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COLUMNA: Entre la manipulación y la realidad

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La vida se le está acabando a Sergio. Los últimos 20 años los ha pasado en las esquinas, “dizque” consiguiendo trabajo. Sus verdaderos amigos se han retirado y actualmente convive con un puñado de adictos, con quienes comparte sus penas, su botella y su jeringa.

Este hombre, de 45 años de edad, dice querer enderezar el rumbo, pero cada vez que lo intenta el malestar lo vence. “La malilla y la cruda juntas son el infierno, usted no sabe”, afirma auto-compadeciéndose y, de cierta manera, justificándose.

Lo que vemos ahora de Sergio, no es ni la sombra de lo que algún día fue. Su dentadura la ha ido perdiendo poco a poco. Los brazos y las piernas ya no resisten más piquetes. En la actualidad, se inyecta directamente en el cuello.

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Para sobrevivir, pide dinero, junta botes y botellas. De vez en cuando alguien lo contrata, pero casi de inmediato pierde el empleo. Y a su familia, hace varios años que no la ve. “Tuve esposa y dos hijos, pero me abandonaron a causa del vicio”, admitió.

“Mi madrecita murió cuando yo era un niño y me vine a vivir a Los Ángeles con mi padre; pero al cumplir 18 años me echó a la calle, desde entonces mi vida ha sido puro rodar”, detalló.

A estas alturas de la vida, Sergio no sólo ha perdido la salud, también la dignidad y la vergüenza.

Cuando se le invita a internarse en un centro de rehabilitación, se niega rotundamente. Prefiere seguir viviendo en las calles y dice que no puede dejar el alcohol, ni la heroína.

En nuestra plática, nos pidió dinero una y otra vez; sin embargo, la experiencia nos ha enseñado que no debemos contribuir a su adicción.

A pesar de eso, le compramos una caja con pollo frito y una soda, que tomó a regañadientes, pues dijo no tener hambre y sí mucha necesidad de una cura.

Sergio está en un camino de muerte y no hay poder humano que lo convenza de cambiar el rumbo.

Al principio de nuestra conversación, dijo que quería cambiar de vida y casi nos hacía llorar; pero pasados algunos minutos, buscó por todos los medios para que le diéramos 20 dólares.

De esta manera, pudimos comprobar una vez más que un adicto es un maestro en la manipulación. Nos despedimos con un amargo sabor de boca, porque cuando no consiguió el dinero que pedía se marchó.

Sus últimas palabras, que alcanzamos a escuchar cuando se retiraba fueron: “Déjenme morir”.

Escríbame, recuerde que su testimonio puede ayudar a otros. Mi email es: cadepbc@gmail.com

EL DATO
Narcóticos Anónimos
Grupo: Aprendiendo a Vivir
Dirección: 8011 Norwalk Blv. 90606, Whittier
Juntas: De lunes a sábado, a las 7 p.m.

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