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Mientras el clima del Sur de California sigue su camino inexorable hacia el frío, la cartelera mantiene los trámites en movimiento con el estreno de una superproducción hollywoodense relacionada a una icónica saga y de dos trabajos mucho más independientes que saltan a la vista debido a sus méritos artísticos.
TRON: ARES
Director: Joachim Rønning
Reparto: Jared Leto, Greta Lee, Evan Peters
Género: Ciencia ficción / Acción
La tercera entrega de la saga de Tron, lanzada 43 años después de la emblemática cinta inicial y 15 años después de su intrascendente secuela, es una aventura de grandes dimensiones, con marcados homenajes al título original y diversas alusiones a otros clásicos del género que, sin ser una obra mayor, se defiende finalmente debido a su espectacularidad, su capacidad de entretenimiento y su impresionante diseño visual.
No esperábamos más de una franquicia que nunca nos entusiasmó del todo; de hecho, cuando vimos la película de 1982, siendo todavía niños, quedamos decepcionados por su manejo de los efectos especiales, sin saber entonces que se trataba de una de las primeras producciones en emplear CGI, es decir, una modalidad con la que hemos tenido problemas a lo largo de los años.
En realidad, el mismo filme nos gusta mucho más en la actualidad, y hemos terminado seducidos por su peculiar estilo visual, cimentado en la brillante labor del legendario autor francés Mœbius en las áreas de diseño. Pero la historia de Steven Lisberger (también director) no ha dejado de ser lo inconsistente y lo absurda que era con el paso del tiempo, por lo que cualquier mejoría narrativa que se le haga tiene que ser bienvenida.
En ese sentido, el guión de “Tron: Aries”, firmado por el poco conocido Jesse Wigutow, no rompe el molde y cae frecuentemente en el incómodo método de las explicaciones verbales excesivas, pero logra mantener fidelidad a la creación de Steven Lisberger e introducir a la vez comentarios pertinentes sobre el estado actual de la Inteligencia Artificial, aunque, al hacerlo, incurra ocasionalmente en referencias poco originales a la saga de Terminator.
Aquí, el relato se traslada al presente para presentarnos a Eve Kim (Greta Lee), presidente de ENCOM -la compañía cibernética en la que surgió Kevin Flynn, el héroe fundacional interpretado por Jeff Bridges-, quien termina estableciendo una inesperada relación con Ares (Jared Leto), un sofisticado programa creado por el ambicioso Julian Dillinger (Evan Peters) para rendirle obediencia ciega, pero que, tras adquirir aparentemente conciencia, decide rebelarse.
La producción de la tercera entrega de la franquicia Tron acaba de reanudarse con la elección del cineasta Garth Davis como el director del proyecto, que será protagonizado por el actor Jared Leto.
El simple hecho de colocar a una mujer asiática (Lee es de ascendencia coreana) en un papel principal y además positivo hace que la cinta se distinga de otras dentro de la misma categoría, y lo cierto es que la excelente actriz de “Past Lives” (2012) logra imprimirle un sentido de autenticidad a un rol que se encuentra más desarrollado de lo que podría haberse esperado.
Sucede lo mismo con Leto, quien, por fortuna, se aleja de sus excesos habituales para darle vida a un personaje de emociones restringidas que adquiere poco a poco un discreto sentido del humor y un interesante gusto por Depeche Mode.
Pero lo que realmente hace que valga la pena ver “Tron: Ares” en una pantalla de IMAX -y, si se puede, en la versión en 3D que también se ofrece, como lo hicimos nosotros- es la contundencia de un estilo visual que puede resultar apabullante, pero que no deja de maravillar, mientras echa mano de tecnologías de avanzada y deja espacio para la realización de un tributo al estilo ‘clásico’ que no pasará desapercibido. En ese sentido, hay que reconocer la eficacia del director noruego Joachim Rønning, quien se habia encargado previamente de “Kon-Tiki” (2012) y “Pirates of the Caribbean: Dead Men Tell No Tales” (2017).
Merece un punto aparte la banda sonora, encomendada a un Trent Reznor y a un Atticus Ross que habían trabajado bajo esos nombres en varias producciones de renombre, pero que asumen por primera vez el rótulo de Nine Inch Nails para un trabajo de esta clase con la finalidad de elaborar tanto segmentos de vibrante tendencia industrial como canciones inéditas. Por ese lado, el gozo es completo.
Claro que, debido a su falta de profundidad en lo que respecta a los temas relevantes que toca, la cinta termina siendo un producto que no deja mucho espacio para las conversaciones posteriores y que no adquirirá un carácter duradero. Pero es también un estreno particularmente efectivo para una época de otoño que se caracteriza por su falta de sorpresas.
KISS OF THE SPIDER WOMAN
Director: Bill Condon
Reparto: Jennifer Lopez, Diego Luna, Tonatiuh
Genero: Drama musical
Dejar de comparar esta nueva película con trabajos previos es prácticamente imposible, porque se trata de un filme musical que tomó como base un musical teatral de los ‘90 que se encontraba a su vez basado en un libro de los ‘70 que fue llevado ya a la pantalla grande de manera exitosa en 1985.
En todo caso, el primer filme, que sigue siendo un trabajo impecable, y que se sostenía en actuaciones especialmente notables de William Hurt y Raul Julia, es una referencia tan ineludible que podría llevar a pensar en la inutilidad de realizar una nueva adaptación del título original de Manuel Puig, aunque se podrá siempre decir que a Hurt (ganador del Oscar por este papel) se le encomendó un papel que debió corresponder un intérprete realmente gay, es decir, una “falta” que la presente versión subsana.
