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Desde su taller en El Cairo, viste a bailarinas de la danza del vientre de todo el mundo

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Eman Zaki es a menudo llamada la Coco Chanel de la danza del vientre.

Si usted necesita un conjunto de malla con estampado de tigre con un sostén de diamante con incrustaciones de perlas falsas, ella lo puede hacer. Lo mismo ocurre con un vestido de sirena de cuero sintético elástico teñido de oro y fucsia con lentejuelas de color opalo.

Desde su taller en el segundo piso de un edificio de apartamentos de la década de 1930, a pocas cuadras del Nilo, trabajó con una de las estrellas más grandes de Egipto para ayudar a ser pionera en una innovación de realce de figura conocida en la industria como “el sostén Dina”.

El Raqs sharqi, o danza oriental, como se le llama a esta forma de arte centenaria en el mundo árabe, está renaciendo en su país de origen. Zaki, entre cuya clientela se encuentran leyendas egipcias como Lucy y Fifi Abdou, diseña ahora trajes para una nueva generación que ha llegado a dominar los peldaños más altos de la industria: los extranjeros que han hecho la peregrinación a El Cairo, el Broadway de la danza del vientre.

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“Ella sabe que es importante que el vestuario se adapte a tu personalidad y estilo, no sólo a la forma de tu cuerpo”, dijo Lorna Gow, que llegó aquí en 2006 y bailó profesionalmente durante una década antes de regresar a su natal Escocia.

Gow, que visita El Cairo varias veces al año para dirigir retiros de danza del vientre y dar clases particulares, ha sido dueña de más de 50 creaciones de Eman Zaki, incluyendo un bedlah, el clásico tartán de lana escocesa verde y amarilla de dos piezas y un número con un tema pop de los años sesenta inspirado en el emblemático tríptico de Marilyn Monroe de Andy Warhol.

Aunque gran parte de su negocio proviene del Internet, Zaki, de 60 años, prefiere concebir los vestuarios con los clientes en persona en su taller, ubicado en una cuadra exuberante sobre una sala de exhibición de motocicletas Suzuki. Después de subir una polvorienta escalera de mármol, los visitantes son conducidos a un salón iluminado tenuemente por un candelabro de beaux arts (un estilo arquitectónico que viene de París) donde los trabajadores entran y salen con vasos de té humeante

De voz suave, Zaki supervisa a 25 empleados, hombres y mujeres que se encargan de todo, desde las compras en los extensos zocos o mercadillos de El Cairo para telas hasta ir a comprar Marlboros para la jefa. Costureras ocupan habitaciones repletas de maniquíes de modistas y viejas máquinas de coser. Los cortadores y sastres básicos trabajan en otro edificio a una milla de distancia.

Muchos de los trabajadores de Zaki, como las bailarinas de danza del vientre que viste, han estado con ella durante años. Sin embargo, para garantizar la productividad, la diseñadora los vigila a través de un circuito cerrado de televisión desde su santuario interior, una acogedora habitación con un calentador de espacio enchufable y un espejo que llega al piso.

El brillante desorden de los restos de material cubre todas las superficies. Montañas de bolsas de plástico se derraman por aquí y allá para revelar una tira de sujetador con joyas o una borla de oro.

En una reciente noche de invierno, Zaki se sentó en un sofá Luis XIV cerca de dos ceniceros a medio llenar y una caja de medicina para el resfriado, fumando y charlando con su asistente de negocios, una ex actriz de televisión londinense que ahora se hace llamar Sarah Farouk.

Farouk hace la mayor parte de las relaciones públicas para Zaki, que prefiere quedarse en segundo plano, trabajando.

Era bien entrada la noche cuando Farah Nasri, una bailarina francesa de 29 años, entró por la puerta, dos horas tarde para una prueba de vestuario a las 5 de la tarde.

Envuelta en un suéter y calentadores negros, se disculpó por no haberse despertado con su alarma y se quejó de que no se había quitado el maquillaje en dos días. Con los empresarios saudíes en la ciudad durante las vacaciones de invierno, era la temporada alta de la danza del vientre.

Zaki y Farouk la escucharon con simpatía. Zaki envió por el té.

“Me gusta tu cabello”, comentó Farouk.

“¡Cambiaron mis extensiones!”, dijo Nasri, iluminándose mientras mostraba su larga y oscura melena. “Tuve una sesión de fotos a medianoche, y luego llegó la peluquera. ¡No he visto el sol en días!”.

“Necesitas tomar vitamina D”, dijo Farouk, sacando un cigarrillo de una caja.

Nasri comenzó su carrera de danza del vientre hace casi una década, cuando era estudiante universitaria en Londres, donde ya entonces “todo el mundo llevaba puesto Eman Zaki”.

En aquellos días, las bailarinas del circuito británico volaban a El Cairo una o dos veces al año y hacían sus pedidos para la temporada, y luego vendían o intercambiaban vestuarios entre ellas.

