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Los líderes mundiales descubrieron la solución: pueden tener a los EE.UU. de su lado, manipulando el ego de Trump

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No importan los temores nucleares sobre Corea del Norte e Irán. Dejemos de lado las preocupaciones sobre los ataques cibernéticos rusos. Los líderes mundiales de hoy aprovechan una fuente de poder diferente para inclinar el equilibrio geopolítico a su favor.

Desde Moscú hasta Pyongyang, desde París hasta Jerusalén, los presidentes, primeros ministros y dictadores de por vida buscan convertir la vanidad de Donald Trump en un arma.

Los diferentes líderes emplean distintos enfoques. El presidente surcoreano, Moon Jae-in, otorgó a Trump mérito por un avance diplomático con Corea del Norte, para garantizar que el estadounidense considere la paz como un posible legado. El líder francés, Emmanuel Macron, halagó -literal y figurativamente- a Trump, para lograr que preserve el acuerdo nuclear de Irán.

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El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, presentó un show televisado internacionalmente solo para Trump, hecho a medida para que el mandatario de los EE.UU. sintiera que su largamente expresada hostilidad hacia Irán estaba justificada. El líder de China, Xi Jingping y el rey saudí, trataron a Trump de una manera que no hicieron con el presidente Obama, asegurando que el actual mandatario estadounidense se sintiera especial.

Algunos líderes se aprovecharon del miedo a la humillación que sufre Trump. El fiscal general de Ucrania dejó de apoyar la investigación de Mueller para ganarse el favor del estadounidense y garantizar que ciertas transacciones de armas avancen, según el New York Times.

El presidente ruso, Vladimir Putin, demostró ser virtuoso al tratar con el frágil ego de Trump; a veces lo apuntala con brillantes artículos en los medios de propaganda rusos, en otras ocasiones emite disparos de advertencia.

No hay nada nuevo, por supuesto, en que los líderes se halaguen entre sí. De hecho, la adulación en las relaciones internacionales se ha institucionalizado con la pompa y la circunstancia de las bienvenidas oficiales, las salvas de 21 cañonazos y las cenas de estado. Sin embargo, con esas ceremonias, se rinde homenaje a naciones enteras, no necesariamente a las personas que las representan. Gracias a Trump, se ha entrado en un nuevo territorio.

En su corto tiempo en el cargo, el mandatario estadounidense se ha mostrado diferente a sus predecesores de varias formas importantes. Aunque todos los presidentes tienen egos, Trump ha dedicado su carrera a la promoción de su propia marca personal e inscribió su nombre en grandes letras de oro siempre que pudo. También ha demostrado ser extraordinariamente egocéntrico, con un flujo constante de comentarios autocomplacientes.

Se atribuyó el mérito por recuperaciones económicas que comenzaron años antes de su llegada al cargo, por iniciar la carrera de Lady Gaga y por negocios con los cuales no tuvo nada que ver -por no hablar de la supuesta multitud récord que reunió en su ceremonia de toma de mando, cosa que no ocurrió-.

Todo esto envía un mensaje a otros líderes mundiales. Como me dijo un exfuncionario del gabinete de los EE.UU., que trata regularmente con líderes extranjeros: “Saben que lo pueden manipular”. O, como afirmó un prominente líder empresarial durante un viaje a China, en abril: “Es tan vanidoso… Es como un niño, fácil de manejar si sabes lo que quiere”.

No es solo la sensibilidad de Trump y su insaciable apetito por los reflectores lo que lo vuelve influenciable. También ha institucionalizado su egocentrismo tal como ningún presidente estadounidense anterior hizo.

El primer mandatario ha degradado y devaluado departamentos enteros y procesos completos que, alguna vez, supieron distribuir el poder a través del gobierno. Él concentró ese poder en la Oficina Oval y dejó en claro que no tolerará que su gabinete lo eclipse. La adulación de su administración sobre él demuestra que los funcionarios entienden que su servicio público se trata, en realidad, de servir a un hombre.

Se supone que las instituciones de nuestro gobierno deben despersonalizar el proceso de gobernar, para compensar el poder y los intereses individuales. A medida que Trump socava estas instituciones, poniendo sus sentimientos y a él mismo en el centro de todo, ha hecho que los asuntos mundiales giren alrededor de su propia vanidad y sus manías.

Se trata de algo peligroso, en el mejor de los casos. Es especialmente arriesgado cuando el líder en cuestión está sitiado, mal informado y es impulsivo, y cuando aquellos que intentan influenciarlo saben cómo hacerlo.

A medida que estas circunstancias empeoran y mientras se concentra más poder en un hombre ensimismado, es cada vez más probable que los desafíos de nuestro tiempo se resuelvan no según sus méritos, sino por cómo Trump cree que lo hacen lucir cada vez que mira el espejo.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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