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Sexo, viajes, paz mental: cómo cambia la vida de algunos que ya están totalmente vacunados

Luis Parocua opens his front door wearing a mask.
Luis Parocua, trabajador jubilado del hospital -aquí en su casa en Monterey Park- fue vacunado, pero sigue aplicando las medidas de seguridad.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)
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Tener citas durante la pandemia se está volviendo menos complicado y riesgoso para la abogada Shelley O’Connor.

Luis Parocua Jr. ya no se despierta con las pesadillas provocadas por la devastación que vio en su antiguo trabajo en el hospital.

Atrás quedó la “ansiedad que se avecinaba” que Alice Liston sentía al viajar a su trabajo de atención médica domiciliaria en transporte público.

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Estos tres californianos, junto con más de 5.5 millones de personas en el estado que han recibido al menos una dosis de la vacuna, están ingresando al mundo de la pandemia posterior a la inoculación, en el que algunos de los vacunados ya hacen planes para viajar en avión, comer en restaurantes, abrazarse con familiares y disfrutar de la vida sexual con otros individuos vacunados.

Ninguno de los entrevistados planeaba arrojar sus mascarillas al aire, tal como los habitantes de San Francisco hicieron (prematuramente) al final del primer año de la pandemia de gripe en 1918, ni reservar un viaje en un crucero.

Algunos ni siquiera planean relajar sus hábitos de cuidado. Muchos se han acostumbrado a las aterradoras oleadas, los giros y vueltas de cada nueva cepa y la precaución ya arraigada en un año de advertencias y aumento del número de muertos. Quieren que los casos disminuyan y que más individuos se vacunen antes de realmente bajar la guardia. “No termina hasta que está terminado”, remarcó Liston, una asistente de salud a domicilio de 30 años de edad, que reside en Berkeley.

Los vacunados tienen motivos para actuar con cautela, según los expertos. Se ha demostrado que las vacunas de Moderna y Pfizer tienen una eficacia de alrededor del 95%, lo cual es tranquilizador, pero no el 100%. Los datos preliminares alentadores sugieren que la mayoría de quienes se vacunan no transmiten el virus. Aún así, es posible que los individuos inoculados, que no muestran síntomas, puedan propagar el virus. Por eso todavía deben usar mascarillas.

El Dr. Robert Kim-Farley, de 73 años, epidemiólogo médico de UCLA y experto en enfermedades infecciosas, recibió su segunda dosis de Pfizer la semana pasada y debería contar con la máxima protección 14 días después.

Aún así, señaló Kim-Farley, usará mascarilla y se distanciará de sus nietos para seguridad de ellos, y también cuando salga en público. Sin embargo, irá a hacer las compras cada pocos días, en lugar de solo dos veces al mes.

Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) indican que las precauciones deben continuar debido a las incertidumbres, entre ellas, cuánto tiempo dura la protección de las vacunas. El grupo sigue desaconsejando los viajes innecesarios y las normas federales exigen que incluso los pasajeros vacunados presenten pruebas negativas del virus antes de regresar del extranjero.

Pero los expertos en salud que han sido vacunados afirman que se sentirían cómodos de volar, particularmente después de que bajen las tasas de casos. Las personas completamente vacunadas pueden comer juntas, tener relaciones sexuales entre sí y socializar de manera segura, comentó el Dr. Robert Wachter, de 63 años, profesor y presidente del Departamento de Medicina de la UC San Francisco. “Creo que la vida puede volver a la normalidad cuando se habla de lo que dos individuos vacunados pueden hacer juntos”, afirmó Wachter, quien recibió ambas dosis y ahora hace todas las compras familiares.

A man and woman in masks walk toward a car.
Luis Parocua Jr. y su esposa, Elizabeth, recogen el desayuno en un restaurante.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)

Al igual que muchos trabajadores esenciales, Parocua pasó gran parte de 2020 temiendo ser afectado por el virus. Trabajando como técnico de esterilización de instrumentos quirúrgicos en el Huntington Hospital de Pasadena, vio la pandemia de cerca antes de retirarse, a fines del año pasado. Ahora completamente inoculado, el residente de Monterey Park asegura que duerme mejor e incluso cenó al aire libre en un restaurante después de recibir su segunda inyección. “Esto se siente bien. Si salgo y me enfermo, al menos sé que no voy a morir”, afirmó el hombre, de 65 años.

El Dr. John Swartzberg, un experto en enfermedades infecciosas que enseña en UC Berkeley, pasó el último año refugiado en su casa de East Bay, junto con su esposa, ambos mayores de 70 años. Dado que los hombres son más propensos que las mujeres a morir de enfermedades infecciosas, su esposa, unos años más joven, hizo todas las compras, con mascarilla y protector facial.