Las profesionales están encantadas de pagar $500 o más por uno de los trajes hechos a medida de Zaki, que no se rasgan o se deshacen en el escenario, la pesadilla de cualquier bailarina del vientre.

Pero Zaki también es conocida por hacer vestuarios gratis de vez en cuando, simplemente porque tiene una visión para una bailarina en particular o porque una de sus chicas tiene problemas de dinero.

“Ella entiende que tenemos períodos bajos y altos”, dijo Nasri, quien se mudó a El Cairo en 2014 y ha acumulado más de 60.000 seguidores en Instagram.

Con la ayuda de una asistente de estudio en un hijab con estampado de camuflaje, Nasri se vistió con un traje ajustado de color rosa intenso con motivos de casino y adornado con blasones, corazones, diamantes y picas en pedrería roja y negra. El taller de Zaki no tiene el tipo de clientela que requiere vestidores; los trabajadores varones se cuidan de llamar a la puerta antes de entrar.

Zaki, con una sudadera con capucha naranja descolorida y vaqueros, movió sus gafas de la cabeza a la cara y se paró al lado de Nasri, ambas en silencio inspeccionando su reflejo en el espejo gigante.

La diseñadora finalmente habló: “Si eres honesta contigo misma sobre tus fortalezas y debilidades, entonces siempre te ves bien, porque sabes qué mostrar y qué ocultar”.

Luego usó un marcador para dibujar un recorte asimétrico en el mono rosa que mostraría más del vientre de Nasri.

Un vestido de sirena que se probó a continuación se ajustó para mostrar más muslo a raíz de una queja de su manager de que el atuendo no mostraba suficiente piel.

Zaki sabe cómo hacer que una pierna parezca más larga con una ranura diagonal estratégicamente colocada, o cómo usar rosetas de encaje para hacer que el dorso parezca más curvilíneo.

Pero no es fanática de los vestuarios “casi desnudos”, como uno de otro diseñador de alta gama que hizo que arrestaran a una bailarina rusa en un elegante club nocturno de El Cairo la primavera pasada, y piensa que las faldas cortas no le quedan bien a nadie. Nunca ha olvidado el consejo de su madre: “Tienes que ser una princesa en el escenario”.

Durante la Segunda Guerra Mundial, su madre bailó en el legendario Madame Badia’s Cabaret de El Cairo, donde soldados británicos se mezclaron con espías alemanes. A Badia se le atribuye en gran medida el glamour de un baile folclórico egipcio local al añadir elementos de ballet y vestuarios de Hollywood.

Creó estrellas como Tahia Carioca, la “Marilyn Monroe árabe”, que se casó 14 veces y abofeteó al rey Faruk de Egipto cuando le tiró un cubo de hielo por el vestido.

Egipto, donde el Islam conservador siempre ha chocado con una cultura vivaz, ha tenido durante mucho tiempo una relación complicada con la danza del vientre.

“A los egipcios les encanta la música y el canto, y les encantan las bailarinas de danza del vientre”, dijo Sarah Farouk, que se mudó aquí hace 20 años tras quedar cautivada por el arte. “Pero nadie quiere que te cases con su hijo”.

La madre de Zaki dejó de actuar para criar a sus hijos. Pero transmitió su pasión a Zaki y a su hermana mayor, Hoda.

Como una tímida adolescente que creció en el majestuoso suburbio de Heliópolis, en El Cairo, Zaki recordó que “solía bailar para mí misma”, sola y en secreto.

Cuando comenzó a audicionar y a recorrer el creciente Golfo Árabe en la década de 1980, era difícil encontrar trajes fuera de El Cairo.

“Así que de vez en cuando”, dijo, “Cosería mis propios trajes”.

Zaki dejó de bailar durante dos años a finales de la década de 1980 durante un breve matrimonio con el propietario de un hotel de los Emiratos Árabes Unidos que, tras su separación, intentó destruir su regreso al escenario.

Fracasó. Lo que finalmente hizo que se saliera del negocio fueron las peleas y traiciones.

En 1989, durante una presentación en un resort de Alejandría, alguien se coló en su camerino y despedazó todos sus trajes. Zaki recuerda que la policía la interrogó airadamente ante el montón de tela, como si ella fuera la culpable.

“Me pregunté: ‘¿Realmente necesito esto?’”

Retirada del escenario, pasó la siguiente década más o menos dominando los oficios de cortar y coser, bordar y aplicar bisutería, acolchar y levantar. Tomó un curso de diseño de trajes de noche.

Al principio intentó hacer cojines y otros artículos para el hogar. Pero poco a poco se dio cuenta de que “la danza del vientre es a donde pertenezco”.

Su tienda abrió a finales de la década de 1990, justo cuando los inmigrantes egipcios estaban regresando de sus trabajos en Arabia Saudita, trayendo una nueva ola de puritanismo que continúa sofocando las artes, consiguiendo que novelistas, cantantes y cómicos caigan en la cárcel por delitos contra la moralidad. Incluso los besos en la pantalla están prohibidos.

