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Columna: Los fantasmas de los migrantes muertos persiguen a California. Honrémoslos

A man adds to a memorial along a highway
Hugo Chávez, un activista de la Coalición por los Derechos Humanos de los Inmigrantes, coloca cruces en la escena en Holtville, California, donde un SUV que transportaba a 25 personas chocó con un camión de carga, matando a 13 individuos.
(Gina Ferazzi / Los Angeles Times)

Los migrantes son esenciales para California, escribe Gustavo Arellano, pero también se les considera prescindibles. Los que murieron son engranajes olvidados de la maquinaria del Estado Dorado.

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En 1945, un avión se estrelló en el Cañón de los Gatos, cerca de Coalinga, matando a 28 trabajadores que eran deportados a México. En la ciudad de Chualar, en el Valle de Salinas, un tren de carga arrolló un camión de plataforma en 1963, dejando 32 braceros muertos a su paso.

En las afueras de Blythe, en 1974, 19 trabajadores del campo se ahogaron cuando su autobús cayó en un canal de riego. En 1999, 13 clasificadores de tomates metidos en una Dodge Ram perecieron al estrellarse su furgoneta; las botas manchadas de los cadáveres se asomaban entre las sábanas mientras los socorristas intentaban identificarlos.

Corrección:

5:58 a.m. mar. 8, 2021An earlier version of this article said the plane crash in Los Gatos Canyon occurred in 1945. It was 1948.

2 de marzo de 2021: Un camión de gran tamaño choca contra una Ford Expedition con 25 personas hacinadas en su interior cerca de la ciudad de Holtville, en el Valle Imperial. Trece inmigrantes mexicanos y centroamericanos fallecieron.

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Fantasmas, muchos fantasmas.

Estos muertos migrantes rondan California, como un cuento de terror de Edgar Allan Poe. Deambulan por la frontera y las granjas, merodean a los lados de las carreteras y en espacios sobrepoblados. Engranajes olvidados de la maquinaria del Estado Dorado, una tierra en la que la mano de obra latina siempre ha sido esencial y prescindible a la vez.

Nos detenemos y entregamos una pizca de nuestra atención, como el diezmo en domingo, cuando el número de muertos es demasiado grande para ignorarlo.

Woody Guthrie escribió una de sus canciones más conmovedoras, “Deportado (por el accidente del avión en Los Gatos)”, después de escuchar las descripciones despectivas de una emisión de radio sobre los mexicanos a bordo del malogrado vuelo.

Adiós a mi Juan, adiós, Rosalita,

Adiós, mis amigos, Jesús y María;

No tendrán sus nombres cuando vuelen en el gran avión,

Solo los llamarán “deportados”…

La tragedia de Chualar de 1963 ayudó a disolver el programa bracero, el acuerdo binacional entre Estados Unidos y México que trajo legalmente a millones de hombres mexicanos para trabajar en la agricultura, pero que los activistas denunciaron como una forma de servidumbre legalizada.

En una misa fúnebre por el desastre del autobús de Blythe en 1974, César Chávez dijo a una multitud de 4.000 personas: “Es nuestra obligación -nuestro deber para con la memoria de los que han muerto- procurar que los trabajadores no sean transportados continuamente en estos ataúdes con ruedas, estos carruajes de muerte y dolor”.

A newspaper clipping with a photo of a crashed bus and accompanying article
El 16 de enero de 1974 Los Angeles Times reporta el desastre del autobús de Blythe donde 19 trabajadores agrícolas fallecieron ahogados.
(Los Angeles Times)

En este momento, los nuevos fantasmas de los migrantes contemplan cruces que bendicen ambos lados de la frontera entre Estados Unidos y México en su honor. Pintadas y pegadas por refugiados y deportados afincados en Tijuana, las cruces cuelgan del muro fronterizo en Calexico, decoran el Parque Chicano de San Diego y están clavadas en el suelo en Holtville.

Cada una lleva un mensaje diferente: Claridad. Paz. Justicia sin fronteras. No más. Un recuerdo de los que fallecieron. Un recordatorio de que no fueron los primeros migrantes muertos de esta manera y que no serán los últimos.

“Para los refugiados y para los deportados que dan tanto y reciben tan poco a cambio, las cosas solo han empeorado”, dijo Hugo Castro, un activista de la inmigración que ayudó a distribuir y colocar las cruces, a mi colega Andrew J. Campa.

Habrá funerales y memoriales para honrarlos. Habrá audiencias, tal vez incluso nuevas leyes, para abordar lo sucedido y esperar que no se repita.

Como antes. Por supuesto, todo esto sucederá en un momento en que el racismo abierto y la polarización racial sobre temas como la inmigración han sido catalizados con renovado vigor por Trump - y los fantasmas del odio que él ayudó a conjurar.

De cualquier manera, los cuerpos serán enterrados, aquí o a miles de kilómetros de distancia, y se ofrecerán oraciones y seguiremos adelante colectivamente.

La historia de California lo confirma tristemente.

