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Cuando Nueva York envía su gente a Los Ángeles, no manda a los mejores

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Cuando México envía a su gente, no envía a los mejores... Envía gente que tiene muchos problemas y nos traen esos problemas. Traen drogas. Traen delitos. Ellos son violadores. Y algunos, supongo, son buenas personas.

Donald Trump

Cuando Nueva York envía su gente a Los Ángeles, no envía a los mejores. Envía a personas que tienen muchos problemas, y ellos traen esos problemas con ellos. Traen ansias de privilegio y agresión. Traen cócteles a $14 dólares. Son pro gentrificación. Y algunos, asumo, son buenas personas.

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Vienen por el clima soleado y porque la escena artística de Nueva York murió hace mucho tiempo. O tal vez porque están listos para tener hijos y han visto a demasiados padres peleándose con un cochecito en los subterráneos apenas operativos de Nueva York. O porque la expansión de L.A. es menos desalentadora ahora que Uber y Lyft son opciones de transporte.

Solía ser un defensor de las mudanzas a Los Ángeles. “¡Es la mejor ciudad de los Estados Unidos!”, decía. Últimamente, sin embargo, callo cuando algunos amigos me cuentan que podrían trasladarse a la Costa Oeste.

En general, California está expulsando a más personas de las que atrae. Entre 2007 y 2014, más gente abandonó el estado en comparación con los que migraron aquí. Quienes lideran el éxodo son individuos sin títulos universitarios y aquellos que ganan menos de $30,000 al año. Los inmigrantes que llegan a California, según un informe de la organización sin fines de lucro Next10, tienden a “concentrarse principalmente en ocupaciones de altos salarios”.

Las personas en este grupo de ingresos a menudo pueden trabajar de forma remota, por lo cual quizás ni siquiera necesitan depender de la economía de California para tener un empleo. Tal vez pueden mantener sus clientes de la Costa Este mientras disfrutan de las ventajas de vivir del otro lado. Como suele decir un amigo, el invierno es una elección. Cada vez más, parece, los estadounidenses ricos están optando por evitarlo.

Como resultado de ello, nuestra ciudad está en problemas. Si bien nunca ha sido barato vivir en L.A., la crisis de la vivienda ha alcanzado niveles epidémicos. La cantidad de personas que viven en las calles y en sus automóviles aumentó un 75% en los últimos cinco años. Esto sucede al tiempo que muchos vecindarios con ingresos bajos y mixtos se están convirtiendo en áreas de juegos para “creativos”.

Mi supermercado asiático local, donde mis vecinos y yo solíamos conseguir verduras, mariscos y fideos baratos, será ‘reurbanizado’ como “un moderno patio de comidas con los más nuevos restaurantes” y condominios adjuntos. Otras dos tiendas de comestibles de bajo costo cercanas cerraron el mes pasado. Supongo que era inevitable: la lavandería ya se había convertido en Chipotle.

Es hora de dejar de hablar sobre quién tiene la culpa. El problema no es -como el New York Times recientemente argumentó con su característico sarcasmo- que Los Ángeles carezca de instituciones cívicas y una identidad metropolitana cohesionada. Es que la ciudad está desplazando a personas que no están en una posición acomodada, y solo atrae a quienes sí lo están. Gente como yo.

Me gusta pensar que soy una de las buenas adquisiciones (¿no es algo que pensamos todos?). Llegué a California hace siete años, cuando la mayoría de los neoyorquinos aún se quejaban de esta ciudad. Tenía un trabajo local, no un empleo remoto. Me hice amigo de mis vecinos. Apoyé los sitios de burritos que no eran respaldados por Anthony Bourdain. Tengo una tarjeta de biblioteca pública. Aprendí las rutas de autobús cerca de mi casa. Me aseguré de votar en las elecciones locales.

Sin embargo, las acciones personales no pueden borrar las difíciles verdades demográficas. Aun cuando lamento la desaparición de las lavanderías y los mercados de bajo costo, puedo pagar una taza de café de $5, y con frecuencia lo hago en uno de esos varios establecimientos cubiertos con azulejos blancos y plantas exóticas. Los desarrolladores apelan a recién llegados como yo cuando reemplazan tiendas 99 Cent con restaurantes que sirven vino biodinámico. Mis colegas economistas y yo podemos quejarnos por el aumento vertiginoso de las rentas, pero podemos darnos el lujo de pagarlas. Muchos de nuestros vecinos no pueden.

El presidente Trump culpa injustamente a los inmigrantes (los que no simpatizan con él) de los peores problemas sistémicos que afectan al país hoy. Pero a nivel de la ciudad, los inmigrantes de altos ingresos logran eludir la responsabilidad de cómo afectan su hogar adoptivo. Hace unas semanas, el artista Rafa Esparza, que nació en L.A. de padres que emigraron desde México, publicó en su cuenta de Instagram un crudo mensaje, en blanco sobre fondo negro: “No te mudes a Los Ángeles”. Como pie de foto, escribió: “¿Cómo sería la ciudadanía más allá de la colonización y más en sintonía con la gestión cultural?”

Esta es la pregunta para los recién llegados -económicamente privilegiados- a L.A .: ¿Cómo ayudamos a cuidar la ciudad que nos atrajo, en lugar de permitir que nuestra presencia arrolle su cultura propia?

Dentro de las fronteras de un país gigante como los Estados Unidos, nos trasladamos para encontrar oportunidades y personas con ideas afines. Pero si esperamos que los inmigrantes se adapten a su nuevo hogar mientras lo hacen propio, deberíamos esperar lo mismo de los migrantes internos. Esto no es mucho pedir de quienes vienen a L.A. Algunos de nosotros, supongo, somos buenas personas.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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