En 2008, la revista Newsweek declaró a Dina Talaat Sayed, o Dina, como es conocida universalmente, “la última bailarina egipcia del vientre”.

La élite, en particular, rechazó la danza del vientre como algo vulgar y de clase baja. Afortunadamente para Zaki, el resto del mundo no estaba de acuerdo.

La forma de arte estaba explotando en Asia y Europa del Este, dando lugar a una nueva ola de artistas que soñaban con bailar en la capital de Egipto. El levantamiento de la primavera árabe de 2011 que puso fin a una dictadura de 30 años no hizo más que aumentar el atractivo.

Aunque la revuelta desencadenó una crisis económica que sumió a casi un tercio de los egipcios en la pobreza, también creó una oleada de orgullo nacional que estimuló una tendencia de moda callejera entre las clases altas. En los clubes nocturnos de alto nivel, es tan probable que los DJs estén tocando éxitos electro-shaabi en árabe como techno o hip-hop.

Y las bailarinas de danza del vientre son una vez más algo común en los cabarets de lujo y las bodas de lujo.

Incluso Dina sigue bailando. Ya en sus 50 años, la “Reina de El Cairo” se presenta todos los jueves en el Semiramis de cinco estrellas de El Cairo.

Pero las bailarinas extranjeras son el pilar del negocio de Zaki.

Soportó los tiempos difíciles de Egipto gracias a los pedidos al por mayor de las tiendas en línea de danza del vientre en Estados Unidos, donde vive su hermana y a veces contribuye con diseños, y a la página de Facebook Eman Zaki Golden Lotus.

Localmente, muchas estrellas vienen de Rusia, Gran Bretaña o Brasil. Con su conocimiento de las redes sociales y un estilo que es más rápido y más gimnástico que la lánguida sutileza de los egipcios clásicos, se presentan en bares con mayor frecuencia que en salones de baile.

Los veteranos de la comunidad de danza del vientre de El Cairo a menudo lamentan que la invasión extranjera corrompa una forma de arte local. Pero Zaki simplemente se encoge de hombros.

“En los vecindarios pobres, todavía se puede ver a las niñas bailando en las calles, incluso a las niñas con hijabs”, dijo. “Es parte de nuestra cultura”.

Para diseñar sus creaciones, Zaki se inspira en fuentes tan diversas como los vídeos de rap y el concurso Miss Universo.

Hay un puñado de otros diseñadores de vestuario de alto nivel en El Cairo, así como un sinnúmero de imitaciones listas para usar. En el histórico bazar Khan el Khalili de la ciudad, usted puede comprar un brillante conjunto por unos 100 dólares, menos de una quinta parte del precio de un traje Eman Zaki.

“Es como la diferencia entre ir a Gap o a Christian Dior”, dijo Amity Alize, una contadora estadounidense de 33 años que también dirige un estudio de danza del vientre llamado Raq-On en White River Junction, Vermont.

Cada dos años, viene a El Cairo “para ver las cosa en persona”. Llegó al estudio de Zaki en una tarde reciente con una de sus estudiantes, Alison Trow, una fisioterapeuta de 49 años que estaba visitando Egipto por primera vez.

Alize necesitaba algo relativamente modesto para dar espectáculos ocasionales en restaurantes griegos y armenios en la Nueva Inglaterra rural. De todos modos, explicó, prefiere mantener su figura “muy curvilínea” un tanto en secreto.

“Ese vestido que me hiciste la última vez tenía el mejor sostén”, le dijo a Zaki. “Sólo quiero usarlo todo el tiempo, porque realmente me queda bien”.

Desde su habitual silla en la esquina, Farouk comenzó a hablar con nostalgia sobre la “magia egipcia” de la ingeniería del sujetador en la era prequirúrgica. Ella proporcionó un flujo constante de historias, chistes y comentarios, mientras que Zaki dirigía silenciosamente a los asistentes y sostenía trozos de tela contra el cuerpo de las mujeres mientras se probaban y quitaban las muestras.

Alize finalmente se decidió por un largo vestido de gasa carmesí y un número de gasa con flecos negros y lentejuelas verdes y blancas que le dieron una onda de Elvis, pero también le recordaron a las divas egipcias de mediados de siglo que ella creció viendo en YouTube.

Para Trow, una pelirroja, la elección fue unánime: un traje verde bosque semitransparente y ajustado con recortes bordados en oro desde el hombro hasta el muslo.

Cuando se fueron, Farouk contó y recontó el grueso montón de dinero que acababan de darle, mientras que Zaki fumaba un cigarrillo.

Eran más de las nueve de la noche cuando finalmente salió a las calles de la milenaria ciudad, donde los carros tirados por asnos pasaban al lado de coches de lujo de último modelo y los vendedores de las tradicionales galabeyas vendían camotes a los hombres de negocios. En medio del tráfico y las contradicciones del Cairo moderno, Zaki se fue a casa.

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