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Estoy atrapado en Guantánamo y el mundo me ha olvidado

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El mundo me ha olvidado.

Aunque una vez tuve amigos, ahora no tengo a nadie. Aunque una vez tuve un gobierno, Pakistán me ha dado la espalda. Aunque una vez fui un ser humano, he sido reducido a un número (1461) y abandonado en un agujero oscuro: la prisión militar en la Bahía de Guantánamo.

Oficialmente soy prisionero de guerra, aunque la única batalla que peleé en mi país, como taxista en Karachi, fue el tráfico en la hora pico. Me confundieron con un extremista, fui capturado por el gobierno del general Pervez Musharraf y vendido a la CIA por una recompensa en 2002. Ahora he estado detenido en Guantánamo, sin juicio, durante casi 14 años.

Los abogados del presidente Trump argumentaron en la corte en julio, que yo y otros presos de Guantánamo que han presentado peticiones de hábeas corpus podrían ser retenidos por el gobierno de EE.UU. durante cien años, si ese es el tiempo que dura el “conflicto”.

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Se dice que somos los prisioneros más peligrosos del mundo. Sin embargo, desde que se abrió esta prisión, no ha habido asesinatos aquí, ni intentos de fuga, ni drogas. Las únicas muertes han sido las de los nueve hombres que sucumbieron a problemas de salud o se suicidaron. El único supuesto abuso sexual ha sido a manos de interrogadores estadounidenses.

The Miami Herald informa que, para operar la prisión de la Bahía de Guantánamo, se gastan $11 millones por prisionero cada año. Eso equivale a más de $ 30,000 por día solo por mí.

He participado en huelgas de hambre muchas veces para protestar pacíficamente por mi encarcelamiento. He vuelto a no comer, pero esta vez no por una huelga. Tengo problemas estomacales crónicos tan agudos que no puedo consumir alimentos duros sin vomitar sangre. Estoy desapareciendo lentamente, perdiendo una libra por semana. Actualmente peso 95 libras.

He pedido papaya e higos, así como cordero, la única carne lo suficientemente suave para que mi estómago la digiera. Aunque un comandante anterior dijo que podía tener lo que necesitaba, no me la están proporcionando.

Por un tiempo tuvimos un médico al que llamamos Dr. Desafortunadamente (Dr. Unfortunately). “Desafortunadamente no puedes tener esto”, decía. “Desafortunadamente no puedes tener eso”.

Ahora tenemos al Dr. Sorpresa (Dr. Surprise). “Han aprobado tu comida, excepto el cordero”, dijo. “Me sorprende que no te lo estén dando”.

En vez de darme papaya, higos y cordero, los guardias me obligan a alimentarme con latas de fórmula nutricional. Solían dejarnos recibir comida líquida mientras miramos la televisión. Ahora me amarran las manos y las piernas en una silla. (Lo llamamos “silla de tortura”).

He soportado mucho sufrimiento por las torturas. Antes de que me trajeran a Guantánamo, los estadounidenses me llevaron a un sitio en Kabul, conocido como la Prisión Oscura, donde mis manos estuvieron encadenadas durante días. ¿Tienes alguna idea de lo doloroso que es eso, con los hombros dislocándose gradualmente? Tal vez leas en el informe de torturas del Comité de Inteligencia del Senado acerca del prisionero que intentó cortarse la mano para terminar con el dolor. Ese fui yo.

La tortura te enoja. A veces me siento enojado, como ahora. Cada vez que me alimentan a la fuerza, cada vez que me reúno con mi abogado, cada vez que veo a un médico, usan algún tipo de dispositivo detector de metales para hacer una búsqueda en mis cavidades.

Nunca han encontrado nada en todos estos años. Qué podría esconder, no tengo idea. No tiene sentido. Pero me pregunto si la radiación que emite no es mi Hiroshima o Nagasaki: cuatro, seis, ocho veces al día. Tal vez estoy paranoico, pero siento que algo malo me está pasando, muy en el fondo.

Cuando alguien dice: “Buenos días”, ya no respondo. No hay mañana ni tarde. Solo hay desesperación.

Ahmed Rabbani es un taxista de Karachi, Pakistán, que ha estado detenido sin juicio en la Bahía de Guantánamo durante casi 14 años.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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