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Latinos encuentran un pedazo del Viejo Oeste en ‘Bonanza’, al diablo con los incendios

Zenón Mayorga riega un árbol de granada en su casa de Juniper Hills.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

Muchos latinos gravitan hacia el interior del Valle del Antílope por su terreno escarpado y su espíritu individualista. El peligro de incendio viene con el territorio.

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Zenón y Martha Mayorga llamaron a sus cuatro hijos adultos a la casa familiar en Glassell Park la noche del 18 de septiembre. Todos se instalaron en la sala, encendieron la televisión y se prepararon para ver arder la casa de sus sueños.

Los noticieros transmitieron tomas en vivo de los restos provocados por el enorme incendio de Bobcat. Las autoridades habían ordenado evacuaciones el día anterior en Juniper Hills, una comunidad de Antelope Valley donde los Mayorga poseen una morada de cuatro habitaciones en 1.5 acres de enebros y senderos para caminatas que ellos llaman el rancho.

Un vecino le había enviado un mensaje de texto a Zenón diciéndole que su casa de Juniper Hills ya no existía. Así que los Mayorga se consolaban con té de manzanilla y pasiflora y recuerdos de su paraíso desértico.

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Recordaron cómo Zenón la compró en 2009 porque las vistas desoladas y la gran altura le habían recordado al inmigrante mexicano su Zacatecas natal, también como tuvo que convencer a su familia, y especialmente a Martha, una chica de ciudad de Guadalajara, de que una estructura destartalada con agujeros en el techo, ventanas faltantes y serpientes por todas partes era una buena inversión.

Martha Mayorga, izquierda, Zenón Mayorga y su hija April Mayorga-Aguirre en su casa en Juniper Hills.
Martha Mayorga, izquierda, Zenón Mayorga y su hija April Mayorga-Aguirre en su casa en Juniper Hills.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

Y cómo todas las fiestas, las pijamadas y los lazos que los parientes y amigos experimentaron casi todos los fines de semana durante la última década le dieron la razón.

“Cuando eres más joven, dices, ‘Uf, ¿vamos hasta allá arriba?’”, dijo April Mayorga-Aguirre, una terapeuta matrimonial y familiar de 30 años. “Pero ahora, incluso con nuestras carreras en toda regla, tratamos de llegar allí tanto como sea posible”.

April y su familia se quedaron despiertos para escuchar las noticias de las 11 en punto y vieron las casas de sus amigos de Juniper Hills en llamas. Hubo lágrimas y oraciones. El terremoto de magnitud 4.5 de esa noche provocó aún más nervios.

Bushes covered in red fire retardant and fire-line cut by bulldozers  in Juniper Hills
De pie junto a arbustos cubiertos de retardante rojo y una línea de fuego cortada por excavadoras, el residente de Juniper Hills, Alejandro Landa, a la derecha, muestra a los vecinos April Mayorga-Aguirre y su padre, Zenón Mayorga, cómo se salvó su casa del incendio Bobcat.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

La familia corrió a su propiedad a la mañana siguiente. Helicópteros y aviones sobrevolaron el cielo; cenizas y brasas se arremolinaban por todas partes. Los Mayorga atravesaron caminos sin pavimentar y se prepararon para lo peor.

El rancho había salido ileso.

Zenón, Martha y April se reunieron conmigo allí el sábado pasado, en lo que se suponía que sería la fecha de la boda de April en Palm Springs hasta que el 2020 dijo lo contrario. Su casa es típica del desierto: un gran porche con mosquitero en la parte delantera, enormes tanques de agua y propano al lado de la letrina en la parte de atrás, chucherías, pero no demasiadas, esparcidas. Martha se entretuvo en la cocina mientras Zenón se acomodaba en su silla, la que le ofrece una visión hasta China Lake en un día despejado.

Que no era hoy.

“Este año nos ha enseñado a vivir el momento con gratitud”, dijo April. “Esperamos pasar las vacaciones aquí, pero ¿quién sabe?”

“Porque mañana, lo que puedas tener se ha ido”, agregó Zenón. “Tenemos nuestra familia, están a salvo. El resto, Dios decidirá si lo merecemos”.

Perdonen mi ignorancia del sur de California, pero nunca esperé encontrar mexicanos de clase media en el desierto alto rural. Los mexicanos que conozco, cuando quieren comprar terrenos para criar caballos u organizar rodeos como en su país, compran en Norco o Mira Loma.

No en el corazón de “Bonanza Country”.

Pero un número creciente de latinos se está mudando al interior del Valle del Antílope, atraídos por el terreno accidentado y el espíritu individualista que la sociedad estadounidense durante mucho tiempo calificó como el espíritu del Viejo Oeste y reservado principalmente para los anglos.

“Es como México aquí arriba”, dijo Zenón, de 57 años, haciendo un gesto hacia afuera con la cabeza, cómodo con sus calcetines y sandalias. “Si quieres tener gallinas y cabras, puedes. Tienes esa libertad”.

