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Las series de televisión sobre los carteles de América Latina, tienen una complejidad irresistible

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La periodista, Ana María Solozábal, está investigando las actividades en la cárcel de un conocido traficante dentro de una prisión de Bogotá cuando se entera por un preso de que su padre, un juez que fue asesinado por los cárteles cuando ella era una niña, puede haber estado vinculado a esos mismos cárteles de maneras desagradables.

Tan pronto como escucha la noticia, su rostro se tensa y parece incapaz de decidir hacia dónde dirigir su mirada. ¿Su padre era cómplice en el sistema que supuestamente intentaba derribar? en cuestión de segundos, la certeza moral con la que siempre se había comportado, sabiendo de qué lado de la guerra contra las drogas se encontraba, es destruida.

Esta desgarradora escena es de la serie colombiana de 2017 “Sobreviviendo a Escobar: Alias J.J.”, inspirada en la historia de un famoso asesino a sueldo que fue uno de los secuaces más confiables de Pablo Escobar. En el programa, Solozábal, interpretada por Natasha Klauss, investiga los actos criminales del sicario cuando se topa con la historia secreta de su propia familia.

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“De un momento a otro”, dice después, “el hombre que había amado e idolatrado se convirtió en un extraño”.

No hay escapatoria de historias sobre el narcotráfico latinoamericano en las pantallas grandes y pequeñas, ya sea en “Sicario: Day of the Soldado”, la película del año pasado en la que Benicio del Toro retomó su papel como fiscal mexicano convertido en un sicario de la CIA, o encarnaciones de “Narcos” de Netflix, que llevan a los espectadores por vía de la memoria hacia los grandes cárteles de los años ochenta.

Pero ningún medio ha desarrollado estas historias sobre el tráfico de drogas como la televisión latinoamericana, que, por razones de argumentación, también incluye a las cadenas en español con sede en Estados Unidos, Telemundo y Univision, ya que a menudo producen programas orientados y distribuidos al resto del continente.

Estas llamadas narconovelas ofrecen un contraste sorprendente con lo que se ve en la televisión en inglés: una complejidad irresistible frente a las líneas narrativas simplistas que emergen de Hollywood. Las narconovelas generalmente prescinden del blanco y negro para mirar el mundo en tonos de gris.

“No queremos hacer el melodrama sobre los buenos y los malos”, dice Dago García, vicepresidente de producción y contenido de Caracol Television, la cadena que produjo “Alias J.J.”. “Queremos reconocer los problemas que existen, los problemas sociales”.

Ingresa la palabra “narco” en Netflix y verás innumerables programas que van desde telenovelas, la serie de Telemundo de 2013 “El Señor de Los Cielos”, en la que un líder de cártel con grandes abdominales pasa mucho tiempo en la cama con una líder de cártel rival, hasta dramas más sutiles y cinematográficos como “Alias J.J.”, que utiliza un argumento sobre un despiadado sicario para explorar cómo el narcotráfico ha penetrado en todos los niveles de la sociedad colombiana. “Pablo Escobar: El Patrón del Mal”, un drama de 2012 también producido por Caracol, siguió el ascenso patológico y sin precedentes de Escobar. Y “La Reina del Sur” de Telemundo, protagonizada por Kate del Castillo, fue lanzada en 2011 y este mes lanza una esperada segunda temporada.

Estos programas, que están plagados de malos cortes de pelo de la década de los ochentas y sublimes apodos en español (Cara de queso, Cucaracha, Silicona y Tragador de Balas), ofrecen un intrigante contrapunto a las historias sobre el tráfico de drogas producidas para audiencias de habla inglesa en Estados Unidos.

Los programas de Estados Unidos tienden a girar en torno a la aplicación de la ley, típicamente un investigador de la Administración para el Control de Drogas que desciende al caótico mundo del narcotráfico para ir a cazar al malo. Estas son narrativas que en su mayoría se adhieren al concepto de lo bueno (la DEA) y lo malo (el cártel), incluso si a veces el agente de la DEA hace cosas cuestionables para atrapar al hombre que busca.

