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Tres décadas antes del movimiento #MeToo, UC San Diego lideró el camino contra el abuso sexual

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Cuando Nancy Wahlig comenzó su lucha contra la agresión sexual, una compañía comercializaba una cápsula que las mujeres podían esconder en sus sostenes y en caso de ser necesario romperla para liberar un olor repugnante.

“Debido a la naturaleza misma de la sociedad, la única persona que puede evitar la violación es la misma mujer”, decía el anuncio, de 1981, de Repulse, el elemento disuasorio del ataque.

Las ideas sobre cómo prevenir la violencia sexual han recorrido un largo camino desde entonces, y Wahlig ayudó a liderar esa evolución en los campus universitarios. En 1988, fundó el Sexual Assault Resource Center (SARC) de UC San Diego, el primer programa independiente de la Universidad de California. Hoy, sigue siendo la especialista más experimentada del sistema.

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A lo largo de los años, Wahlig, una trabajadora social clínica autorizada, ha promovido un enfoque de prevención en toda la comunidad y observado cómo las personas tomaron más conciencia del problema. Pero nada, dice, se acercó a los movimientos #MeToo y #TimesUp. “Somos como un cohete, y estamos a punto de despegar”, afirmó recientemente. “Hay tanto impulso para cambiar la cultura, y no se está aquietando”.

Este mes, el centro de Wahlig ha celebrado su 30º aniversario junto con el Mes Nacional de Concientización sobre la Agresión Sexual. En una de las muchas actividades realizadas, los estudiantes, el personal y el profesorado recientemente pintaron macetas a mano y plantaron soculentas en ellas, para simbolizar la resistencia de los sobrevivientes.

Mark Anderberg, estudiante de último año en planeación y estudios urbanos, recibió una llamada del centro inmediatamente después de informar que un profesor de una universidad alemana lo había tocado de manera inapropiada y le había ofrecido tener sexo mientras estudiaba en el extranjero, a principios de este año.

La situación, confesó, lo dejó traumatizado y temeroso. Un consejero le ofreció su empatía, ayuda durante el día o la noche, y le proporcionó información sobre sus derechos. “Me sentí muy cuidado”, relató Anderberg, y agregó que “es importante que la gente sepa que [el acoso] también les puede pasar a los hombres”.

A Chloe Wohlenberg, estudiante de primer año de química, los consejos prácticos que aprendió en la presentación del centro durante la orientación le enseñaron no solo en lo personal, sino a ayudar a otros.

Por ejemplo, si alguien en una fiesta parece demasiado borracho para acceder a un encuentro sexual, es bueno interrumpir la situación y guiar cuidadosamente a la persona lejos de ahí. “Fue súper útil”, relató Wohlenberg, mientras untaba pintura en la maceta, con los colores de UC, amarillo y azul. “La gente realmente tiene miedo de hacer algo al respecto”.

Wohlenberg, quien nunca ha sido agredida, usa una alarma personal y afirma que todas sus compañeras de cuarto llevan gas pimienta. La joven espera ser voluntaria en el centro, el próximo año.

En 1979, dos miembros del personal en las oficinas de residencias y vida estudiantil de UC San Diego abrieron nuevos caminos cuando comenzaron a imprimir información sobre la seguridad y presionaron por una mejor iluminación en el campus.

En 1987, un estudio nacional pionero desató furor al documentar la violación generalizada en las universidades, desmintiendo las percepciones de que eran extraños quienes cometían la mayoría de las agresiones sexuales.

Wahlig fue contratada el siguiente año para inaugurar el centro en el campus, que al principio solo la albergaba a ella, en un espacio del tamaño de un armario.

Hoy en día, el centro cuenta con seis profesionales, un asistente de posgrado y nueve estudiantes pasantes y voluntarios. En 2016-2017, atendieron 184 usuarios, realizaron programas educativos para más de 16,000 personas y capacitaron a cerca de 1,200 empleados, profesores y estudiantes en cómo prevenir la agresión sexual.

Las oficinas expansivas del centro están insonorizadas y tienen ventanas de vidrio reflectante, para mayor privacidad. El esquema de color es un relajante verde turquesa y marrón claro, con dibujos de estrellas de mar, un invertebrado marino cuyas extremidades pueden volver a crecer y regenerarse.

El enfoque del centro se basa en el trabajo de Alan D. Berkowitz, un psicólogo que, al centrarse en las responsabilidades de los hombres, ayudó a cambiar las suposiciones de que la violación era un problema de las mujeres. El experto promovió prácticas positivas, inclusivas y de empoderamiento, detalló Wahlig, un fuerte contraste con darle a las mujeres una larga lista de lo que no se debe hacer: no beber, no volver caminando sola a casa.

Wahlig y su equipo utilizaron el trabajo de Berkowitz para modificar el comportamiento con mensajes positivos. En un proyecto, hicieron una encuesta a estudiantes varones y la gran mayoría respondió que detendría las insinuaciones sexuales si su pareja se oponía a ellas. El equipo plasmó ese hallazgo en carteles por todo el campus, un enfoque conocido como “normas sociales”, que ha demostrado ser efectivo, señaló la especialista, porque la mayoría de los estudiantes quieren ajustarse a la norma.

El centro también fue pionero en técnicas de prevención que se han convertido en una práctica común. En sketches, demostraron la intervención de los espectadores: modelaron cómo interrumpir encuentros potencialmente riesgosos, cómo distraer a los instigadores y ayudar a que los compañeros estén seguros.

En el otoño de 2014, la UC, con la presidenta Janet Napolitano, anunció un amplio plan para combatir la mala conducta sexual. El programa fue desarrollado por un grupo de trabajo, que hizo un llamamiento a todos los campus para que abrieran una oficina de defensa llamada CARE (por las siglas en inglés correspondientes a campus, abogacía, recursos y educación).

El centro de Wahlig, oficialmente llamado CARE en el SARC, ya seguía muchas de las pautas. Actualmente, no se trata solo de proteger a lasvíctimas, sino de fomentar un sentimiento de “responsabilidad comunitario”, aseveró Jessica Heredia, directora asistente de la organización.

Con el apoyo de subvenciones públicas y privadas, su equipo ofrece una variedad de programas educativos. Un taller sobre acoso, llamado “¿Cute or Creepy?”, (¿lindo o escalofriante?), generó animadas conversaciones sobre cómo reaccionar ante alguien que envía 100 mensajes de texto en una hora.

El taller “Cosplay and Consent” (Personajes y consentimiento), vinculado al Comic-Con anual de San Diego, trabajó en desmentir las suposiciones falsas de que vestirse con prendas seductoras -para ser la Mujer Maravilla, por ejemplo- era una invitación al manoseo.

Para muchos sobrevivientes, lo más importante es el asesoramiento personal.

Esther Kim encontró a Wahlig y al centro después de ser agredida sexualmente en un ataque fuera del campus, en 2007. En ese entonces era una estudiante de tercer año. Sus calificaciones se desplomaron, y abandonó los estudios. Se resistió a la consejería durante un año, pero Wahlig finalmente ganó su simpatía con compasión y sinceridad, diciéndole que nunca sanaría por completo, pero que podía mejorar.

Después de tres años de terapia, Kim logró graduarse. Ahora está casada, y tiene una hija. “No podría haber llegado allí sin Nancy y SARC”, aseguró Kim. “Encontré a alguien allí solo para apoyarme”.


Para leer este artículo en inglés, haga clic aquí:

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