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Cada año, decenas de trabajadores humanitarios mueren en todo el mundo cumpliendo sus tareas

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Los asesinatos no fueron una anomalía. “Año tras año, el número de incidentes y de víctimas es, lamentablemente, inaceptablemente alto y constante”, aseguró Adele Harmer, socia de Humanitarian Outcomes, una organización de investigación con sede en el Reino Unido que se enfoca en la política y la práctica humanitarias y dirige la Base de Datos de Seguridad del Trabajador de Ayuda, que registra los principales incidentes de violencia contra dichos asistentes.

En promedio, 102 trabajadores humanitarios fueron asesinados cada año desde 2006 hasta 2016; el mayor número de muertes, 156, se registraron en 2013, según la base de datos. La organización todavía está verificando las cifras de 2017 y los primeros meses de 2018, pero los datos brutos muestran que desde el comienzo del año, 23 trabajadores han perecido durante sus tareas.

Otras decenas de auxiliares humanitarios han resultado heridos y secuestrados en los últimos 12 años.

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La explicación de las sombrías estadísticas

Jeremy Konyndyk, investigador principal del Center for Global Development, con sede en Washington, cuya investigación se centra en la respuesta humanitaria, expresó que el alto número de víctimas podría atribuirse en parte al creciente tamaño de la industria de asistencia y a la cantidad de personal humanitario que trabaja en más lugares riesgosos, lo cual aumenta las posibilidades “de que algo malo suceda”, indicó. “El entorno de ayuda típico ya no es una respuesta a un terremoto, o a una sequía o al hambre”, expuso. “El ambiente de ayuda típico ahora proporciona alivio en incidentes de conflicto activo, y ese es un contexto intrínsecamente más peligroso que un desastre natural”.

Los trabajadores pueden estar afiliados a grupos humanitarios, como la Cruz Roja o CARE, o participar en esfuerzos organizados o administrados por las Naciones Unidas.

Julien Schopp, director de práctica humanitaria de InterAction, la mayor alianza de organizaciones no gubernamentales internacionales con sede en los EE.UU., subrayó que los peligros son más graves para el personal nacional que para los expatriados. “Están cada vez más en la primera línea”, explicó.

Alrededor de 2,782 auxiliares de ayuda humanitaria nacional -los desplegados en sus propios países- fueron víctimas de incidentes violentos entre 2006 y 2016. En comparación, 471 trabajadores “internacionales” -quienes trabajan en el extranjero- fueron víctimas dentro del mismo período, según la base de datos.

Los trabajadores humanitarios asesinados en el reciente ataque en Nigeria eran todos ciudadanos de la nación de África occidental, informó la ONU. Al menos otras ocho personas perecieron en ese ataque, y se teme que una enfermera haya sido secuestrada.

Una multitud de perpetradores

La mayoría de los ataques contra los cooperantes ocurren en un puñado de países.

En 2015 y 2016, Sudán del Sur tuvo el mayor número de incidentes de violencia contra trabajadores humanitarios, “lo cual refleja el conflicto fracturado y una atmósfera de impunidad para los actores armados”, informó Humanitarian Outcomes. Pero de manera consistente, en los últimos cuatro o cinco años se han producido ataques en Afganistán, Siria, Somalia, la República Democrática del Congo y Sudán del Sur, explicó Harmer. “Es menos un fenómeno global que una cuestión en un conjunto de entornos altamente inseguros”, indicó.

También hay una multitud de perpetradores.

En su mayor parte se trata de grupos armados no estatales de nivel nacional que buscan el control del Estado, prosiguió Harmer. Un ejemplo de ello es Boko Haram, que lucha para derrocar al gobierno de Nigeria y crear un estado islámico bajo la ley de la sharia.

Los agresores también pueden ser grupos globales no estatales, como la militante organización islámica sunita Al Qaeda, y el grupo terrorista yihadista Estado Islámico, ambos multinacionales.

Además, los trabajadores humanitarios que se desempeñan cerca de las zonas de guerra resultan heridos o mueren durante las ofensivas militares. Por ejemplo, los cooperantes se cuentan entre las decenas de civiles asesinados por ataques aéreos de los Estados Unidos y Rusia en Siria y Afganistán, dijo Harmer. En 2015 y 2016, 54 trabajadores humanitarios fueron asesinados principalmente como “resultado de ataques aéreos de Rusia y los Estados Unidos en Siria y Afganistán, y un aumento de la violencia patrocinada por el estado en Sudán del Sur”, informó Humanitarian Outcomes el año pasado.