Este, en gran medida, es el modelo de “Narcos” de Netflix, que lleva el manto del procedimiento de detective, con voz en off: “Antes de que [las cosas] fueran mal”, dice el omnisciente narrador en el primer episodio de “Narcos: México”, “Guadalajara era el lugar.... donde se inventó la música del mariachi; el tequila también. Eso es suficiente para poner a una ciudad en la lista de los cinco primeros puestos de cualquier país.... tal vez incluso en el puesto número 1”.

Es la guerra contra el narcotráfico en América Latina narrada por un par de sujetos en vacaciones de primavera.

Contrasta eso con las narconovelas, donde el mundo del narcotráfico no es un mundo separado al que se necesita un pasaporte para visitar. Es parte de la vida cotidiana, un estado invisible de narcotráfico que inhala vorazmente a las personas, independientemente de si se desea ser inhalado o no. Es la mujer que se enamora del hombre equivocado, el espectador que se convierte en testigo accidental y por lo tanto deben ser asesinados, el periodista que indaga en el lugar equivocado. Es un lugar donde los muertos se amontonan para alimentar la necesidad de cocaína en los Estados Unidos.

En este sentido, “Alias J.J.” es particularmente irresistible. En lugar de hacer una crónica del ascenso y caída de algún líder de cártel, se centra en John Jairo Velásquez Vásquez (interpretado por Juan Pablo Urrego), un burócrata del cártel de Medellín que tiene que averiguar cómo sobrevivir después de la muerte de Escobar, cuando sus rivales se apresuran a recoger lo que queda. Gran parte de la historia tiene lugar en la prisión de Bogotá, donde está cumpliendo condena, un escenario que trata tanto del castigo como de la impunidad criminal.

“Estaba buscando otro ángulo y otras perspectivas sobre el problema”, dice García. “Centrando constantemente la historia en los líderes del cártel y en cómo construyen sus imperios, estábamos menos interesados en eso aquí”.

De hecho, el programa aborda una fascinante gama de temas sociales. La línea argumental con la periodista Solozábal explora la complicidad de las clases altas en el tráfico de drogas del país. Otro subtrama, que gira en torno a un guardia de prisión llamado Clemente Díaz (un personaje dado vida por el hábil Nelson Camayo), destaca las ambiciones personales de un hombre indígena que está tratando de avanzar en las complicadas burocracias sociales de Colombia. Sus posibilidades de ascenso son escasas: en su caso, un trabajo ingrato en una prisión violenta por el que paga un precio muy alto.

La innovadora serie, “La Reina del Sur”, uno de los primeros programas de narcotráfico que presenta a una mujer poderosa de manera tan prominente, cuenta una historia de inmigración, sobre los prejuicios que sufren los inmigrantes mexicanos y marroquíes en España. Y “Pablo Escobar: El Patrón del Mal”, utilizó la historia de Escobar para explorar la división urbano-rural de América Latina y los sistemas de raza, clase y poder que atrapan a las personas menos educadas o mestizas en callejones sin salida económicos (facilitando el reclutamiento de los cárteles).

“El complejo que tenía Pablo Escobar era que nunca fue aceptado por la clase alta colombiana”, dice Carlos Moreno, uno de los dos directores detrás del programa. “No podía aspirar al poder, el poder pertenecía a esa clase privilegiada y no lo iban a dejar llegar”.

Moreno crea un Escobar que no es simplemente un villano de Hollywood. Es una persona llena de contradicciones, un bandido rural que se ha convertido en un maestro de los negocios y en un monstruo violento, el que, en última instancia, cae gracias a su actitud desafiante y sus tendencias impetuosas. En la serie, es interpretado magistralmente por el actor colombiano Andrés Parra, quien lo representa como un nerd vengativo, ajustándose torpemente el cabello y anotando notas perpetuamente.

“Hizo un villano que era simple, un villano que era ordinario, un villano que miente, un villano que tenía miedo de su madre, que se enferma, que tiene miedo”, dice Moreno. El tipo de villano que podría estar dirigiendo un imperio de la droga, o una empresa de capital de riesgo en Silicon Valley.

