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OBITUARIO: Muere Manuel Mireles, el controvertido líder de las autodefensas que se enfrentó a los Caballeros Templarios

El doctor Manuel Mireles líder de las autodefensas en el estado de michoacán, murió a causa del COVID-19.
(EFE/Archivo)
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PRIMERA PARTE

El fundador de los grupos de autodefensa, doctor José Manuel Mireles Valverde, perdió su última batalla; lo que nunca pudieron hacer los cárteles de las drogas, ni la prisión y mucho menos el gobierno mexicano, lo hizo el coronavirus. A causa del Covid-19, Mireles Valverde perdió la vida este miércoles, al filo de las 6:45 de la tarde, según informaron fuentes médicas del hospital de Alta Especialidad del ISSSTE, en la ciudad de Morelia, Michoacán.

El doctor Mireles fue ingresado al hospital el pasado 3 de noviembre, a causa de un contagio por Covid-19. La noche del pasado domingo se difundió falsamente su muerte, la que fue desmentida -a través de un mensaje de twitter- por su esposa Estephanía Valdés. Desde la cuenta oficial del ex jefe de las autodefensas michoacanas, ella escribió: “Totalmente falsa la información que corre por redes, el doctor sigue dando la batalla. Gracias al pueblo de México, por todas sus muestras de solidaridad”.

Sin embargo, este miércoles, al filo de las siete de la noche, la familia del doctor Mireles emitió un comunicado en el que dio a conocer la noticia de su muerte. En el comunicado, la familia del fundador y ex jefe de las autodefensas michoacanas, dijo que “el Covid-19 le ganó esta batalla, pero confiamos que donde esté seguirá buscando ayudar a otros”.

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Más allá del deterioro de su imagen pública –que vino en picada cuando refirió calificativos misóginos contra algunas derechohabientes del ISSSTE, a las que calificó de “Pirujas” y “Nalguitas”- el doctor José Manuel Mireles no dejará de ser un icono social, su figura se alza ya en la historia de la resistencia civil en Michoacán. Su legado será siempre el haber conformado los grupos de autodefensas para combatir al cártel de Los Caballeros Templarios.

Pero ¿Quién es José Manuel Mireles? ¿Qué importancia tiene su figura? ¿Por qué se alzó contra los cárteles de las drogas? Para explicar, hay que contar su historia desde el principio:

Cuando el helicóptero Black Hawk sobrevoló el caserío de La Mira, el doctor Mireles recién acababa de ordenar pollo frito para él y su comitiva de cinco escoltas que lo acompañaban. Las palapas aledañas al pequeño restaurante, en donde se había acomodado se alcanzaron a cimbrar con el estruendo del animal metálico volando. En el aire se revolvió el calor y la humedad. No soltó el pedazo de pollo que estaba comiendo, pero se le notó un dejo de preocupación.

Con la mirada señaló al helicóptero que volaba en círculos sobre el caserío. Salvador, Gerardo y Javier, los escoltas que desde hacía cinco meses no se le despegaban las 24 horas del día, no pudieron descifrar el pensamiento del doctor. Es su costumbre señalar con la mirada. No le dieron importancia y siguieron comiendo. Mireles observó el celular que tenía tendido sobre la mesa, como buscando algo. Eran las 16:27 de la tarde del viernes 27 de junio de 2014.

En La Mira, municipio de Lázaro Cárdenas, a esa hora del día la resolana mata. Todos los que fueron convocados a la reunión para organizar la toma del municipio de Lázaro Cárdenas se encontraban al resguardo de las sombras de los árboles. En el kiosco de la plazuela, apiñados como racimos de uva, otros civiles armados aguardaban con paciencia que el líder terminara de comer. No eran más de 150 hombres y seminiños los que habían acudido al llamado del doctor. Se levantarían contra lo que quedaba del cártel de Los Templarios.

Fue el cariño de los vecinos de las comunidades de La Mira y Acalpica lo que hizo que el doctor Mireles Valverde, luego de negarse a ser parte de la Policía Rural Estatal y tensar la relación con el gobierno federal, se refugiara en ese lugar. Allí todos lo veían emocionados como a un padre. Desde allí Mireles planeaba lanzar las acciones del Consejo Nacional de Autodefensas, el que formó en la ciudad de México el 28 de mayo del 2014 al lado de personalidades con peso en la sociedad civil, como el padre Alejandro Solalinde.

Desde la plazuela, los autodefensas en ciernes solo alcanzaban a distinguir la figura de aquel hombre canoso y larguirucho que a veces parecía inclinarse sobre la mesa, unas para acercarse más a los pedazos de pollo que tenía en su plato y otras para revisar en busca de algún mensaje nuevo en su teléfono celular. Nadie perdía de vista a la comitiva que comía en el restaurante, aún cuando el zumbido del helicóptero iba en aumento, volando cada vez más bajo. Desde el kiosco se podía ver la ametralladora 50 mm que asomaba por uno de sus costados.

Mireles seguía inquieto. Desde muy temprano estuvo inquieto. Ese día, apenas se levantó comenzó a hacer algunas llamadas, desde su celular. Para antes del mediodía, en su buzón de voz tenía varios mensajes de la secretaria del comisionado federal para la paz en Michoacán, Alfredo Castillo Cervantes. ‘La Güerita’, le decía Mireles entre cariñoso y pícaro cada vez que hablaba con ella. Ese día habló en varias ocasiones con ‘La Güerita’. Estaba acordando una reunión con representantes de la Secretaría de Gobernación para organizar la toma del municipio de Lázaro Cárdenas.

Gente que informaba al doctor Mireles le había filtrado que dentro de esa localidad portuaria se encontraba un reducto importante del cártel de Los Caballeros Templarios. Mireles ya les había dicho a los encargados en la zona de las fuerzas federales que había varias células criminales operando en el puerto. Nadie hacía nada y el doctor se comenzó a desesperar. Mireles empezó a manejar la posibilidad de tomar él y sus autodefensas la ciudad del Puerto de Lázaro Cárdenas.

Cuando se anunció al gobierno federal la decisión de tomar el Puerto de Lázaro Cárdenas hubo resistencia al acto. Mireles ya había anunciado también su deseo de tomar la capital de Michoacán, en donde sus informantes le avisaban de la reagrupación de lo que quedaba del cártel templario. La rebeldía del fundador de las autodefensas ocasionó diversas reuniones entre el secretario de gobernación Miguel Ángel Osorio Chong y el comisionado para Michoacán Alfredo Castillo Cervantes. Allí se acordó irlo acotando.

Las razones del gobierno federal para no permitir el ingreso de civiles armados en las dos principales ciudades de Michoacán nunca se discutieron con el líder de las autodefensas. Solo se determinó no permitir la entrada de los rebeldes. Mireles seguía insistiendo en ir, con su propio ejército de ciudadanos armados, tras las células del crimen organizado que aún continuaban actuantes. El gobierno federal comenzó a operar la detención por cualquier medio del líder de las autodefensas.

El día de su detención el doctor José Manuel Mireles seguía insistiendo en organizar una toma conjunta del puerto Michoacano. Se comunicó desde muy temprano a la oficina del comisionado Alfredo Castillo. Las negociaciones que entabló Mireles con ‘La Güerita’ fueron en el sentido de esperar la llegada de dos emisarios de la Secretaría de Gobernación, a fin de organizar la movilización y hacer una toma conjunta del municipio.

No era nada descabellada la propuesta. No hubo elementos para alertar a Mireles. Ya en otras ocasiones había tomado diversas localidades de la zona de Tierra Caliente al lado de las fuerzas del gobierno federal. Otros coordinadores de autodefensas, bajo el mando del Consejo de Autodefensas de Michoacán, también hicieron lo propio en acompañamiento con las fuerzas federales. Así fue como la seguridad de 27 municipios de Michoacán terminaron bajo el control de los grupos de autodefensa en menos de un año.

