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Cómo probar comestibles de cannabis sin sentir que uno va a morir

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Una noche, a fines del año pasado, estaba en mi computadora, en casa, cuando escuché a una mujer gritar. Bueno, no solo gritaba; eran más como los alaridos de un asesinato sangriento.

Salí corriendo y descubrí que el ruido provenía de la casa de al lado. Entré y encontré a mi vecina en su habitación, quien alternaba entre acurrucarse en la cama, y luego encogerse gritando. Sus perros estaban agazapados.

La mujer había mordido un trozo de caramelo con cannabis, que contenía un total de 100 miligramos de THC. Probablemente había consumido entre 10 y 15 miligramos; una dosis estándar para usuarios experimentados es de alrededor de 10 miligramos, pero como dice un amigo experto en el tema, “el millaje individual puede variar”.

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Después de haber pasado los últimos años aprendiendo sobre el cannabis, sabía que no iba a morir. Pero ella estaba tan angustiada, que le sugerí a su esposo que llamara al 911.

“Como propietario de un negocio, hemos trabajado mucho con los años para evitar precisamente esos escenarios pesadillescos”, afirmó Kristi Knoblich, quien, junto con su esposo, Scott Palmer, son propietarios de Kiva Confections, una de las mayores compañías comestibles de cannabis en el estado. “Uno puede sentir que va a morir, pero no es así; no es una buena expresión para el marketing”.

A medida que California entra en el valiente y complejo mundo de la legalización del cannabis, es importante que los consumidores que eligen experimentar comprendan cómo evitar una situación como la de esta vecina. Los usuarios inexpertos que desean incursionar, especialmente con comestibles, deben buscar información y educarse. “La dosificación y el almacenamiento son dos áreas que debemos difundir”, consideró Knoblich.

La Oficina de Control de Cannabis del estado y el Departamento de Salud Pública crearon reglas y regulaciones para mantener la seguridad de los usuarios. Pero el público, obviamente, tiene la obligación de mantenerse a salvo también.

Las normas cubren todos los aspectos del proceso de fabricación, incluido el diseño del producto (los comestibles no se pueden empaquetar de una manera que sea atractiva para los niños, y el producto en sí mismo no debe lucir como un dulce para pequeños). Además, existen requisitos estrictos para el empaquetado a prueba de niños, que aumentan considerablemente el costo de cada artículo.

“La ‘resistencia infantil’ es un buen tema de conversación”, expresó Knoblich. “Suena genial en los papeles pero, honestamente, los padres deben guardar bien estos productos, al igual que las armas y el alcohol. El cannabis debe estar en un área que sea completamente inaccesible para los chicos”.

La nueva ley expone que una porción de un comestible puede contener no más de 10 miligramos de THC, el ingrediente psicoactivo del cannabis, y no más de 100 mg se permiten en un solo paquete de producto (el tamaño de una barra de chocolate segmentada).

Pero para usuarios inexpertos, 10 miligramos es probablemente demasiado.

Knoblich y su esposo son partidarios de las microdosis. Generalmente, una microdosis se define como una cantidad entre 2.5 y 5 miligramos de THC. “Es difícil explicar a la gente cuáles serán los efectos, pero trato de usar una analogía con el vino”, aseveró Knoblich, desde la sala de conferencias de su fábrica, en West Oakland, el mes pasado.

“Una microdosis de 2.5 miligramos puede ser como un vaso de vino para alguien, y 5 miligramos como dos vasos de vino. La parte frustrante del cannabis es que cada cantidad afecta a todos de manera diferente, por lo cual se corre el riesgo de no sentirla, y frustrarse. Allí es cuando la gente quieres consumir más, lo cual puede ser un error”.

Aunque un vaso de vino sube a la cabeza inmediatamente, sentir el efecto completo de un comestible puede tomar hasta dos horas. Así es como muchos se meten en problemas.

“No hay mucha investigación sobre cómo los factores externos afectan, pero la comida que haya en el estómago, el metabolismo y el alcohol pueden aumentar la intensidad de los efectos”, explicó Knoblich. “Dos horas es un tiempo realista para esperar y ver”.

Además, me permito una sugerencia: nunca comer brownies de marihuana caseros. Al hacerlo, no se tiene idea de cuánto THC se consume y uno puede terminar sintiendo que va a morir.

Un subproducto importante de la legalización ha sido el aumento dramático en el costo de hacer negocios con ella. Todos los empresarios de marihuana deben obtener licencias locales y estatales, que son caras.

También se han aplicado impuestos al cannabis en casi todos los puntos entre el cultivo y la venta minorista. Además de los cánones estatales, las ciudades y los condados pueden imponer los suyos propios. Oakland, por ejemplo, donde se encuentra Kiva, aplica un gravamen del 10% sobre los ingresos brutos, lo cual ha llevado a la empresa a buscar una ubicación en una ciudad con impuestos más bajos. Para mantener y atraer a los negocios de cannabis, Berkeley redujo recientemente su impuesto del 10% al 5%.

Para los consumidores, todos los gravámenes significan precios minoristas mucho más altos, incluso cuando el costo mayorista del cannabis en bruto se ha desplomado.

Uno de los productos más populares de Kiva, una pequeña lata redonda que contiene arándanos cubiertos de chocolate (cada baya contiene 5 miligramos de THC y puede cortarse fácilmente por la mitad) se vendía en 2017 por alrededor de $19. Este año, su precio se acerca a los $30. “La información más aguda que recibimos de un consumidor fue: ‘Si hubiera sabido que los precios iban a ser tan altos en el mercado regulado, no habría votado para legalizar el cannabis’”, narró Knoblich.

Finalmente, poco después de llamar al 911, llegaron los paramédicos. Por su comportamiento, pude ver que no había nada especial en esta “emergencia”.

Los signos vitales de mi vecina estaban bien, y se había calmado. Es más, rechazó la oferta de ser trasladada a la sala de emergencias. Pero uno de los paramédicos dijo algo que la molestó, y comenzó a gritar de nuevo, por lo cual la llevaron de todos modos. Después de algunas horas de observación, fue enviada a casa.

A la mañana siguiente, se sentía un poco avergonzada pero bien. Me dijo que había alucinado que su contratista estaba tratando de robar su casa, por debajo de sus pies.

Mientras le contaba la historia a Knoblich, me encontré riendo. “No quiero minimizar la gravedad de sentir que estás fuera de control”, afirmó ella. “Pero muchas personas narran situaciones parecidas, tal como tú lo hiciste: ‘Esto le pasó a mi vecino, fue algo absolutamente terrible’. Aunque al final de la historia, solo ríes un poco”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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