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Una exestrella de USC murió a los 31 años; su familia espera que el estudio de su cerebro ayude a otros

(Alexander Gallardo)

La familia de Ellison donó su cerebro para ser estudiado por encefalopatía traumática crónica

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BOSTON.- Los cerebros llegan a toda hora en cajas de cartón blancas con la leyenda “¡URGENTE!”. Dentro de cada paquete hay un forro de espuma de una pulgada y media de grosor, además de una bolsa roja que protege un cubo de plástico blanco ordinario.

Cuando un servicio de mensajería entregó el cerebro de Kevin Ellison al Bedford VA Medical Center, cerca de Boston, justo después de las 2 p.m. el 22 de enero, el Dr. Víctor Álvarez realizó una rutina que ha hecho tantas veces, que ya dejó de contar.

El neuropatólogo desempacó la caja, pesó el órgano y lo examinó en busca de contusiones o hemorragias. Tomó docenas de imágenes con varias exposiciones para capturar las diferencias de forma y color que no son evidentes a simple vista.

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Álvarez procesa la mayoría de los cerebros donados a la asociación entre el Departamento de Asuntos de Veteranos (VA), el Centro de CTE [siglas en inglés de encefalopatía traumática crónica] de la Universidad de Boston y la Fundación Legacy Concussion. Se mueve con cuidado y rapidez, sabiendo que cada uno de ellos representa una familia que busca respuestas.

La familia de Ellison donó su cerebro para ser estudiado por encefalopatía traumática crónica, la devastadora enfermedad neurodegenerativa que aparece en personas que han sufrido traumatismos craneales repetidos, pero que sólo pueden diagnosticarse después de la muerte. Los jugadores de fútbol americano son las víctimas más conocidas.

Habían pasado tres meses desde que Ellison murió, a los 31 años, y casi una década desde sus días en el campo como un defensa activo, capitán del equipo y favorito de los seguidores de USC. Luego pasó a jugar una temporada para los Chargers de San Diego. Las tres palabras tatuadas en su brazo izquierdo resumen su enfoque de la vida: “Sé el mejor”.

El joven vivía en un departamento detrás de la casa de su madre, en Inglewood. Había obtenido un título en economía en la universidad, pero al final ya no conducía y le costaba conservar sus empleos. Tenía un dolor de cabeza que nunca pasaba realmente. Le dolía el cuello y se sentía mareado. No podía dormir, escuchaba voces y hablaba al cielo.

A veces regresaba ‘el viejo Kevin’, recordó su madre. Pero ella podía predecir cuándo se acercaba la oscuridad. Su sonrisa se desvanecía. Sus ojos lucían errantes. Tomaba largas duchas para escapar; el sonido llegaba a la sala de estar.

El viaje final de K-0623, como era conocido el cerebro de Ellison para los investigadores, pasó por laboratorios y oficinas estrechas en Boston. La búsqueda de respuestas al colapso de Ellison tomó casi un año. ¿El futbol americano, que le había dado alegría y fama, contribuyó a su declive? Su familia pasó ese tiempo esperando una respuesta.

En su funeral, el programa incluyó una carta que su madre, Judy Reisner, le escribió: “Todos mis recuerdos sólo refuerzan la profundidad de la relación entre una madre y su hijo. Tan profundamente, que durante estos últimos años no sólo pude ver el dolor en tus ojos, sino que también pude sentirlo. Me dolía hasta los huesos no poder eliminarlo”.

La familia siguió el declive de Ellison hasta mediados de 2012. Después de que su carrera en la NFL se tambaleó, se unió a un equipo de la Arena Football League, en el estado de Washington. Comenzó a beber, algo que había evitado en USC, y tomaba analgésicos recetados. En su primer juego para el Spokane Shock, en mayo de 2012, anotó un touchdown.

Cinco semanas después, Ellison prendió fuego a la cama de su departamento en Big Trout Lodge, con un cigarro relleno de marihuana. Saltó por una ventana del tercer piso y luego le dijo a las autoridades que Dios le había ordenado iniciar el fuego y evitaría que alguien saliera lastimado.

Finalmente transferido de la cárcel a un centro psiquiátrico, Ellison fue diagnosticado con trastorno bipolar y esquizofrenia.

“Se restablecía, vacilaba, luego era hospitalizado”, relató Camille Ellison, su hermana, durante su funeral. “Se sentía mejor, comenzaba un nuevo empleo y después debía renunciar. No podía trabajar largas horas o conducir, porque eso requería de una considerable concentración y su cerebro no podía manejarlo. Sin embargo, oh, cómo lo deseaba de corazón”.

