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Aficionados del futbol americano colegial vivieron un sábado ‘deprimente y devastador’

The Rose Bowl, home to the UCLA Bruin
El Rose Bowl estuvo vacío el primer sábado del futbol americano universitario Power Five y el estado de ánimo lúgubre se pudo sentir en la falta de clubes de exalumnos reunidos en todo el sur de California.
(Al Seib / Los Angeles Times)

No hubo clubes de exalumnos del Big Ten para ese inicio de las 9 a.m. Nada de Bloody Marys o mimosas

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El Coliseo estaba vacío. El Rose Bowl también, con un aire lleno de humo e irrespirable por la erupción de incendios forestales que se ciernen sobre el estado. El silenciamiento de esos amados bastiones a raíz de la pandemia de COVID-19 fue sorprendentemente triste, pero el humor lúgubre de este sábado de septiembre en particular se sintió en todo el sur de California.

No hubo clubes de exalumnos del Big Ten para ese inicio de las 9 a.m. Nada de Bloody Marys o mimosas, ni un choque de manos o el entonar vívidamente un cántico de guerra de la universidad. No hubo alegría ni angustia para compartir con tus seres queridos antes de regresar a esa rutina -a menudo abrumadora- de Los Ángeles, que todos aquellos que se trasladaron aquí eligieron asumir.

Nadie le reconoce tal reputación, pero Los Ángeles puede ser una ciudad divertida en cuanto a futbol americano universitario, especialmente cuando se sigue la escena nacional. Cada base de fans tiene una representación real en esta urbe, y ese fanatismo, esa conexión con la vida anterior en L.A., puede significar aún más en un sitio tan poblado y tan disperso que es difícil detectar un real sentido de comunidad.

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“Al final del día, uno quiere estar rodeado de personas de ideas afines, con las que se tenga algo en común”, reflexionó Maurice Hall, un corredor del equipo del campeonato nacional 2002 de Ohio State, que se mudó aquí para ser actor y se convirtió en presidente del Ohio State Alumni Club de Los Ángeles.

“Ello me dio una opción más allá de la industria del entretenimiento para sentirme como en casa. Es bueno recordar el pasado, y cuando vas a ver un partido, sabes que todo el mundo tiene algo en común”.

El sábado por la noche debía ser una gran fiesta, con la visita de Ohio State -segundo puesto- a Oregón -en el noveno-. Ello habría significado decenas de aficionados exaltados en la Sycamore Tavern de Hollywood, y un grupo un poco más pacífico de fanáticos de los Ducks en Busby’s West, en Santa Mónica.

“Es deprimente y devastador, porque todos somos gente del Medio Oeste del país que se ha trasladado aquí, y ahora ya no tenemos esto como una salida social los sábados… Todos sufrimos de fatiga pandémica”, remarcó Bob Banta, un graduado de Ohio State que se mudó a L.A. en 1966 y fue presidente del Big Ten Club.

“El Big Ten Club se fundó para crear redes y unir el poder de las universidades Big Ten, de todos los inmigrantes aquí, para competir con la red que la USC había construido en su asociación de exalumnos. Era una red de negocios, pero a partir de ahí se fomentó una gran camaradería. Por mucho que exista la rivalidad entre Ohio State y Michigan, algunos de mis mejores amigos se graduaron de Michigan”.

Sí, en este día, incluso Michigan y el estado de Ohio podrían ponerse de acuerdo en algo. Hasta hace un tiempo, el sábado habría sido el primer partido local de los Wolverines en la Big House, después de haber jugado en Washington el fin de semana pasado.

“Siento que pude mantener fuera de mi cabeza el hecho de que las Big Ten no están jugando hasta este fin de semana”, reconoció Greg Maczka, un graduado de Michigan que organiza una reunión semanal para ver los partidos de los Wolverines en Q’s Billiard Club, en el oeste de L.A.

