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Un ex jefe narco de Chicago que testificó en el juicio a ‘El Chapo’ comenzó a unir las piezas para el jurado

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Pedro Flores, el jefe narcotraficante de Chicago convertido en informante, dejó a los jurados en suspenso durante más de una hora después de que lo llamaran por primera vez para declarar contra el narcotraficante mexicano Joaquín “El Chapo” Guzmán, el 18 de diciembre. Fue tanto el tiempo, que el juez, Brian Cogan, dio a la corte un descanso para almorzar y esperar su llegada.

La mañana había devenido en una tediosa disputa entre el abogado defensor Jeffrey Lichtman y el exnarco colombiano Jorge Cifuentes. La inminente vacación navideña brillaba en el horizonte. Pero desde el momento en que Flores apareció sobre el estrado, quedó claro que tendría toda la atención de los jurados.

Aunque no lo sabían anticipadamente, se trataba del hombre al que habían estado esperando conocer desde el inicio del juicio.

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“Tenía una idea de cómo sería, como en las películas”, Flores recordó haberle dicho a Guzmán su primer encuentro, en las montañas de Sinaloa, en 2005. “Como si solo pusieras a la gente en línea y y les dispararas uno tras otro”.

“En tono serio, me respondió: Sólo a los que tenemos que hacerlo”, contó el testigo.

Flores y su hermano gemelo, Margarito, dirigieron una de las operaciones de narcotráfico más grandes de Estados Unidos, importando y distribuyendo cerca de 40 toneladas de cocaína y 200 kilos de heroína a través de Chicago para el cártel de Sinaloa.

El hombre le dijo a la corte que había comenzado en el comercio de las drogas cuando era estudiante de primaria. Sin embargo, en comparación con sus predecesores en el estrado de los testigos, su importancia para el juicio —en el que Guzmán enfrenta cargos por narcotráfico, conspiración para asesinar y violaciones de armas de fuego— es más difícil de detectar a primera vista.

Flores no conocía a Guzmán a fondo —debieron indicarle que se refiera al acusado de manera diferente a “el hombre”—, y nunca ordenó ningún asesinato, como han confesado testigos anteriores. El detalle más espantoso que compartió fue sobre un hombre desnudo que vio encadenado a un árbol, en el escondite secreto de Guzmán en las montañas; lo más parecido a una intimidad que narró fue sobre un par de pantalones cortos de mezclilla que le regaló en broma al jefe, después de que Guzmán se burlara de él por usar unos similares en su primer encuentro.

Pero al igual que Chicago, la ciudad donde dirigió el mercado de las drogas durante una década, Flores estaba “a medio camino de todas partes” en el imperio narco de Guzmán. Como un doble agente que revela un giro al final de una novela de John le Carre, el testigo conectó de manera silenciosa pero metódica los puntos dejados por quienes le precedieron. Las coincidencias se desenmascararon; los enredos de detalles colgantes se alinearon en una única narrativa condenatoria.

Flores recordó haber conducido la misma maltratada “furgoneta secuestradora” color marrón, del mismo Denny’s en las afueras de Chicago hacia el mismo almacén sobre el cual un detective de narcóticos retirado del Departamento de Policía de Chicago declaró el jueves.

“Las bolsas comenzaban a rasgarse y los kilos se estaban cayendo. Fue un día bastante agitado”, recordó Flores sobre su trabajo allí, apenas unos meses antes de que el depósito fuera descubierto y el detective confiscara casi 2,000 kilos de cocaína. El nombre del encargado de Flores era el mismo que, según el detective, estaba impreso en los ladrillos de coca.

Cuando Flores se reunió con Guzmán, fue en el mismo avión del maizal de Culiacán, México, que Cifuentes dijo haber tomado. Aterrizaron en la misma pista inclinada sobre la cual Cifuentes dijo que rezó tres Padres Nuestros cuando la vio desde el aire. Incluso los movimientos de las manos que usaron para describir la pendiente fueron idénticos.

Cada palabra de la boca del informante parecía verificar algo que otro testigo había dicho. Docenas de nombres que antes carecían de sentido ahora tenían roles, personalidades e incluso caras. Las muertes que se habían enumerado, de hecho, se volvieron amenazadoras. Las incautaciones de drogas que los funcionarios del orden habían descrito con indiferencia estaban llenas de drama, mientras Flores presentaba ante el jurado las graves consecuencias de éstas para los traficantes como él.

El testigo contó que fue secuestrado, retenido durante dos semanas y conducido al desierto para lo que, según creyó, sería su ejecución por cierta cocaína perdida. “Quien la haya perdido, va a pagar”, recordó que su exjefe, Lupe Ledesma, le dijo, justo antes de que lo secuestraran. “En ese momento, sentí que ni siquiera valía la pena que rogara por mi vida”, declaró.

Pero Guzmán intercedió para salvarlo y luego ordenó que mataran a Ledesma, narró el testigo. “Están viendo fantasmas”, le dijo Guzmán cuando transmitió un rumor sobre Ledesma. “Preocúpate por otra cosa”.

Recién cuando su esposa quedó embarazada, Flores decidió que ya había tenido suficiente con el cártel de Sinaloa. Él y su hermano comenzaron a proporcionar información sobre la Administración de Control de Drogas de EE.UU. (DEA) a finales de 2008.

“Mi hermano y yo nacimos mientras mi padre estaba en la cárcel”, dijo Flores, quien cumple su condena en una prisión federal, al jurado. “Quería algo mejor para mis hijos”.

¿Su otro incentivo? La guerra interna entre Guzmán y su socio, Ismael “El Mayo” Zambada, y sus colegas de larga data convertidos en rivales, los Beltrán Leyva, quienes insistieron en que los gemelos Flores les prometieran lealtad y renunciaran a sus competidores.

“Durante años, mi hermano y yo disfrutamos de condiciones óptimas en el cártel; no teníamos que preocuparnos por nada de esto”, afirmó al jurado. “Si íbamos a seguir arriesgando nuestras vidas, íbamos a hacerlo tratando de salir”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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