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La visión autoritaria de Trump

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De pie frente a la multitud en la Convención Nacional Republicana, el verano pasado, Donald Trump se quejó de cómo los intereses especiales habían manipulado la política y la economía del país, convirtiendo a los estadounidenses en víctimas de tratos comerciales injustos, de burócratas incompetentes y de líderes inexpertos.

El por entonces candidato declaró que se había lanzado a la política para subvertir a los poderosos y rescatar a quienes no podían defenderse por sí mismos. “Nadie conoce el sistema mejor que yo, por lo tanto, yo solo puedo solucionarlo”.

Para los seguidores de Trump, esas palabras fueron un grito unificador. No obstante, sus críticos escucharon en ellas algo mucho más amenazante: una visión peligrosamente autoritaria de la presidencia, que surgiría una y otra vez mientras el candidato hablaba de derrocar generales, desatender el derecho internacional, ordenar a los soldados cometer crímenes de guerra y encarcelar a su oponente.

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Trump no tiene experiencia en política; nunca antes había ocupado un cargo público ni una posición de gobierno. Por lo tanto, quizás desconocía que uno de los rasgos distintivos del sistema de gobierno estadounidense es que el poder del presidente para “arreglar” las cosas unilateralmente está restringido por una serie de fuertes instituciones -incluidas las cortes, los medios, la permanente burocracia federal y el Congreso-. Combinadas, éstas proveen una defensa clave contra una presidencia imperial.

Sin embargo, en sus primeras semanas en la Casa Blanca, el presidente Trump ya ha tratado de socavar muchas de estas instituciones. Aquellos que han mostrado la temeridad de lanzar un obstáculo en su camino han sentido rápidamente la presión.

Consideremos la disputa de Trump con los tribunales. El mandatario ha cuestionado repetidamente la imparcialidad y las razones ocultas de los jueces. Por ejemplo, atacó a los juristas que se pronunciaron contra su orden ejecutiva para excluir a viajeros de siete naciones mayormente musulmanas al llamar a uno de ellos ‘un supuesto juez’, y tuitear más tarde:

No puedo creer que un juez ponga a nuestro país en semejante peligro. Si sucede algo, cúlpenlo a él y al sistema judicial. La gente sigue entrando. ¡Muy mal!

— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) 5 de febrero de 2017

No es nada nuevo que los presidentes no estén de acuerdo con las decisiones judiciales. Pero los ataques directos y personales de Trump a la integridad de los magistrados y a la legitimidad del sistema judicial mismo -y su irresponsable sugerencia de que el poder judicial es responsable por futuros ataques terroristas- van más allá. Su objetivo es socavar la fe pública en la tercera rama del gobierno.

Los tribunales son la última línea de defensa para la Constitución y el estado de derecho; eso es lo que los hace tan poderosos contra un líder autoritario. El presidente de los Estados Unidos debería

comprender y respetar esto.

Otras instituciones bajo ataque son:

1 El proceso electoral. Frente a los resultados de las elecciones certificadas, que demuestran que Hillary Clinton superó al republicano por casi tres millones de votos, Trump repitió la afirmación sin fundamento -y probablemente alocada- de que los partidarios de la demócrata habían embaucado a los centros de votación locales con millones de sufragios fraudulentos. En una democracia, el derecho a votar es el único control que las propias personas tienen sobre sus líderes; sembrar la desconfianza en las elecciones es el tipo de cosas que los líderes hacen cuando no quieren que se controle su poder.

2 La comunidad de inteligencia. Tras la publicación de informes según los cuales la Agencia Central de Inteligencia (CIA) creía que Rusia había intentado ayudar a Trump a ganar las elecciones, el equipo de transición presidencial respondió: “Esta es la misma gente que dijo que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva”. Se trató de una respuesta sarcástica, despectiva y con intención de desautorizar, y la administración continuó menospreciando a la comunidad de inteligencia y cuestionando sus razones desde entonces, al mismo tiempo que se filtran historias sobre posibles recortes y reestructuraciones de sus filas. Es extraño ver que Trump sigue peleando públicamente con esta parte del gobierno -cuyos líderes ha nombrado él mismo- como si todavía fuera un candidato externo peleando contra el sistema. Es inquietante también dado el crucial papel de los servicios en la protección del país contra riesgos ocultos, en la ayuda a los militares estadounidenses y a las propias decisiones de Trump.