Víctimas de la ayuda a las víctimas

Raramente hay una razón en particular por la cual los trabajadores humanitarios sean víctimas de ofensivas, afirmaron analistas del sector. “Hay momentos en que ocurren estos ataques para enviar un mensaje”, expresó Konyndyk. “A veces ocurren porque alguien quiere robar algo”.

Los motivos de las embestidas también pueden incluir el deseo de controlar los recursos y dominar las poblaciones, o socavar un gobierno nacional al tratar de mostrar su incapacidad para proteger a su gente, consideraron los observadores. Por ejemplo, las partes en conflicto a menudo atacan instalaciones civiles, como hospitales y escuelas.

En otros casos, los ataques pueden no estar relacionados con una agencia de ayuda en particular, cuyos trabajadores quedan atrapados en el fuego cruzado entre los rivales locales, las familias que ajustan cuentas o las fuerzas gubernamentales que luchan contra los insurgentes.

Entonces, si bien los trabajadores humanitarios pueden ser percibidos como un móvil flexible, “no siempre son necesariamente el objetivo de los ataques”, resaltó Harmer.

Mantenerse a salvo es complicado

A diferencia de las embajadas y empresas, que operan detrás de altos muros, con guardias armados o viajan en vehículos blindados, las organizaciones de ayuda en general confían en lo que se llama un “enfoque basado en la aceptación”, según especialistas del área.

Este se apoya en la premisa de que “si vas a operar en un área, lo haces con el consentimiento y el apoyo de la población de acogida”, indicó Konyndyk. “Esas comunidades locales, como parte de la aceptación [de los grupos de ayuda], permiten y apoyan su presencia. Si hay algo peligroso en camino, la agencia a menudo tendrá redes locales lo suficientemente buenas; podrán recibir un aviso previo y reaccionar en consecuencia”.

Si un grupo armado intenta ganarse la lealtad de la población local, algunas veces dejará tranquilos a los cooperantes porque sus iniciativas refuerzan el bienestar de los civiles, y una ciudadanía más feliz puede ser más acogedora con el grupo armado. Pero ese razonamiento rara vez se aplica a los agresores virulentamente antioccidentales, como Estado Islámico y Boko Haram, que a menudo asustan a la población local para que se someta y tratan de obligarla a rechazar la ayuda extranjera, consideraron los expertos.

El impacto dañino de los ataques

Por lo general, un ataque de alto perfil hace que las organizaciones cancelen temporalmente sus tareas para evaluar qué sucedió, y decidir si es seguro continuar en una región en particular.

Como resultado, a menudo hay “una disminución inmediata en la calidad y cantidad de ayuda que llega a las poblaciones que lo necesitan”, afirmó Harmer.

Somalia es un sombrío ejemplo de ello. En 2011, varios grupos de ayuda redujeron o cancelaron sus operaciones allí debido a los ataques intensificados del grupo terrorista Shabab. Además, los EE.UU. habían impuesto sanciones antiterroristas a la ayuda a Somalia, por temor a que parte de esa asistencia quedara en manos de Shabab. Como resultado, menos auxilio llegó a los necesitados, justo antes de que Somalia fuera azotada por la hambruna. “Hay una buena posibilidad de que la hambruna total se hubiera detenido si los grupos de ayuda podían mantener su presencia allí”, consideró Konyndyk.

Los ataques también pueden tener un efecto desalentador sobre la disposición de los trabajadores humanitarios individuales para acudir a ciertas regiones, expresaron los analistas de la industria. La amenaza de la violencia significa que “a veces estamos menos presentes en los lugares donde deberíamos estar, simplemente porque no podemos garantizar la seguridad suficiente”, aseveró Schopp.

A pesar de las amenazas, docenas de auxiliares humanitarios siguieron activos con toda su fuerza en algunos de los lugares más peligrosos, incluso en Siria y Yemen, lo cual demuestra que “la comunidad de ayuda tiene una tolerancia bastante robusta al riesgo”, señaló Konyndyk.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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