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Enfrentados a un alza de malas calificaciones, para muchos docentes y estudiantes, las vacaciones de invierno no son sinónimo de descanso

Keara Williams, a teacher at a South L.A. high school
Keara Williams, maestra de Hawkins High School en el sur de Los Ángeles, pasa el descanso de invierno ayudando a los alumnos en peligro de reprobar su clase si no recuperan las tareas.
(Myung J. Chun / Los Angeles Times)
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Durante sus vacaciones de invierno, la profesora de inglés Keara Williams tomó el teléfono e hizo llamada tras llamada para establecer contacto con sus estudiantes y los padres de estos.

Necesita ubicar a 28 alumnos, incluidos 11 de último año, que recibieron una calificación de “incompleto” al final del semestre otoñal. La docente les advierte que reprobarán su clase si no completan el trabajo de recuperación para elevar su calificación a por lo menos una ‘D’ para fines de enero. Todavía hay tiempo para hacer el trabajo, les dice. También les suplica que no se rindan y les hace saber que está allí para ayudarlos, durante todas las vacaciones de invierno, si eso es lo que se necesita para evitar una F.

Así, contactó a 13 estudiantes y dejó mensajes y envió correos electrónicos a todos los demás. Pero cuando revisó su computadora por última vez, solo uno se había registrado para ver el trabajo de recuperación.

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Williams, como tantos maestros en el distrito escolar de Los Ángeles, está lidiando con decisiones de calificación desgarradoras en medio de las dificultades de la furiosa pandemia, que cerró los campus durante nueve meses. Una calificación ‘F’ en una clase obligatoria retrasaría o le negaría un diploma de preparatoria a un alumno, le exigiría tomar una clase de recuperación y podría incluso arruinar su promedio durante el ciclo de admisión a la universidad. ¿Cómo equilibrar la compasión y la empatía con las bajas calificaciones en los registros? ¿Cómo contactar y comprometer a sus estudiantes retrasados, antes de que sea demasiado tarde? Muchos reconocen que la magnitud del trabajo que tienen por delante, tanto los profesores como los alumnos, es abrumadora. “Para mí, es una cuestión personal. Quiero saber qué está pasando, pero no responden”, afirmó Williams. Incluso cuando no está sentada detrás de su computadora, revisa en su mente formas de ayudarlos: “¿Cómo puedo ser una docente más eficaz?”, se pregunta.

La crisis de la boleta de calificaciones llegó a un punto crítico el 14 de diciembre pasado, cuatro días antes del final del semestre otoñal, cuando el Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles (LAUSD) envió una directiva a los administradores escolares sobre las calificaciones. Debido a que las puntuaciones bajaron tan dramáticamente ante las dificultades de la pandemia, ningún estudiante sería reprobado hasta el 29 de enero. Ello les daría más tiempo para completar el trabajo requerido. La directiva también decía que la decisión había sido tomada con “una lente de equidad y empatía”.

Los funcionarios del LAUSD luchan desde marzo para equilibrar la responsabilidad y el compromiso de los estudiantes con el trauma familiar y las condiciones inadecuadas de aprendizaje en el hogar. La primavera pasada, durante el primer semestre de la pandemia, se eliminaron todas las puntuaciones reprobatorias. Cuando las escuelas reanudaron actividades, en el otoño, el distrito instó a los maestros a calificar según el conocimiento del fin de curso, y no a penalizar a los alumnos por su asistencia, actitud o participación en las clases virtuales. Cuando los informes de 10 semanas mostraron una explosión de notas reprobatorias, una tendencia reflejada en los sistemas escolares de todo el país, el LAUSD trató de mejorar a través de asesoramiento y tutoría.

Pero llegadas las 15 semanas del semestre, el porcentaje de clases reprobadas entre los estudiantes latinos de preparatoria era del 24.9%; para los negros, del 23.2%. Esto se compara con el 12.9% de los alumnos blancos y el 7.6% de los asiáticos. La cantidad de calificaciones reprobatorias para aprendices de inglés ya era alta, pero se incrementó en casi 15 puntos porcentuales, llegando al 35%.

Muchos profesores coinciden con la intención de darles a los estudiantes una segunda oportunidad. Pero en las entrevistas, algunos reconocen que sus alumnos se enfrentan a presiones pandémicas mayores que una calificación escolar, y el cambio a la política del máximo tiempo posible es particularmente difícil de llevar a cabo durante las vacaciones de invierno.

Algunos estudiantes se encuentran sin hogar, toman trabajos para ayudar a sus familias y se convierten en los cuidadores de sus hermanos. También se enfrentan a circunstancias que escapan a su control, como infectarse con COVID-19 o perder a un pariente a causa del virus. Muchos carecen de un espacio para estudiar y lidian con el aislamiento y la depresión. Los desafíos del aprendizaje a distancia no desaparecerán pronto.

No está claro cuándo se reanudarán las clases presenciales, o incluso si volverán durante este año académico.

Cecily Myart-Cruz, presidenta del gremio United Teachers of Los Angeles, criticó la “decisión arbitraria” sobre las calificaciones, que se tomó sin la participación del sindicato. “Es aún más frustrante, porque los educadores apoyan la empatía y la compasión por los estudiantes en este momento sin precedentes. Pero ésta no es la manera de hacerlo y no resuelve los complicados problemas de puntuaciones durante una pandemia”, señaló.

Algunos expertos en educación consideran que la falta de una guía clara y temprana sobre las calificaciones este otoño es otro indicador de lo difícil que es educar durante la pandemia, que ha exacerbado las desigualdades en las escuelas. “No sabemos si el desempeño del alumno es producto de sus acciones o resultado de fallas del sistema”, comentó John Rogers, profesor de educación en la Escuela de Posgrado de Estudios de la Información y la Educación de UCLA. “Es importante brindar flexibilidad”.

