie de la oficina había conocido a su marido.

Su jefe y un colega no solo asistieron a la “celebración de la vida” en memoria de su esposo, sino que también se quedaron y conocieron a su familia, relató. Cuando terminaron sus tres días de licencia por duelo pero ella no podía volver al trabajo, se le concedió una semana extra, sin paga. Estaba ansiosa por regresar cuando lo hizo.

“Mi mundo había sufrido una sacudida tan fuerte que volver al empleo me ayudó, porque mi casa estaba muy vacía”, relató Manka. “El trabajo fue mi lugar seguro durante mucho tiempo”.

Mientras luchaba por adaptarse a su nueva realidad, Manka buscó asesoramiento en el programa de capellanía de Tyson, una red de 100 capellanes empleados por la compañía para ayudar a los trabajadores a superar los desafíos de la vida. Encontró consuelo en los versículos de la Biblia que le dieron, y los consejos sobre cómo ayudar a sus hijos a superar el dolor, mientras ella lidiaba con el suyo.

Los pequeños gestos de bondad en su oficina, compuesta por 12 personas, marcaron una gran diferencia, aseguró. En su primer cumpleaños después del fallecimiento de su marido, sus compañeros le dieron un gran pastel y una tarjeta, y le dijeron: “Queremos que sepas que eres parte de la familia”, narró Manka.

En el aniversario de su boda, o cuando algo despierta recuerdos, su jefe detecta un cambio en su estado de ánimo, y la insta a salir a caminar para aclarar su mente.

Tales cuestiones dan frutos a largo plazo, remarcó Florian. “Las personas que se sintieron tratados con compasión durante los momentos de dolor son increíblemente leales con su empleador”, aseveró.

En 2018, los duelos le costaron a los empleadores aproximadamente $113 mil millones en productividad reducida y errores en el trabajo, un cálculo que toma en cuenta no solo las muertes de seres queridos, sino también otras pérdidas traumáticas, como un divorcio o las ejecuciones hipotecarias, según el Grief Recovery Institute, una organización con sede en Bend, Oregon, que capacita a terapeutas y consejeros en procesos de duelo.

La estimación es superior a los $75 mil millones la última vez que la organización sin fines de lucro había lanzado su índice de duelo, en 2002, un aumento impulsado por la inflación y por la cambiante demografía de la fuerza laboral a medida que la población envejece, explicó el gerente de operaciones, Ed Owens.

Sin embargo, los empleadores rara vez son proactivos a la hora de abordar el dolor en el lugar de trabajo y, por lo general, buscan ayuda solo cuando un empleado ha fallecido y sus colegas necesitan apoyo, remarcó David Fireman, director ejecutivo del Center for Grief Recovery and Therapeutic Services, en Chicago. “Si fuera por mí, [el entrenamiento de duelo] sería un componente incorporado a la orientación de los empleados”, consideró Fireman.

GrieveWell, una organización sin fines de lucro ubicada en Ann Arbor, Michigan, que proporciona capacitación sobre el duelo a empleadores y apoyo entre pares para adultos, intenta elevar el perfil de la cuestión como un “problema tácito de salud pública”, que tiene consecuencias peligrosas si no se aborda, indicó Amy Milanovich, quien fue hasta hace poco la directora ejecutiva del grupo.

El dolor no resuelto, un término clínico que se refiere al luto intenso que persiste durante mucho tiempo e interfiere con el funcionamiento diario, está relacionado con un aumento de las enfermedades cardíacas, los accidentes cerebrovasculares y el cáncer, detalló.

Milanovich agregó que el lugar de trabajo se ha vuelto cada vez más importante como una fuente de apoyo, ya que las tradiciones comunitarias que solían rodear a los dolientes se redujeron ante la expectativa de volver a la ‘vida normal’.

