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El enigma del privilegio entre los padres progresistas blancos

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Greg y Sarah viven en un vecindario predominantemente blanco y envían a sus hijos a una escuela privada igualmente blanca. “No quiero creer que somos hipócritas”, me dice Greg. “Pero si decimos que la diversidad es importante para nosotros y luego elegimos un lugar que no es diverso, tal vez lo somos”. Y luego mira a Sarah.

“No lo sé”, continúa, “creo que tomamos decisiones basadas en otras cosas que eran más importantes. Pero, ¿qué dice eso de nosotros?”

Durante dos años, realicé una investigación con 30 padres blancos con recursos y sus hijos en una área metropolitana en el Oeste Medio.

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Una y otra vez escuché comentarios como el de Greg que transmite una profunda ambivalencia: como padres progresistas, ¿es su responsabilidad primordial promover los valores sociales (equidad, igualdad de oportunidades y justicia social) o brindar a sus hijos todas las ventajas en la vida que sus recursos pueden brindar? Regularmente, los valores se pierden.

Los padres a los que entrevisté tenían conflicto en usar su estatus social para abogar por que sus hijos tengan el “mejor” maestro de matemáticas, porque sabían que otros niños se quedarían con el maestro de matemáticas “malo”.

Ellos sabían la injusticia en el aprovechamiento de las redes sociales para lograr que sus adolescentes obtuvieran pasantías de verano cuando sabían que los niños desfavorecidos eran quienes realmente necesitaban tales oportunidades.

Se sintieron culpables cuando protegieron a sus hijos de situaciones explícitamente racistas y polémicas porque entendieron que los niños de color no pueden escapar del racismo cuando lo desean. Aún así, esas fueron las elecciones que hicieron.

Los padres se sintieron atrapados en un dilema de privilegios: hay un conflicto inevitable entre ser un buen padre y ser un buen ciudadano. Estos dos principios no tienen que estar en tensión, por supuesto.

De hecho, muchos padres expresaron el deseo de alinear sus ideales con sus opciones de crianza. A pesar de ese sentimiento, cuando se trataba de sus propios hijos, el refrán común que escuché fue: “Me importa la justicia social, pero ... no quiero que mi hijo sea un conejillo de indias”.

En otras palabras, las cosas han estado funcionando bastante bien para los niños blancos con recursos, así que ¿por qué cambiarlo? Y así, los padres continúan tomando decisiones sobre dónde comprar una casa, qué escuela parece mejor o si el club de robótica o las clases de piano son una mejor actividad después de la escuela.

Sin embargo, esas elecciones tienen otras consecuencias: determinan lo que los niños piensan acerca de la raza, la desigualdad y los privilegios, mucho más de lo que los padres dicen (o no dicen).

Los niños llegan a sus propias conclusiones acerca de cómo funciona o debería funcionar la sociedad, en función de sus observaciones de su entorno social e interacciones con los demás, un proceso que la experta en estudios afroamericanos Erin Winkler denomina “aprendizaje racial integral” y de cómo los padres viven la vida de forma profunda.

Algunos niños en mi estudio, por ejemplo, llegaron a la conclusión de que “el racismo ha terminado” y que “hablar sobre la raza te hace racista”, el tipo de sentimientos que los sociólogos identifican como características clave para no ver el racismo. Estos eran niños que crecían en un entorno social suburbano casi exclusivamente blanco, fuera de la ciudad.

Los niños que vivían en la ciudad pero que asistían a escuelas privadas predominantemente blancas me dijeron que eran más inteligentes y mejores que sus compañeros de escuelas públicas.

También pensaron que era más probable que serían líderes en el futuro. Un niño dijo con orgullo “Mi escuela no es para todos”, una declaración que refleja cómo se había asumido en el mundo en relación con los demás

Y, sin embargo, otros niños blancos que viven en la ciudad concluyeron que el racismo “es un problema mucho más grande de lo que la gente cree... Los blancos no se dan cuenta... porque tienen miedo de hablar de eso”. Estos jóvenes hablaron apasionadamente sobre temas como la brecha de la riqueza racial y la discriminación. Observaron cómo las figuras autoritarias como maestros y policías, trataban a los niños de color de manera diferente. Hicieron más fácilmente amistades interraciales y en ocasiones trabajaron con sus compañeros para desafiar el racismo en su comunidad. Estos eran niños que fueron colocados en escuelas integradas racialmente y actividades extracurriculares guiadas por sus padres.

Aun así, incluso algunas de las acciones de esos padres reproducían las formas de desigualdad que rechazaban intelectualmente. Utilizaron conexiones para que sus hijos participaran en programas selectivos de verano o amenazaron con abandonar el sistema de escuelas públicas si sus hijos no recibían premios o cursos AP que ellos sabían que contribuían a los patrones de segregación.

Así que incluso cuando los padres promovieron a sus hijos la importancia de valorar la igualdad, modelaron los patrones para usar el privilegio y obtener lo que querían.

Los niños blancos absorbieron esto también; esperaban poder insertarse fácilmente por el mundo y desarrollaron estrategias para lograrlo.

Si son ricos, los padres blancos esperan criar hijos que rechacen la desigualdad racial, simplemente explicando que la justicia social es un valor importante que no servirá de nada.

En cambio, los padres deben confrontar cómo sus propias decisiones y comportamientos que reproducen patrones de privilegio. Deben abogar por el bienestar, la educación y la felicidad de todos los niños, no solo de los suyos.

Ser un buen padre no debe venir a expensas de ser o criar un buen ciudadano.

Si los padres blancos progresistas están realmente comprometidos con los valores que profesan, deberían considerar que ayudar a los propios hijos a salir adelante en la sociedad puede no ser un regalo tan importante como ayudar a crear una sociedad más justa para que puedan vivir en el futuro.

Margaret A. Hagerman es profesora de sociología en la Universidad Estatal de Mississippi y autora de “White Kids: Growing Up with Privilege in a Racial Divided America”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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