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‘Súper rudas’: estas artistas mexicanas están reescribiendo la historia del arte latinoamericano

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Son mujeres que convirtieron historias de ataque sexual en instalaciones artísticas. Crearon dibujos que dieron a la sexualidad un punto de vista claramente femenino. Presentaron conferencias de historia del arte vistiendo delantales y confeccionaron un vestido de quinceañera con carne de res -muchos años antes de que Lady Gaga fuera siquiera un destello en los ojos de sus padres-. Todas ayudaron a transformar el rostro del arte a lo largo de un continente.

Son mujeres -algunas bien conocidas en los círculos del arte latinoamericano, otras mucho menos- que colectivamente obtendrán su merecido reconocimiento en la muestra “Radical Women: Latin American Art, 1960-1985”, del Hammer Museum, una de las decenas de exhibiciones en el sur de California que se inaugurarán este otoño como parte de Pacific Standard Time: Los Angeles/Latin America.

Ninguna otra muestra de PST: LA/LA promete reescribir la historia como “Radical Women” (mujeres radicales), que documenta el trabajo transformador de latinas estadounidenses y latinoamericanas quienes, con demasiada frecuencia, fueron ignoradas por las principales entidades artísticas.

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“Nunca me propuse ser una artista radical”, dice Maris Bustamante, una creadora conceptual pionera de la Ciudad de México, que entre sus diversas acciones lúdicas patentó el taco y creó una mascarilla facial con un falo por nariz como ironía acerca del concepto de envidia del pene, de Freud. “Fue el contexto el que nos moldeó”, señala.

Ese contexto fue la América Latina de los años 1960, 1970 y 1980, un período turbulento que comenzó apenas siete años después de que se concediera a las mujeres en México el derecho a votar en las elecciones nacionales, en 1953. Era una época en la cual la pintura gobernaba, y los hombres gobernaban la pintura.

De hecho, cuando se celebró en la Ciudad de México la Conferencia Mundial de la Mujer de Naciones Unidas, en 1975, para celebrar el Año Internacional de la Mujer, el Museo de Arte Moderno organizó una exposición con pinturas de mujeres, creadas en gran parte por hombres.

Magalí Lara, una artista que reside en Cuernavaca y es conocida por sus íntimas reuniones, era estudiante en la Academia de San Carlos, del D.F., en esa época. “Solíamos tener discusiones que hoy serían consideradas absolutamente ridículas, pero en ese entonces eran muy serias”, recuerda. “Hablábamos acerca de si las mujeres podíamos o no ser pintoras debido a nuestras cualidades maternales, y cómo éramos buenas estudiantes pero no buenas creadoras. Esa idea de que éramos muy dóciles y fácilmente influenciadas; así es como nos trataban”.

La exposición “Radical Women” se extiende por el continente americano y comprende a artistas chicanas de Los Ángeles, que lucharon por temas de marginación, hasta mujeres de Chile, Brasil y Argentina, que se enfrentaron a la represión extrema de sus respectivas dictaduras. “Éstas eran mujeres que abordaban el poder”, afirma Cecilia Fajardo-Hill, la curadora del programa. “Mujeres que luchaban contra el poder”.

“Hacemos esta muestra porque han pasado 50 años y los porcentajes de la representación femenina en galerías y museos, en los mejores casos, todavía se ubican en el 30%”, expresa la cocuradora, Andrea Giunta. “Y eso es en el presente. Pensemos en las artistas que han sido completamente borradas del mapa y permanecen totalmente fuera de la mirada institucional”.

Quienes se destacan particularmente son las artistas que trabajaron en México durante el período de 25 años examinado en la muestra. Esto incluye a Bustamante, así como a la influyente Mónica Mayer, cuya instalación “El tendedero”, creada por primera vez en 1978 y recreada en Los Ángeles un año después, se convirtió en una reflexión improvisada sobre la prevalencia de la agresión sexual.

