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Columna: Arrojar tortillas no es un acto racista, hasta que lo es

El Ruso tortillas Boyle Heights
Una pila de tortillas de harina (a modo ilustrativo, no las que fueron arrojadas) del camión de comida El Ruso, en Boyle Heights.
(Silvia Razgova / For the Times)
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Todos los que asistieron al juego de baloncesto masculino, el 19 de junio pasado, entre los Coronado High Islanders y los Orange Glen High Patriots, sabían que iba a ser un clásico, uno de esos enfrentamientos soñados.

Era la final de la Sección CIF San Diego. Coronado High era la preparatoria más rica y blanca de una próspera ciudad costera. Orange Glen, el escuadrón de clase trabajadora de Escondido, una escuela de mayorías y minorías que siempre se supera en rendimiento.

Los dos equipos se habían enfrentado apenas una semana antes, por el campeonato de la sección de la ciudad que ganó Coronado, su primer trofeo de este tipo en 31 años. Ahora, los Islanders y los Patriots se enfrentaban por el título regional, y los jugadores no decepcionaron: Coronado logró una victoria por 60-57 en tiempo extra con un triple.

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Hubo palabras acaloradas durante el juego por parte de los jóvenes atletas, y después del timbre final entre sus entrenadores adultos. Pero eso no fue una sorpresa. En cambio, sí lo fueron las tortillas voladoras.

Varios videos muestran a los jugadores de Coronado lanzando tortillas de maíz hacia los jugadores y entrenadores de Orange Glen. Nadie resultó herido y los espectadores inicialmente parecieron más sorprendidos que enojados. Pero, tal como reaccionó la gente después, uno podría imaginar que el exalcalde de San Diego y el propio gobernador de California, Pete Wilson, hubieran disparado un par de docenas con un cañón.

La policía anunció que identificó al adulto que había llevado al lugar un paquete de tortillas y las distribuyó a los estudiantes. El consejo directivo del Distrito Escolar Unificado de Coronado emitió inmediatamente una declaración posterior, donde reconoció “estos actos como atroces, degradantes e irrespetuosos” y condenó “plenamente el racismo, el clasismo y el colorismo que alimentaron las acciones de sus perpetradores”. Ayer fue despedido el entrenador en jefe de Coronado High, JD Laaperi, por el asunto.

La asambleísta del área de San Diego Lorena González tuiteó: “Enséñeles a sus hijos a no ser racistas... Las tortillas son para comer, no para arrojar”. El Caucus Legislativo Latino de California emitió un comunicado de prensa que citaba el incidente como una razón más para exigir la implementación de estudios étnicos en las preparatorias del estado.

En una cuenta privada de Instagram dedicada a los fanáticos de Coronado, el autor describió el lanzamiento de tortillas como “similar a arrojar papel picado en fiestas o una gorra al final de una graduación” y negó cualquier intención de racismo. Los críticos se burlaron de la afirmación inocente. El presidente de la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos, Domingo García, se indignó tanto como para proclamar que “arrojar tortillas está destinado a perpetuar la peor reacción racista contra atletas inocentes, sus entrenadores y sus familias”.

Aquí es donde me pondré mi sombrero de historiador y diré algo que quizá parezca increíble: el lanzamiento de tortillas tiene una larga y extraña historia en California, que casi nunca es racista, hasta que el acto se convierte en ello.

Los concursos de lanzamiento de tortillas se realizaron por décadas en las festividades del Cinco de Mayo y el Día de la Independencia de México en los barrios, y en las ferias de condados desde las Sierras hasta el sur de California -la Feria del Condado de Los Ángeles se llevó a cabo en 2002-. Lanzar tortillas a las carrozas y manifestantes es uno de los pilares del Doo Dah Parade de Pasadena, el primo anárquico del Torneo de las Rosas. En UC Irvine y Stanford, los graduados del último año lo hicieron durante los inicios de la década de 2000.

La gente suele lanzar tortillas por el simple hecho de que puede, y porque esos artículos, a diferencia de otros comestibles que se usan para las peleas con alimentos, son baratos, abundantes y vuelan lejos. No son tan pesadas como el pan de pita, no dejan un caos como los pasteles, son más aerodinámicas por naturaleza que el puré de papa y no se magullan como un filete. Las tortillas de maíz son las preferidas por su costo más económico, pero las de harina viajan una distancia más larga, porque su destreza les permite atrapar una corriente, como una ardilla voladora.

El fenómeno despegó especialmente en los eventos deportivos, esas reuniones de humanos predispuestos a encontrar una excusa para lanzar algo -cualquier cosa- a los jugadores rivales, sin importar su origen étnico.

