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En Oregon, una universidad intenta ser un hogar para los ‘Dreamers’

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Se podría decir que Ana Maldonado hace de todo para llegar al nuevo Centro DREAM de Portland Community College (PCC).

Primero camina, luego toma un tren urbano, luego un autobús. Eso la lleva al campus del PCC más cercano a su casa. Allí se encuentra con otro estudiante, Ignacio García, y comparten un viaje en auto hasta otro campus del PCC, a una hora más de distancia.

¿Por qué Maldonado, una destinataria inmigrante de DACA, el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, hace todo esto?

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“Para aprender a usar mi voz”, explicó. “Nunca antes había sentido tanto apoyo como este año, gracias al Centro DREAM”.

Ese centro parece ser el primero de su tipo en cualquier institución de educación superior en Oregon. Cuando se inauguró, el 22 de enero pasado, fue parte de una oleada de apoyo en el norte de la costa oeste, pero en medio de aguas turbulentas a nivel nacional acerca del programa de la administración de Obama que protegía a los jóvenes inmigrantes de la deportación.

El presidente del PCC, Mark Mitsui, aseguró que el centro refleja los deseos y la filosofía de la Junta Directiva del PCC, que en diciembre de 2016 declaró la escuela como una institución “santuario”. “Ciertamente es consistente con nuestros valores, nuestra misión como institución, e incluso se puede argumentar que está integrado en la misión histórica de los colegios comunitarios”, aseveró.

El centro es sencillo: la Sala 101 -con poca decoración- del Edificio 2 del campus Rock Creek, de PCC, cuenta con cubículos, un reloj de la escuela y computadoras, debajo de un gran cartel que reza “DREAMers Resource Center” (Centro de Recursos para DREAMers), adornado con dos mariposas monarcas.

Los hermosos insectos han sido un símbolo de los inmigrantes durante décadas debido a su capacidad para migrar a través de la frontera de los Estados Unidos y México, y a menudo fueron adoptados por los “Dreamers”. No es extraño para algunos que las monarcas estén ahora en revisión para ingresar a la lista de especies en peligro de extinción protegidas por el gobierno federal.

Un día reciente, en el centro, Maldonado se unió a sus compañeros beneficiarios de DACA García y Keidy Caballero, y habló sobre los desafíos que enfrentan. El destino del programa es incierto. El presidente Trump tomó medidas para ponerle fin antes del 5 de marzo, pero un juez federal las suspendió. Los esfuerzos para proteger legislativamente a los Dreamers se han estancado en el Congreso.

Mientras Maldonado, García y Caballero hablaban, sus palabras se cargaban con una emoción contrastante con las carcajadas y animadas discusiones que provenían de varios estudiantes que trabajaban con mentores. La camaradería era obvia, y el lenguaje fluctuaba entre el inglés gutural y el delicado español.

García señaló que su sentido de tener que luchar más que otros estudiantes comenzó en su primer día en la universidad, durante la orientación para nuevos alumnos, cuando le dijeron bruscamente: “Solo llena tu FAFSA”, un formulario de ayuda financiera. “Pero no puedo enviar mi FAFSA”, respondió ella. “No sabían qué era DACA. Tuve que explicárselos”.

Dirigido por la coordinadora Jhoana Monroy y la coordinadora del Centro Multicultural, Liliana Luna, el centro ofrece servicios legales, ayuda con el papeleo de DACA y ofrece una variedad de servicios, que incluyen orientación profesional y académica.

Portland ha sido considerada algunas veces como la gran ciudad más blanca de los Estados Unidos, pero eso no significa que no haya un amplio apoyo para los Dreamers.

En el Noroeste del Pacífico, el centro es una más de las escuelas “santuario” que han revertido las políticas antiinmigrantes de la administración Trump. Con 90,000 alumnos y cuatro campus, PCC es la institución más grande de educación superior en Oregon.

Muchas encuestas muestran que la abrumadora mayoría de los estadounidenses apoyan a los Dreamers. Ese es un mandato claro, sostiene el presidente del PCC, Mitsui. Aun así, el continuo limbo político hace que Luna -que se hace llamar “DACA-mentada” (en lugar de ‘documentada’), sienta un cansancio que sobrepasa incluso los estándares universitarios de párpados caídos.

“No puedo explicar lo agotada que me siento”, aseguró. “Física, mental y emocionalmente”.

