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CRÍTICA. ‘Candyman’ regresa a la vida en el momento preciso y con el garfio más afilado

Michael Hargrove como Sherman Fields en "Candyman".
Michael Hargrove como Sherman Fields en “Candyman”.
(Universal Pictures / MGM Pictures)

La mezcla de terror y comentario social le da una vigencia impresionante a la nueva ‘Candyman’

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No recuerdo haber quedado realmente deslumbrado la primera vez que vi en las salas “Candyman” (1992), sobre todo porque la cinta basada en un relato corto del legendario autor literario Clive Barker no generó en mí mucho miedo, lo que hizo que me extrañara luego la inmensa popularidad que obtuvo entre los fans del cine de terror, que es probablemente mi género favorito.

Pero volver a verla en días recientes me permitió redescubrir aspectos esenciales de un trabajo que, más allá de habernos presentado propiamente al primer villano monstruoso de origen afroamericano con características sobrenaturales en la historia del cine, explicaba sus actos vinculándolos al fenómeno de la brutalidad racista y mostraba diversos aspectos sociales vinculados a esa misma comunidad que resultaban ciertamente novedosos en la escuela fílmica del miedo, pese a que terminaba dándole el rol protagónico a una mujer blanca, enfrentada al asesino del garfio en medio de una investigación destinada a la elaboración de su tesis.

La nueva entrega de lo que ya es una saga, titulada del mismo modo y disponible desde hoy únicamente en salas, supera desde el inicio estas limitaciones de perspectiva, porque está escrita, dirigida y protagonizada por integrantes de la comunidad afroamericana, lo que es un gran mérito y la inserta desde ya en las importantes discusiones raciales que se han venido dando en los últimos años.

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En ese sentido todo, resulta indispensable mencionar los aportes del productor y coguionista Jordan Peele (“Get Out”, “Us”), quien se ha interesado constantemente en esta clase de denuncias a lo largo de su filmografía; pero tampoco podemos dejar de lado el rol como directora y coguionista de Nia DaCosta, quien se diera a conocer con su primer largometraje “Little Woods” (2019) -ampliamente celebrado por la crítica- y que actualmente comanda el rodaje de “The Marvels”, la próxima superproducción inspirada en los cómics.

Mientras que el guion de la película le da mucho más fondo y realismo a las temáticas de gentrificación y abandono institucional del título original, agregando punzantes comentarios sobre el papel que cumplen los artistas negros en la actualidad y el modo en que son juzgados por los críticos blancos, la puesta en escena es sumamente creativa, y posterga el inevitable efluvio de ‘gore’ hasta una parte avanzada del metraje, cuando las cosas empiezan a ponerse más repulsivas y hasta ‘cronenbergianas’.

También impresiona gratamente la decisión de recrear momentos emblemáticos de la primera cinta mediante el empleo de una fantástica técnica de sombras de marionetas que le agrega creatividad y misterio a la propuesta mientras ofrece una ingeniosa alternativa los ‘flashbacks’ típicos, aunque la insistencia en estos momentos termina siendo indudablemente didáctica y revela la necesidad de los productores de complacer tanto a los fans de la saga como a los que no saben nada de ella (lo que coloca de paso al filme entre la secuela y el ‘reboot’, pese a que Daniel Robitai -alias Candyman- es interpretado de nuevo por Tony Todd y a que figuran de un modo u otro en la pantalla algunos de los intérpretes del pasado).

Yahya Abdul-Mateen II como Anthony McCoy en otra escena de la cinta.
(Universal Pictures / MGM Pictures)

Por otro lado, me hubiera gustado ver un desarrollo mayor del protagonista, Anthony McCoy (Yahya Abdul-Mateen II), un pintor acomodado de Chicago que se encuentra buscando una identidad tanto artística como de compromiso político y que va descubriendo poco a poco que su relación con el villano principal es mucho más estrecha de lo que se podía pensar. El actor hace muy bien lo suyo y resulta totalmente creíble, lo que lleva a pensar que la falta de una construcción más cuidadosa del personaje tiene que ver con la duración de una película que no sobrepasa la hora y media (como sucedía con la original).

Curiosamente, esta misma brevedad relativa hace que la cinta no sea nunca tediosa ni aburrida y que se puedan recordar con claridad algunas escenas que se volverán probablemente emblemáticas (como una que se da dentro del departamento de una crítica de arte y otra que se produce en el baño de mujeres de una escuela secundaria). Y aunque el desenlace apunta de manera demasiado descarada a una continuación, la nueva “Candyman” será sin duda devorada con gusto no solo por los incondicionales de la escuela del espanto, sino también por las grandes audiencias que acudan a las salas en busca de emociones fuertes.

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