-Mira Chavo -le dijo Mireles a Salvador, apuntando hacia el helicóptero que no se decidía a aterrizar-, allí vienen ya los de gobernación. Hay que prepararnos –dijo como para acelerar la comida.

En la mesa, todos voltearon a ver al helicóptero que seguía buscando en donde descender. Intercambiaron algunos comentarios inaudibles a los meseros que causaron la risa del líder de las autodefensas. Mireles y sus tres escoltas personales estaban acompañados por el doctor Rogelio Ramos, la maestra Estela y el ingeniero Roberto. La amistad de más de dos décadas los había hecho reunirse como lo hacían de manera frecuente: para comer pollo y platicar de lo que fuera.

Desde el aire, el helicóptero estaba organizando el sitio al caserío de La Mira en donde ya se había ubicado al doctor Mireles. Lo pudieron encontrar no solo porque Mireles estaba a la espera de una reunión con dos enviados de la Secretaría de Gobernación y había señalado lugar y hora para el encuentro, sino porque se pudo ubicar -con la tecnología avanzada del helicóptero- la camioneta del líder de las autodefensas, una jeep, color blanco, modelo 2014, con placas de circulación PRV 23-00. Estaba estacionada frente al “Pollo Feliz”.

Más de 600 elementos de la policía federal, ejército mexicano, marina armada de México, policía ministerial y miembros de la fuerza rural estatal –formada por ex miembros de los grupos de autodefensas- comenzaron a rodear el poblado de La Mira. Establecieron puntos de control en las siete calles que desembocan en la plaza principal. El helicóptero descendió y bajó un comando de siete hombres que se movieron sigilosamente, con movimientos milimétricamente calculados. En menos de cinco minutos se encontraban parados, rodeando la mesa en donde aún estaban comiendo Mireles Valverde y sus acompañantes.

La llegada del comando de élite de la policía federal no sorprendió al doctor Mireles. Los miró entrar al restaurante y siguió comiendo. Los que vieron la escena supusieron que el área estaba siendo asegurada para que ingresara un alto funcionario. Mireles todavía le pidió a Javier que le pasara la salsa y comentó que estaba muy picosa. Estaba mordiendo una pata de pollo cuando uno de los policías lo sujetó de la mano derecha y lo sometió sobre la mesa. El resto del comando hizo lo propio con los escoltas del doctor y las otras tres personas que los acompañaban en la comida. Los escoltas no tuvieron tiempo de reaccionar ni amagar con el arma que en ese momento portaban. El doctor Mireles se encontraba desarmado.

Afuera del restaurante, entre los recién integrados como autodefensas -que esperaban la salida del doctor para la reunión a la que se había convocado-, nadie supo lo que pasaba. Vieron que el doctor Mireles era sometido por los elementos de la policía federal, pero ninguno atinó a sopesar la situación. Antes de que alguien pudiera reaccionar, ya estaban encañonados por las fuerzas federales y estatales que les exigían deponer sus armas. Los soldados comenzaron a ordenar que todos se tiraran al piso. Algunos dejaron sus armas y corrieron. Otros decidieron seguir la suerte de su líder y no ofrecieron resistencia.

Tras entregarse los civiles armados fieles a Mireles, el ejército amplió su operativo a calles aledañas a la plaza principal, para ubicar a los llamados autodefensas que habían corrido. En el operativo fueron detenidos varios civiles inocentes que transitaban con naturalidad en el cometido de sus actividades cotidianas. Un total de 82 civiles fueron capturados. José Manuel Mireles Valverde fue subido de manera inmediata a una camioneta de la policía federal. Allí se le retuvo por espacio de 20 minutos. Él mismo relató que luego fue encapuchado y subido al helicóptero Black Hawk.

Tras el sometimiento de todo el grupo de autodefensas presente en La Mira, y de la escolta personal del doctor Mireles, fue revisada la camioneta en la que él viajaba. El detenido pudo ver -a través de la capucha negra que le fue embocada en la cabeza- cómo un elemento de la policía federal, al que describió como un sujeto alto, gordito y de pelo claro, con camisa azul, le colocaba bolsitas de color verde y blanco dentro de la unidad.

El doctor, junto a sus tres escoltas, fueron subidos al helicóptero Black Hawk y trasladados inicialmente a la zona militar de Lázaro Cárdenas. Después de 20 minutos, arribaron a Morelia. Ya se había preparado la acusación oficial: estaban acusados de delitos graves, los que ameritaron que los recluyeran en centros penitenciarios federales de máxima seguridad. Mireles había sido anulado.

El doctor Mireles fue internado en el Cefereso número 11 de Hermosillo, en Sonora. Fue humillado y vejado a su ingreso. Lo raparon y rasuraron en seco. Fue golpeado y abandonado en una celda de separo en donde fue privado de sus medicamentos, comida y agua. En su declaración preparatoria ante el juez de la causa, ubicado en Uruapan, al que compareció por medio de teleconferencia, el líder de las autodefensas refirió el trato denigrante al que estaba siendo sometido.

El origen de la revuelta

Cuando el doctor José Manuel Mireles Valverde convocó a sus amigos a integrar una guardia colectiva para hacer frente a los secuestradores y violadores que azotaban la región de Tepalcatepec, nunca se imaginó los alcances de su movimiento. Tampoco imaginó -ni remotamente- que su movimiento sería muy incómodo para el gobierno federal, mucho menos pensó que tendría que ir a compartir celda en una cárcel federal de máxima seguridad, las que construyeron para albergar a los más peligrosos, asesinos, secuestradores, violadores y narcotraficantes.

Mireles Valverde no imaginó que su concepción de justicia polarizaría tanto a la sociedad mexicana. Nunca creyó que fuera a despertar la ira del monstro dormido que es a veces el estado mexicano. No calculó que el desafío al gobierno federal lo llevaría a ser el preso federal número 5457 del Cefereso número 11 de Hermosillo, en Sonora, en donde hasta el día de hoy se le sigue un proceso penal. El líder de las autodefensas fue acusado del delito grave de portación de arma de uso exclusivo del ejército y fuerzas federales, además de posesión simple de marihuana y cocaína.

Fue en los primeros meses del año 2011 cuando al doctor Mireles se le comenzó a meter a la cabeza la idea de organizar una guardia civil. Veía cómo los integrantes del cártel de los Caballeros Templarios eran los dueños de las vidas de los vecinos de toda la región de Tepalcatepec. No había nada que le causara más dolor que ver en su consultorio a niñas de 11 años en estado de embarazo. Los vientres abultados, los ojos llorosos y el desconcierto en el rostro de las niñas, era lo que hacía que el doctor mentara madres, puteara hasta el cansancio y terminara por sumirse en la tristeza, en la soledad de aquel consultorio del centro de salud.

Las células del crimen organizado en Tepalcatepec, al igual que en todos los poblados de la zona de la Costa, Sierra Nahua y de la Tierra Caliente de Michoacán, tenían el control de pueblos completos. Las autoridades municipales y estatales estaban subordinadas a lo que dictara el jefe de plaza del cártel en turno en cada localidad. Si a un jefe de plaza le gustaba el auto, la casa, la mujer, la hija, el ganado, la huerta o cualquier propiedad de quien fuera, solo bastaba con mandar un comando para avisar que a partir de ese momento “aquello” era ya de su propiedad. El que se negaba tenía dos opciones: salir del municipio o morir.