El 2 de octubre de 2018, la familia intentó persuadir a Ellison para que fuera a un hospital a un internamiento psiquiátrica por 72 horas. No había tomado su medicación en semanas. Las voces y la paranoia habían regresado.

Ellison corrió calle abajo desde la casa de su madre, le dijo a un vecino que alguien estaba tratando de matarlo y desapareció. La familia presentó una denuncia de persona desaparecida, llamó a hospitales y departamentos de policía. Dos días después, Camille Ellison publicó en Facebook: “Si ves a mi hermano menor, Kevin (probablemente caminando), ¿puedes enviarme un mensaje de texto?”.

Una hora antes de la medianoche, un hombre deambulaba por los carriles sentido norte de la Autopista 5, en el Valle de San Fernando. Agitaba los brazos ante los vehículos que pasaban.

Minutos después de que un automovilista llamara al 911, una minivan Chevrolet Astro lo atropelló. Los paramédicos lo declararon muerto a las 11:36 p.m. Llevaba un pase de autobús y una sudadera de USC.

El forense del condado de Los Ángeles identificó a Ellison mediante sus huellas digitales.

Tres días después de la muerte, su hermano mayor, Chris, recibió un correo electrónico inusual.

Kevin Ellison, durante sus días en USC, ataca al receptor de Arizona, Syndric Steptoe.
Kevin Ellison, durante sus días en USC, ataca al receptor de Arizona, Syndric Steptoe.
(Wally Skalij/Los Angeles Times)

“Lamento muchísimo su pérdida, y le pido disculpas por comunicarme hoy”, escribió Chris Nowinski, cofundador de Concussion Legacy Foundation, con sede en Boston. “Le envío un correo electrónico en nombre del Centro de CTE de la Universidad de Boston, y nos gustaría intentar ayudar a su familia... Si desean que estudiemos el cerebro de Kevin, podríamos proporcionarles un diagnóstico que los ayude mejor entender lo que pasó”.

Chris Ellison respondió unos minutos después: “Estoy seguro de que es algo que nos gustaría hacer”.

Nowinski, quien jugó futbol americano en Harvard y luchó de forma profesional, ha hecho tales solicitudes durante más de una década. La primera ocurrió después de que el ex defensa de los Eagles de Filadelfia, Andre Waters, se suicidó, en 2006.

En ese momento, Nowinski escribió un guión para saber qué decir; luego se preocupó, sudaba, lo postergaba. Finalmente, llamó y pidió permiso a la familia para estudiar los restos de Waters y evaluar la presencia de CTE. Ellos accedieron. Aunque Waters murió a los 44 años, el examen encontró que su cerebro tenía las características de alguien dos veces mayor.

En estos días, Nowinski no necesita enviar muchos correos electrónicos; se ha corrido la voz. Las familias que desean donar cerebros de seres queridos fallecidos llaman a un teléfono negro con tapa, que las 24 horas del día llevan consigo los asistentes de investigación del centro. Ellos tienen unos minutos para evaluar si el cerebro sería adecuado para el estudio. Hay más órganos donados -de atletas, veteranos militares y otros- que tiempo para examinarlos.

Dos horas después del correo electrónico, la madre de Ellison firmó el formulario de consentimiento. Los tres niños de Reisner habían sufrido conmociones cerebrales. Keith, el hermano del medio, pasó cinco temporadas como apoyador con los Bills de Buffalo. Chris, quien jugó defensivamente para Brigham Young, trabaja como agente para varios jugadores y aspirantes de la NFL.

Kevin, el más joven, le había dicho a su hermana que tenía ocho traumatismos cerebrales. Se había forjado una reputación de golpes feroces en el campo de juego. Poco después de su muerte, el departamento de deportes de USC tuiteó un video de 14 segundos de Ellison, arrojando su cuerpo al receptor de California DeSean Jackson, en 2006. Sus cascos se golpearon entre sí. El locutor se jactó de cómo Ellison casi “decapitó” a Jackson.

“El recordado, gran Kevin Ellison”, decía el tuit.

En el servicio conmemorativo, la familia Ellison distribuyó pulseras con las fechas de su nacimiento y muerte, así como su apodo: Kells. Cerca de arreglos florales que llevaban las leyendas “Sé el mejor” y “Amado por todos”.

