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OPINIÓN: Cuando el rostro arde de vergüenza

Una maestra encontró a su alumno después de años y el joven sintió que la cara le ardía de vergüenza.
(K.C. Alfred/San Diego Union-Tribune)
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Hay gente que deja huella en nuestras vidas, ese es el caso de Margarita, una maestra inolvidable. Ella hizo la diferencia en muchos jóvenes, ella no solo impartía su materia, que a simple vista parecía árida y muy abstracta, también enseñaba de la vida.

Ella solía decir: “Las matemáticas son el lenguaje del universo, de la música, con ellas contamos nuestros días, dividimos nuestro pan, multiplicamos nuestro conocimiento y siempre sumamos amigos y experiencia”.

Es verdad, la vida da muchas vueltas y rodando se encuentran las piedras. Así se encontró Margarita a Emiliano, muchos años después, cuando ella estaba a un año de jubilarse. ¿Fue la casualidad, el destino o la mano de Dios?, quién lo sabe.

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A Emiliano, entonces de 33 años, el trago y la droga lo estaban consumiendo. Un día detuvo a una mujer en la calle para pedirle algo de dinero, y su sorpresa fue mayúscula al reconocer el rostro de su maestra de ‘high school’.

Quiso fingir y seguir de frente, pero Margarita no olvidaba a sus muchachos y en tono amoroso le preguntó: “Emiliano, ¿qué hace un hombre tan inteligente y guapo en la calle pidiendo dinero?”.

Y sin esperar respuesta lo abrazó, tomó su rostro entre sus manos y le volvió a preguntar: “¿Te has pasado la vida restando, verdad?”.

Los ojos se le llenaron de lágrimas a Emiliano. La cara le ardía de vergüenza y no supo qué responder, pero Margarita, estaba acostumbrada a los silencios de sus alumnos, así que lo tomó del brazo y empezó a caminar como si fuera al lado de un príncipe.

La gente, sin embargo, la miraba con cierto asombro al ir del brazo de aquel mal viviente; pero como en la parábola de la oveja perdida, su corazón resplandecía de gozo.

El camino no fue fácil. Primero hubo que internar a Emiliano, después lo acogió como a un hijo, hasta que logró obtener su certificado de preparatoria. Fue el último de sus alumnos en graduarse, una tarea que había quedado pendiente, después de más de 15 años.

Cuando este hombre me contó esta historia, hizo muchas pausas. Sus ojos brillaban, a ratos también se llenaban de lágrimas. Su esposa estaba conmovida, nunca había escuchado la historia completa.

Amedida que avanzaba en su relato, parecía amarlo más, al comprender la razón de su disciplina y amor por el estudio. Emiliano cerró nuestra plática, con una voz que le salía del alma: “Ella me enseñó a sumar”.

Escríbame, recuerde que su testimonio puede ayudar a otros. Mi email es: cadepbc@gmail.com

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