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Columna: La entrevista de Oprah con Harry y Meghan fue un hechizo televisivo; qué funcionó bien y qué falló

Prince Harry, Meghan and Oprah Winfrey sit in chairs on a patio in Montecito.
(Joe Pugliese / Harpo Productions)

El especial de la CBS con los Sussex fue la fiesta de revelación de sexo con más audiencia de la historia (¡es una niña!) y un recordatorio de que Winfrey sigue siendo la reina de las entrevistas.

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Cuando Harry y Meghan conocieron a Oprah, millones de personas sintieron muchas cosas diferentes, especialmente que todos extrañamos mucho a Oprah Winfrey y sus grandes entrevistas con las celebridades.

Dependiendo de la lente elegida para seguir la conversación de Winfrey con el duque y la duquesa de Sussex este domingo, el especial de dos horas “Oprah con Meghan y Harry” de CBS tuvo muchos significados alternativos y, algunos, contradictorios.

Para algunos, fue una conversación sorprendentemente sincera sobre cómo esta pareja específica, con la esperanza de modernizar la Casa de Windsor mediante la diversidad y un nuevo híbrido de deber e independencia, fue en cambio castigada con racismo -creo que nadie podrá superar la imagen de Meghan embarazada, diciendo que al menos un miembro de la familia había expresado su preocupación por el color de la piel de su hijo en el corto plazo-.

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Otros -aquellos familiarizados con la vida de la madre de Harry, la princesa Diana, y/o la serie de Peter Morgan “The Crown”- vieron una confirmación de lo que ya pensaban: la monarquía británica es, en este momento, una institución vampiro y en peligro de extinción, que sobrevive alimentándose de las almas de sus miembros en nombre del servicio a cambio del frenético amor de millones y la posibilidad de cazar ciervos en Balmoral.

Meghan Markle “podría casarse con una familia que podría causar algunas complicaciones emocionales”, le dijo el presentador de televisión John Oliver a Stephen Colbert en 2018.

Mar. 9, 2021

Otros, por supuesto, vieron a tres deidades del universo de las celebridades pretendiendo alimentar la idea de un “rescate” mientras se revolcaron en sus privilegios y ocuparon dos horas de televisión que hubiese sido mejor reservar para las reposiciones de “The Puppy Bowl” o cualquier otra cosa. Incluso cuando una pandemia mortal sigue cobrando la vida de miles a diario -observan esas voces críticas-, esta trinidad de riqueza e influencias se congregó en el refugio de una finca de Montecito -cuya dirección exacta no fue revelada-, exquisitamente edificada y con un patio, para discutir lo difícil que puede ser la vida cuando uno tiene que pagar por su propia seguridad. Honestamente, hubiera sido imposible si no fuera por una herencia muy grande. Y las ofertas generosas de Netflix y Spotify.

Sin lugar a dudas, fue la fiesta de revelación de género de un bebé con más rating del mundo (¡es una niña!) y un recordatorio de que Oprah Winfrey sabe cómo hacer muy buena televisión. Tan buena que más de 17 millones de estadounidenses recordaron cómo era volver a agendar un programa que les interesaba ver en vivo, y se sentaron durante dos horas a mirar la pantalla.

Aún más milagrosamente, millones en la costa oeste hicieron eso mismo después de que sus pares en el lado este, que lo habían visto tres horas antes, revelaron lo más jugoso en las redes sociales.

Todo para que Oprah guiara a Meghan y Harry por su versión de los eventos que los llevaron a abandonar (o ser despojados) de su estatus real, así como de todo el dinero institucionalizado y los beneficios que los acompañan, para comenzar una nueva vida en Montecito.