Hay monumentos a los muertos por toda California. Para los que dieron su vida en la guerra, los que se perdieron en el mar o los que fueron abatidos por la violencia de las pandillas. Tan solo para James Dean hay tres.

No existe casi ninguno para los inmigrantes latinos. Los pocos que hay tardaron décadas en erigirse, normalmente mucho después de que los supervivientes hubieran fallecido y los familiares solo tuvieran un lejano recuerdo de ellos.

Se necesitaron 50 años para designar el tramo de la carretera 101 en el que se produjo el accidente de Chualar como Autopista Conmemorativa de los Braceros. Se requirieron más de 60 años para sustituir una placa de bronce en el cementerio de la Santa Cruz de Fresno, que resumía lo ocurrido en Los Gatos. Todavía no hay nada permanente que hable de los ahogados de Blythe.

Hay poca voluntad política o apetito público para inmortalizar a estos mártires del sueño de California. Si lo hacemos, entonces reconoceremos que el sistema que los trajo los explotó y finalmente los mató en beneficio de todos nosotros.

¿Y quién quiere reconocer eso?

Salvador Flores Barragan stands in front of a memorial cross
Salvador Flores Barragán está delante de una cruz en Chualar, California, dedicada a 32 braceros que perdieron la vida en un accidente en 1963. Él fue uno de los supervivientes.
(Ignacio Ornelas Rodriguez)

Durante más de una década, Ignacio Ornelas Rodríguez y otros activistas del norte de California han intentado recaudar fondos para colocar una estatua en el cruce de ferrocarril donde ocurrió el desastre de Chualar. Ahora mismo, lo único que se mantiene en pie es una gran cruz de madera con pequeñas banderas estadounidenses y mexicanas en la que se lee “R.I.P. Los 32 Braceros”.

El accidente de Holtville que conmocionó a Ornelas, no solo en un sentido histórico, sino porque puede identificarse con las víctimas: entró en Estados Unidos sentado en medio de las piernas de alguien, con tres tíos en el maletero de un vehículo.

“Tenemos que poner los rostros y los nombres ante el público para investigar y decirle al mundo que estas personas importan”, dijo Ornelas, bibliotecario de Stanford. “Las generaciones futuras necesitan saber quiénes eran. Tiene que convertirse en una historia pública en lugar de estar en alguna biblioteca de una universidad”.

Tim Z. Hernández opina lo mismo. En 2013, él y otros presionaron para que la Diócesis de Fresno sustituyera la marca genérica que identifica el sitio de los muertos de Los Gatos por algo que nombrara a todos. El autor escribió un libro y trabajó en un documental sobre ese incidente.

A grave marker: "28 Mexican citizens who died in an airplane accident near Coalinga, California on Jan. 28, 1948. R.I.P"
La lápida original de los ciudadanos mexicanos fallecidos en el accidente aéreo de 1948 que Woody Guthrie inmortalizó en “Deportado (accidente de avión en Los Gatos)” no incluía los nombres de nadie.
(Michael Robinson Chavez / Los Angeles Times)

Su motivación también provenía de la experiencia personal. Al crecer en el Valle Central, recuerda haber visto santuarios privados mantenidos en los lugares de los accidentes mortales por todos lados. Uno de ellos marcaba el lugar donde su abuelo sufrió un accidente que le rompió la espalda y dejó a otros heridos y muertos.

“Tenemos que ver cómo ocurre algo una y otra vez antes de preguntarnos: ‘¿Por qué sucede y cómo?’”, dijo Hernández, profesor de la Universidad de Texas en El Paso. “Esa es la parte más triste. Se ha normalizado el hecho de que veamos [este tipo de muertes] una y otra vez, y eso nos desensibiliza de que se trata de vidas humanas. Hacer un memorial nos obliga a ser responsables”.

Comprende por qué puede llevar tiempo crear un monumento tras lo ocurrido en Holtville y otras calamidades similares. “Es un capítulo demasiado doloroso para que volvamos a él muy rápido”, dijo Hernández. “Tenemos que pasar por las fases del duelo”.

Pero tanto él como Ornelas esperan que se levante un monumento lo antes posible.

“Tenemos el poder de hacerlo ahora”, dijo Ornelas. “Podemos llamar a [el senador Alex] Padilla y a más de 30 miembros latinos de la Asamblea en este momento y hacer algo al respecto. Tienen el dinero y el presupuesto para realizar algo en cuestión de semanas - no meses, no años. Ahora, no hay excusa”.

Un monumento a los que fallecieron en Holtville, a todos nuestros muertos migrantes, es lo correcto, no solo para conmemorar sus vidas, sino para enfrentar a los vivos. El sol implacable del Valle Imperial y los elementos ya están blanqueando y carcomiendo esas cruces colocadas con tanto amor y cuidado.

Hagamos algo mejor que la sociedad indiferente que Guthrie denunció en su antigua balada.

“¿Quiénes son estos queridos amigos que caen como hojas secas?”, preguntaba su canción. “La radio dijo: ‘Solo son deportados’”.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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