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Mujeres sordas, migrantes de la caravana, buscan seguridad en Estados Unidos

San Diego resident Amy Tillman, off camera to right, spoke with Honduran caravan member Paola Martinez with American Sign Language about her journey from Honduras to Tijuana and the circumstances that forced her to flee her native country.
(John Gibbins / San Diego Union-Tribune)
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SAN DIEGO UNION-TRIBUNE

Cuando se enteraron de que una caravana estaba a punto de partir de Honduras hacia el norte, Paola Martínez e Iris Hernández decidieron unirse.

Ellas sabían que estaban tomando un gran riesgo. Como mujeres sordas serían blancos fáciles para el robo o incluso la violación durante el viaje. Pero la posibilidad de llegar a un lugar donde no vivirían atemorizadas diariamente superaba ese riesgo.

Para protegerse mutuamente las mujeres no se hablaban en lenguaje de señas, a menos que estuvieran dentro de una tienda de campaña. De esa manera, menos personas alrededor las verían vulnerables.

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Cada vez que Martínez quería hablar se metía las manos en los bolsillos. Las dos caminaron durante semanas en silencio, tomadas del brazo para no perderse en el camino.

Incapaces de entender lo que estaba sucediendo en la mayor parte del viaje, confiaban en que si seguían al grupo, irían por el camino correcto.

Después de llegar al complejo deportivo Benito Juárez en Tijuana, dudaron en ir a la línea para pedir asilo a Estados Unidos porque temían que nadie las entendiera.

Martínez dijo que sentía que tenía una oportunidad en Estados Unidos, pero no quería estropearla por no poderse comunicar.

Un día, una mujer estadounidense de 29 años se presentó en el campamento temporal para repartir suministros y se reunió con las dos mujeres. La voluntaria reconoció las señas que hicieron para expresar que no podían escuchar (levantando las manos y sacudiendo la cabeza) y comenzó a hablar con ellas en lenguaje de señas.

Amy Tillman aprendió el lenguaje de señas americano a los 17 años cuando su padre, quien era entrenador de patinaje artístico, lo aprendió para apoyar a un estudiante sordo. Se sorprendió al ver lo similar que era el lenguaje de señas que las dos mujeres usaban, estaban eufóricas de poder comunicarse con ella después de que apenas se habían entendido con otra persona durante un mes.

Aunque Tillman ha realizado varios viajes a Tijuana para entregar suministros al mayor número posible de miembros de la caravana, ella ha concentrado ahora su energía en Martínez y Hernández, comprándoles comida, ropa interior limpia y calcetines calientes. Poco a poco, las mujeres se abrieron con ella, compartiendo sus historias sobre la vida en Honduras y su viaje en la caravana.

San Diego resident Amy Tillman, right, reacts as she greets Honduran caravan members Iris Hernandez, left, and Paola Martinez, center, at the El Barretal shelter in the Mariano Matamoros section of Tijuana.
(John Gibbins / San Diego Union-Tribune)

“Conocerlas cambió mi vida”, dijo Tillman. “Trato de imaginar cómo lidiaría yo con esas situaciones por las que pasaron, no sé si sería lo suficientemente fuerte como para aguantar lo que ellas han pasado”.

Ambas mujeres compartieron con Tillman sus historias de abuso y persecución por ser sordas. Martínez también le contó cómo era vivir en un lugar regulado por pandillas.

Le contó a Tillman sobre los amigos y familiares que fueron asesinados por miembros de pandillas, le platicó cómo su pueblo estaba completamente invadido. Le pidió que el nombre de su pueblo no fuera mencionado en la nota por razones de seguridad.

Se palmeó los brazos enérgicamente para describir a los “hombres malos con tatuajes”, como lo tradujo Tillman. Los hombres frecuentemente dejaban cuerpos o cabezas decapitadas en la calle. También torturaban personas y secuestraban niños.

Los pandilleros no entendían que Martínez es sorda, lo que la puso en mayor peligro porque no siempre escuchaba sus instrucciones. Había sido amenazada por ellos porque presenció un asesinato, dijo, y sabía que la policía no podía ayudarla porque incluso si arrestaban a alguien, el miembro de la pandilla sería liberado rápidamente sin consecuencias.

“No hay ningún lugar seguro”, dijo Martínez a través de Tillman. “En cualquier lugar donde crees que estás a salvo, miras a través de la calle y ves a uno de ellos”.

Había pensado en tratar de escapar, de salvarse, y cuando se enteró de la caravana supo que esa era su respuesta.

“No hay nada en la vida que sea más importante que la familia”, dijo Martínez a través de Tillman. “Pero si vives con el miedo constante a la muerte, el asesinato y la violación, entonces tu casa ya no es un hogar. ¿Qué puede hacer alguien para remediar eso?”

El viaje no estuvo exento de retos y momentos de miedo.

Un día, mientras la caravana viajaba hacia el norte, cuando Martínez trató de encontrar un lugar para ir al baño discretamente, se encontró frente a un hombre enmascarado que le apuntaba con una arma. Ella huyó rápidamente.

Debido a que no pueden oír, las dos mujeres no siempre sabían cuándo había comida disponible. Martínez dijo que perdió mucho peso en el viaje. Apenas puede reconocerse a sí misma cuando la gente le toma una foto ahora, dijo.

San Diego resident Amy Tillman, right, spoke with Honduran caravan member Paola Martinez, left, with American Sign Language about her journey from Honduras to Tijuana and the circumstances that forced her to flee her native country.
(John Gibbins / San Diego Union-Tribune)

Algunos miembros de la caravana se burlaron de ellas, dijo Martínez, y se acercaban sigilosamente para asustarlas. En algún momento, alguien entró en su tienda de campaña mientras estaba dormida y le robó el teléfono que había guardado en su sostén. Después de eso ya no pudo comunicarse con su familia en casa.

Le preocupaba que su familia pensara que estaba muerta o que podrían haber sido asesinadas por la misma violencia de la que huyó.

A pesar de todo, Martínez está agradecida por la caravana.

“Sentí que todo lo que podía hacer era rezar, pero cuando vi la caravana, supe que era la única manera de sobrevivir”, dijo Martínez. “La caravana fue una de las cosas más grandes que me han pasado, porque por primera vez sentí algo de esperanza”.

En una mañana reciente en Tijuana, Tillman llevó a las dos mujeres al puerto de entrada de San Ysidro para tomar su lugar en la línea de asilo. Durante el trayecto en Uber ella usó FaceTime, la aplicación de comunicación por video, para que su padre, que tiene mejores habiliades en el lenguaje de señas, les explicara a las mujeres lo que iban a hacer.

En la plaza afuera del puerto de entrada, se pararon estoicamente a su lado mientras ella bombardeaba con preguntas al migrante nicaragüense a cargo de la lista de asilo.

Deberían esperar aproximadamente un mes, dijo el hombre, y luego regresar para ver qué números llamaban cada mañana. Tendrían que seguir registrándose hasta que fuera su turno para entrar. Había más de 5 mil personas por delante.

Cuando estuvo satisfecha, Tillman les explicó a las mujeres que ella cruzaría la frontera para darle seguimiento a los números hasta que a ellas les tocara su turno.

“Confío en ti”, Martínez le dijo en señas a Tillman. “Fuiste enviada por Dios para ayudarme, y confío en ti”.

Morrissey escribe para el U-T.

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