Y es que la adaptación que se acaba de estrenar encuentra el personaje en manos de un intérprete abiertamente ‘queer’, Tonatiuh (“Vida”), quien le otorga su mayor sentido de existencia a la película no por su identidad sexual, sino por su sensible aproximación al rol del reo Luis Molina, incluso cuando se considera que el trabajo cuenta con dos talentos mucho más conocidos y reconocidos a nivel mundial: el mexicano Diego Luna, quien interpreta a Valentin Arregui, prisionero político y compañero de encierro de Molina, y la ‘nuyorican’ Jennifer Lopez, quien se pone en la piel de Ingrid Luna, la diva del pasado que es idolatrada por el mismo Molina.
Alejándose del carácter epistolar del libro de Puig, recortando la amplitud de su relato (como lo hizo la cinta original) y recuperando su locación original (la Argentina de la era militar, que en el filme de Hector Babenco se convertía en Brasil), la edición 2025 de “Kiss of the Spider Woman” se inicia en la celda de Molina y Arregui.
Pero se abre de pronto a escenarios mucho más amplios gracias a las numerosas escenas en las que Molina narra ante Arregui las incidencias de una supuesta película musical de los ‘50, y que le dan no solo paso a la participación de Luna y de Tonatiuh en papeles adicionales ‘de época’, sino también -y sobre todo- a la siempre impresionante J.Lo.
Lopez tiene una presencia tan notoria, y hace las cosas tan bien en lo que respecta al baile, que termina robándose la atención cada vez que aparece, cuando los personajes que encarna (porque terminan siendo tres) son más simbólicos que otra cosa.
Sin embargo, estas mismas secuencias le dan una razón adicional de existencia a la película de Bill Condon (“Chicago”), además de ofrecer a los admiradores del protagonista de “Andor” la oportunidad de verlo cantando y participando en vistosas coreografías que incorporan elementos de la salsa y de otros estilos latinos pero que, en lo que respecta al plano de las canciones, no alcanzan nunca niveles memorables.
En muchos sentidos, la puesta en escena de esta adaptación es mucho más ambiciosa que la del primer filme; pero, curiosamente, no convence tanto en lo que respecta a los momentos más íntimos.
Finalmente, la película de Condon trata de hermanar tendencias dramáticas que no van necesariamente de la mano, y por ello mismo, no tiene la capacidad de emocionarnos como lo hizo su antecesora. O quizás se trate simplemente de que, al igual que Arregui, no contamos con la sensibilidad suficiente para gozar de los musicales.
IF I HAD LEGS I’D KICK YOU
Directora: Mary Bronstein
Reparto: Rose Byrne, Conan O’Brien, Danielle Macdonald
Género: Drama psicológico
Habíamos leído ya que esta película era particularmente intensa, y cuando nos enteramos de su título, pensamos que la protagonista Rose Byrne (“Neighbors”, “Insidious”) interpretaba en ella a una mujer discapacitada que se encontraba envuelta en alguna situación complicada.
Fue un error, claro; debimos haberle dejado espacio a la capacidad simbólica de una cinta que emplea la metáfora para convertirse en uno de los estrenos más estremecedores del año.
Y ser, de paso, un vehículo perfecto para el lucimiento de Byrne, una actriz particularmente versátil que, en este caso, echa mano de todo su arsenal para interpretar un rol que es a la vez hilarante, aterrador, sorprendente y desgarrador, aunque se trate en apariencia de una terapista profesional con herramientas suficientes para enfrentarse a la enfermedad crónica de su pequeña hija y a las largas ausencias de su esposo.
Recurriendo a una hábil estrategia de perspectiva, la directora y guionista Mary Bronstein (“Yeast”) saca casi completamente de escena en el plano visual no solo al marido, Charles -pese a que este es interpretado por el conocido Christian Slater-, sino también a la hija, Linda -pese a que las voces de los dos tienen una presencia importante en el relato y a que el cuerpo de la niña (interpretada por Delaney Quinn) se presenta en más de una ocasión, convirtiéndose incluso en el blanco de una escena grotesca-.
Se trata de un distanciamiento que, curiosamente, no afecta a los demás personajes, incluyendo al otro terapista de la historia, un tipo sin nombre que es especialmente antipático y que es interpretado por un Conan O’Brien completamente fuera de su zona de confort.
En todo caso, estas decisiones estéticas (sumadas al empleo masivo de planos cerrados en la primera parte del filme) sirven para resaltar a Linda, el atormentado personaje de Byrne, y para otorgarle intensidad al vía crucis que esta tiene que atravesar, marcado por un estrés comprensible que la lleva a alejarse cada vez más de la realidad y que, en ciertos momentos, adquiere unos tintes alucinógenos similares a los que se puede esperar en una obra de David Lynch.
Pese a Linda se encuentra normalmente fuera de sus casillas y a que trata de controlar la ansiedad fumando marihuana y bebiendo vino directamente de la botella (¿no harías lo mismo si se hubiera desplomado el techo de tu casa, como pasa literalmente aquí?), Byrne logra que sigamos sintiendo empatía por ella, y Bronstein tiene el acierto de no juzgarla.
Sinceramente, “If I Had Legs I’d Kick You”, que se siente a veces como una comedia negrísima, pero que se inmiscuye frecuentemente en los terrenos del terror, no es una película que se pueda realmente disfrutar, al menos en el sentido convencional.
De hecho, no estamos seguros de haberla pasado muy bien viéndola; pero nos hizo reír a mandíbula batiente en más de una ocasión, nos impresionó constantemente, y estamos seguros de que no la olvidaremos con facilidad. Y esa es la clase de cine que deja huella.