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Columna: Más consciente, California rinde homenaje esta semana a otro héroe estadounidense con un legado complejo

Cesar Chavez stands surrounded by reporters.
El presidente de United Farm Workers, César Chávez, habla con los trabajadores agrícolas del Valle de Salinas en huelga, durante una gran manifestación realizada el 7 de marzo de 1979.
(Paul Sakuma / Associated Press)

César Chávez, el activista latino más famoso de la historia de Estados Unidos, es un santo laico moderno. Así que sus defectos -y los tiene- pueden ser difíciles de aceptar.

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Permítanme contarles acerca de un héroe estadounidense al que la Junta de Educación del Distrito Escolar Unificado de San Francisco podría encontrar, mmm… problemático.

Este hombre se opuso a los inmigrantes indocumentados hasta el punto de instar a sus seguidores a denunciarlos a la migra. Aceptó un viaje -con todos los gastos pagados- de un gobierno represivo y con gusto recibió un premio de su despiadado dictador, a pesar de las súplicas de los activistas para que no lo hiciera.

Pagaba a su personal casi nada. Socavó su organización con un estilo autoritario que ahuyentaba a docenas de talentosos empleados y contrastaba marcadamente con los principios de poder popular que defendía públicamente. Y dejó un legado conflictivo que no es del todo puro para los guerreros conscientes de hoy.

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¿Un hombre blanco muerto hace mucho tiempo? ¿Un titán del mundo empresarial? ¿Quizá un político local?

No; la respuesta es César Chávez. El fundador de United Farm Workers es la primera persona en la que siempre pienso cuando se habla de cancelar a personas del pasado. Él está en mi mente ahora una vez más, y no solo porque este miércoles se recuerda su cumpleaños -con un feriado oficial en California-.

El 27 de enero, la junta escolar de San Francisco votó para cambiar el nombre de 44 escuelas bautizadas en honor a personas que no merecían el reconocimiento. Algunos de los incluidos tienen sentido: el padre Junipero Serra, por ejemplo, o el comodoro John Sloat, el oficial de la Marina que conquistó California en nombre del Destino Manifiesto. Otros son dignos de debate. ¿Deberíamos realmente defender a Thomas Jefferson, el autor de la Declaración de Independencia, quien también tuvo varios hijos con su esclava, Sally Hemings? ¿O John Muir, el amado naturalista que no pensaba mucho en los negros e indígenas?

Gov. Edmund Brown Jr. walks next to Cesar Chavez as hundreds of farmworkers follow.
El gobernador Jerry Brown camina en una marcha de la UFW junto con César Chávez, mientras cientos de trabajadores agrícolas lo siguen el 11 de agosto de 1979.
(Associated Press)

La decisión fue recibida legítimamente con incredulidad y burla. En un año en el que los padres claman por la reapertura de las escuelas, ¿es esto en lo que los miembros de la junta dedican su tiempo? ¿Y los niños realmente se ven perjudicados si asisten a una escuela llamada ‘Robert Louis Stevenson’ o ‘Paul Revere’?

Lo cual nos lleva de regreso a Chávez, el venerado líder sindical, cuyo busto recientemente exhibió de manera prominente el presidente Biden detrás de su escritorio en la Oficina Oval. El miércoles, la primera dama, Jill Biden, viajará a Delano, California, para celebrar el feriado estatal con las fundaciones César Chávez y United Farm Workers, anunció su oficina durante el fin de semana.

Sigue siendo, con mucho, el activista latino más famoso en la historia de esta nación, un santo secular moderno de quien el ex presidente Obama dijo, cuando dedicó el Monumento Nacional César E. Chávez en el condado de Kern, en 2012: “Se negó a reducir sus sueños. Simplemente siguió ayunando, marchando y denunciando, confiado en que llegaría su día”.

La principal causa de Chávez -dignificar a los trabajadores agrícolas- sigue siendo tan radical y justa que criticar sus fallas personales todavía está prohibido, en gran medida.

Es por eso que nunca hubo un pedido de la junta escolar de San Francisco para eliminar el nombre de Chávez de una escuela primaria en el distrito Mission. O que la misma suerte le ocurriera a las escuelas de la ciudad que llevan el nombre de Martin Luther King Jr. y Malcolm X, a pesar de que el primero una vez le dijo a un adolescente en la revista Ebony que su homosexualidad era un “problema”, mientras que el segundo llamó a los blancos “demonios” y habló en un mitin junto con el jefe del Partido Nazi Estadounidense.

A sculpted bust of Cesar Chavez sits behind President Biden's desk in the Oval Office.
El presidente Biden colocó un busto de César Chávez en una mesa detrás de su escritorio, en la Oficina Oval.
(Chip Somodevilla/Getty Images)

La historia -la vida, en realidad- no es fácil y rápida. Parafraseando a Oscar Wilde: Todo santo tuvo un pasado y todo pecador tiene un futuro. Y Chávez es quizá un gran ejemplo de esto en la historia de California. Es un pensamiento que recién tomé en cuenta, aprecié y acepté durante mi vida adulta.