Los primeros intentos conocidos ocurrieron en los juegos de los Angels, en Anaheim, durante la década de 1980, donde los fanáticos en los asientos baratos las hacían llover sobre las secciones más caras durante el tramo de la séptima entrada. “Es algo emocionante”, afirmó Eric Andrade, de 19 años, a Associated Press en ese momento. “Ya no es solo una moda pasajera. Se está convirtiendo en una tradición. Es algo que no se ve en ningún otro lugar”.

La escena se volvió tan caótica que la seguridad echó a 20 personas durante un juego de 1984, y el Ayuntamiento de Anaheim aprobó una ordenanza que amenazaba a cualquiera que arrojara artículos en el estadio con una multa de $1.000 y un cargo por delito menor. La normativa sigue siendo parte del código municipal de la ciudad.

La tendencia despegó a partir de ahí, especialmente en las universidades, y particularmente en UC Santa Barbara. Los fanáticos todavía las arrojan al campo cada vez que el equipo de fútbol masculino marca un gol. Antes de eso, frecuentaban los juegos de baloncesto masculino, donde las lluvias de masa eran tan pesadas durante la década de 1990 que llegaron a los destacados de ESPN. Durante un juego en 1997, los árbitros incluso castigaron al equipo con dos faltas técnicas antes de que comenzara el cotejo, lo que llevó al entonces entrenador Jerry Pimm a suplicar -infructuosamente- a los fanáticos por los altavoces que dejaran de lanzar tortillas.

Todo lo anterior vino y se fue como la diversión inofensiva que era. Pero coloque a los latinos en el extremo receptor, y el lanzamiento de tortillas de repente adquiere un significado diferente y más oscuro.

Toda una generación de latinos que crecieron en el sur de California durante las décadas de 1990 y 2000 puede decirle lo ofendidos que se sentían al ver el espectáculo que se desarrollaba cada vez que sus preparatorias jugaban con una más blanca y rica, como, por ejemplo, cuando mi alma mater, Anaheim High, se enfrentaba a Brea Olinda High. O cuando los muchachos de la fraternidad de UCLA le arrojaron tortillas a estudiantes chicanos cuando estos últimos protestaron contra los primeros por organizar fiestas llenas de estereotipos.

Nunca me molestó mucho, pero puedo decir que los mexicanos de entonces no sufrían tales indignidades con la misma gracia que Orange Glen.

Antes del fiasco de Coronado-Orange Glen, la tempestad de tortillas más notoria del sur de California fue en un juego de playoffs de fútbol americano de 1993 entre las escuelas preparatorias de Newbury Park y Montebello. Los seguidores de la primera habían lanzado estos comestibles al campo cada vez que los Panthers anotaban un touchdown esa temporada, lo cual estaba bien cuando jugaban en escuelas igualmente ricas y blancas en Simi Valley.

Las cosas cambiaron cuando jugaron contra la súper latina Montebello. El entrenador en jefe de Newbury Park, George Hurley, recibió docenas de llamadas telefónicas furibundas. Los fanáticos de su próximo oponente, Bell Gardens High, colmaron a los jugadores de Newbury Park “con abucheos y gestos obscenos antes del saque inicial”, según un informe de este periódico, y ondearon la bandera mexicana. “Me sentí como el estadounidense feo en un país extranjero”, le dijo Hurley a The Times, usando la misma excusa de ‘soy la víctima’ que empleó Coronado High casi tres décadas después.

Estos nuevos culpables no pueden afirmar que desconocen lo que significa arrojar tortillas. Los deportes de las preparatorias del condado de San Diego han sufrido una serie de incidentes racistas en los últimos años. En el Distrito Escolar Unificado de Coronado hubo riñas por estudiantes que quieren que sus escuelas sean antirracistas y miembros de la comunidad que descartan tales acciones como una tontería crítica de la teoría racial. ¿Realmente pensó el equipo de los Islanders que Orange Glen, donde el cuerpo estudiantil es más del 80% latino, no lo sentiría como una falta de respeto?

A veces -la mayoría de las veces, en realidad- una tortilla arrojada es solo eso. Pero incluso si los jugadores de Coronado no tenían malicia, lo que hicieron fue terriblemente tonto (aunque no tanto como el sujeto que llevó las tortillas: Luke Serna, residente de Coronado, de 40 años de edad. El graduado de UC Santa Bárbara le dijo al Coronado Times que no tenía intenciones racistas, pero arremetió contra los “oportunistas raciales” que pensaron en ello).

Además, ¿dejar caer todas esas tortillas al suelo? ¡Qué desperdicio de potenciales tacos y quesadillas!

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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