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China: la capital de los ganchos para ropa lucha por sobrevivir, víctima de su propio éxito

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Muchos de los ganchos de ropa usados en el mundo se fabrican en almacenes de dos pisos en la carretera a Lipu, una ciudad en el sur de China, donde el río fluye entre imponentes formaciones cársticas y los vendedores ofrecen el taro más dulce.

Las luces a lo largo de las calles peatonales son el alma de la ciudad. Los residentes se enorgullecen de los productos de madera lisos que se envían a Target e Ikea desde la “capital china de los ganchos”. Pero los anuncios colocados en las puertas en donde se buscan trabajadores en las fábricas muestran una nueva realidad.

China se convirtió en el fabricante mundial porque ofrecía mano de obra barata, abundante y una cadena de suministro que estaba lista. En Lipu, los trabajadores produjeron miles de millones de ganchos que llenaban los armarios desde Savannah, Georgia, hasta Estocolmo.

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Estas mismas fábricas ahora luchan por encontrar empleados a medida que los salarios aumentan y la población envejece. El intento de China de combatir esta escasez tiene sus ramificaciones en el centro de las tensiones comerciales con Washington.

El presidente Xi Jinping ha adoptado una estrategia de $300 mil millones, conocida como Made in China 2025, destinada a acelerar la transición de la nación a áreas de fabricación más avanzadas como la robótica y la industria aeroespacial. La administración de Trump lo percibe como una trama para dominar las tecnologías más cruciales del mundo. Atrapadas en medio están las industrias tradicionales de las que China alguna vez dependió para crecer.

“Este año (2018) hemos tenido más problemas”, dijo Liu Xiangmin, que dirige una pequeña fábrica que huele a madera fresca. Perdió el 30% de su fuerza de trabajo en febrero después de las vacaciones del Año Nuevo Chino. “No podemos tan siquiera pensar en obtener ganancias”.

Un grupo de mujeres se sentaron en los taburetes del piso de arriba, clasificando los ganchos entre el ruidos de las sierras de la fábrica. Llevaban máscaras para protegerse contra los aerosoles de polvo que lanzaban las máquinas perforadoras. Por sus esfuerzos, los trabajadores reciben alrededor de $ 7,600 al año.

La amenaza de los aranceles estadounidenses no preocupa tanto a Liu como mantener a flote su planta industrial. China se enfrenta a un enigma de su propio éxito industrial. La economía próspera del país ha dado lugar a salarios más altos, lo que hace que los productos de mano de obra, como los juguetes y los zapatos, sean más costosos en el mercado internacional.

Los salarios anuales promedio de China aumentaron casi un 63% entre 2011 y 2016, según la Oficina Nacional de Estadísticas. Los ingresos por hora para los trabajadores de las fábricas llegaron a $ 3.60 en 2016, según datos de la firma de investigación de mercado Euromonitor, más altos que Brasil o México y similares a Portugal o Sudáfrica.

“Lo que China quiere hacer, y lo que los empresarios deben hacer, es este tipo de actualización y transformación ... para que puedan ponerse al día con el creciente costo de los trabajadores”, dijo Ashley Qian Wan, economista de Bloomberg Economics en Beijing, que investiga mercados a nivel provincial. “China 2025 es una especie de solución para esto”.

Las fábricas no solo tienen que pagar más a sus trabajadores, sino que también se están quedando sin personal para contratar. La política de tener un solo hijo en el país, que duró más de tres décadas, significa que no hay suficientes jóvenes para reemplazar a una población que envejece. En 2017, China tenía una fuerza laboral disponible de 900 millones de personas. El gobierno predice que disminuirá en 200 millones para el año 2030.

“Toda la cadena está rota porque no tenemos una generación más joven para continuarla”, dijo Xie Hua, quien dirige Huateng Hanger Co. en Lipu. Un puñado de trabajadores se encontraba empacando ganchos de plástico blanco y negro en un almacén cerca de la sala de exposición. Ninguno parecía tener menos de 35 años.

Las 100 compañías de ganchos en Lipu representaron el 70% de la producción total de ganchos de China en 2017, según datos del condado. Casi todo se envían a Europa, EE.UU., y otros lugares. Los funcionarios locales se negaron a hacer comentarios.

La escasez de mano de obra comenzó en las regiones costeras hace aproximadamente una década y luego se trasladó hacia las áreas menos desarrolladas. Lipu ha tratado de diversificarse. Sus residentes cultivan mandarinas en las colinas de las afueras de la ciudad y una planta procesadora de alimentos elabora bocadillos envasados. Los jefes de fábrica hablan de unirse a la transición camino a la automatización y las tecnologías más avanzadas.