Los más pobres, los que no podían ni siquiera emigrar fueron los que pagaron con sus mujeres la cuota de perversidad y poder del crimen organizado. Entre el 2008 y el 2012 Michoacán alcanzó el pico máximo en todo el país de niñas embarazadas. El recuento del propio Doctor Mireles apunta que solo en el mes de diciembre de 2012, en su consultorio del centro de salud de Tepalcatepec, atendió a 14 niñas que ya tenían entre 6 y 7 meses de embarazo. Ellas no sabían el estado en que se encontraban. Fueron víctimas de violación de los integrantes de las células del crimen organizado en la región.

Dos padres de familia de Tepalcatepec se atrevieron a denunciar el hecho a la Procuraduría de Justicia en Michoacán. Presentaron formal denuncia en contra de los violadores de sus hijas. Los hechores estaban identificados con nombres y apodos. La procuraduría de Michoacán no hizo nada. Una patrulla de la policía ministerial detuvo a los dos padres de familia, a dos días de interponer la denuncia. Los dos padres fueron entregados a los delincuentes acusados de violación. No se supo nunca más del paradero de los dos hombres. Por eso la gente no se atrevía a hablar.

Miembros de un grupo de autodefensas patrullan una carretera.
(AP)

El motel Paraíso, a las afueras de Tepalcatepec fue el mudo testigo de las fiestas que hacían los delincuentes. Las borracheras de los jefes de plaza de esa región duraban hasta cuatro días. Las camionetas con sicarios a bordo recorrían las calles de los poblados en busca de niñas entre los 11 y los 16 años para llevarlas a la fiesta. Las esperaban a las afueras de la secundaria del municipio. Las secuestraban y violaban ante la ominosa discreción de las autoridades locales. Después las niñas eran dejadas en la calle, drogadas y violadas, a veces con 2 mil pesos en la mano.

Las hijas menores de los empresarios ganaderos y agricultores de la zona de Tepalcatepec eran las más cotizadas en los bacanales. Por eso las células del crimen organizado pedían a las niñas como cuota de cobro de piso. No les bastaba con el cobro de 600 pesos que hacían por cada cabeza de ganado, o los 2 pesos por cada kilo de tortilla, o los 5 pesos por cada kilo de carne, o los 10 pesos por cada caja de limón, o los 7 pesos por cada caja de mango. En todo el sur de Michoacán comenzó a prevalecer la ley del crimen organizado.

Para resguardar la integridad de sus familias, cientos de empresarios comenzaron a dejar la rica zona agrícola de la Costa, Sierra Nahua y Tierra Caliente. Abandonaron huertas y granjas ganaderas. Se radicaron en la ciudad de Morelia o en otras ciudades del centro de país. El éxodo de michoacanos del sur del estado alcanzó a registrar la movilización de casi 11 mil personas en menos de 48 meses, entre los años de 2008 a 2012, cuando alcanzó su pico máximo la crisis de seguridad en la entidad.

El día que Mireles platicó su idea de formar un grupo de civiles armados a sus amigos, nadie pensó que estuviera loco. Él cuenta que todos se quedaron en silencio. Solo se miraron unos a otros. Era la única alternativa que tenían en ese momento para defender sus vidas, sus familias y sus propiedades. Ellos no eran los únicos afectados. Era toda la sociedad de Tepalcatepec, Apatzingán, Arteaga, Coalcomán, Chinicuila y Aguililla. En menor medida también estaban siendo sometidos, por el crimen organizado, otros pueblos del Centro, Bajío, Oriente y Meseta Purépecha de Michoacán.

-¡Chingao! Digan algo -les gritó el doctor Mireles a los amigos a los que les platicó su idea de organizar un grupo de autodefensa-. No se queden callados. –Los sacó de su cavilación-. ¡Vamos a hacer algo! –Insistió.

En esa misma mesa, les contó a sus amigos que en menos de tres años de servicio en el centro de salud de ese pueblo, él había atendido cerca de 200 embarazos, y que todos eran de niñas de no más de 14 años de edad. Reflexionó sobre la necesidad de que los hombres de ese poblado se armaran para dar la cara a los integrantes del crimen organizado. Insistía que más valía morir como hombres que vivir como cobardes.

-¿A poco no habemos hombres en este pueblo? –Lanzó la pregunta al aire ante el silencio de los que lo escuchaban asintiendo en ocasiones con la cabeza-. Entonces vamos pues a defender a nuestras mujeres y nuestras niñas –les insistió.

Pero no sólo eran las violaciones a las niñas lo que le prendía la sangra a Mireles. El secuestro y las desapariciones de mujeres también le ardían en el alma. Durante el reinado de las células del crimen organizado en los pueblos del sur de Michoacán se estima que desaparecieron al menos unas 800 personas. De todos los desaparecidos que se le atribuyen al crimen organizado, se estima que al menos 200 son mujeres. Son las hijas, esposas o hermanas de quienes no quisieron pagar las cuotas impuestas por el cártel.

El mismo Mireles vivió en carne propia el secuestro. Fue levantado por un comando del crimen organizado que fue por él hasta las afueras de la clínica en donde trabajaba. El hecho se registró a mediados de 2011. Es un pasaje que poco se sabe en la historia del líder de los civiles armados, porque a pocos lo ha contado. Él se lo confió a los amigos que se reunieron para planear el surgimiento de las autodefensas.

Mireles les contó que un día de junio, poco antes de salir de su trabajo se acercaron a su consultorio dos personas. Lo sacaron a la calle. Lo tomaron del brazo y lo subieron a una camioneta. Uno más lo amagaba por detrás con una pistola. El encargado del grupo de sicarios solo le dijo que El Jefe lo quería ver. Mireles, franco como es, le dijo que metiera la mano a la bolsa de la bata, que allí llevaba el cheque que acababa de cobrar. Tenía un ingreso de 8 mil pesos quincenales. A los sicarios no les interesó el salario del médico.

-El Jefe te quiere ver –le dijo el sicario-. No nos interesa tu sueldo de miseria. Nosotros vamos por más.

-No tengo más –les argumentó Mireles amarrado de las manos, encapuchado, ya a bordo de la camioneta.

-No te apures –le siguió insistiendo el jefe de los asesinos que lo tenía capturado-, ya tenemos quien pague por ti.

Horas antes del secuestro un tío del doctor, Juan Manuel Mireles, dedicado a la ganadería en la zona de Tepalcatepec, ya había sido contactado por la célula criminal. Le habían dicho que tenían en su poder a su sobrino el médico y que estaban reclamando 10 millones de pesos para respetarle la vida. El tío había dicho que solo podía juntar la suma de siete millones de pesos.

El doctor Mireles estuvo privado de la libertad varios días mientras se llevaba a cabo la negociación del rescate. En esos días se familiarizó con los cerros de Tepalcatepec, en donde con la mayor la impunidad los grupos criminales que decían dedicarse al trasiego de drogas tenían campamentos. Los cárteles de la droga en realidad estaban desangrando a toda la población civil de los municipios aleñados a la zona de la Tierra Caliente y de la Costa Sierra Nahua de Michoacán.

A las pocas semanas del secuestro del doctor Mireles sobrevino otro golpe familiar. Un sobrino de su esposa fue secuestrado por el mismo grupo que antes lo había levantado. Asegura que ese episodio fue un proceso largo y doloroso para él y para toda la familia. Tras el contacto con los criminales se acordó el pago de cinco millones de pesos. La familia del doctor Mireles vendió algunas propiedades y colectó la suma con la ayuda de algunos parientes que radican en Estados Unidos. Se hizo la entrega, pero el sobrino nunca regresó a casa. A través de la línea telefónica Mireles tuvo que soportar la risa diabólica del secuestrador que bajo los efectos de la droga no supo dar razón sobre el destino final del secuestrado.