Luego, parafraseó una línea de una balada de Roy Rogers, en partes iguales en inglés y español. “Aquí, está abierto [Está abierto]. Allá, está muy amontonado [Hay demasiada gente en L.A.]. No quiero encerrarme”.

Zenon Mayorga in the living room of her home in Juniper Hills
Zenón Mayorga, derecha, Martha Mayorga y su hija, April Mayorga-Aguirre, izquierda, en la sala de su casa en Juniper Hills. Zenón compró la casa en 2009 porque la zona le recordaba a su México natal.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

Juniper Hills atrajo a Zenón casi tan pronto como su familia emigró a Estados Unidos en la década de 1970, “cuando casi no había nada”.

Sus hermanos conductores de camiones llevaron a su hermano adolescente en sus rutas por la cercana carretera 138 o en visitas a Boron, donde la gente de su pueblo natal de El Salitre se había establecido para trabajar en las minas de bórax.

La región permaneció con Zenón cuando se casó, formó una familia y consiguió un trabajo en el Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles, del cual planea retirarse la próxima primavera después de 41 años como supervisor operativo. Tenía esperanzas de regresar a Zacatecas, pero “ya no se puede hacer nada en México” debido a las guerras contra las drogas que ahora asolan al otrora pacífico estado.

En cambio, los Mayorga refinanciaron su casa durante la Gran Recesión y consiguieron un poco de ahorros en el proceso. Convenció a su cautelosa esposa para que aceptara sus planes en Juniper Hills.

Serían de los primeros latinos en establecerse allí.

Un fuerte golpe en la ventana despertó a la pareja en una de sus primeras noches. Una pareja de ancianos blancos quería saber quiénes eran.

“Una vez que nos presentamos”, dijo Zenón, “nos dijeron que fuéramos a su casa por la mañana a desayunar. Y la noche siguiente, organizaron una comida para presentarnos a todos”.

Zenón Mayorga revisa una toma de incendios en su casa en Juniper Hills.
Zenón Mayorga revisa una toma de incendios en su casa en Juniper Hills.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

Hoy, alguien a quien le gusta ondear una bandera Confederada y Trump 2020 en un poste ocupa esa casa. Zenón no solo lo saluda, los dos incluso despejaron una carretera juntos el año pasado después de una tormenta de nieve.

“Él puede enarbolar su bandera y yo puedo enarbolar mi propia bandera [mexicana]”, dijo Zenón. “Porque ellos nos cuidan y nosotros los cuidamos a ellos”.

Más latinos llegaron a Juniper Hills en los años siguientes y los Mayorga siempre se aseguraron de darles la bienvenida a los recién llegados de la misma manera en que fueron recibidos inicialmente.

“Al final del día, su vida [de los residentes blancos] es la misma que nosotros [los residentes latinos] queremos”, manifestó Zenón. “Nuestras costumbres son un poco diferentes, nuestros idiomas son distintos, pero aquí arriba todos somos personas temerosas de Dios”.

Los Mayorga son un recordatorio de que en el Sur de California, el destino a menudo sigue siendo el destino. Los mexicanos que conozco que viven a lo largo de la playa inevitablemente se convierten en vagabundos de la playa. Aquellos que se mudan a un barrio aburguesado se convierten en ‘hipsters’ y quienes compran una casa en Irvine o Simi Valley siempre se transforman en insufribles suburbanos.

¿La muerte del sueño de California? No. Los mexicanos caen en ella como todos los demás.

Después de aproximadamente una hora en su casa, Zenón y su familia me llevaron a conocer a Alejandro y Rosie Landa, otra familia mexicana en Juniper Hills.

El electricista sindical de 45 años creció en Pacoima, pero compró un lugar aquí hace cuatro años “porque soy un tipo de la naturaleza”. Bromeó diciendo que tenía que convertir a Rosie en “una ranchera, una vaquera”, mientras nos llevaba a la parte trasera de su finca de cinco acres.

El fuego había ennegrecido la propiedad de su vecino. La línea de demarcación entre ese páramo y el patio trasero de los Landa era de retardante de fuego que había teñido los árboles de Joshua y los arbustos de lavanda de rojo carmesí.

Había pasado la mañana restaurando el suministro eléctrico a los hogares de dos viudas ancianas. “Son de la generación original de gente que ha vivido aquí”, comentó Landa. “Ahora, hay un montón de personas diferentes”.

La única diferencia real que había encontrado con la vieja guardia era, entre todas las cosas, las codornices.

“Son lindas, son como mascotas”, dijo el ávido cazador. “Pero algunos de los muchachos de aquí me invitan a ir a cazarlas, y les digo: ‘Entonces quieren que las mate, las desplume y destripe, cuando podría comprar cuatro codornices en Superior [Grocers] por siete dólares y no tendría que hacer nada?’”

Hoss Cartwright lo hubiera apreciado. (Solo busquen en Google, niños).

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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