Camille Ellison describió el viaje de su hermano a través de la niebla de la enfermedad mental. “Este hermoso ser humano”, dijo, “todavía inteligente, competitivo, guapo y líder, atrapado en un ciclo donde su cerebro seguía fallando, incluso cuando volvía a ponerse de pie y las cosas buenas comenzaban a sucederle nuevamente”.

El cerebro de Ellison permaneció en la oficina del forense en Los Ángeles, almacenado dentro de un recipiente de plástico blanco lleno de formalina -una mezcla de formaldehído y agua- para el viaje a Boston.

Los cerebros estudiados por Álvarez y otros neuropatólogos se procesan en las instalaciones de Bedford o en Jamaica Plain VA Medical Center, en Boston. En Jamaica Plain, un refrigerador con puerta de vidrio está lleno de cubos blancos con cerebros; cada contenedor luce etiquetado con un número de caja. Los congeladores industriales llenos de mitades cerebrales congeladas ocupan habitaciones adyacentes.

Hace aproximadamente una década, Álvarez atravesó una tormenta de nieve para extirpar quirúrgicamente el cerebro de un exjugador de futbol americano universitario que había aceptado donar su cerebro para su estudio. La tormenta había dejado sin electricidad al edificio, por lo que Álvarez tendió un cable de extensión a un generador en un negocio vecino. Él llevó el órgano de regreso al laboratorio y lo procesó sin demora.

Los cerebros en formalina tienen una textura gomosa; los órganos frescos llegan empacados en hielo y tienen la consistencia de un queso brie maduro. Los cerebros frescos están en mitades; una parte se almacena en un congelador de menos 80 grados, para estudios genéticos y moleculares posteriores. La otra se coloca en conservante durante varias semanas, para reafirmarlo y detener la descomposición.

Aproximadamente una hora después de que llegara el órgano de Ellison, Chris Ellison recibió un correo electrónico de uno de los asistentes de investigación, Laney Evers. “Entendemos que puede estar ansioso por los resultados, así que sepa que haremos todo lo posible para... trabajar de la manera más eficiente posible”, le escribió Evers.

Dado el número de casos a estudiar, pasaron siete meses antes de que Álvarez diseccionara el cerebro de Ellison, el 24 de julio, el mismo día que la mayoría de los jugadores de la NFL se presentaban para el campamento de entrenamiento.

El cerebro se secciona con una herramienta que se asemeja a un cuchillo de pan, pero con borde liso. Álvarez es conocido entre sus colegas por cortes precisos, con una técnica práctica y metódica. Comienza con su mano izquierda, presionando suavemente la parte superior del cerebro mientras su mano derecha desliza el cuchillo horizontalmente cerca de la parte inferior. El objetivo son cortes coronarios de aproximadamente un tercio de pulgada de espesor.

Cada corte revela una nueva pieza del rompecabezas. ¿Se ha encogido el lóbulo frontal? ¿Están agrandados los ventrículos? Álvarez coloca cada uno en una sábana negra y los fotografía.

El tejido de hasta 40 áreas del cerebro está incrustado en casetes, mangas de plástico articuladas de una pulgada de ancho. Los casetes se someten a un día de procesamiento químico, luego se agrega cera de parafina para mejorar la integridad estructural del tejido.

Un histólogo corta en pedazos una décima parte del grosor de un cabello humano. Las secciones se colocan en 80 a 100 diapositivas de vidrio, cada una a mano.

La Dra. Ann McKee, jefa de neuropatología de VA Boston Healthcare System y directora del Centro de CTE de la Universidad de Boston, con el cerebro de un jugador de futbol americano quien, se sospecha, padeció CTE.
La Dra. Ann McKee, jefa de neuropatología de VA Boston Healthcare System y directora del Centro de CTE de la Universidad de Boston, con el cerebro de un jugador de futbol americano quien, se sospecha, padeció CTE.
((Josh Reynolds / para The Times))

A fines de agosto, las diapositivas de Kevin Ellison viajaron al piso 12 en las instalaciones de Jamaica Plain, bajaron por un pasillo blanco y entraron en la pequeña oficina de la Dra. Ann McKee, donde una planta marchita reposa junto a un gran microscopio. McKee es jefa de neuropatología del VA Boston Healthcare System y directora del Centro de CTE de la Universidad de Boston.