El doctor Mireles le ofreció al jefe de la célula criminal que había secuestrado a su sobrino la suma de 50 mil pesos para dar con el paradero del cuerpo del muchacho. La voz en la línea telefónica, como si hablara de un objeto perdido dijo que no supo en donde había quedado el cuerpo.

-Los tiramos en bolsitas –le dijo indolentemente y con toda la impunidad del mundo aquella voz atarantada por las drogas y el alcohol.

-Mi esposa lo quiere sepultar –insistió Mireles-, dime en dónde está el muchacho para recogerlo.

-Dile a tu esposa que no esté chingando –reviró el delincuente-, si insiste en querer saber en dónde está su hermano le vamos a chingar a otro de sus familiares.

Mireles entendió y ya no insistió en recuperar el cuerpo de su cuñado. Para tranquilizar la desesperación de su esposa, hizo una tumba en el patio de su casa y la llenó de flores. Allí le rezaron una misa de cuerpo presente y el novenario correspondiente. El cuerpo nunca fue encontrado, al igual que el de cientos de familiares de empresarios de la zona de Tierra Caliente que fueron secuestrados por el crimen organizado, cuando la región era controlada por Enrique Plancarte Solís, quien fuera abatido después, el primero de abril de 2014 en el estado de Querétaro.

Después del secuestro y asesinato de su cuñado, el doctor José Manuel Mireles tuvo que soportar los secuestros de dos de sus hermanas. Primero raptaron a su hermana menor y luego vino el plagio de su hermana mayor. Por la primera pidieron 5 millones de pesos y por la segunda la suma de 8 millones de pesos. Nadie sabe cuánto pagó finalmente la familia por el rescate, pero las dos mujeres fueron entregadas sanas y salvas tras un proceso largo y penoso. Durante el secuestro de las dos hermanas de Mireles, su madre recayó en cama afectada por la preocupación. La convalecencia duró poco. Antes de ser liberada la segunda de las hijas la madre falleció. Todo el dolor se le siguió acumulando al médico que reclamaba al gobierno estatal un poco de ayuda.

Antes de acariciar la posibilidad de alzarse en armas, el doctor Juan Manuel Mireles insistió ante las autoridades de la Procuraduría de Justicia del Estado de Michoacán, para que se llevaran a cabo las averiguaciones correspondientes en torno a las violaciones, secuestros y desapariciones que estaban ocurriendo en la zona de Tepalcatepec. Dio nombres, apodos y ubicación de los malhechores. No consiguió nada. Al igual que los dos padres de las niñas violadas que fueron desaparecidos, a Mireles le llovieron amenazas anónimas del crimen organizado luego de pedir la intervención de las autoridades judiciales del estado. Supo que autoridades y delincuencia eran uno mismo en Michoacán.

El doctor Mireles desde los 18 años es aficionado a la caza. Es parte de un club cinegético en donde varios de los vecinos de Tepalcatepec se reúnen y departen sanamente al amparo de ese deporte. Tenía una vida estable. Su salario como médico en la clínica del centro de salud del lugar le garantizaba una módica existencia. Sus ingresos los completaba con el funcionamiento de su modesta huerta. Amaba su profesión. Solo que el dolor por la injusticia de la que él mismo era parte lo seguía corroyendo por dentro. Así se lo externó a sus amigos cuando propuso la creación de las autodefensas.

En Michoacán, policías y soldados desplegaron un operativo para tratar de contener la violencia de los narcotraficantes.
En Michoacán, policías y soldados desplegaron un operativo para tratar de contener la violencia de los narcotraficantes.
(EFE/Ivan Villanueva)

Uno de los factores que influyeron en la vida del doctor Mireles para dar el paso sin retorno al levantamiento armado fue cuando lo eligieron, por su liderazgo moral dentro de la comunidad de Tepalcatepec, como presidente de la sociedad de padres de familia de la Escuela Secundaria Técnica número 9. Allí cursaba sus estudios una de sus hijas. Y ahí escuchó la otra parte de la historia de abusos que no conoció en su consultorio, sobre las violaciones de niñas por parte de las células criminales que operaban en la región.

Decidido a todo y contra todo

En una reunión de padres de familia conoció que en menos de una semana los Caballeros Templarios habían raptado y violado a seis de las compañeras de su hija, de la secundaria en el turno de la tarde. Aquellas que serían niñas madres en breve tuvieron que abandonar la escuela y pronto fueron sus pacientes en el centro de salud. Allí –con la inocencia que puede tener una niña de 12 años de edad-, cada una le contó al médico que ni siquiera sabían quién era el padre del hijo que esperaban, porque habían sido violadas en forma tumultuaria.

Mireles registró en varias entrevistas con medios nacionales que tras conocer las versiones de las niñas sintió que la sangre le hervía. En el seno de su familia también hubo víctimas de violaciones. Una ahijada de apenas 15 años de edad estuvo a punto de ser secuestrada por un grupo de sicarios que buscaban niñas para llevarlas a una fiesta del Jefe de Plaza. La niña pudo escapar al meterse a un sembradío en donde no la pudieron encontrar sus perseguidores. Una prima del doctor Mireles no corrió con la misma suerte. Ella si fue raptada y violada por varios días por los miembros del crimen organizado.

En el pueblo de Tepalcatepec se narra que Mireles convocó a una reunión con los padres de familia de la Escuela Secundaria Técnica número 9 para hablar sobre la situación de riesgo de sus hijas y buscar la forma de solicitar apoyo al gobierno estatal o federal. Lo que escuchó en esa reunión habría de inclinar su decisión hacia el levantamiento armado. Fueron decenas de padres los que comenzaron a contar sus desgracias, narrando que sus hijas menores habían sido violadas. En el mejor de los casos no quedaron embarazadas. En esa reunión se cuantificó más de un centenar de casos de abuso sexual.

-¿Qué vamos a hacer ante esta situación?- Preguntó Mireles a los padres de familia que habían narrado como fueron víctimas de la delincuencia, al tener que soportar la desgracia de saber a sus hijas, esposas o hermanas violadas por criminales.

Un silenció reinó en el salón de juntas de la escuela secundaria de Tepalcatepec.

-¡Cabrones –trató de sacudir a los presentes en la reunión-, díganme qué es lo que vamos a hacer! ¿Creen que está bien lo que está pasando? –preguntó Mireles al aire sin tener respuesta. La mayoría de los padres de familia bajaron la mirada al suelo. El silencio reinó por varios minutos en el salón de reuniones. Alguien rompió la paz desde el fondo del salón de juntas.

-¿Qué podemos hacer, doctor? –Soltó en total desconcierto uno de los presentes.

-¡Chingada madre! –Explotó el doctor Mireles, como si hubiese sido en vano el momento de reflexión-. Si en el pueblo somos casi 25 mil hombres y esos güeyes no son ni siquiera 100, yo pienso que fácilmente les ganamos. ¡Somos Más! ¿Qué estamos esperando? ¡Vamos a echarle a todo el pueblo encima!

-¿Y con qué los vamos a enfrentar? –Preguntó otro de los padres presentes.

-Con lo que tengamos a la mano: con palos, machetes, piedras, escopetas, pistola, con lo que se pueda –dijo animado el doctor Mireles-. Todos somos buenos para echar balazos cuando vamos de cacería, vamos a aprovecharnos de eso.

-Pero no es lo mismo matar a un cristiano que a un conejo –argumentó uno más de los presentes en la reunión.

-Claro que no –concedió Mireles Valverde-, a un conejo es más difícil pegarle. A un güey de esos Templarios le pegas fácil, es más pendejo y se mueve más lento.