Mientras que Maldonado espera ser maestra algún día, García un científico informático y Caballero una enfermera, Luna cursa una maestría para convertirse en una terapeuta que ayude a los inmigrantes hispanohablantes.

Traída a los EE.UU. por sus padres en avión, a los15 años, para escapar de los carteles en Nuevo Laredo, México, Luna lloró “todo el camino hasta aquí”, afirmó. Todavía se pregunta qué le pasó a su querida caja de muñecas Barbie desde que escuchó que su antigua casa fue tomada por un cártel.

Finamente, la joven sintonizó con lo que llama “una batalla constante, un ataque constante” con el cual luchan los destinatarios de DACA. “Conversé días atrás con estudiantes [en el centro], sobre cómo muchos de nosotros podemos pasar por una depresión o ansiedad sin saberlo”, comentó Luna.

Al preguntarle sobre la posibilidad de que los agentes de inmigración incursionen en el centro de información, que también atiende a las familias de los beneficiarios de DACA, Luna compartió un pensamiento que invoca su pasado lleno de violencia en México -“Recuerdo haber visto morir a muchos de mis amigos”- y el horrible patrón de tiroteos escolares de su país adoptivo. “Lo que más me preocupa es la gente racista venga y nos dispare”, expresó Luna. Los destinatarios de DACA son “muy visibles”, dijo. “Siento que somos un objetivo para muchas personas”.

Ella ya ha sido blanco de burlas. Después de aparecer en una noticia local sobre el centro, Luna recibió una serie de amenazas racistas y ofensivas, y fue denunciada a las autoridades de inmigración a pesar de ser residente legal, gracias a DACA.

Luna compartió capturas de pantalla que incluían caricaturas racistas. En ellas, Trump sostenía una marioneta con características estereotipadas mexicanas. La joven recibió mensajes como: “Srta. Luna. Sabe que es ilegal estar aquí. Debe presentar una solicitud. También, sabe que los musulmanes siguen una causa para controlar y matar, ¿verdad?”.

Esos pensamientos violentos parecen estar muy lejos del campus suburbano de Rock Creek. El sitio es pacífico, se encuentra muy cerca de campos agrícolas y viveros, en los que la historia de esta región de trabajadores agrícolas migrantes se hace eco en el pelo castaño de muchos estudiantes y en el “Farm Cafe” del centro universitario.

Los funcionarios de la universidad no tienen estadísticas sobre cuántos estudiantes pertenecen al programa DACA. Luna estima que el grupo tiene entre 300 y 400 -de los 90,000 alumnos de la universidad- y “tal vez 200” en el campus de Rock Creek.

Hay alrededor de 689,000 beneficiarios de DACA en todo el país. El Migration Policy Institute, un grupo de expertos independientes, estima que alrededor de 10,000 residentes de Oregon están en el programa.

Los destinatarios de DACA proceden abrumadoramente de México y América Central, un grupo que incluye a García, Caballero y Maldonado. Los tres aprecian sus raíces en Mesoamérica, pero sienten cierta sensación de distancia. Caballero no ha vuelto a su Honduras natal desde que está aquí, hace 12 años; Maldonado no visita México hace nueve años; García regresó a México una sola vez, dijo, para ver a una abuela enferma.

Ese viaje a Oaxaca, el primero en 17 años, mostró cuán estadounidense -al menos culturalmente- se ha vuelto este estudiante de ciencias de la computación, con gafas. A veces, contó, no podía entender el zapoteco indígena de su abuela, o el español rápido y con la jerga de sus parientes.

Ahora, el nuevo centro, contó, ofrece “algo así como una especie de familia”. Otra forma de entenderlo es considerando especialmente la “R” en el acrónimo DREAM (Development, Relief and Education for Alien Minors, o Desarrollo, Alivio y Educación para Menores Extranjeros), acuñado por primera vez para el proyecto de ley bipartidista original del Congreso, en 2001: alivio.

“Fue agradable ver personas que se parecían a mí”, afirmó García sobre su primera visita, después de la apertura del centro. “No tenía que explicar qué era DACA. No tenía que explicar mi lucha, porque ellos ya la conocían, porque ya han pasado por eso. Y ese fue el [primer] momento en que sentí que pertenecía al PCC; sentí que yo importaba”.

Schmid es un corresponsal especial.

Si quiere leer esta historia en inglés, haga clic aquí:

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