Por cada incompleto, los maestros de Los Ángeles deben documentar varios intentos de comunicarse con los padres, compilar un plan de asignación individualizado para cada estudiante y trabajar con un consejero para ayudar al alumno a progresar. “Tengo que pensar consciente y constantemente en el número de estudiantes y en lo que tengo que hacer para apoyarlos”, expuso Williams, quien enseña en la escuela Responsible Indigenous Social Entrepreneurship, en el campus de Hawkins High School en el sur de Los Ángeles.

Casey Jagusch, quien enseña historia de séptimo grado en Olive Vista Middle School, tiene en sus registros tres veces más calificaciones reprobatorias de lo normal.

History teacher Casey Jagusch teaches her students remotely
La profesora de historia de séptimo grado Casey Jagusch, que tiene 67 estudiantes en peligro de reprobar, enseña de forma remota, el 18 de diciembre.
(Gina Ferazzi / Los Angeles Times)

El último día del semestre de otoño, completó 67 formularios para enviarle a los estudiantes que reprobaron su clase. “La solución de darles a los niños más tiempo no necesariamente aborda la causa de tener demasiadas ‘F’”, comentó. Sus alumnos necesitan motivación, resaltó, no tiempo.

Aunque se presentan a clase, muchos alumnos no entregan los trabajos, añadió la docente, quien ha sido misericordiosa con aquellos que están cerca del umbral de aprobación, pero se siente mal cuando trata con estudiantes cuyas calificaciones bajan más a diario. “Realmente quieres que los niños tengan éxito, pero tampoco puedo hacer el trabajo por ellos”, comentó Jagusch. A la profesora le cuesta describir el sentimiento, sabiendo que la pandemia creó barreras adicionales para los jóvenes. Ella les pregunta qué necesitan y qué sería de utilidad en sus situaciones, pero no siempre le responden. “Hay una sensación de... no quiero decir desesperanza, porque siento que siempre hay una manera de resolver los problemas. Pero a veces se siente así. Especialmente para los niños que no se acercan”.

La docente intenta mantener el optimismo: “Si puedes ayudar a los estudiantes a ver el por qué necesitan hacer su trabajo, y esforzarse al máximo, es importante para ellos, entonces encuentran la motivación en su interior”.

Jessica García, una joven de 16 años de Lincoln High School, comenzó a sentirse enferma la semana después del Día de Acción de Gracias, con fiebre y ataques de tos. Ella, sus dos hermanos y su padre dieron positivo por COVID-19.

A la chica le dolía el cuerpo; era difícil levantarse de la cama. Las tareas escolares se acumularon y su estrés aumentó. Al final del semestre, la estudiante que había mantenido mayormente calificaciones ‘A’ y algunas ‘B’, ahora enfrentaba ‘B’ y ‘C’, y una ‘F’ en Lengua y Composición de Inglés Avanzado.

García temió por sus sueños universitarios. “Sabía que era importante ponerme al día”, dijo, decidida a recuperar las tareas durante las vacaciones. Así, eligió el libro “Tweak”, de Nic Sheff, que cuenta cómo un adolescente se volvió adicto y cómo salió adelante, para las tareas de recuperación. “Sé que a algunos no les gusta trabajar durante las vacaciones. Sé que necesitamos descansos”, comentó, pero sabe que debe mejorar las calificaciones para que estas no afecten sus posibilidades de ir a la universidad. “Ese es uno de mis mayores objetivos”, reconoció.

Mantener ese impulso en medio de los largos meses de aprendizaje a distancia es difícil, coincidieron maestros y expertos. “Lo que tenemos que cuidar ahora es que los niños no se rindan por completo”, enfatizó Pedro Noguera, decano de la Escuela de Educación Rossier de la USC.

A Marisa Crabtree, que enseña inglés en Lincoln High School, le preocupa que algunos estudiantes ya lo hayan hecho. En todas sus clases, que incluyen alumnos de Colocación Avanzada y aprendices de inglés, notó un aumento de calificaciones reprobatorias y ‘D’.

Algunos, como García, se comprometieron a recuperar el trabajo, explicó Crabtree. Pero ella está más preocupada por el pequeño grupo de los que probablemente fracasarán. Ha ajustado su escala de calificaciones durante la pandemia y revisa su correo electrónico durante el receso, por si los estudiantes se comunican con ella. Pero para aquellos que necesitan más ayuda, el aprendizaje a distancia no funciona, reconoció. La brecha entre los alumnos que aprueban y quienes fallan es más amplia que antes. “Probablemente, la mayoría de ellos jamás inició sesión, o no entregaron el trabajo de manera constante y nunca por Zoom”, destacó. “Por supuesto, siempre tenemos esperanza”.

Cuando sus amigos y familiares se enfermaron de COVID-19, Tristán Gamboa, también estudiante de tercer año en Lincoln High School, luchó por prestar atención en las clases en línea. Pero, en esa situación, le resultaba fácil cerrar su computadora portátil y hacer desaparecer sus asignaciones. “Poco a poco, se hizo más fácil ignorarlas”, reconoció Gamboa, cuya tía estuvo hospitalizada por COVID-19. Así, terminó recibiendo incompletos en tres clases: lengua inglesa y composición avanzada, química y álgebra.

Sin embargo, tiene la intención de aprovechar su segunda oportunidad, completar el trabajo antes de que comiencen las clases nuevamente y programar reuniones de Zoom durante el receso con su profesora de química. Sus amigos le insisten para que mejore, al igual que su madre. “Solo quiero tener una buena educación, ir a la universidad y conseguir un buen trabajo, para que ella no tenga que preocuparse”, reconoció.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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