Todos soltaron la carcajada. Mireles había dado el primer paso. Al término de la reunión todos los presentes se acercaron al médico para preguntar la forma de organización que estaba pensando y cómo se debería enfrentar al gobierno cuando les reclamara el alzamiento.

-Al gobierno no le importamos –dijo Mireles-. Ni atención nos van a poner, aunque si llamamos su atención ya es ganancia para nosotros. No tenemos nada que perder.

-Miren -les dijo el doctor a los padres de familia-, tengan en cuenta una cosa, para que se animen a defender a sus familias: tanto nos han quitado ya los delincuentes, que yo pienso que también ya nos quitaron el miedo.

El grupo de una veintena de padres de familia que se quedó con el doctor Mireles al término de la reunión en la escuela secundaria explotó en aplausos. Cuando le preguntaron el día y la hora para hacer el formal levantamiento del pueblo en armas, Mireles volteo a ver el calendario que estaba colgado en el salón de la reunión. Se acercó para elegir una fecha. Miró un número encerrado en un círculo rojo y dijo que el día del levantamiento sería el 24 de febrero.

Una camioneta quemada es testigo de la violencia que se vive en el estado de Michoacán
Una camioneta quemada es testigo de la violencia que se vive en el estado de Michoacán.
(Archivo)

La vida en familia

Hasta antes de asumir su conciencia social, para encabezar la formación de los grupos de autodefensa en Michoacán, el doctor José Manuel Mireles Valverde era un ciudadano más, con sus virtudes y sus demonios a tope. Nació en Tepalcatepec, en el estado de Michoacán el 24 de octubre de 1958, el mismo día que el gobernador David Franco Rodríguez arribó a la comunidad para inaugurar la clínica del centro de salud, la que a lo largo de los años sería dirigida por el propio Mireles Valverde.

Desde niño era guerroso –cuentan algunos contemporáneos en su pueblo-. No se estaba quieto. Creció corriendo por la casa de los abuelos paternos, los que lo consentían en exceso. Le gustaba meterse entre las patas de las vacas para tentar cuál de las ubres tenía más leche. Le gustaba tomar la leche bronca, recién ordeñada. Por eso no salía del corral en donde estaban las vacas.

Nunca fue de pleitos. Pero tampoco era dejado. Creció corriendo entre el barrio de Buenos Aires y la colonia Catarino Torres, al poniente de la ciudad, en donde los muchachos mayores se burlaban de él por su aspecto larguirucho. Estaban de moda los pantaloncillos cortos para la escuela, pero él todo el tiempo se negó a usarlos. Siempre fue objeto de bromas por su aspecto famélico y estatura sobresaliente. En sexto año de primaria ya rebasaba el metro con 60 centímetros de altura. Sus piernas flacas eran el motivo de los más crueles chascarrillos. Es el más chico de cinco hermanos que crió el matrimonio formado por don José Mireles Gonzáles y doña Margarita Valverde de Mireles.

El Doctor Mireles cursó sus estudios básicos en la cabecera municipal de Tepalcatepec, solo distraído en ocasiones por la pobreza en la que vivía, lo que lo obligaba a ayudar a veces a su padre en las jornadas de trabajo. Don José, era albañil. Fue en esas jornadas cuando Mireles sufrió un accidente golpeándose la cara con una varilla, lo que le dejó una cicatriz en el parpado izquierdo. Al terminar su formación básica en Tepalcatepec, se fue a estudiar su preparatoria a Irapuato.

El joven Mireles tenía la intención de entrar a estudiar en la escuela militar de Irapuato. Aspiraba a ser médico militar y por eso se decidió a salir de Michoacán para ingresar a la escuela preparatoria oficial de Irapuato. Allí le apodaron El Chiquilín. El carácter reservado y pacífico de Mireles –que resaltaba en la ajetreada comunidad estudiantil- le valió para incluirse en la sociedad de alumnos de esa escuela. Durante los tres años que cursó sus estudios se mantuvo dentro de la comunidad estudiantil en diversas carteras.

Al concluir la preparatoria en Irapuato, Mireles regresó a Michoacán. Ingresó a la escuela de medicina de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo de donde se tituló con la generación de 1988. Obtuvo el título como Médico Cirujano y Partero, asignándole la cédula profesional número 1285178. Regresó a su pueblo natal enfundado en la corta bata de médico que lo habría de caracterizar toda su vida.

Siendo estudiante de la Universidad Michoacana, José Manuel Mireles Valverde se afilió al PRI. En 1984 ingresó al Movimiento Nacional de la Juventud Revolucionaria, colaborando en la cartera de prensa y propaganda. Eran los tiempos del PRI bajo el control del gobernador -y aún priista- Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. Por disposición del ingeniero Cárdenas Solórzano, Mireles se sumó la campaña de su candidato para gobernador de Michoacán, Luis Martínez Villicaña.

Al no ser incluido en ninguna cartera del nuevo gobierno estatal, al término de sus estudios de medicina, Mireles regresó a Tepalcatepec. Su carácter afable que mantuvo desde niño le ganó siempre popularidad entre todos los vecinos de su pueblo natal. Se integró al comité municipal del PRI. Desde Morelia le encomendaron la organización y el funcionamiento del comité directivo local. En menos de tres meses, aquel recinto abandonado que se ubicaba a un lado de la presidencia municipal comenzó a ser el atractivo para los interesados en la política. La gente abarrotaba el comité cuando Mireles discursaba sobre la pobreza y las tareas a realizar para sacar adelante al municipio.

Lo que comenzó casi como una diversión terminó siendo para Mireles una de sus experiencias más desastrosas. Se ilusionó con la política y por ello aspiró a ser candidato a la presidencia municipal de Tepalcatepec. Bajo el argumento de no tener la experiencia política necesaria, el registro para ser alcalde se le negó desde Morelia. No se le dejó participar en la elección interna por decisión del entonces presidente del Comité Directivo Estatal del PRI, Fausto Vallejo Figueroa.

Decepcionado por su fracaso político Mireles decidió dedicarse por completo a la práctica de su profesión. Abandonó las filas del PRI y se dedicó a sus dos pasiones: la cacería y el ejercicio de su profesión. Antes que caminar José Manuel Mireles ya era cazador. Él mismo lo cuenta que con apenas unos meses de edad su padre lo llevaba a dispararle a los animales. Su padre lo amarraba a la bicicleta y se iban en busca de patos y venados. Se enseñó a disparar con la escopeta antes que a escribir. La afición por la cacería se le quedó cincelada en la piel. Sus mejores amigos los hizo en el monte.

Mireles se casó antes de terminar sus estudios. Contrajo matrimonio con Ana Delia Valencia Chávez. Del matrimonio nacieron 3 mujeres y 2 varones, sobre los que la mayor parte del día estaba prodigando su cariño de padre. Se olvidó de sus aspiraciones políticas y comenzó a ver que el dinero no alcanzaba. Un día, uno de sus amigos de cacería le propuso un negocio simple: desde su consultorio se encargaría de avisar a los que estaban en el monte –a través de un sistema de radiocomunicación-, sobre el arribo de la Policía Judicial Federal. Los que estaban en el monte se dedicaban a la siembre y cosecha de marihuana.

Era el 9 de noviembre de 1988 cuando un operativo de la Policía Judicial Federal arribó a la cabecera de Tepalcatepec. Mireles no tuvo tiempo de avisar a sus amigos sobre la presencia policial. Antes de darse cuenta un comando de federales estaba entrando a su consultorio para confiscar el sistema de radio comunicación. Un soplón le había dicho a la policía federal que Mireles era el encargado de avisar a los “marihuaneros” de la presencia de la autoridad en el pueblo.

