Anuncio

Trabajar como bibliotecaria me causó síntomas de estrés postraumático

Share

Meses antes de su estreno, amigos y familiares comenzaron a enviarme enlaces del video del avance de la película “The Public”. Los hacía pensar en mí, decían.

En el film -un proyecto apasionado del actor y director Emilio Estévez-, personas sin hogar, incapaces de enfrentar otra noche en el gélido invierno de Cincinnati, se niegan a retirarse y “ocupan” la biblioteca pública. Si bien los críticos y los espectadores pueden ver los aspectos de “The Public” como una licencia poética, para mí fue ver mi trabajo reflejado en la pantalla con precisión.

Renuncié a mi empleo como bibliotecaria el otoño pasado. No fue porque me había aburrido de vivir el estereotipo trillado de una bibliotecaria con lentes, que hacía callar a los lectores detrás de un imponente escritorio de caoba. Me fui porque había empezado a estresarme y a experimentar síntomas del trastorno de estrés postraumático.

Anuncio

Había sido bibliotecaria escolar durante más de cinco años antes de aceptar un empleo en una sucursal dentro del sistema de bibliotecas públicas de Washington, DC, durante los últimos nueve meses de mi carrera. La escena inicial de la película, de las personas sin hogar con sus bolsas de dormir y haciendo fila frente a las puertas aún cerradas de una biblioteca, reflejaba mis propias mañanas.

Yo llegaba 30 minutos antes de que se abriera la sucursal, y ya encontraba al menos a 10 personas conocidas esperando -y más en los días particularmente fríos o calurosos-, que habían dormido afuera o simplemente habían caminado desde los refugios. Ahí estaba Wayne, el adicto en recuperación que me llamaba “Kiddo” y me abría la puerta para que no derramara mi café. Estaba la Srta. Cook, que le silbaba y gruñía a su hermana imaginaria, y la Sra. Yin, que gritaba que no podía entrar para hacer su trabajo -diseñar un café de espías en el techo del Museo Nacional del Aire y el Espacio, a pedido del FBI- según aseguraba la señora.

No había días tranquilos de lectura en el escritorio de la biblioteca. En lugar de ello, debajo de éste había un botón de pánico, que mis colegas o yo presionábamos para alertar a la Policía de la Biblioteca y al Departamento de Policía Metropolitana de que el personal o los lectores estaban en peligro inmediato.

Había incidentes a diario, entre ellos sujetos borrachos que se desmayaban, peleas fuera del baño, episodios psicóticos que provocaban discusiones a gritos con entidades invisibles. Pero el botón de pánico estaba reservado para cuando las cosas eran realmente complicadas, y debimos presionarlo tres veces en mi primer mes trabajando ahí. La primera vez fue en mi segundo día de trabajo, los bibliotecarios estaban detrás del mostrador de circulación cuando alguien comenzó a tirarnos libros, periódicos y letreros de plástico, gritando que nos mataría a todos. Acababa de terminar un cuento para bebés y niños pequeños y observé cómo los cuidadores se apresuraban a esconder a los niños detrás de los estantes más altos.

“The Public” se propone ser -y de muchas maneras lo es- una carta de amor a las bibliotecas urbanas de todo el país y a aquellos que mantienen sus puertas abiertas. Pero aunque tiñe a sus personajes bibliotecarios con cierta superioridad moral, puedo asegurar que esto es algo que la mayoría de los bibliotecarios no sienten.

Hubo días en que perdí los estribos, días en los que sentí un enojo extremo hacia clientes particularmente difíciles y días en que me senté en la habitación de atrás y lloré. Ciertamente, nunca me quedé en el baño con clientes y nunca le di a nadie dinero en efectivo de mi bolsillo, como lo hace el personaje de Estévez en la película. Y, sin embargo, para trabajar en una biblioteca también debí ser una trabajadora social y una socorrista, una defensora de los marginados y un ser humano un poco insensible.

El acto de desobediencia civil que le da a la película su estructura dramática nos deja con grandes preguntas: ¿Qué es lo mínimo que esperamos de la sociedad y en qué difiere de una respuesta completamente humana? lo mínimo que se espera de una ciudad es proporcionar camas de refugio a sus desamparados. Es humano crearles un santuario para su vida diaria, y lo mínimo es pagarles a los bibliotecarios para que realicen una serie de tareas impensable para mantener este santuario, igualmente es humano lidiar con las profundas luchas internas y el agotamiento que esto causará.

Tal vez sea demasiado esperar que una película o un éxito de ventas como “The Library Book”, de Susan Orlean, desate realmente una conversación cívica sobre las condiciones de las urbes y sus bibliotecas, sobre los bibliotecarios y los lectores. Pero es esencial entender que las bibliotecas están en esa situación porque otros sistemas fallaron. Nunca hemos solucionado la crisis de salud mental que surgió de los cierres de los hospitales psiquiátricos estatales en la década de 1980. El dinero para viviendas de bajos ingresos y programas de servicios sociales ha disminuido durante décadas. En los últimos años, las ciudades, entre ellas Los Ángeles, han aprobado ordenanzas para evitar que los campamentos de desamparados se conviertan en ciudades con tiendas permanentes. Los restaurantes, museos y otros lugares públicos expulsan a las personas sin hogar a las calles, donde también se les dice que no pueden estar. La biblioteca es uno de los pocos lugares donde aún pueden ir.

Hacia el final de la película, uno de los bibliotecarios principales declara apasionadamente que la biblioteca pública es el último bastión de la democracia en la nación, y realmente, así es. Estoy tan contenta de haber dedicado siete años de mi vida a trabajar en una de ellas. Las bibliotecas son grandes igualadores sociales, pero deberíamos preguntarnos cómo otras instituciones pueden emular su trabajo como defensores y proveedores de atención para los más vulnerables de la sociedad. Las bibliotecas no deberían ser las únicas que lo hagan.

Amanda Oliver es una estudiante graduada en escritura creativa de no ficción en UC Riverside. Actualmente trabaja en un libro acerca de ser bibliotecaria. Twitter: @aelaineo.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

Anuncio