Hay artistas como Carla Rippey y Lara, con su franco abordaje de la sexualidad femenina; y hay fotógrafas, como Ana Victoria Jiménez y Lourdes Grobet, que abordan cada una las realidades de México a su manera: Jiménez graba las acciones mundanas del trabajo doméstico, Grobet a través de una serie -ahora bien conocida- que documenta a las luchadoras mexicanas.

México, de manera bastante significativa, fue el único país latinoamericano en tener un movimiento de arte feminista comparable con los de Europa o los Estados Unidos. “México ha tenido un movimiento feminista desde el siglo XIX, muy visible”, señala Karen Cordero, una historiadora del arte y feminista que aportó un ensayo sobre el tema para el catálogo de la exposición. “El primer congreso feminista en México tuvo lugar en 1916, en Yucatán, y desde entonces ha habido visibilidad para el movimiento en el país”.

Arte a partir de la represión

Los años en que las artistas de la generación de “Radical Women” alcanzaron la mayoría de edad estuvieron marcados por el aislamiento nacionalista, la brutal dictadura y la insurgencia guerrillera. En 1968, el país se convulsionó cuando el ejército mexicano masacró a un número desconocido de estudiantes en Tlatelolco, que protestaban por los gastos del gobierno en los Juegos Olímpicos de ese año. Lo que siguió fue una fuerte represión social y política.

De ese clima surgieron artistas que crearon exitosamente obras experimentales de fotografía, montaje, instalación y actuación, al tiempo que abordaron complejas cuestiones de raza, clase, género, sexualidad y domesticidad.

La década de 1970 dio pie al surgimiento de artistas que trabajaban en colectivos conocidos como ‘grupos’, fenómeno que surgió a raíz de la organización de los estudiantes tras las protestas de Tlatelolco. Muchas de las artistas de esta muestra participaron en grupos, junto con hombres y con otras mujeres. “Era en la década de 1970, la era de las dictaduras”, remarca Rippey. “Había toda una cuestión política; el tema de la represión estaba muy presente. Los grupos fueron una reacción a eso”.

El progreso llegó con una serie de marchas y contramarchas. En la Conferencia Mundial de la Mujer de 1975, cuando el Museo de Arte Moderno produjo el torpe homenaje femenino, también organizó un coloquio que reunió a mujeres de diferentes campos: artistas, historiadoras y antropólogas. “Hablamos de clase, de raza, de arte, de la diferencia entre el arte y lo artesanal”, recuerda Mayer. “Lo que ahora elegantemente se llama ‘interseccionalidad’, ya lo discutíamos en México en aquel entonces”.

A principios de 1980, Mayer se asoció con Bustamante para lanzar Polvo de Gallina Negra, un colectivo de arte feminista. El par brindaba humorísticas actuaciones/conferencias sobre las mujeres y el arte, luciendo delantales con volantes.

“La gente siempre decía: ‘Las mujeres, en la cocina’”, cuenta Bustamante, riendo. “Así que pasamos de la proverbial cocina al escenario”. En una actuación, aparecieron en “Nuestro mundo” -un programa de televisión nacional conducido por el periodista Guillermo Ochoa- vestidas con delantales y vientres falsos de embarazadas, y persuadieron al anfitrión para que luciera un atuendo similar.

Súper rudas

A mediados de la década de 1980, Mayer, junto con el colectivo de mujeres Tlacuilas y Retrateras, organizó una serie de acontecimientos en la Academia de San Carlos que examinaron la tradición de la quinceañera, la celebración de cumpleaños que sirve como un rito de pasaje para las niñas en toda América Latina. Para ese acontecimiento, una artista apareció con un vestido hecho a mano a partir de filetes; otra llevaba un cinturón de castidad.

“Era muy crítico con toda la tradición”, sostiene la historiadora del arte feminista Julia Antivilo Peña. “Tuvo mucha cobertura en la prensa, incluso críticas, y fue uno de los acontecimientos que sirvieron como punto de consolidación para el movimiento de arte feminista en México”.

Otra artista que desafió las formas en que se presentaba el género fue Rippey, quien ahora es directora de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado, conocida como La Esmeralda. “Trabajé mucho con el desnudo femenino”, dice. “Tomaba imágenes de porno suave victoriano pero las reimaginaba desde el punto de vista de la mujer, del placer que sentían”, explica.

