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¿Podría casarme con mi cita de Tinder después de menos de cuatro meses?

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“¿Dónde debería recogerte esta vez?”. Me envió un mensaje de texto, divertido, al menos así lo indicaban los múltiples emoticones que lo acompañaban.

“Echo Park”, respondí.

“Podría haber jurado que iba a ser Los Feliz o Silver Lake”.

“Los Feliz fue la semana pasada, Silver Lake será la próxima. Te lo dije, soy imprevisible”, le recordé.

Y por el momento, realmente lo era.

¿Quién hubiera pensado que dos meses antes todavía pasaba mis días confinada a un escritorio, desperdiciando mi vigésimo noveno año en un trabajo desalmado en el sur de Polonia?

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Avancemos rápido. Allí estaba yo, una viajera de tiempo completo que ocasionalmente trabajaba de forma independiente mientras viajaba.

Pasé de viajar y hospedarme por todo Estados Unidos a quedarme exclusivamente en Los Ángeles. Estaba pasando el mejor momento de mi vida.

Todo era emocionante y nuevo para mí.

Como turista, me maravillé con el océano, el cielo azul y la famosa luz del sol de Los Ángeles.

Como aspirante a guionista, lloré de alegría mientras ponía los pies en la sede de la WGA (Writers Guild of America) en Fairfax Avenue y 3rd Street, como si estuviera entrando en el templo más sagrado.

Y luego estaba el joven y apuesto músico que nunca sabía dónde recogerme porque cambiaba de casa cada semana.

Eso era porque quería ver la mayor cantidad posible de la ciudad. Después de todo, solo me quedaban cuatro meses para seguir viajando.

Él lo sabía, y yo lo sabía.

Pero cuando ambos deslizamos el dedo hacia la derecha sobre la foto de cada uno esa primera noche, él seguía felizmente inconsciente de que mi plan era viajar y permanecer en Estados Unidos por un tiempo, y eventualmente irme a casa.

Así que cuando le revelé mis planes en nuestra primera cita (brunch en el Blue Daisy Cafe de Santa Mónica), se sorprendió un poco, pero aún así dejó una puerta abierta para que volviéramos a vernos.

“Oye, fue grandioso hablar hoy. Si quieres pasar un rato o hacer algo divertido mientras estás aquí, no dudes en llamarme. Mi número es...”, escribió en un mensaje después de la cita.

“Oye, lo mismo aquí”, respondí. “Pero si quieres pasar un rato otra vez, tendrás que llamarme tú mismo. Soy algo anticuada. Mi número es... ¡Úsalo sabiamente!”, le advertí.

Esto estableció el tono para todas nuestras interacciones. David fue atento y me cortejó como un verdadero caballero. Hubo flores, regalos y muchas risas, así como citas románticas en el Observatorio Griffith, viajes a Manhattan Beach, y caminatas en el Grove.

Pronto, sentí que mi corazón latía más fuerte cada vez que lo veía.

A pesar de que ambos somos “millennials”, acostumbrados a aventuras transitorias con poco compromiso, algo nos atrajo el uno al otro de una manera que no fue ni transitoria ni evasiva.

“Pero ¿cómo podría ser esto?”, me pregunté a mí misma. Durante años, nunca pude encontrar a alguien que realmente me gustara.

Y luego allí estaba, en este extraño estado de incomodidad, sin nada planeado, sin planes definidos, un océano lejos de mis amigos y familiares, y ... locamente enamorada.

¿Fue el colmo de la ironía? Unas semanas antes de mi partida prevista de LAX, le dije a David que estaba a punto de comprar mi boleto de avión. “Sabes”, dijo, “también hay otra opción”.

Y no solo se refería a una relación a larga distancia. Fue entonces cuando surgió la posibilidad del matrimonio.

“Esa es la única forma en que podríamos estar juntos todo el tiempo sin tener que preocuparnos por las visas” y otros documentos, dijo David. “Podríamos comenzar una vida juntos”.

Estaba asombrada y un poco desorientada. ¿Matrimonio? ¿Después de menos de cuatro meses?

Mi mente inmediatamente se concentró en lo que iba a dejar atrás, incluidos mis padres. El hecho de que soy hija única definitivamente no facilitó las cosas.

Luego, estaban mis amigas, muchas de las cuales he estado cerca desde la preparatoria, y mi carrera. La idea de empezar de nuevo en un país distinto es intimidante.

¿Y si decidiera quedarme? ¿Estaba lista para asentarme? ¿Nunca besar a otro hombre otra vez? ¿Acaso estábamos en la fase de luna de miel en la que no veíamos claramente?

Estas preguntas me persiguieron por días: estaba realmente feliz con él. La idea de volver a Polonia se hizo demasiado dolorosa de considerar. Era el caso clásico de “ocurrirá cuando no lo estés esperando”. Y si había algo que había aprendido a estas alturas, era que salir de tu zona de confort a veces puede llevar a cosas increíbles y hermosas.

Nos casamos en el juzgado de Beverly Hills. Sus padres volaron para acompañarnos en la boda, y mi padre también. Fuimos solo nosotros cinco, en un día hermoso y soleado. Después de intercambiar nuestros votos, fuimos a Malibú a cenar. Fue simple y poco ceremonioso, y no lo habría hecho de otra manera.

Hoy, Los Ángeles ya no es un sueño o un capricho. David y yo nos hemos acomodado en un hogar en West L.A. Ahora, cuando sale y me pregunta dónde debería recogerme, la mayoría de las veces respondo: en casa.

La autora es escritora en Los Ángeles.

L.A. Affairs narra la escena actual de citas en Los Ángeles y sus alrededores.

Si quiere leer este artículo en inglés, haga clic aquí.

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