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El exsuperintendente del LAUSD Roy Romer inspeccionó su más grande iniciativa de construcción escolar

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El exsuperintendente escolar de Los Ángeles Roy Romer calificó con una ‘A+’ el concreto pulido bajo sus pies, en el recientemente construido Maywood Center for Enriched Studies.

El cemento tenía el brillo del piso de baldosas que es común en la mayoría de las escuelas, pero se supone que debe durar mucho más y cuesta mucho menos mantenerlo. “Esa es una de las cosas que aprendimos mientras construíamos”, afirmó.

Romer impulsó el proyecto de construcción escolar más grande del país mientras era superintendente, entre 2000 y 2006. El residente de Colorado volvió al Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles (LAUSD) para ver los frutos de ese trabajo, como parte de la celebración de su 89º cumpleaños, en diciembre pasado.

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La escuela Maywood, que abrió en el otoño, fue el último de 131 nuevos planteles creados bajo un programa de construcción y modernización, valuado en $20 mil millones de dólares.

Había un fuerte escepticismo sobre Romer cuando la Junta de Educación de Los Ángeles lo nombró para liderar el sistema escolar más grande del estado. Otros candidatos se habían retirado de la carrera, y aunque el currículum de Romer era impactante -exgobernador de Colorado y presidente del Comité Nacional Demócrata- su experiencia profesional era política, jurídica y comercial, pero no educativa.

Romer rápidamente decidió que un enfoque principal sería la crisis de espacio de las escuelas. Los campus funcionaban durante todo el año, pero los alumnos tenían horarios que daban como resultado casi un mes menos de instrucción. Muchos no podían obtener los cursos avanzados necesarios para postularse a universidades determinadas.

Antes de su llegada, el distrito había lanzado dos proyectos de preparatorias, pero había cancelado ambos por cuestiones ambientales después de gastar unos $250 millones. Una emisión de bonos de $2,400 millones, en 1997, para las reparaciones se había quedado por debajo de lo necesario.

Romer se puso a trabajar con el respaldo de una junta escolar que, en su mayor parte, lo dejó funcionar. “Él era alguien que venía a terminar el proceso”, aseguró el exmiembro de la junta Mike Lansing. “Las ideas abundan, pero no quien las lleve a cabo”. Nos reclutó y persuadió en la junta para superar la política y la oposición de una ciudad que había quedado paralizada por no satisfacer las necesidades durante décadas. Y él sabía cómo controlar la presión como era necesario”.

Romer trabajó con el alcalde Richard Riordan y sus sucesores para encontrar parcelas para las escuelas en entornos urbanos abarrotados. Pero también se enfrentó a la ciudad o a los promotores inmobiliarios en la búsqueda de terrenos diseñados para proyectos comerciales. Esto incluyó la fachada de Wilshire Boulevard en el sitio del Hotel Ambassador, que Romer también visitó en su regreso. El funcionario debió luchar también contra los conservadores de ese lugar, que querían salvar el edificio histórico del hotel.

El distrito acordó recrear algunos elementos históricos de la construcción; la cafetería diseñada por Paul Williams se reconstruyó como una sala de profesores, y el perímetro de la biblioteca de la escuela coincidió con el del salón de banquetes del hotel, donde Robert F. Kennedy en 1968 pronunció su discurso final antes de ser asesinado en la despensa del hotel. Los murales en la biblioteca conmemoran la vida de Kennedy.

Los conservadores no fueron fáciles de apaciguar y los extras aumentaron los costos, algo que provocó críticas al gasto del distrito. Aún así, el campus de RFK Community Schools, que tiene seis escuelas separadas, se construyó. “Recuerdo cuán densa era la población estudiantil de esa zona; podías llenar una escuela con las ocho cuadras que la rodeaban”, indicó el exfuncionario.

Romer también insistió en completar el abandonado Belmont Learning Complex, por entonces a medio terminar, un proyecto infame cuyos marcos oxidados se alzaban al lado de la autopista 110.

Los problemas ambientales del sitio eran manejables, pero el proyecto se había vuelto políticamente tóxico, lo cual contribuyó a las pérdidas electorales para los miembros de la junta escolar que lo habían apoyado. “Él rápidamente se dio cuenta de que Belmont era un símbolo del fracaso; revivirlo no sólo se trataba de poner asientos para niños”, aseguró el exasistente Glenn Gritzner. “Sabía que teníamos que encontrar la forma de recuperar esa escuela. Tuvimos que demostrarle a todos que no éramos un distrito en quiebra y que podíamos hacer algo”.

El complejo Belmont, renombrado como Edward R. Roybal Learning Center, abrió sus puertas en 2008. Romer y su equipo aportaron la experiencia necesaria importando “Seabees”, expertos de los Batallones Navales de Construcción de los Estados Unidos. También trabajó para persuadir a los votantes para que aprobaran los bonos de construcción de escuelas en 2002, 2004 y 2005.

Después de la primera medida de bonos, Romer avanzó con una estrategia atrevida y potencialmente temeraria. En lugar de utilizar el dinero para pagar una cantidad relativamente pequeña de proyectos de principio a fin, él (y la junta escolar) autorizaron el trabajo en todas las escuelas necesarias. Si los bonos locales y estatales posteriores no se hubieran aprobado, el funcionario podría haber quedado con 80 hoyos en el terreno y pocas escuelas, y generado una catástrofe política enorme. “Teníamos el impulso para construir estas escuelas, y necesitábamos construirlas todas”, recordó Romer.

La iniciativa también sobrevivió a otra apuesta política al poner las nuevas escuelas -y por lo tanto el dinero de los bonos- donde más se necesitaban: en áreas densas y de alta pobreza. Eso tenía sentido para ayudar a los estudiantes, pero también significaba que las reparaciones que se necesitaban con urgencia se posponían indefinidamente en las instituciones de áreas más prósperas, que es donde viven la mayoría de los votantes.

Dentro de las comunidades de bajos ingresos, el distrito recibió críticas por tomar hogares y pequeñas empresas de las mismas familias a las que servirían las escuelas.

Cuando dejó el cargo, Romer se había ganado el respeto de muchos educadores y funcionarios del distrito que habían tenido dudas al principio. Sus patrocinadores originales, sin embargo, en la élite corporativa y filantrópica, estaban menos satisfechos; ellos esperaban sacudir el sistema escolar de arriba a abajo.

Aunque Romer también supervisó las iniciativas de la reforma académica, el progreso en ese frente no satisfizo a nadie, ni siquiera a él. “Lo único que lamento es no haber ido más rápido y haber hecho más”, confesó.

Traducción: Diana Cervantes

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