Efectos que ha tenido la entrevista de Meghan y Enrique con Oprah Winfrey

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Esto es, por supuesto, lo que Oprah hace mejor. El testimonio y exhibición de la complicada narrativa personal es la base de su imperio y la razón por la cual su programa de entrevistas diario durante mucho tiempo fue el principal destino para cualquiera que buscara explicar, aclarar, publicitar o disculparse. Barbara Walters pudo haber inventado la entrevista de celebridades al estilo “vamos a hablar de cosas personales”, pero Oprah la popularizó y perfeccionó. Desde una mamá del fútbol con problemas de autoestima o una estrella con problemas de adicción, Oprah estaba ahí para ellos. Quería escuchar su versión de los hechos, y aunque se apresuraba a señalar contradicciones o, en algunos casos, recordar que había personas que podían salir dañadas, también sentía empatía, sobre todo con el daño causado por el silencio de la vergüenza. Oprah fue, más que nada, una incansable rompedora de ese silencio; en su cosmovisión pública, nada mejora con la negativa a admitir o reconocer un desafío o defecto.

En su mejor momento, Oprah creó historias con las que millones podían identificarse, actuando como terapeuta, rabina, madre y mejor amiga del mundo. En el peor de los casos, confiaba en sujetos que no eran de fiar o hizo demasiados cambios de imagen.

Pero en los 10 años desde que Oprah terminó su programa diario, el mundo realmente la ha visto en su mejor momento. Al igual que con su entrevista de 2013 con el deshonrado ciclista Lance Armstrong, “Oprah con Meghan y Harry” les recordó a todos que ella sigue siendo la Suma Sacerdotisa del confesionario de celebridades.

Y también que realmente necesitamos recuperar ese confesionario de famosos.

Cuando Oprah decidió pasar detrás de la cámara, creando OWN y muchos otros roles de producción, se llevó consigo un elemento de la narrativa cultural. Los otros grandes entrevistadores -Walters, Diane Sawyer, Katie Couric- ya habían huido en su mayor parte del escenario. Incluso Jay Leno y David Letterman, que una vez ayudaron a estrellas como Hugh Grant, Kanye West y Michael Richards en sus momentos más difíciles, ya no están en la TV a diario.

Cada vez más, las estrellas, incluidos Harry y Meghan, hacen sus declaraciones, cuentan sus versiones, piden disculpas, tienen disputas y hacen confesiones en las redes sociales, pero incluso la mejor y más sincera declaración o video carece del matiz y la humanidad de una entrevista en persona, en parte porque ese tipo de mensajería empaquetada no permite reacciones en tiempo real que puedan guiar la conversación continua.

Oprah es la maestra de la reacción en tiempo real, que guía la conversación continua.

Como muchos señalaron el domingo por la noche, una de las mayores fortalezas de Winfrey como entrevistadora es su capacidad para escuchar activamente, estar presente en el momento en lugar de abordar obstinadamente temas predeterminados o abrirse paso por una lista de preguntas preescritas. Entonces, cuando Harry mencionó que hablaba con su padre, el príncipe Carlos, “hasta que dejó de atender mis llamadas”, Oprah no dejó ese tema -ni a nosotros- colgados. Ella usó esa revelación para incitar a Harry a hablar sobre la relación que tiene con su padre y su hermano.

Cuando Meghan habló de su salud mental en declive mientras estaba embarazada de Archie, Winfrey la presionó varias veces sobre qué tan serio había sido su sentimiento de “no querer vivir más” y qué pasos debería haber tomado para ayudarse a sí misma. “¿No podías acudir a alguna parte?”, preguntó Winfrey, sirviendo como sustituto de cualquier espectador escéptico acerca de que un miembro de la realeza se vea privado de la asistencia a la salud mental.

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“No”, respondió Meghan. “No podía llamar a un Uber al palacio… Quiero decir, tienes que entender también que, cuando me uní a esa familia, fue la última vez que vi mi pasaporte, mi licencia de conducir, mis llaves. Todo eso se entrega. [Fue la última vez que los vi] hasta que llegamos aquí”.