ComPsych, una compañía que ofrece programas de asistencia a empleados a nivel nacional e internacional, detectó un aumento constante en las llamadas de consejería de crisis sobre el duelo, probablemente porque los empleadores están más conscientes de la necesidad de apoyo de salud mental, conforme la portavoz de la entidad, Jennifer Hudson. Según muestran los datos de la firma, los empleados mayores de 60 años son el grupo etario con mayor probabilidad de buscar ayuda por duelo.

Para Eric Freckman, un planificador financiero certificado en Palatine, un suburbio de Chicago, el entrenamiento para manejar el dolor en su empresa mejoró las relaciones con los clientes, que a menudo deben examinar cuentas bancarias e inversiones desconocidas cuando un cónyuge o padre de familia muere. Cada vez más, el dolor golpea incluso antes de un deceso, a medida que más personas viven más años pero con menores capacidades, indicó.

La gente tiende a tomar decisiones emocionales con respecto al dinero, especialmente cuando están de duelo, por lo cual se necesita empatía para guiarlos hacia lo mejor, destacó Freckman. “Hay una respuesta en Excel de lo que deberían hacer”, dijo. “Pero lograr que la gente realmente lo haga es muy difícil”.

Freckman solía estar “un poco aterrorizado” de hablar con los clientes sobre la muerte de sus seres queridos. Pero después de entrenar con Florian, en Corgenius, se siente cómodo entablando conversaciones sobre la pérdida —”¿Cómo se enteró?”, pregunta. “¿Cómo fue para usted?” “¿Hay llamadas telefónicas que podamos hacer por usted?”— y dejando el papeleo para reuniones posteriores.

Aproximadamente el 90% de los clientes quiere hablar, y la atención mostrada ayuda a consolidar la confianza, remarcó.

Lo simple puede hacer una gran diferencia, explicó Florian. Y lo sabe por experiencia. Florian tenía 25 años y un hijo de siete meses cuando su esposo, John, fue a una reunión de negocios y nunca regresó. El agente de seguros de granja murió cuando su auto fue embestido, en una carretera rural de Iowa, durante una noche de mal clima en febrero. “Sentí que mi futuro simplemente se había evaporado en un instante”, narró Florian. “Y nadie sabía qué decirme”.

En ese momento ella era una madre ama de casa, y sentía que “cada respiración era diferente” después de ese día, mientras se acostumbraba a la almohada vacía, el café para uno, y comprender que “cualquiera puede morir en cualquier momento”.

Se sentía sola y muchas personas evitaban hablarle de su esposo después del funeral. Ella estaba agradecida con los que lo hacían, especialmente cuando mencionaban su nombre. “Es tan reconfortante saber que la vida de John marcó una diferencia, que alguien más lo recuerda, además de mí”, explicó. “Que su muerte dejó un vacío en el mundo, no solo en mi vida”.

Florian notó varias formas en que el apoyo bien intencionado era insuficiente. Por ejemplo, le preguntaban si necesitaba algo, pero a ella le preocupaba ser una carga si aprovechaba esos ofrecimientos. Más útil, relató, era cuando la gente identificaba lo que debía hacerse y se ofrecía a hacerlo, como comprar comestibles, desmalezar el jardín o cuidar de su hijo.

Florian recuerda haber trabajado con un profesional financiero, que cambiaba de tema cuando ella comenzaba a llorar. Así que se impresionó cuando otro planificador financiero, en su primera reunión, miró su archivo y le dijo: “Veo que usted es viuda. Hábleme de John”.

Su experiencia la impulsó a obtener un título de posgrado en estudios pastorales y una certificación avanzada en consejería para duelos; durante 11 años impartió cursos ministeriales sobre muerte y duelo en la Universidad de Loyola.

Décadas después de la muerte de John, Florian se ha vuelto a casar y su tristeza convive con su alegría. Aún puede tener un ataque de llanto en el pasillo de la tienda de comestibles cuando escucha una canción determinada, pero eso está bien. “La clave de la curación no es olvidar”, aseguró. “La clave es recordar”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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