“Hoy encendí la TV y puse ese juego de Kansas State; fue una locura ver que tienen fanáticos en las gradas y es un poco discordante porque la mayoría de los otros deportes no cuentan con público en este momento. Ciertamente genera una sensación de FOMO (siglas en inglés que significan ‘miedo a perderse algo’)”.

“Se siente particularmente extraño porque otras ligas están jugando, incluso en las preparatorias. Al menos antes el total de la gente estaba encerrada y todos estábamos juntos en esto. Lo extraño para los fanáticos del Pac-12 y el Big 10 es que seguimos sin algo que casi todos los demás ya tienen”.

El sábado marcó el primer día de partidos de la Power Five jugados con protocolos para COVID-19. No hubo enfrentamientos clave como Ohio State-Oregón o Texas-Louisiana State, como se había planeado originalmente, y solo se permitió una asistencia limitada, pero los juegos fueron tan fuertes como siempre.

Dos equipos de la Sun Belt demostraron por qué esa parte del país es conocida como “la Franja de la Diversión”. Arkansas State sorprendió a Kansas State por 35-31, momentos después de que Luisiana diera vuelta a Iowa State por 31-14. Los Big 12 estarán arrepentidos de haber permitido a los miembros jugar un partido que no sea de conferencia, pero fue divertido para todos los demás.

Después de todo el caos, la noticia más importante del día surgió en el Big Ten. Un informe de Yahoo! Sports señaló que el regreso del grupo había convencido a un grupo de presidentes de liga para efectuar otra votación sobre la temporada de otoño, que podría ser este mismo domingo. Se presentó nueva información sobre las pruebas rápidas y la miocarditis, la inflamación del corazón causada por el COVID-19.

Por ahora, solo ciertos clubes de exalumnos tienen que tomar una decisión sobre si organizar reuniones para ver los partidos al aire libre, que se rigen por las regulaciones del condado y la ciudad.

El Oklahoma Club of Greater Los Angeles no se encontró para el juego del sábado (emitido por pago por evento) contra Missouri State, pero eligió reunirse para los juegos de conferencia de los Sooners en Busby’s West. “Utilizaremos mascarillas y nos sentaremos en las mesas de afuera, con el grupo con el que cada uno concurrió”, explicó Kelsey Hightower, líder del club. “Por lo general hay personas, incluyéndome a mí, que recorren la barra cantando y alentando, o que pasan por otras mesas para interactuar con caras nuevas. Ahora cada uno debe estar en su mesa. No tendrá toda la emoción universitaria de moverse por el lugar”.

Hightower sabe de muchos graduados de la Universidad de Oklahoma (O.U., por sus siglas en inglés) que todavía quieren reunirse. El futbol americano es una parte tan importante de la cultura de su universidad y hay un nivel de pasión por los Sooners que el nativo promedio de Los Ángeles no puede entender del todo. “Mudarse de Oklahoma aquí es definitivamente un choque cultural”, reconoció Hightower, quien hace ocho años se trasladó a L.A. “Necesitas un grupo con el que puedas llevarte bien, una experiencia compartida con otras personas, para que sea más como una familia. Fue algo en lo que me involucré desde el principio y me ayudó a quedarme aquí, creo”.

¿Y qué hay de Texas, el archirrival de Oklahoma?

Oportunamente, la sede de Los Ángeles del Texas Exes decidió no encontrarse en persona para los juegos este otoño. El sábado por la noche, cuando los Longhorns abrieron contra Texas-El Paso, la sede organizó un encuentro por Zoom para ver el partido, invitando a los asistentes a cocinar platillos favoritos texanos, como barbacoa, chili y chili con queso. No fue como las reuniones habituales en Cabo Cantina, en el oeste de L.A., pero las expectativas fueron coherentes con la invitación al evento: “¡Lleguen temprano, hagan ruido, quédense hasta tarde, vistan de naranja!”.

For the original story in English, please click here.

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