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Localizan 30 caballos quemados en el incendio de Sylmar

Amid the charred landscape off Little Tujunga Canyon Road in Sylmar on Wednesday stood what remained of Rancho Padilla, where nearly 30 horses died in the Creek fire. (Irfan Khan / Los Angeles Times)

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En medio del paisaje carbonizado de Little Tujunga Canyon Road en Sylmar, se encontraron los restos carbonizados de 30 caballos que murieron en el Rancho Padilla.

La familia Padilla estuvo allí el miércoles por la mañana, inspeccionando el rancho que su padre construyó hace más de 20 años. Contemplaron sombríamente los cadáveres de los caballos.

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La familia, que vive en la colina del rancho, despertó el martes con las llamas muy cerca de ellos. Un camión de bomberos llegó y les dijo que se fueran.

“Todo lo que podía pensar era en los caballos, los caballos y los caballos. Y decían, ‘salgan, salgan, salgan’”, dijo Patricia Padilla, cuya familia es dueña del rancho. “Las estructuras pueden reconstruirse, pero la vida de los caballos no. ... Esa era mi mayor angustia”.

El rancho tenía más de 60 caballos albergados allí, dijo Virginia Padilla, la hermana mayor de Patricia. De acuerdo a sus cálculos, por lo menos 29 caballos murieron.

La familia mantenía una relación muy cercana con cada propietario, a quienes tendrían que llamar para decirles las malas noticias y ofrecer sus condolencias.

El miércoles por la mañana, el olor del fuego flotaba en el aire y se mezclaba con el olor a cadáveres quemados. Herraduras ennegrecidas y restos de sangre cubrían las caballerizas mientras un denso silencio cubría el rancho. La quietud se rompió solo ocasionalmente por los relinchos de un caballo que había sobrevivido y el canto de un gallo.

El miércoles por la mañana Shelby Hope trajo a Oscar Martínez, propietario de un caballo y a otras personas, para ver si los caballos habían sobrevivido y ver cómo podía ayudar en algo. Ella ha venido al rancho durante cinco años, para asistir a rodeos y convivir con sus amigos.

“Duele mucho porque estos caballos son como de la familia”, dijo Hope mientras permanecía de pie cerca de los cuerpos. “No son solo caballos, son caballos que conocemos, que nos hemos hecho muy cercanos”.

“¿Recuerdas el caballo blanco que solíamos montar?”, le preguntó Martínez a Hope, señalando los restos calcinados de un animal.

Martínez pasó por cada caballeriza, con lágrimas en los ojos, mientras identificaba cada cuerpo. Ahí vio a Selena, una potrilla y su madre, ambas totalmente calcinados.

Más abajo, en la caballeriza 40, Martínez montó a su caballo, Chikilin. Él recibió la llamada de un amigo a las 5 a.m. del martes, diciéndole que el rancho se estaba quemando.

Para cuando llegó Martínez, todo estaba en llamas. El fuego lo obligó a retroceder, y temió lo peor: que su caballo hubiera muerto. Luego vio a su amigo corriendo, alejando a Chikilin del rancho. “Estaba llorando”, relató Martínez el miércoles.

La tristeza por las pérdidas invadió a la familia Padilla. El comedor, ahora quemado, es donde Patricia Padilla había celebrado su cumpleaños 25 el sábado pasado. Más arriba estaba la arena donde celebraban eventos, como el que estaba planeado para este domingo en honor de la Virgen de Guadalupe. Habían invitado a los dueños de los caballos a venir a comer gratis, a escuchar misa y a montar.

La familia ha tenido el rancho durante 26 años y ha visto las montañas a su alrededor incendiarse varias veces.

“Siempre hemos tenido incendios, y siempre habíamos pensado ‘todo va a estar bien’”, dijo Virginia.

Uno de los caballos de Virginia está en el hospital, y otro, junto con el caballo de su hermana, Scar, están bien. Aun así, ellos sienten mucha pena por los caballos que murieron. Cuando Patricia vio los numerosos caballos que habían muerto, recordó a tanta gente que venía con frecuencia a montar y relajarse junto a sus caballos.

Su padre construyó el rancho principalmente para sus hijos porque practican la equitación, dijo Patricia.

“Honestamente, parece que perdimos una gran parte de nuestra familia”, dijo. “Ver que todo se fue es desgarrador”.

A medida que la familia Padilla hizo un balance de la pérdida, Hope, de 20 años, ayudó como pudo, cargando un remolque que había traído con un caballo y un burro que había sobrevivido.

Ella trató de regresar para ayudar a sacar un potrillo.

Después de pasar el peligro, acariciándolo en la melena le dijo: “Lo hiciste amigo”.

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