La gente puede decir, como lo hicieron repetidamente Harry y Meghan, que los miembros de la familia real están “atrapados”, pero esos detalles (el pasaporte, la licencia y las llaves) y la forma en que se ofrecieron en una explicación casi exasperada a Winfrey le dieron un significado visceral a la palabra de una manera que solo puede ocurrir en una entrevista. O, para ser más específicos, una entrevista de primera clase. Winfrey puede hacer grandes preguntas, pero también comprende la naturaleza del silencio mejor que nadie, posiblemente en la historia.

De hecho, el aspecto más fascinante de su conversación con Harry y Meghan fue la tensión palpable que rodeaba muchas de las respuestas y algunas de las preguntas. Seguramente, se anticiparon ciertas áreas de investigación, y algunas de las respuestas, particularmente la insistencia inicial de Meghan, de que no sabía nada de las dificultades involucradas con la vida real, parecían un poco ensayadas.

Pero muchas de las preguntas posteriores de Winfrey, particularmente sobre el trato de la pareja por parte de la familia real, fueron recibidas con momentos de silencio que casi vibraron con la cuidadosa elección de las palabras que siguieron. Momentos que destacaron lo extraordinario que fue para Harry y Meghan incluso intentar hablar con franqueza, sin importar la frecuencia con la que lograban ese objetivo.

La pareja podría haber continuado con sus declaraciones en las redes sociales, o con el acuerdo de Netflix y ofrecer su versión de los eventos a través de un video bien producido. El año pasado, Meghan escribió un relato conmovedor de su aborto espontáneo para el New York Times; juntos, podrían haber escrito algo similar sobre su decisión -y las decisiones que tomaron por ellos- con respecto a su cambio de estatus.

Pero al mantener ese tipo de control, habrían perdido el potencial de veracidad emocional. El poder de la entrevista televisiva, aunque absolutamente mejorado a través del trabajo de cámara y la edición, radica en la interacción, en los momentos que preceden a una respuesta y los que la siguen.

La entrevista de Winfrey estuvo lejos de ser periodismo puro: algunas preguntas clave quedaron sin respuesta. ¿Qué quiso decir exactamente Harry, quien una vez vistió un uniforme nazi en una fiesta de disfraces, cuando dijo que tuvo que trabajar para aprender sobre el racismo? ¿Meghan nunca pensó en divorciarse en lugar de pensar en suicidarse? ¿Cómo podrían seguir alabando a la reina mientras continuamente critican a la institución que ella encabeza? ¿Cómo es realmente Fergie, que fue mencionada dos veces?

Quizá lo más importante es que ninguno de ellos hablo del tema clave: si la familia real le teme a los medios de comunicación, parte de ese miedo proviene de un intento continuo de ciertos sectores para poner fin a la monarquía. Entonces, ¿qué piensa, exactamente, la pareja sobre ese tema?

Pero no fue ese tipo de entrevista. La ex actriz Meghan Markle es una mujer estadounidense que, a fuerza de su matrimonio, ha sido objeto de una prensa implacablemente odiosa y, a menudo, descaradamente racista (recordemos cuando el Daily Mail afirmó que estaba “(casi) directamente salida de Compton”).

A pesar del sol de California, el resplandor del segundo trimestre de embarazo de Meghan y la vista rejuvenecedora de Winfrey haciendo lo que mejor sabe hacer, “Oprah con Meghan y Harry” fueron dos horas de hechizo televisivo. Después de que Meghan habló de la constante intrusión de los tabloides y la falta de apoyo interno, que la empujó a tener pensamientos suicidas, nadie necesitaba que Harry explicara por qué temía que “la historia se repitiera”.

El espectro de su madre, Diana, ‘la princesa del pueblo’ -literalmente perseguida hasta la muerte incluso después de su divorcio del príncipe Carlos- se cernió sobre la entrevista, evocando la pregunta obvia: ¿Cuántas mujeres jóvenes deben ser llevadas al casi suicidio antes de que Gran Bretaña decida poner fin a su monarquía o dejar de arrojar a los lobos a sus miembros más vulnerables?

Y además, ¿cuándo entrevistará Oprah a Britney Spears?

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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