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CRÓNICA: Doña Mary y esa forma de descomponerme el día

Miles de mujeres migrantes son víctimas del crimen organizado
Miles de mujeres migrantes son víctimas del crimen organizado que las reclutan en el sur de México para convertirlas en sexo servidoras.
(EFE)
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Como en la canción de Pedro Navaja, una mujer recorre la acera por quinta vez. Es rubia platinada. Se abanica con el bolso. Sin ver, esquiva los charcos que dejó la lluvia de anoche. En los tacones, pelados y llenos de lodo, se le nota el sueño. Tose discretamente. Amortigua el cof-cof con un extremo de su bufanda. Se me ocurre que es la musa de Joaquín Sabina: medias negras, bufanda a cuadros, minifalda azul.

Desde el pasillo principal del mercado, la Rubia es solo un alma en pena que pasa de un lado para otro. La carne blanca se asoma por un agujero de la media, a la altura del muslo. Es la más clara analogía de ese domingo en el que el sol se asoma perezosamente a través de un agujero de nubes en el negro cielo de Chiapas. Parece que va a llover, suena en el aire la voz de Pedro Infante.

-Pobre Anita -dice Doña Mary mientras me sirve un atole en mi vaso de plástico color de rosa-, desde las cuatro de la mañana está a vuelta y vuelta, y no le ha caído ningún cliente. Otras veces –insiste con la cronometría exacta de un supervisor- a estas horas (las 11 de la mañana) ya se ha llevado por lo menos tres clientes.

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La calle y el mercado están desiertos. Por la calle, a veces un bicitaxi rueda como un caracol sin prisa y sin destino. Dentro del mercado, en el sonido ambiental, Pedro Infante insiste en que el cielo se está nublando, “¡Hay Mamá, Me Estoy Mojando!”, grita alguien desde el fondo de una carnicería. Doña Mary solo mueve la cabeza. Le molesta el exabrupto.

-Pinches güeyes, siempre están que se mueren de gusto. –Refunfuña mientras se sirve atole en su vaso de plástico azul.

Llégale, reportero, me dice mientras abre frente a mí una bolsa de plástico con una servilleta que arropa un puño de tacos sudados, hay de chicharrón, papa y frijol. La mezcla de olores me hace babear como un perro. Creo que soy una especie de perro de Iván Pavlov; tanto me he acostumbrado a los tacos de Doña Mary, siempre envueltos en una bolsa de plástico, que cada vez que escucho el ruido del plástico, babeo.

Somos como dos enamorados. El tiempo se detiene mientras cada uno hurga dentro de la bolsa. Yo voy por los de chicharrón. Ella prefiere los de frijol. Dice que comer frijol le ayuda a mantener a raya las reumas y la artritis. No sé mucho de eso, pero como dijo López-Gatell “no hay evidencia científica que demuestre lo contrario”.

-Me levanté a las tres de la mañana para prepararlos –me dice con el orgullo del deber cumplido-, así que disfrútalos.

Yo no tengo boca para responderle.

-Con calma, no te me vayas a atragantar –me sugiere Doña Mary a la vez que ella misma lleva mi mano con el vaso de atole hasta mi boca para que beba un poco-. Te tenían amarrado, mi cabrón.

No puedo menos que sonreírle. Son los tacos más deliciosos que he comido. Ni los de la fonda de El Pariente, en Tijuana, los de Don Luis en la Plaza de San Agustín, en Morelia, o los de Raquelita en el mercado de Los Mochis, llegan a un grado de comparación con los tacos de Doña Mary, y vaya que en Tijuana, Morelia y Los Mochis saben hacer tacos.

Es el vigésimo tercer domingo de este año en que me siento a desayunar con mi nopalera preferida. La cita ha sido constante desde que me embrujó con su mole, el que por cierto solo me lo hace cada fin de mes, porque no quiere que se le devalúe, según sus propias palabras. Además –como ella dice- ni que me lo mereciera tanto.

Los pasos de La Rubia Platinada son los que nos sacan del marasmo del desayuno. Doña Mary la ve con un dejo de tristeza. A cada vuelta de la Rubia se saludan como si fuera la primera vez que se ven:

-Ánimo, Doña Mary…

-Échale ganas, Anita… No tarda en caer algo, siempre hay un roto para un descosido…

Las dos se sonríen. Luego, el toc-toc de los tacones que se alejan para dar paso al glub-glub de la tragazón y el glú-glú del atole calientito que hace que resbalen lo tacos. Las anchas caderas de la Rubia le imprimen un toque de alegría al perezoso domingo que no se anima a despabilarse. El cielo ya se cerró con su negrura de lluvia. El agujero en la media derecha, es un ojo que lo mira todo. No puedo dejar de verlo.

-¿Está buena la Anita, no reportero?

Solo me encojo de hombros al verme descubierto. Es bonita la señora, es lo único que atino a decirle. Doña Mary tampoco la pierde de vista. Aprieta los labios. Se ve que tiene una lucha interna para decirme algo. Finalmente cede. Me cuenta su historia, la de la Rubia.

Su nombre no es Ana, ese solo es su nombre artístico. Es una hondureña que llegó desde hace meses a Tapachula. Tiene estudios profesionales en derecho. No ha podido encontrar trabajo porque el gobierno no le ha dado la residencia legal. Llegó con dos hijos. Probó suerte en el comercio, pero no le dio resultado. Desde hace dos meses fue reclutada como sexo servidora por un grupo de Los Zetas.

-Los Zetas son los que la tienen trabajando. Le pagan 5 mil pesos a la semana, pero ella tiene que darles a ganar por lo menos el doble.

Tras la confidencia, Ana se torna en una sombra aún más triste. Sonríe al paso de los escasos peatones que comienzan a poblar la calle. Inútilmente oferta su compañía. Un hombre se detiene frente a ella. Hablan por un momento. No llegan a ningún acuerdo. El hombre sigue su paso y ella otra vez sigue con su recorrido de lado a lado de la acera.

-Esos son los problemas que debería resolver tu presidente –me dice Doña Mary con un dejo de odio en su mirada-. Viejo pendejo, a quien le importa la rifa de su puto avión.

En esta ocasión le doy toda la razón a Doña Mary. La trata de personas en la zona de Tapachula sigue en una espiral ascendente. Los grupos del crimen organizado en Chiapas han tomado como rehén a los grupos de migrantes del sur que solo aspiran a una mejor vida. No tengo palabras para debatir. Es doloroso lo que viven los migrantes, y más dolorosa es la indolencia oficial.

-Pero ¿sabes qué es lo más cabrón?

La dejo que termine de echarme a perder mi domingo.

-Anita tiene Covid. Hace cuatro días que se lo diagnosticaron. Pero ella no tiene el privilegio de quedarse en su casa… ¿Qué van a comer ella y sus hijos?

Siento un nudo en el estómago.

-Gracias por echarme a perder el día –le reprocho.

-¿No que muy verga? ¿No que muy curtido con la realidad?

Derrotado -como siempre que me alejo de Doña Mary-, tomo mi bolsa de nopales, mi queso y un kilo de aguacates. En silencio también me pone para llevar los tacos sudados que nos quedaron en la bolsa de plástico. Igualmente a ella le duele la realidad. Se le nota en la forma arrebatada con que terminó el desayuno.

En la acera de enfrente, la Rubia Platinada por fin tiene suerte: un hombre se le acerca. Negocian. Se dirigen al hotel. Ella camina dos pasos detrás de él. Solo ellos saben lo que piensan. Parece que el día se comienza a componer para Ana. A él, tal vez hoy se le comience a descomponer la vida.

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