Es esa transformación lo que asusta a la administración Trump. Los funcionarios temen que las compañías estadounidenses no puedan competir contra las empresas chinas respaldadas por enormes subsidios gubernamentales. Los aranceles propuestos por la Casa Blanca sobre $ 50 mil millones en bienes chinos se enfocan en productos técnicos, como dispositivos médicos y automóviles.
“Si China domina el mundo, eso será malo para Estados Unidos”, dijo el representante comercial de Estados Unidos, Robert Lighthizer, a un comité del Senado, en marzo.

La Casa Blanca parece menos preocupada por los artículos de baja tecnología, aunque los funcionarios están explorando impuestos sobre otros $ 100 mil millones en bienes. Y los ganchos han sido atrapados en esta polémica comercial anteriormente. En 2008, funcionarios de EE.UU. acusaron a China de comercializar ganchos metálicos en el mercado y cobrarlo a las empresas nacionales. Pero las tarifas terminaron afectando a las cadenas de tintorería y, en última instancia, a los clientes que querían pantalones prensados o camisas limpias.

“Seguro, tengo preocupaciones”, dijo Qin Yuangao, cuyo padre comenzó la primera fábrica de perchas en la ciudad. ¿Pero quién pagará el precio? ¿Consumidores estadounidenses? Lo siento por ellos”.

La generación que convirtió a China en la fábrica mundial dejó las pequeñas aldeas hace varias décadas para migrar a ciudades en crecimiento al sureste de la provincia de Guangxi, donde se encuentra Lipu. La experiencia se ganó su propio nombre: chuqu o “irse fuera”. Los inmigrantes trabajaban 14 horas al día en fábricas oscuras y sucias. Pero estaban ganando dinero y eso significaba una movilidad ascendente.

La generación que liderará la próxima transformación económica de China es más probable que haya completado la escuela secundaria, si no la universidad.

Solo entre 2011 y 2016, los graduados en la educación tecnológica del país aumentaron un 18%, según Euromonitor. Más que dinero, les importa la calidad de vida.

Dai Hongshun maneja al Sr. Frog, un popular restaurante cerca del río Li que sirve la condimentada comida de Hunan. El joven de 25 años, gana menos que los trabajadores de la fábrica de Lipu, pero se encogió de hombros ante la idea de unirse a sus filas. “Es muy aburrido y estás atrapado en una fabrica”, dijo. “Además, hay mucho trabajo de horas extras”.

Pocos en esta ciudad de 380,000 muestran interés en el negocio que una vez lo sostuvo.

“Los jóvenes quieren experimentar cosas nuevas, no quieren trabajar en una fábrica”, dijo Yan Liu (28 años), un vendedor de una papelería del centro, llena de plumas de ‘Snowman’ y cuadernos de Disney. Yan pasó tres años empacando ganchos de madera en cajas y se aburrió de la monotonía. Se sintió atrapada.

“Una vez que sales de la fábrica”, dijo, “nunca vuelves a salir”.

Hace tres décadas ofrecía una oportunidad. Qin Yuxiang dirigía una pequeña tienda que tejía cestos de madera a mano. Un día, los empleados de una empresa minorista extranjera le preguntaron si le gustaría usar esa materia prima para hacer colgadores de ropa. Abrió Ushine en 1989. Actualmente, la compañía opera cuatro plantas con 1,000 trabajadores que realizan envíos a Ikea, Target y Mango.

Qin hizo que la empresa fuera un éxito; su hijo está tratando de salvarlo. Qin Yuangao mejoró las condiciones laborales para atraer a los empleados. Concede a los trabajadores la participación en un sindicato, un seguro y tapones para los oídos para usar en la fábrica. Está introduciendo más máquinas automáticas y considerando agregar muebles de patio a la producción de la compañía.

A pesar de que Estados Unidos registró negocios que migraban hacia China por abundante mano de obra, Qin Yuangao teme la competencia de Brasil y sus materias primas baratas. También desconfía de Europa del Este, donde lugares como Rumania y Polonia rivalizan con sus exportaciones a Alemania y Rusia. El joven Qin recuerda su visita a una fábrica de ganchos de Boston hace dos décadas. Se cerró, junto con otras compañías estadounidenses que no podían competir con China.

“Los Estados Unidos tenían una industria de ganchos y ahora no se ve eso”, dijo. “No sé si la industria existirá aquí dentro de otros 20 años”.

Gaochao Zhang, en Lipu, y Kemeng Fan y Nicole Liu, en Beijing, contribuyeron a este reporte. Meyers es un corresponsal especial.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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