Lara, de igual modo, jugaba con el erotismo, aunque de formas más obtusas, que implicaban lenguaje y símbolos.

“Nos llamaban ‘las despeinadas’”, recuerda, haciendo alusión al cabello desordenado. “Éramos súper rudas”.

Si las mujeres de la época ayudaron a ampliar los temas tratados en el arte mexicano, también colaboraron para desafiar los materiales a partir de los cuales éste se creaba. Así, indagaban en el dibujo, la instalación, las performances o actuaciones, y fusiones de todo lo anterior.

Jiménez y Grobet trabajaron en fotografía, en un momento donde ese medio generaba poco respeto de la crítica. Para una muestra temprana, en 1970, Grobet empleó cuadros como parte de una instalación del tamaño del sitio. “Trataba de sacar la fotografía de su contexto”, recuerda. “Era un laberinto hecho totalmente de fotomurales, y la idea era que uno abría la figura del hombre. Fue en los años 1970 y toda la psicodelia estaba en auge, así que usé proyecciones, efectos y figuritas que se movían... Uno terminaba en una habitación llena de espejos, con una visión infinita de sí mismo”.

Pero, como artistas que empujaron los límites, muchas de ellas se encontraron trabajando en tierra de nadie - o, mejor dicho, en un territorio sin mujeres- entre el feminismo, el arte y la política.

El mundo del arte tradicional mexicano no le daba a sus trabajos mucha difusión, pero tampoco lo hacía el movimiento feminista (las feministas teóricas del país a menudo parecían cuestionar las acciones artísticas que involucraban la desnudez, por ejemplo). Sin mencionar que no todas las artistas estaban cómodas con la etiqueta feminista. Grobet señala: “Siempre sentía que era algo importado de Europa o de los Estados Unidos”.

Mientras tanto, la izquierda, con la cual muchos artistas estaban alineados políticamente, cuestionaba la idea de la necesidad de un movimiento de mujeres por separado. “El argumento de la izquierda era que cuando llegara la revolución, la mujer tendría el lugar que tendría”, explica Giunta, “y la justicia sería para todos”.

Pero las opiniones izquierdistas no siempre cuadraron con las preocupaciones de las mujeres. Un himno izquierdista favorito de la época comenzaba con la orden: A parir, madres latinas, a parir más guerrilleros. A parir madres, francamente, me ponía los pelos de punta”, dice Jiménez. “Estábamos peleando por la independencia, por la liberación de las mujeres, por una vida digna, y alguien venía a decirnos que si no teníamos bebés no contábamos. Esos conceptos de los años 1970, para mí, eran realmente problemáticos”.

Lo que la exposición “Radical Women” en el Hammer promete es sacar a estas artistas de ese espacio intermedio y considerar su obra en sus propios términos, de una manera que encaja perfectamente con nuestro momento político.

Por otra parte, el enfoque de la exposición -de las formas en las cuales las mujeres emplean el cuerpo- es especialmente actual debido a los debates en curso sobre la violencia contra ellas, desde la conversación informal de un candidato presidencial estadounidense acerca de sus manoseos hasta el asesinato de mujeres en México, que ha alcanzado proporciones épicas.

“La muestra será importante de muchas maneras”, expresa Cordero. “Una de ellas será mostrar cómo el arte puede ser una herramienta de resistencia, que fue el caso en muchas de las obras que estarán presente en el museo”.

“Si este show fue importante hace unos meses, lo será aún más ahora”, agrega Mayer. “Ha adquirido un marco político mucho más definido, porque somos mujeres y porque somos latinoamericanas”.

Radical Women: Latin American Art, 1960-1985

Parte de Pacific Standard Time: LA/LA

Dónde: Hammer Museum, 10899 Wilshire Blvd., Westwood.

Cuándo: del 15 de septiembre al 31 de diciembre. Lunes cerrado.

Información: (310) 443-7000, hammer.ucla.edu, pacificstandardtime.org

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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