El operativo que encabezó José Luis Arriaga Sierra concluyó con la detención de José Manuel Mireles Valverde, Ricardo Mireles Valverde, Jesús Cisneros Andrade y Jesús Cortez Leal. El resto del grupo alcanzó a huir. A los dos últimos los detuvieron en posesión de casi dos toneladas de marihuana que había colectado entre sembradores de las comunidades de Agua Buena, El Mechón y Los Laureles, en donde la actividad más común era el cultivo de marihuana, para su venta a compradores foráneos.

Mireles, junto con los otros detenidos fue acusado de delitos contra la salud, en la modalidad de siembra y cosecha de marihuana. Las indagatorias del ministerio público terminaron por imputarle al doctor la posesión y propiedad de 86 kilos de marihuana. Se le instruyó el proceso penal 209/988, el que lo mantuvo preso en el penal estatal de la ciudad de Uruapan. El juez de la causa encontró que José Manuel Mireles Valverde era responsable de los ilícitos acusados. El 15 de mayo de 1991 fue sentenciado a 7 años y 3 meses de prisión, además de pagar una multa de 50 mil pesos.

La mayor parte de su condena la pagó en la cárcel estatal de Morelia, a donde fue trasladado luego de dos años de estar en el penal de Uruapan. El doctor Mireles alcanzó el beneficio de libertad condicional, luego que la Comisión Dictaminadora de la Dirección de Prevención y Readaptación Social de Michoacán valoró que la situación psico-criminológica de Mireles no era de peligro. Se le reconoció una “adecuada readaptación y evolución en el tratamiento”. Salió libre por buena conducta el 9 de julio de 1992.

Tras su libertad, Mireles decidió no regresar a vivir a su pueblo. Optó por emigrar hacia Estados Unidos para no castigar a familiares y amigos con el estigma de la cárcel. Se radicó en la ciudad de Sacramento, en el estado de California, en donde su carácter altruista y humanitario de nueva cuenta lo pusieron en el centro de la comunidad migrante. Prestó sus servicios en la Cruz Roja y eso le valió para que los paisanos michoacanos lo reconocieran y eligieran presidente de la Confederación de Clubes Michoacanos en el Estado de California.

Mireles también fue detenido y preso en Estados Unidos. Su delito fue ejercer su profesión. La asociación de médicos de California lo acusó de ejercer la medicina sin estar facultado para ello. Toda la comunidad hispana lo reconocía como médico –porque daba consulta gratuita a los paisanos-, pero no la legislación americana. Pasó 90 días en prisión hasta que demostró que tenía la preparación y la debida formación académica para la práctica de la medicina. Salió de prisión sin ningún cargo y con una beca de la Cruz Roja para especializarse en un hospital de Arizona en atención a enfermos de VIH.

El trabajo del doctor Mireles, al término de sus jornadas agrícolas las que le daban el sustento económico, consistía en gestionar ayuda a las familias de michoacanos que carecían de lo indispensable. Gestionaba ante el consulado mexicano la canalización de servicios médicos y asistenciales. Se convirtió en el enlace de los michoacanos en California con las autoridades del gobierno de Michoacán. Fue constante su gestión de apoyo a los michoacanos migrantes durante el gobierno priista de Víctor Manuel Tinoco Rubí y el perredista de Lázaro Cárdenas Batel.

El servicio que brindó a los paisanos desde la Confederación de Clubes Michoacanos en el Estado de California no hizo otra cosa que revivir sus deseos políticos. En el año 2008 Mireles buscó el acercamiento con Leonel Godoy Rangel, el candidato del PRD al gobierno de Michoacán, a fin de proponerle un proyecto político: gestionar una diputación para los líderes de los michoacanos en Estados Unidos. La propuesta no cristalizó, pero Leonel Godoy le propuso seguirlo impulsando a un cargo de elección popular.

En la elección de 2006, cuando Leonel Godoy fue electo senador por Michoacán, ya había gestionado una candidatura para el doctor Mireles. Fue incluido en la lista de senadores del PRD por la vía plurinominal en las elecciones de ese año. La votación nacional no le alcanzó para darle el escaño, pero Mireles no desistió. Siguió gestionando en otros partidos un espacio político desde donde poder impulsar su propuesta de trabajo a favor de los michoacanos radicados en la Unión Americana.

El planteamiento de Mireles fue escuchado por la dirigencia local del Partido Alternativa Socialdemócrata, cuya dirigencia lo registró como candidato a diputado propietario por el principio de mayoría relativa, en el distrito XXI con cabecera en Coalcomán, el 3 de octubre de 2007. El candidato migrantes que llevaba como suplente a su esposa Ana Delia Valencia Chávez perdió las elecciones, pero no se alejó de la esfera pública.

Apenas iniciado el periodo de gobierno de Leonel Godoy Rangel, conociendo la ascendencia de Mireles entre los michoacanos, el gobernador recién electo le hizo una invitación para que se sumara al equipo de trabajo de la nueva administración estatal. Fue designado delegado de la secretaría de salud del gobierno del estado para los michoacanos en Estados Unidos, también se desempeñó como asesor de Asuntos Internacionales de la Secretaría de Salud, de la cual era titular Armando Luna Escalante, cargo que desempeñó hasta días antes de que concluyera la administración estatal perredista.

Tras concluir su labor como funcionario público en la ciudad de Morelia, Mireles regresó a Tepalcatepec, a cumplir con la plaza asignada como director del centro de salud de esa localidad. Allí comenzó a ver que la población estaba copada por el crimen organizado. Le comenzó a indignar las violaciones de las que tenía conocimiento, porque por semana atendía al menos a dos jovencitas no mayores de 14 años, en estado de ingravidez. A las violaciones de niñas se sumaron los secuestros, los robos, los asaltos, cobros de piso y asesinatos que apuntaban hacia el imperio de la delincuencia.

Una solución viable

Mireles supo que no estaba solo. Su sentir era compartido por cientos de ganaderos de Tepalcatepec a los que les seguía golpeando el narco en lo más preciado: sus familias y su patrimonio. Pronto se comenzó a ver la propuesta del médico como una alternativa que permitiera frenar el abuso de los criminales. La iniciativa de armarse y como ciudadanos hacer lo que el gobierno estatal no quería hacer se corrió como reguero de pólvora por todos los municipios de Tierra Caliente.

La primera agrupación social formal que escuchó el alzamiento fue la poderosa Asociación Ganadera de Apatzingán, con más de 2 mil 500 afiliados. Se sumó después la comunidad católica. Mireles sostuvo reuniones con el padre Javier Cortés, vicario episcopal de la diócesis de Apatzingán. El sacerdote sabía de la ola de violaciones que se registraba en la zona de la Ruana, en Buena Vista Tomatlán, pero no podía hacer nada porque el secreto de confesión le impedía denunciarlo públicamente. El padre Javier Cortés acercó a Mireles con otros sacerdotes que al interior de la iglesia católica venían quejándose de los actos vandálicos y de la corrupción oficial.

También hubo un acercamiento con el obispo de Apatzingán, Miguel Patiño Velázquez. Él ya estaba al tanto de los actos de humillación y explotación de las células al servicio del cártel de Los Caballeros Templarios. Había estado siguiendo muy de cerca el desarrollo y evolución social de esa organización, sobre todo luego de cambiar el nombre de Familia Michoacana por el de Caballeros Templarios. Lo que menos molestaba al obispo –aún cuando no dejaba de llamarle la atención- era la evolución ideológica de los líderes del cártel, pero la preocupación central seguía siendo el destrozo del tejido social.

