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Murió Francisco Ramírez, propietario de la tortillería La Princesita, pionera en el East LA

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En el competitivo mundo de las tortillerías del East LA, donde los empresarios luchan por los clientes en cada esquina, Francisco Ramírez y su Princesita se destacaron por encima de todos.

El nativo de Cuernavaca, México, vendió su producto a restaurantes muchos años antes que sus rivales.

Sus tortillas de maíz, de color amarillo oscuro se convirtieron en la base de cientos de tacos y burritos en todo el sur de California. Y Ramírez también alentó a sus hijos a modernizar el negocio familiar, asegurándose un sitio en el renacimiento de las tortillas en el sur de California.

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Ramírez murió el 12 de enero de un ataque al corazón, según informó su familia. Tenía 64 años.

La Princesita se remonta a 1972, cuando Ramírez tomó el control de la tortillería de su hermano a los 18 años. Los supermercados no tenían tortillas en esos días, y las puertas de Northgate y Vallarta aún estaban a una década de distancia.

Así que Ramírez inicialmente hizo su negocio vendiendo solo desde su tienda, en lo que entonces era la Brooklyn Avenue, pero ahora es la Avenida César E. Chávez.

En una pequeña máquina hacía las tortillas para la venta al menudeo, mientras un empleado las repartía a los clientes que visitaban el mercadito para comprar tacos rellenos de carnitas y chicharrones frescos.

El negocio siguió siendo relativamente modesto y local hasta 1985, cuando Ramírez instaló una máquina de tortillas de tamaño industrial que le permitió aumentar la producción y comenzar la distribución.

Pero incluso a medida que se expandían las operaciones, Ramírez siempre insistió en que La Princesita hiciera las tortillas de maíz a la manera tradicional: los empleados hacían el nixtamal moliendo los granos de maíz todos los días.

Nunca usó Maseca, la masa de harina que ahora representa aproximadamente la mitad de las tortillas producidas en México y se encuentra en el ADN de Guerrero, la marca de tortillas de maíz más vendida en Estados Unidos.

Hacer una buena tortilla era algo muy importante para su padre, dijo su hija Mónica, de 38 años.

“Muchas veces, cuando él era un niño, una tortilla con sal era el único alimento de mi padre”, dijo. “Entonces, si eso era lo único que la gente podía pagar, quería asegurarse de que fuera de la mejor calidad posible”.

Ramírez se ganó el respeto de la comunidad de East LA. No solo por sus tortillas, sino por su generosidad. Una vez donó docenas de árboles para ayudar a embellecer la ciudad natal de su esposa en Zacatecas.

Cada año, proporcionaba tortillas y carne para los carnavales de la iglesia católica Our Lady of Lourdes en East LA, donde sus hijos asistían a la escuela primaria.

Con frecuencia Ramírez compraba uniformes para los equipos deportivos en los que jugaban sus hijos, y terminó contribuyendo con mucho dinero para las ligas juveniles y los parques en el East LA “para que la gente viera el logotipo de La Princesita”, dijo su hijo, Francisco Jr., de 32 años.

Ramírez se alejó de La Princesita hace algunos años y dejó que sus hijos se hicieran cargo. Todos habían trabajado en la tienda mientras crecían: las niñas como cajeras, mientras que los niños aprendieron a cortar carne.

Mónica comenzó Eastside Tacos, el negocio de catering familiar.

Francisco Jr. se concentró en trabajar con una nueva generación de chefs mexicoamericanos, Wes Ávila de Guerrilla Tacos y Ray García de Broken Spanish, entre otros, que compraron las tortillas de la familia para sus restaurantes o le encargaron a La Princesita que hiciera tortillas según sus especificaciones.

“Al principio, cuando no tenía dinero en efectivo para las tortillas en un día determinado, ellos escribían mi nombre en una libretita y yo pagaba la próxima vez que entraba”, recordó Ávila, quien todavía usa las tortillas de La Princesita para freír sus tostadas y crujientes tacos. “Él creó una comunidad a través de sus tiendas”.

La familia planea continuar con La Princesita y su tienda hermana, La Blanquita en El Monte.

“Desde que nuestras tortillas se vendieron en nuestra comunidad, otras personas crecieron en eso”, dijo Francisco Jr. “Por eso es importante mantener la integridad de ellos”.

Y aunque estaba retirado informalmente, Ramírez nunca abandonó sus tortillerías. Sus únicos derroches reales fueron los viajes a los casinos para jugar a las máquinas tragamonedas y cenar en Olive Garden con su esposa, Amalia Ramírez Pérez.

“Le gustaba pasear por las tiendas y hablar con los trabajadores y los clientes”, dijo Mónica. “Todos sus empleados eran sus amigos. Él les diría después de un turno, ‘Vamos a pasar el rato juntos’”.

“Él era la definición de alguien que disfrutaba la vida”, agregó Mavel. “Él diría, ‘No me voy a quedar con ganas de nada’ (no me voy a ir con ningún arrepentimiento). E hizo todo lo que siempre quiso hacer”.

A Ramírez le sobreviven su esposa; sus hijos Mavel, Edward, Mayra, Francisco Jr. y Mónica; y un nieto.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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