3 Los medios de comunicación. Trump ha criticado a los principales medios de comunicación por publicar artículos que muestran sus aspectos desfavorables, alegando que inventan narrativas basadas en fuentes anónimas ficticias. En febrero pasado, el mandatario afirmó que los medios con “noticias falsas nunca representarán a la gente”, y agregó ominosamente: “Y vamos a hacer algo al respecto”. Su meta parece ser reducir el control natural de los medios haciendo dudar a la opinión pública de cualquier cobertura que lo acuse de una equivocación o de abuso de poder.

4 Agencias federales. Además de pedir el recorte de hasta un 30% en los presupuestos de las agencias, Trump nombró una serie de secretarios del gabinete que son hostiles a la mayoría de las misiones de las agencias y de las leyes que deben hacer cumplir. También propuso profundos cortes en los programas federales de investigación, particularmente en aquellos relacionados con el cambio climático. Es más fácil argumentar que el cambio climático no es real cuando ya no se recopilan los datos que lo documentan.

De alguna manera, Trump representa una culminación de tendencias que han estado cocinándose por años. Los presentadores de programas de radio conservadores han criticado largamente a los jueces federales, tildándolos de “activistas”, y a los reguladores como entrometidos en la economía, mientras potenciaban el mito del fraude electoral desenfrenado. Y el estancamiento en Washington ha llevado a los presidentes anteriores a intentar nuevas maneras de eludir los controles de su poder, como el uso que hizo el presidente George W. Bush de la firma de declaraciones para invalidar partes de leyes aprobadas por el Congreso, y el excesivo uso del presidente Obama de las órdenes ejecutivas cuando los legisladores se oponían a sus propuestas.

Sin embargo, lo que es particularmente amenazador sobre el enfoque de Trump es cuántos frentes ha abierto en esta lucha por el poder y la vehemencia con la que pretende socavar las instituciones que no están alineadas.

Una cosa es quejarse acerca de una decisión judicial o discutir por menos regulaciones, pero en la medida en que Trump debilita la confianza pública en las instituciones esenciales, como los tribunales y los medios de comunicación, socava también la fe en la democracia y en el sistema y los procesos que lo hacen funcionar.

Trump no traiciona ningún sentido para el lugar del presidente entre la miríada de instituciones en el continuo del gobierno. Parece dispuesto a violar las normas políticas establecidas de antemano sin dudar un momento, y rechaza cabalmente la civilidad y la deferencia que permiten que el sistema funcione sin problemas. Se ve a sí mismo no sólo como una fuerza para el cambio, sino como una bola de demolición.

¿Actuará el Congreso como un control de los peores impulsos del mandatario a medida que éste avance? Una prueba es la investigación de los comités de inteligencia de la Cámara y el Senado sobre la intromisión de Rusia en las elecciones presidenciales; los legisladores necesitan reunir el coraje para seguir el rastro, donde quiera que éste conduzca. ¿Podrán los tribunales hacerle frente a Trump? Ya varios jueces federales han emitido sentencias contra la prohibición de viajar firmada por el presidente y, aunque Trump ha despotricado, las ha obedecido.

Ninguna de estas instituciones está deseosa de ceder autoridad a la Casa Blanca, y no lo harán sin una pelea. Sería poco realista sugerir que las organizaciones democráticas más fundamentales de los Estados Unidos están en peligro inminente. Pero tampoco debemos considerarlas invulnerables. Recordemos que los ataques verbales del presidente están dirigidos al público, diseñados para eliminar la confianza de las personas en estas instituciones, y privarlas de su validez. Cuando surja una disputa, ¿cuáles son las acciones que usted considerará legítimas? ¿A quién le creerá? Es por ello que la opinión pública debe ser cautelosa con los ataques de Trump a los tribunales, el “estado profundo”, la “ciénaga”. No podemos darnos el lujo de que se nos haga perder la fe en las fuerzas que nos protegen de una presidencia imperial.

Esta es la tercera entrega de una serie.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta historia en inglés haga clic aquí

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