Montones de bandejas cada una llena con 20 portaobjetos pueblan su escritorio y cualquier otra superficie disponible. Dos cascos de futbol americano y un cheesehead (una insignia de las personas de Wisconsin), desde sus días como fan de los Packers de Green Bay, son un recordatorio de la tensión entre su investigación pionera en CTE durante la última década y el deporte más popular de Estados Unidos. “Solía amar ese deporte”, reconoció McKee.

Ella peleaba contra los nervios y el insomnio antes de cada juego de los Packers. Su trabajo con CTE lo cambió todo.

“Ninguna de estas personas esperaba arriesgar su salud cerebral”, afirmó. “Esto no estaba en su plan. No es gente que dijera: ‘Sí, quiero jugar tanto al fútbol americano que no me importa si no puedo pensar con claridad’. Eso nunca fue parte de la decisión”.

La experta piensa en las diapositivas como capítulos de un libro, cada una de las cuales proporciona otra pista sobre la persona y lo que experimentó. Aunque tiene acceso al nombre y la edad de cada caso, no tiene detalles adicionales para mantener el foco en la historia que cuentan las diapositivas.

Un estudio publicado el año pasado encontró CTE en el cerebro de 133 de 136 exjugadores de fútbol americano profesional, aunque la muestra se extrajo de donaciones, y las familias tienen más probabilidades de donar el cerebro de seres queridos que han experimentado dificultades en la vida.

Su rutina es la misma para cada conjunto de diapositivas. McKee comienza con el bulbo olfativo, responsable del sentido del olfato, que insinúa lo que encontrará en otro lugar. Los embrollos oscuros de la proteína tau, el sello tóxico de la CTE, a menudo son visibles.

A continuación, examina la sustancia negra, que ayuda a controlar el movimiento muscular, y la corteza frontal superior, un área importante para la función ejecutiva y las emociones.

Cada pista la acerca a otra respuesta, para otra familia afligida.

“Siento que necesito ser parte de la conciencia y el activismo, porque ¿quién más lo hará?”, se preguntó McKee. “¿Quién llevará esta antorcha? ¿Quién marcará la diferencia para estas familias si no tienen un portavoz?”.

¿Quién llevará esta antorcha? ¿Quién marcará la diferencia para estas familias si no tienen un portavoz?”

— Dra. Ann McKee, jefa de neuropatología de VA Boston Healthcare System

Cuatro días después de que la especialista examinara el cerebro de Ellison, su hermano Keith estaba en el banquillo, coordinando la defensa mientras el equipo de futbol americano de Redondo Union High School enfrentaba a Arcadia High. Su hermano Chris entrenaba a los defensores.

Mientras los neuropatólogos observaban el cerebro de Ellison, los investigadores clínicos profundizaron en su vida. El 17 de septiembre, la asistente de investigación Madeline Uretsky llamó a la familia con una serie de preguntas.

Uretsky, quien sufrió un traumatismo cerebral grave mientras jugaba al fútbol en la preparatoria, hace ocho años, comparte una oficina con otros asistentes de investigación en el Centro de CTE de la Universidad de Boston. Los cascos de futbol americano en miniatura que representan a los 32 equipos de la NFL están pegados a la pared, junto a una foto enmarcada del mariscal de campo de los Patriots de Nueva Inglaterra, Tom Brady.

Los investigadores recopilan información utilizando alrededor de 400 puntos de datos para construir un relato de la vida de un sujeto. La familia de Ellison había completado encuestas electrónicas iniciales en marzo y septiembre, pero ahora tenía más preguntas por responder:

¿Cuál es el historial psiquiátrico y neurológico del sujeto?

¿Dónde trabajó? ¿Podía recordar el día de la semana? ¿Perdía objetos? ¿Luchaba contra el abuso de sustancias? ¿Tenía dolores de cabeza?

Uretsky se enteró de que Ellison jugaba al futbol americano a los ocho años con los Inglewood Jets, de que le gustaba comer, y de niño había sido atrapado comiendo metódicamente un pan Wonder Bread en un armario. También supo cómo se graduó de la preparatoria un semestre antes para jugar en la USC, y sobre su regreso después de tres cirugías de rodilla. Se enteró además, del momento en que compró 100 píldoras Vicodin en la calle después de su temporada de novato en la NFL para ocultar una lesión en la rodilla sufrida con los Chargers.

Y había más: Tuvo una serie de hospitalizaciones psiquiátricas de 72 horas, las veces que dejaba de tomar medicamentos porque se sentía letárgico y lo hacían aumentar de peso, además de los intentos de automedicarse con marihuana y alcohol.

