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OPINIÓN: La inevitable pregunta para los inmigrantes

Los votantes hispanos podrían ser 28 millones. Mucho más que una minoría.
(John Moore/Getty Images)
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La pregunta siempre llega, tarde o temprano, para los inmigrantes en Estados Unidos: “Where are you from? ¿De dónde eres?”.

Puede ser que llegue con amabilidad: una pregunta sincera de un vecino abierto a la idea del multiculturalismo en la comunidad local. Alguien que realmente está interesado en saber quiénes somos como una forma de tendernos la mano, y de reforzar conjuntamente los lazos de una humanidad compartida.

Cuando llegué a Estados Unidos en 1976, con los recientes horrores de la “desaparición” de miles personas en Argentina perpetrados por la dictadura militar de mi país, esa forma amable de preguntarme que usaban los norteamericanos a quienes yo iba conociendo era muy reconfortante para alguien tan lejos de su casa, y de su familia. Me hacía sentir aceptado y bienvenido.

De una forma que hoy, mirando hacia atrás, parece ingenua, yo apreciaba profundamente esos gestos. Aún pequeños momentos de felicidad, recordados hoy cómo si fueran borrosas fotografías de un pasado más sereno, me llenaban de felicidad: recuerdo perfectamente la primera vez que puse una moneda en una máquina dispensadora de bebidas (un engendro desconocido en Argentina), y recibí de esta una gaseosa de sabor ciruela. La fría lata, cubierta de pequeñas gotas de agua relucientes, brillaba en el sol del verano de mi llegada como algo mágico.

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Es cierto que, en aquellos años, la población de latinos en las comarcas rurales de Virginia central era pequeña. Nos miraban más como una novedad, sin ningún poder que pudiera alterar el orden político y social. Un agricultor virginiano me dijo una vez: “No hay suficientes de ustedes para ser una minoría”.

Pero la pregunta “¿De dónde eres?” puede también llegar de una forma muy distinta.

Puede ser un desafío, malamente o no disfrazado, a nuestro derecho de estar en este país. A veces llega con tonos agresivos y desafiantes (posiblemente con “Really? ¿En verdad?” agregado al final de la frase, como dando por entendido que el interrogador ya sabe que eres extranjero, y mejor no le mientas).

Si este es el caso, entonces tu respuesta (o tu silencio) muchas veces suscita en tu interlocutor un desprecio, o una pasiva agresividad.

O, sobre todo si tu aspecto es “diferente” (a que, uno no siempre sabe), si tu voz es “distinta” (es decir si hablas inglés con un acento extranjero), o tienes un nombre que es “difícil de pronunciar”, entonces probablemente escuches otra cosa.

“¿Por qué no regresas a tu país?” No es una pregunta, obviamente, si no una orden.

Con miedo a llamar demasiado la atención, tratas de pasar desapercibido con varios grados de desesperación, muchas veces dependiendo de tu situación migratoria. Empiezas a inventarte nombres más fáciles de recordar: fue en esos años que comencé a llamarme “Rick”.

Cuando conseguí por primera vez la licencia de conducir, era un obsesivo observador de las reglas de tránsito, circulando siempre por el carril derecho de los freeways a por lo menos 5 millas por hora debajo del límite de velocidad. Y cuando llegaba a la señal de “Pare”, siempre cumplía con esa pausa levemente extendida que aseguraría a cualquier policía que me estuviera observando que las ruedas de mi carro habían alcanzado un estado perfecto de inmovilidad antes de retomar el camino.

Luego, a medida que trepas en la jerarquía de las convenciones sociales y legales que te dicen que perteneces a este país, primero obteniendo la residencia, y luego cuando te dan la ciudadanía, bajas un poco la guardia, convencido de que ya entonces las leyes te protegen.

Hoy en día, somos suficientes para ser una minoría, eso ya nadie lo duda. Y somos más que una minoría: latinos, asiáticos, iraníes, nigerianos, o sudaneses, todos nos hemos incorporado a esta gran nación, en la gran mayoría de los casos contribuyendo positivamente al desarrollo de la sociedad estadounidense.

Pero luego de más de cuatro décadas, mi acento persiste (aún si a veces lo mezclo con expresiones sureñas americanas). Y, por lo tanto, la pregunta “¿De dónde eres?” me la siguen haciendo regularmente.

Tristemente, los tiempos recientes parecen haber traído un crecimiento en los desafíos a mi presencia, y una disminución del sentido amable de la pregunta. Recibo la versión desafiante mucho más comúnmente que en el pasado. Quizá ese resentimiento siempre estuvo ahí, al acecho, pero escondido bajo la superficie. Y tal vez no supe verlo, o no quise. O quizá la percepción de los estadounidenses hacia nosotros los inmigrantes, afectada fuertemente por los evidentes prejuicios de la última administración nacional, ha realmente tomado un giro cada vez más duro y discriminatorio.

Puedo solo desear que otros que llegan a este país, más nuevos o más jóvenes, sepan tener la fortaleza moral y serenidad al responder a la inevitable pregunta, y reciban las garantías legales que les permitan responderla sin miedo a represalias y con esperanzas fundadas para su futuro.

* Ricardo Preve es un director de cine argentino que vive en Charlottesville, Virginia desde 1976. @rickpreve en Twitter e Instagram.

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