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Después de toquetear a innumerables pasajeros, la TSA lleva una lista secreta para vigilar a quienes se resisten

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Como había olvidado quitarme el cinturón antes de pasar por un escáner, me explicó, debía someterme a un “cacheo acentuado”. Le dije que si metía su mano en mi entrepierna, presentaría una queja formal. Por ello, convocó a su supervisor para vigilar el proceso.

Pensé en este intercambio la semana pasada, cuando el New York Times reveló que la Administración de Seguridad del Transporte (TSA) creó una lista para vigilar a pasajeros problemáticos. La entidad justificó el listado diciendo que sus inspectores fueron atacados 34 veces en 2017, pero no dio a conocer ningún detalle sobre las presuntas agresiones.

Naturalmente, la definición oficial de ‘problemático’ de la TSA va mucho más allá de golpes a sus agentes. Según una nota confidencial, cualquier comportamiento que sea “ofensivo y sin justificación legal” puede incluir a un viajero en el listado, al igual que cualquier “desafío para la realización segura y efectiva de la revisión”. Cualquiera que haya “deambulado” cerca de un punto de control también podría terminar en la lista; así como cualquier mujer que hubiera apartado las manos de un guardia de sus pechos.

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La nota sería más precisa si indicara que cualquiera que no se someta sin cuestionamientos a todas las exigencias de la TSA será encontrado culpable de insubordinación. Tal como afirmó un abogado de la Unión Estadounidense de Libertades Civiles (ACLU), Hugh Handeyside, al Washington Post, la política otorga a la agencia una amplia libertad para “poner en una lista negra a las personas de forma arbitraria, y esencialmente castigarlas por hacer valer sus derechos”. La representante Bonnie Watson Coleman (demócrata, de Nueva Jersey) expresó un temor similar. “Me preocupan las implicaciones para las libertades civiles de tal lista”, indicó.

La lista parecería menos peligrosa si la TSA no fuera una de las agencias más incompetentes del planeta. Después de una serie de pruebas encubiertas en varios aeropuertos de todo el país, el Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés) concluyó, en 2017, que los oficiales y el equipo de la TSA no detectaron amenazas falsas aproximadamente el 80% de las veces (en Minneapolis, un equipo encubierto logró contrabandear armas y bombas falsas entre los inspectores de aeropuertos el 95% de las oportunidades). Una investigación previa del DHS descubrió que la TSA había sido totalmente incapaz de detectar armas, explosivos falsos y otros contrabandos, independientemente de cuán extensos habían sido los cacheos.

Según la TSA, los viajeros pueden consolarse con la certeza de que sus agentes nunca los atacarán. Pero los estadounidenses han presentado miles de quejas que sugieren lo contrario, alegando que los inspectores usaron fuerza excesiva o los tocaron de manera inapropiada. ¿Cuántos han sido despedidos como resultado? Es difícil de precisar. Cuando pregunté esto a la TSA, me indicaron que presente una solicitud mediante la Ley de Libertad de Información.

Un caso judicial en curso muestra los derechos de la TSA. El capitán de aeronave James Linlor se encontraba en el aeropuerto de Dulles, en 2016, cuando sufrió una brutal revisión que lo obligó a someterse a una cirugía. Un video de la TSA muestra que el cacheo avanzaba normalmente, aunque de manera algo agresiva, hasta que el agente, sin previo aviso, aplicó lo que pareció ser un golpe de karate, directo a los testículos del capitán.

Linlor presentó una demanda alegando que la TSA había violado sus derechos con una requisa inconstitucional e irracional. En una audiencia en 2017, un abogado del Departamento de Justicia argumentó que no existe una ley “que establezca un grado específico de intromisión permisible en una evaluación de seguridad”, y que, como no existe una norma, los estadounidenses no deberían tener ningún recurso legal. El juez federal James Cacheris se burló del “ejercicio de oratoria” del gobierno. El caso ahora está ante un tribunal de apelaciones.

La TSA tiene un largo historial de intimidaciones. En 2002, creó un sistema de multas para penalizar a los viajeros con mala actitud, cobrando hasta $1,500 por cualquier presunta “interferencia no física”. Esto incluía cualquier “situación que de alguna manera interfiriera con el investigador y su posibilidad de seguir trabajando, o interfiriera con su capacidad de cumplir con su tarea”, según una vocera. La TSA no especificó exactamente cuánta humillación era necesaria, y finalmente abandonó el régimen de multas.

Si aún no he ingresado en la lista de vigilancia de la TSA, no es por falta de intentos. El exjefe de la agencia, John Pistole, una vez afirmó que un artículo de 2014 de mi autoría era “engañoso, impreciso y menospreciaba injustamente a esa dedicada fuerza de trabajo (TSA)”. El año siguiente, después de soportar una revisión en Portland, Oregon, que estuvo a punto de convertir mis partes privadas en un panqueque, armé un escándalo en USA Today y otros medios.

Presenté una queja después del incidente en el aeropuerto Reagan, en parte porque la TSA me confiscó un cortador de cigarros -aunque su sitio web declara explícitamente que estos instrumentos están permitidos en el equipaje de mano-. ¿Los inspectores de la TSA temían que ingrese a la cabina y circuncide al piloto?

La última farsa de la TSA contra la privacidad es aún una mayor evidencia de que la agencia debe ser eliminada. Después de toquetear en vano a innumerables estadounidenses, la TSA no tiene excusas para buscar más.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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