Dos veces al mes, los investigadores de Boston celebran una “junta de consenso” para discutir sus hallazgos, y el 24 de septiembre se reunieron con Ellison. Un asistente de investigación resume cada entrevista familiar y otra información recopilada sobre un tema. Los médicos, incluidos neurólogos, neuropsicólogos y psiquiatras, discuten el tema. El neuropatólogo es el último en tomar la palabra, ilustrando la presentación con imágenes de tejido cerebral.

Aunque los médicos conocen la identidad del sujeto mientras se lleva a cabo la investigación, el nombre no se da a conocer en ese momento a los empleados que procesan y examinan el cerebro, para evitar cualquier sesgo inconsciente. En la reunión de consenso se revela el nombre. Cuando McKee no está al frente de una presentación, a veces busca en Google a la persona que se está discutiendo a medida que continúa la reunión; no puede contener su curiosidad.

El día después de la reunión sobre el cerebro de Kevin Ellison, Judy Reisner realizó una llamada en conferencia con McKee. Camille Ellison hizo lo mismo. El médico les agradeció la donación y les dio la noticia rápidamente: Kevin tenía CTE.

El lóbulo frontal de su cerebro se había atrofiado y los ventrículos laterales estaban agrandados. Los cambios generalmente no aparecen hasta que una persona tiene 50, 60 o incluso 70 años.

Las diapositivas de la corteza frontal superior y la región parietal inferior, aumentadas 40 veces, revelaron decenas de manchas marrones, lesiones indicadoras de CTE. Otras diapositivas mostraron lo mismo.

La interacción entre la CTE y los problemas de salud mental de Ellison no estaba clara. La encefalopatía crónica traumática puede confundirse con trastorno bipolar y esquizofrenia (Ellison experimentó ambos) o puede presentarse al mismo tiempo que las dos afecciones. McKee detectó “degeneración neurofibrilar leve” del locus coeruleus, que está involucrado con la respuesta del cuerpo al estrés.

Para Reisner, la noticia no fue sorprendente. Tenía el presentimiento de que su hijo tenía CTE. Ella todavía llora todos los días. Ahora le preocupa que los jóvenes jueguen al futbol americano. “Es un deporte atractivo, a la gente le encanta verlo, piensa que estos muchachos son semidioses y ganan mucho dinero”, afirmó. “Pero deben ser conscientes de lo que podría pasarles”.

El día después de la llamada, en una sala de Inglewood, llena de fotos de Ellison -sonriendo, en la banca de USC, en la graduación, con sus sobrinas-, Reisner vio a los Eagles de Filadelfia jugar contra los Packers en su televisor de pantalla grande. Camille Ellison apareció por un minuto. Ella vio a Avonte Maddox, un jugador de los Eagles, que se fue después de recibir un golpe en la cabeza. La hizo sentir mal. “Después de vivir lo que esas lesiones invisibles en la cabeza le hacen a una persona, es difícil, es difícil”, expresó. “Me lleva a pensar: ‘OK, ahora que estamos enterados, ¿cómo podemos mejorar?’. Sabemos que existe la CTE, que tiene un impacto devastador en las personas y que tuvo ese impacto devastador en mi hermano. El juego es más seguro, pero aún no lo es totalmente”.

El diagnóstico no ha cambiado la opinión sobre el fútbol americano de Chris Ellison. Sufrió varios traumatismos cerebrales durante su carrera como jugador, y cree que también tiene CTE. “Espero que pueda ayudar a alguien más en el futuro”, afirmó sobre la investigación en el cerebro de su hermano. “Kevin tenía una enfermedad mental, y la CTE puede haber empeorado cómo él procesaba ese padecimiento. Aunque no estoy necesariamente de acuerdo con esa correlación directa”.

Cinco días después de la conferencia telefónica, Chris Ellison visitó Pittsburgh para ver a un cliente jugar mientras los Steelers se enfrentaban a los Bengals de Cincinnati. Había sido un trecho difícil. Se acercaba el aniversario de la muerte de su hermano, el 4 de octubre.

Aunque quería mantener el control de sus emociones, mientras conducía por Pittsburgh, los recuerdos volvieron a surgir. Finalmente no pudo contener las lágrimas.

“Él es mi hermano pequeño”, dijo Chris.

Esa semana, siete cerebros más llegaron a Boston para ser estudiados en busca de CTE.

For the original story in English, please click here.

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