En tanto, Swartzberg se convirtió en el peluquero de su esposa. En lugar de correr el riesgo de contraer el virus en un salón, ella compraba la coloración de cabello y se la aplicaba en casa. Swartzberg la asistía en la parte posterior de la cabeza. “Ella me dijo que extrañaba mi llamadas”, bromeó el médico.

Luis Parocua mira a través de la ventana de su casa en Monterey Park.
(Irfan Khan/Los Angeles Times)

Ahora está completamente vacunado y su esposa pronto lo estará, pero remarca que dará “pequeños pasos” hacia la libertad. “No me voy a relajar por completo en el último tramo de esto”, enfatizó. “No quiero ser el último soldado en morir después de que se declare el armisticio”.

Entre las preocupaciones de los inoculados se encuentran las nuevas variantes del virus, que se propagan más rápido y son más resistentes a la vacuna. Muchos expertos en salud creen que las vacunas deberán reformularse para proporcionar una inmunidad más duradera, y aplicar inyecciones de refuerzo durante los próximos seis a 18 meses, remarcó Wachter.

Si bien muchos en California sufren de “envidia al inmunizado”, no todos los elegibles están ansiosos por su oportunidad de vacunarse.

Alma Rosa Calvillo, una empleada de limpieza de 58 años de edad, que trabaja para varias clínicas del sur de Los Ángeles, se mostraba reacia; la mitad de su familia pensaba que sería demasiado arriesgado. Pero cedió cuando se presentó a trabajar un día y la clínica tenía una cita para ella.

Alma Rosa Calvillo stands by a wall with lettering: "Cudahy Family Health Center."
Alma Rosa Calvillo se encuentra junto a una pared con un letrero que dice: “Centro de Salud Familiar de Cudahy”.
(Allen J. Schaben / Los Angeles Times)

Me dije: ‘Bueno, si el médico lo hace y los asistentes sanitarios lo hacen, yo también podría’”, afirmó.

Después de recibir su segunda inyección, el 4 de febrero, Calvillo llamó inmediatamente a su hija en Burbank, quien dio a luz a una niña hace siete meses. “¡Ahora que tengo ambas vacunas, puedo ir a visitarla!”, le dijo. Pero a su hija le preocupaba que todavía no fuera seguro; respondió que Calvillo pasaba demasiado tiempo en la clínica y rodeada de gente, y que la niña podría infectarse. Después de pasar del escepticismo a la euforia, Calvillo ahora reconoce que las vacunas solo pueden cambiar la situación hasta cierto punto.

“Los latinos ayudamos a nuestros hijos a criar a los suyos”, expresó Calvillo. “Solo he visto [a la bebé] una vez, y ni siquiera la he cargado. Estoy mal porque siento que me rechazan. Pero tengo que respetar su forma de pensar”.

Nidia Salas, de 68 años, una jubilada que vive en Burbank, sufrió de depresión y ganó peso cuando la pandemia encerró el mundo por primera vez. Ahora que ella y su hijo, custodio en un hospital, están completamente vacunados, planean visitar Las Vegas para su cumpleaños, en abril.

Salas seguirá teniendo cuidado, usando dos mascarillas y desinfectando con frecuencia, pero su antigua vida está resurgiendo lentamente. La semana pasada, salió a comer con una amiga vacunada, y luego fueron de compras juntas: “Creo que tenemos que vivir la vida”.

Para algunos de los inmunizados, también es hora de programar muchas citas médicas y dentales aplazadas.

Makda Ghebreyesus, de 29 años, una maestra que vive con su madre en San Leandro, California, planea viajar a México para hacerse un tratamiento dental después de recibir su segunda dosis. El procedimiento que necesita cuesta $4.000 en California, dijo, pero solo $1.000 en Los Algodones, conocida irónicamente como Molar City (Ciudad Muela), una urbe fronteriza que atiende a los estadounidenses que buscan tratamientos dentales más baratos.

Para otros, como O’Connor, la vacuna permitirá una cuota más de romance. La residente de Walnut Creek, de 67 años, se inscribió para tener citas en línea en diciembre, pero solo hizo caminatas con mascarilla.

El fin de semana pasado, caminó e hizo un picnic con un profesor universitario que, tal como ella, había recibido su primera dosis. En su próxima fecha, ambos estarán completamente vacunados. También visitará a su hijo, que vive en Salt Lake City, para el Día de la Madre.

Para muchos en el Área de la Bahía de San Francisco, la pandemia comenzó en marzo pasado, cuando el crucero Grand Princess se vio obligado a permanecer en alta mar, con los pasajeros y la tripulación enfermos. Luego, la industria de cruceros dejó de funcionar por completo, lo cual hizo que Clarissa y John Barry cancelaran su viaje planeado a Alaska. La pareja de jubilados, que vive en el suburbio de Álamo, en East Bay, quiere viajar de nuevo, posiblemente a Europa, pero ahora no desea hacer un crucero. Clarissa, de 73 años, una administradora jubilada, expresó: “Pasarán un par de años antes de que hagamos eso”.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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