El programa fue tan atractivo e inteligente (aunque se sumerge en momentos de melodrama y pelucas cuestionables), que inspiró un ensayo sobre el tema del peruano Mario Vargas Llosa, ganador del Premio Nobel, en el diario español El País. “Si hubiera estado comprometido con un papel menos histriónico, menos exhibicionista”, escribe, “Pablo Escobar podría haber sido, hoy en día, presidente de Colombia, o quizás el dueño en la sombra de ese país”.

Lo que nos lleva a una de las líneas maestras de todas las narconovelas: la corrupción, y las maneras en que estos invisibles narcoestados mueven los hilos políticos con su dinero y sus ejércitos de hombres.

Uno de los programas más atractivos que han explorado este tema ha sido “El Chapo”, el programa de tres temporadas lanzado en 2017 que fue producido al estilo estadounidense por Univision y Netflix. (Cada temporada contiene alrededor de una docena de episodios, en lugar de los acostumbrados 60 a 100 episodios que pueden conformar una telenovela latinoamericana).

Como es de esperar, el programa traza el ascenso y caída de Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera, el recientemente depuesto jefe del cártel de Sinaloa. Pero lo hace con matices. Interpretando a El Chapo está el actor teatral mexicano Marco de La O, que se resiste a interpretar al capo como un bandido adorable. Es un hiper-capitalista que consolida, mata y viola. Paralelamente a su historia está la de un funcionario calculador del gobierno mexicano llamado Don Sol (brillantemente interpretado por el actor mexicano Humberto Busto), quien también busca las trampas del poder, y por lo tanto se asocia con los cárteles.

“No vamos a deshacernos del narcotráfico”, le dice al presidente en una escena. “Lo que queremos es controlarlo”.

“El Chapo” y Don Sol son dos caras en cierto modo”, dice Silvana Aguirre, creadora y productora del programa. “Ambos están sedientos de poder. Uno lo hace en el mundo legal, el otro en el mundo ilegal. Pero a veces, en el mundo legal, son igual de corruptos”.

Los narcos son honestos sobre los medios que usan, estos programas parecen estar diciéndolo, ¿el gobierno? no tanto.

Naturalmente, las narconovelas no están exentas de controversia. En el contexto de Estados Unidos, con su flagrante falta de representación latina en la televisión, ha significado una serie de programas que presentan a los latinos como narcotraficantes violentos y a las mujeres como trofeos vestidos con bikinis, y prácticamente nada más. En América Latina, el contexto de visualización es más amplio, sin embargo, existen preocupaciones sobre la glamourización de lo que debería ser vilipendiado. Con cada nueva narconovela vienen ensayos sobre lo que significa mostrar la cultura del narcotráfico en la televisión.

“No queremos ser apologistas de esto”, dice Marcos Santana, presidente de Telemundo Global Studios y Telemundo International, que produjo “La Reina del Sur”.

Asimismo, Aguirre, de Univision, dice que se esforzó mucho en “El Chapo” para demostrar que el camino del narcotráfico no es el deseable. “Queríamos demostrar que este es un mundo brutal”, dice, “es una vida terrible... con seguridad pierdes tu alma”.

Pero así como las historias sobre el contrabando de la era de la Prohibición y la mafia italiana saturaron el cine y la televisión durante el siglo XX, también lo hace el narcotráfico hoy en día. Es la empresa criminal de nuestra era globalista y neoliberal. Y hasta cierto punto, las historias de los narcos son las historias que reflejan el deseo de nuestras propias sociedades de deleitarse en las narrativas de los forajidos y del improbable éxito, tanto en América Latina como en los Estados Unidos.

En 2008, el crítico cultural colombiano, Héctor Abad Faciolince, escribió un ensayo que rastreaba la presencia desmesurada del narcotraficante hasta las ostentaciones del nuevo rico estadounidense (piense en camionetas gigantes y sombreros de vaquero) combinadas con las afectaciones estéticas de la burguesía latinoamericana (estatuas abundantes y casas al estilo europeo).

“Todo lo que los narcos hacen”, escribe, “es hacer más grande las cosas de la vida de lo que ya son”.

En la televisión, vemos a los narcos y resulta que somos ellos.

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