Recuerdo la primera vez que escuché sobre él: en el primer año de la preparatoria, cuando mi maestro blanco me dijo que era un gran guerrero para los mexicoamericanos como yo. Coincidí, pero luego me di cuenta de que mi profesor no se refería al legendario boxeador mexicano Julio César Chávez. Cuando le pregunté a mi madre -que recogió fresas en El Toro cuando era adolescente, en los tiempos en que la UFW ganaba la atención nacional- si sabía quién era Chávez, ella no tenía ni idea.

Pero una vez que aprendí lo básico sobre su vida -sus marchas, boicots y famosas huelgas de hambre; su apoyo a la justicia social y un estilo de vida ascético; su uso de motivos mexicanos como la estilizada águila azteca que sirve como símbolo de la UFW:- Chávez entró en mi panteón de héroes durante mis años universitarios.

Eso cambió en la escuela de posgrado, cuando leí una memoria de 1992, escrita por Philip Vera Cruz. El inmigrante filipino ya era un legendario organizador laboral cuando ayudó a Chávez a establecer la UFW y permaneció a su lado hasta 1977, cuando lo criticó por frecuentarse con el presidente de Filipinas, Ferdinand Marcos, y renunció.

Las memorias de Vera Cruz denunciaban que la organización que él había ayudado a fundar se estaba volviendo “muy etnocéntrica”. “Cuando [los miembros mexicanos de la UFW] gritaban ‘Viva la raza’ o ‘Viva César Chávez’, no se daban cuenta de que todos estos ‘Vivas’ no incluían a los filipinos”, escribió. “De hecho, no incluían a nadie más que a ellos mismos”.

Hasta que leí el libro de Vera Cruz, ni siquiera sabía que los filipinos ayudaron a iniciar la huelga de uvas original que derivó en la UFW.

Aprendí más sobre las fallas de Chávez a medida que avanzaba en mi carrera periodística. Por ejemplo, cómo una vez arremetió contra Dolores Huerta -quien lo había instado a usar términos más comprensivos para los inmigrantes en el país sin estatus legal que “espaldas mojadas”- diciendo: “Ustedes [los liberales chicanos] tienen estos complejos... Son mojados, lo sabes. Son mojados, y vayamos tras ellos”. También organizaba ejercicios grupales para los altos mandos de la UFW que consistían en turnarse para gritar e intimidar a otros por sus faltas percibidas.

Mi mente inmadura decidió que ese ya no podía ser un héroe para mí, y desde entonces no lo fue.

A medida que pasaban los años, me encantaba señalar sus malas acciones siempre que era posible. Tomé como inspiración el trabajo de Miriam Pawel, una escritora que, en las páginas de este periódico a mediados de los años 2000, detalló una UFW que pintó tan alejada del sindicato que Chávez y otros habían establecido. Ella continuó su trabajo con una biografía sobre él, publicada en 2014 y bien recibida, que acabo de leer el año pasado, ya en pandemia.

Soy amigo de Pawel, por lo cual le enviaba comentarios a medida que progresaba en la lectura. Su obra confirmó con desgarrador detalle, el por qué yo sentía que Chávez no era digno de adulación, pensé. La autora me animó a leer hasta el final, donde encontraría una “sorpresa”.

Y ahí está, en la página 475: Pawel le preguntó a un exlíder de la UFW de Arizona, que se había alejado de Chávez hace mucho tiempo, si todavía pensaba en él como un gran hombre. “Con las palmas hacia arriba, sostuvo su mano derecha sobre su cabeza y bajó la izquierda cerca del piso”, escribió Pawel. “En general, dijo, lo bueno superaba a lo malo. Ni siquiera estaba cerca”.

Un shock.

Cuando le pregunté a Pawel recientemente si habría que retirar los nombres de personas problemáticas, como Chávez, de las escuelas y otros monumentos, su respuesta fue rápida: “Por supuesto que no. El hecho de que los héroes tengan defectos no los hace menos heroicos. Hemos pasado de la hagiografía a destrozar a la gente”.

Durante su gira de presentación del libro, Pawel temió que los miembros de la audiencia pudieran estar en desacuerdo con todas las imperfecciones de Chávez que su volumen había expuesto. “Pero las respuestas eran: ‘Sí, lo entendemos; comprendemos que era humano’”, dijo. “No les sorprendió saber que era bastante más complejo que un sello postal bidimensional”.

Y así, en el Día de César Chávez, recordemos que el héroe era un hombre. Y ese hombre, invariablemente, no era un santo.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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