La diócesis de Apatzingán, por instrucción del obispo Miguel Patiño Velázquez, hizo un informe completo que entregó a la arquidiócesis de Morelia, para hacerlo llegar al Vaticano, sobre la evolución ideológica del cártel michoacano, que apuntaba hacia la integración de una secta religiosa. Partió del principio del abandono de la fe –entre los integrantes del cártel- a la Santa Muerte, para convertirlo en un culto de adoración a San Nazario.

San Nazario, que aún es venerado por algunos pobladores de Tierra Caliente, es la imagen de un caballero templario, vestido de cruzado, con los brazos recogido al pecho, sujetando una espada que apunta hacia abajo. Tiene la cabeza cubierta con una túnica blanca y parece que usara cota de maya en gran parte del cuerpo. En el pecho porta una gran cruz teutónica roja. El rostro es un símil de la imagen de Nazario Morenos Gonzáles, el fundador del cártel de los Caballeros Templarios. A ello se debe que los integrantes del cártel de los Caballeros Templarios pronto hicieron crecer el culto a San Nazario.

Para impulsar el culto al santo del c´ártel de Los Templarios, las células del crimen organizado en Tierra Caliente destruyeron todo los altares y sitios de veneración a la Santa Muerte, suplieron la imagen de la muerte por la de San Nazario. El culto a la Santa Muerte creció en Michoacán tras el control del cártel de los Zetas en varias localidades de la zona sur del estado, principalmente en las localidades cercanas al puerto de Lázaro Cárdenas.

Tras escuchar al doctor Mireles, el obispo de Apatzingán avaló la movilización civil. Sus argumentos los tendría bien motivados, tal como fue expuesto en una carta que envió a la Conferencia del Episcopado Mexicano, en donde reconoce que el crimen organizado había tomado control de la población de Tierra Caliente. “Han aumentado los levantones, los secuestros, los asesinatos; el cobro de cuotas se ha generalizado y familias enteras han tenido que emigrar por el miedo y la inseguridad que se está viviendo”. Advirtió en el texto.

Sobra decir que la denuncia pública hecha por el prelado provocó la ira del crimen organizado, de donde se sabe que salieron varias amenazas de muerte, incluso se habla de un atentado contra el sacerdote, mismo que pudo frustrar el ejército mexicano. Miguel Patiño Velázquez tuvo que ser sacado de Apatzingán y resguardado en la zona militar de Morelia ante el riesgo que corría su vida. Su seguridad fue encomendada al comandante militar Hermes Salazar.

Desde el interior de la iglesia católica, por encargo o por decisión personal, el sacerdote que más apoyo brindó al movimiento del doctor Mireles Valverde fue el padre Gregorio López Gerónimo. No solo brindó respaldo moral, sino que también ayudó a materializar el plan del alzamiento. Las denuncias del Padre Goyo fueron el clavo que terminó por crucificar al gobierno de Fausto Vallejo. El párroco de Apatzingán fue el primero en advertir la corrupción entre el entonces secretario general de gobierno y luego gobernador interino Jesús Reyna García con el cártel de los Caballeros Templarios.

Las denuncias desde el púlpito no solo hicieron mella en la autoridad estatal, también alentaron a los pobladores a voltear a ver el alzamiento armado como única alternativa. Para los últimos días de enero de 2012 Mireles ya se había reunido con líderes comunales de otras localidades de la zona de Tierra Caliente. Sus palabras fueron semillas en tierra fértil cuando habló con ganaderos, micro empresarios, profesionistas y miembros de aquella clase media que ya se había hartado de ser la piedra angular de la economía del cártel, en plena complicidad con el gobierno estatal.

No lo escucharon

Antes del levantamiento, Mireles buscó agotar la última instancia: pidió una audiencia con el gobernador Fausto Vallejo Figueroa, a fin de buscar una solución urgente o plantearle un ultimátum. Lo que Mireles estaba solicitando –se conoció en la secretaría particular del gobernador de Michoacán- era que se aplicara un programa de seguridad pública permanente en la zona de Tierra Caliente. Se expuso que las violaciones, robos, secuestros y extorsiones estaban a la orden del día. Por conveniencia o por enfermedad, Fausto Vallejo ni siquiera quiso escuchar la propuesta del médico. La dirección de gobernación (el órgano de inteligencia del gobierno estatal) a cargo de Juan Carlos Becerra Beltrán, ya había advertido al secretario general de gobierno Jesús Reyna García, sobre la movilización del doctor Mireles. La alerta estaba dada. Nadie le quiso poner atención. Mireles no fue recibido ni escuchado por nadie. Un informe de la secretaría de gobierno, en el perfil que se hizo de Mireles, lo tacha de rebelde.

Mireles comprendió que la corrupción reinante en los gobiernos municipales y en diversos funcionarios estatales no tenía remedio: no había respuesta a las demandas de seguridad pública. Él mismo se convenció de que el levantamiento en armas no tenía retorno. Su padre de 86 años de edad, fue el primero que oficialmente escuchó de su propio hijo sobre el levantamiento. Cuentan que se negó a la iniciativa de Mireles. Que le pidió que no hiciera el levantamiento porque estaba seguro que perdería a su hijo. El doctor Mireles no lo escuchó porque sus motivos eran más fuertes que la angustia de su padre.

En un solar de su casa, Mireles convocó a una reunión a varios de sus amigos. Volvió a exponer lo que ya había dicho y repetido tantas veces ante los padres de familia de la escuela secundaria de Tepalcatepec. Habló de la necesidad de armarse para defenderse de las células al servicio del cártel de los Caballeros Templarios. Esta vez sus palabras tuvieron eco. El llamamiento fue atendido por Ricardo Valdez de Aquila, Adalberto Fructuoso Comparán de Aguililla, Ramón Contreras Orozco de La Ruana, Jesús Gutiérrez de La Ruana, Ángel Gutiérrez Aguilar de Tepalcatepec, Hipólito Mora de La Ruana, Misael González de Coalcomán, Luis Antonio Torres de Buenavista y Jesús Díaz de Chinicuila.

La mañana del 24 de febrero de 2014, Mireles personalmente organizó la instalación de las primeras barricadas. Dirigió a los primeros grupos de civiles armados que salieron a tomar las calles y el control de acceso a los poblados. Comandó la defensa de los municipios alzados ante la eventual reacción del crimen organizado. Desde la ciudad de Morelia, el gobierno estatal de Fausto Vallejo Figueroa trató de ignorar el movimiento. Mandó difundir en todos los medios de circulación estatal y regional la agenda del jefe del ejecutivo para tratar de sepultar el alzamiento.

Al día siguiente del 24 de febrero de 2013, el doctor José Manuel Mireles Valverde se estrenó en los medios nacionales de comunicación. Los locales le hicieron vacío. La mayoría de los medios informativos de México daban cuenta del valor de un médico que dejaba la comodidad del consultorio y cambiaba el estetoscopio y la bata blanca por el chaleco antibalas y las armas. Buscaba encarar al crimen organizado. En los días subsecuentes la ola mediática nacional creció a tal grado que sacudió al cómplice silencio en el que se envolvían medios y autoridades locales.

A días del alzamiento, el secretario general de gobierno, Jesús Reyna García, minimizó el movimiento del doctor Mireles. El discurso oficial no se salió del guión relativo a que el estado se encontraba tranquilo y en paz. Mireles, en su discurso comenzó a señalar la complicidad de funcionarios estatales con el crimen organizado. Se empezó a hablar de la existencia de videos en donde “personajes políticos” de Michoacán dialogaban con Servando Gómez Martínez, cabeza visible del cártel de las drogas en la entidad.

