Anuncio

Cientos de personas solicitan asilo en Estados Unidos al tiempo que la caravana migrante llega a Tijuana

Share

Cuando el resto de una caravana de migrantes atacada verbalmente por el presidente Trump llegó a Mexicali, el 24 de abril, otros cien ya estaban esperando en una plaza en la frontera entre Tijuana y San Diego buscando asilo.

Mientras la caravana se enfoca en un grupo específico de personas que viajan hacia el norte para buscar protección, el lado estadounidense del puerto de San Isidro se ‘congestiona’ regularmente con personas de todo el mundo que llega para solicitar asilo.

Cuando son más los solicitantes de los que los agentes de Aduanas y Protección Fronteriza pueden procesar, los migrantes terminan ubicándose en la plaza frente a El Chaparral, el nombre de la mitad del puesto fronterizo de México, para saber si tendrán que regresar otro día para hacer su solicitud formal. Esta entrada fronteriza tuvo un atraso en diciembre de 2017, cuando algunos solicitantes de asilo esperaron semanas en Tijuana para pedir ayuda.

Anuncio

Un hombre de Michoacán se convirtió en uno de los líderes del grupo que esperaba el 24 de abril, negociando con funcionarios estadounidenses sobre cuántas personas podrían ingresar al punto fronterizo y cuándo.

Él, junto con algunos otros voluntarios, hizo una lista durante el día de aquellos que querían pedir asilo. A media tarde, el recuento era de hasta 388 y estaba creciendo, aunque no todos se quedaron para ver si podrían ser atendidos ese día.

“La situación es muy mala aquí. Tenemos muchos problemas”, dijo el hombre. “Hay mucha violencia en México”.

Dijo que había huido de su ciudad natal en secreto y temía lo que podría pasarle si las pandillas descubrían que se había ido.

“Prefiero estar encerrado en Estados Unidos que morir en México”, dijo.

Ha estado esperando en Tijuana durante siete días para solicitar asilo.

Si los migrantes dicen a los funcionarios fronterizos que tienen miedo de regresar a sus países de origen, según las leyes de EE.UU., se debe procesar su solicitud de asilo. Los solicitantes generalmente esperan en los centros de detención hasta que los oficiales los entrevisten para medir la credibilidad de sus reclamos.

Si pasan la prueba, entonces los inmigrantes esperan su turno para que los jueces escuchen sus casos y tomen una determinación final. Durante esas audiencias, los solicitantes de asilo deben demostrar que han sido perseguidos por su raza, religión, nacionalidad, opinión política o pertenencia a un grupo social, incluida la orientación sexual.

Un poco antes de las 3 p.m., funcionarios de EE.UU. le dijeron al michoacano que trajera a las primeras 10 personas de la lista. Llevaba una bolsa de lona para una mujer que tenía un niño pequeño con ella y escoltó al pequeño grupo, que incluía una familia con dos adolescentes del estado de Chihuahua.

Cuando llegaron a la entrada de la sección estadounidense, el hombre les deseó buena suerte e instó a uno de los muchachos a estudiar mucho y mantenerse fuera de problemas.

Al pasar la tarde, los niños jugaban en la plaza, pateando una botella de agua vacía como si fuera una pelota de futbol. La mayoría de los adultos buscaba refugio contra el sol debajo de unos árboles cercanos compartiendo alimentos que pudieron comprar con el poco dinero que tenían.

Una mujer de Honduras, que había sido parte de la caravana hasta que el grupo recibió documentos temporales de México para viajar al ‘norte’, esperó nerviosamente con su hija de 2 años. Su esposo ya había solicitado asilo con otra menor de 4 años y había ido a Atlanta a vivir con un patrocinador.

Le preocupaban las historias que había escuchado sobre funcionarios fronterizos que se llevaban a los niños lejos de sus padres, a pesar de que su esposo no había tenido ningún problema. Un funcionario mexicano le había dicho al grupo esa mañana que no podrían pedir asilo en Estados Unidos.

Mientras su hija dormía la siesta, leyó el Salmo 91 en voz baja para sí misma, pidiéndole a Dios confianza y fortaleza.

Ella recordó los viajes en autobús de ciudad en ciudad que tomó con su familia para escapar de la violencia en su ciudad natal, La Ceiba.
Dijo que tenía miedo de salir con sus hijos, incluso durante el día, porque a las pandillas de allí no les importaba si alguien llevaba un niño. Los delincuentes pedirían dinero y castigarían a quienes no lo dieran.

A medida que avanzaba la tarde, el hombre de Michoacán descubrió que los oficiales habían aceptado a 80 personas más para ser entrevistadas. Pidió a todos que se sentaran y comenzó a leer la lista, pidiéndoles a las personas que se alinearan en la plaza.

Llamó a la mujer de Honduras, y después de que ella recogió las bolsas pequeñas llenas de ropa y un oso de peluche que la gente le había donado en México, tomó su lugar en la línea – el número 23.

Los turistas filmaron la escena en sus teléfonos mientras los inmigrantes caminaban hacia el puerto de entrada.

El organizador del grupo contó cuidadosamente que tenía 80 personas antes de decirle al resto que esperara en la plaza y que volviera a intentarlo mañana.

Un hombre agarró sus pertenencias y las colocó en una bolsa de basura, y la mujer hondureña susurró oraciones mientras la procesión subía por una rampa hacia el pasillo que conduce a Estados Unidos. Alrededor de las 5:30 p.m., los oficiales de la Patrulla Fronteriza comenzaron a llevarlos dentro de las instalaciones, advirtiendo que cualquiera que pase del número 80 debería darse la vuelta y volver a intentarlo otro día.

Morrissey escribe para el San Diego Union Tribune.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

Anuncio