El discurso de Mireles fue respaldado por los pocos integrantes del grupo que se dio en llamar Consejo Michoacano de Autodefensas. En el Consejo estaban representados los movimientos armados que habían tomado los municipios de Tepalcatepec, Buena Vista Tomatlán, Chinicuila, Arteaga, Coahuayana, Tumbiscatío, Apatzingán y Coalcomán, en donde el primer paso para llevar a cabo la guerra contra el crimen organizado fue decretar la expulsión de las policías estatales.

El rápido crecimiento de los grupos de autodefensa, la movilización sincronizada, los sistemas de radio comunicación, el equipo de guerra utilizado, el armamento y la transportación, entre otras cosas, hicieron que se iniciara un debate a nivel nacional sobre el financiamiento del movimiento. El debate fue alentado desde el interior del gobierno estatal de Michoacán que encabezó Fausto Vallejo, desde donde se trató de denostar a toda costa los reclamos de seguridad de los vecinos que encabezaba Mireles.

Y es que el movimiento que inició con apenas 330 personas de ocho municipios, muy pronto -en menos de tres meses- ya llegaba a más de 3 mil ciudadanos activos, armados y apertrechados para la guerra. Las escaramuzas que se dieron entre autodefensas y células del crimen organizado, entre febrero y mayo de 2013, no tienen parangón. Hubo enfrentamientos en donde el saldo fue de 60 a 80 muertos. Cada bando recogía a sus caídos en combate y se alistaban para otro encuentro. El gobierno de Michoacán se diluía entre la preocupación mediática por el estado de salud del gobernador Fausto Vallejo y la deuda pública heredada por la administración estatal pasada.

Ni siquiera el gobierno estatal, a través de su incipiente sistema de procuración de justicia en donde no había siquiera un titular de la dependencia, pudo llevar la contabilidad de los choques armados entre civiles integrados en las autodefensas y los que conformaban las células al servicio del crimen organizado. Otra vez fue la iglesia católica de Apatzingán la que tuvo que dar la voz de alerta sobre lo que estaba pasando en los municipios de la zona de Tierra Caliente. El padre Goyo desde el púlpito fue el que denunció la carnicería que se estaba dando en los municipios del sur del estado.

Las cifras dadas por el párroco hablaban de miles de asesinados y desaparecidos como resultado colateral del enfrentamiento entre células criminales y grupos de autodefensas. El gobierno estatal de Michoacán a finales de 2013 utilizó el discurso del sacerdote católico para alentar el debate sobre la procedencia de los recursos con los que se estaba manteniendo el grupo de civiles que encabezaba el doctor Mireles. Nunca hubo una postura oficial sobre el número de muertos y desaparecidos que estaba dejando como saldo de guerra el enfrentamiento entre autodefensas y células del cártel de los Caballeros Templarios. La duda seguía en el aire.

Dudas sobre el financiamiento

En diversos momentos el propio Mireles tuvo que encarar la pregunta de los comunicadores. Fue claro. Explicó que el sostenimiento se hacía con apoyos de la gente que simpatizaba con el movimiento. Las armas –dijo- eran las que iban recogiendo tras cada enfrentamiento. “Los templarios andan bien armados”, explicó en más de una ocasión el líder de los grupos de autodefensas. “Las armas que usamos, son las que les quitamos a los templarios”, reiteró cada vez que le preguntaron sobre el tema.

Desde Michoacán se filtraron a la prensa algunas versiones que hablaban del financiamiento de cárteles enemigos al de los Caballeros Templarios. Hubo versiones que indicaban que el doctor Mireles estaba apoyado por el Cártel Jalisco Nueva Generación, por los del Golfo, por Zetas, por el cártel de los hermanos Beltrán Leyva y hasta por el cártel de Sinaloa. Mireles siempre negó esas versiones. A veces serio y otras veces con una sonrisa en los labios, como mirando la ingenuidad de algunos de los entrevistadores.

El propio Mireles reconoció en diversas ocasiones que apenas se comenzó a conocer que la lucha de las autodefensas en Michoacán era contra las células del cártel de los Caballeros Templarios, el movimiento comenzó a recibir ofertas de financiamiento por parte de otros cárteles de la droga, pero nunca las aceptó, según lo reconoció el propio Mireles. Aseguró que un emisario del cártel de Sinaloa, el del ‘Chapo’, le ofreció apoyo logístico.

-Vengo a saludarlo y a ponerme a sus órdenes –le dijo un emisario del ‘Mayo’ Zambada a Mireles-. Tengo seis helicópteros artillados a la hora y en el lugar en donde usted los necesite.

Asegura Mireles -en una entrevista que concedió a la periodista Carmen Aristegui- que ese emisario le comenzó a hablar del ‘Mayo’ Zambada.

-¿Quién es el ‘Mayo’ Zambada? –dice el doctor Mireles que le preguntó a su interlocutor.

-¿No sabe quién es el ‘Mayo’? –Se sorprendió el emisario del cártel de Sinaloa-. El ‘Mayo’ es el papá del ‘Chapo’-. Reviró el que habló con Mireles en un lugar y fecha que no se especifica.

El interlocutor que fue enviado por el ‘Mayo’ Zambada –explica Mireles- se fue por donde llegó. Mireles –habla de sí mismo en tercera persona- no aceptó compromisos de ningún tipo. Nada que pudiera comprometer la lucha que se había iniciado y que ya estaba costando la vida de miles de michoacanos. La gente estaba necesitada de justicia, pero la justicia no llegaba por ningún lado.

El líder de las autodefensas alternó su carisma mediático con su estrategia en el campo de guerra. Comenzó a avanzar hacia otros municipios de la zona de Tierra Caliente. Fue copando a las células del crimen organizado. A los criminales los fue sacando de las zonas urbanas en donde habían mantenido su dominio. Hizo que se remontaran. Las fuerzas federales desplegadas en la zona de Tierra Caliente solo fueron fieles espectadores del avance de la fuerza ciudadana de Mireles. Para diciembre de 2013 el grupo de las autodefensas de Michoacán ya llegaba a más de 20 mil efectivos armados. La cifra nunca fue reconocida.

Bajo la coordinación de Mireles 39 municipios de Michoacán, casi el 50 por ciento de la geografía estatal, fueron ocupados por los cuerpos de autodefensa, quienes asumieron el mando de la seguridad pública y en algunos sitios, como en Aguililla y Tepalcatepec, también tomaron el control del gobierno municipal. Mireles pactó en primera instancia con el comandante de la zona militar con sede en Apatzingán: los grupos de autodefensa no portarían armas frente a los soldados, pero los soldados no interferirían en la lucha que se había iniciado contra las células de los templarios.

Por eso era común que las patrullas de militares se cruzaran con autodefensas en los caminos y veredas de Tierra Caliente. No se decían nada. Las patrullas de autodefensa quitaban de la vista de los soldados las armas, y los soldados los dejaban continuar en sus rondines de vigilancia y persecución. Bajo ese esquema elementos de la 43 zona militar acompañaron en diversas ocasiones a las autodefensas a realizar la toma de varios municipios, como en Tancítaro, Los Reyes, Turicato y Tacámbaro, en donde los civiles armados entraron escoltados por soldados del Ejército.

Mireles nunca ocultó el plan del movimiento: limpiar de células criminales a todo el estado de Michoacán, tomar el control de los 113 municipios de la entidad y restablecer el orden que el gobierno estatal no era capaz de ofrecer a los ciudadanos. Desde la ciudad de Morelia, el gobierno de Michoacán seguía sumido en la crisis de control del poder, en donde un enfermo Fausto Vallejo no se decidía a ejercer con orden el mando constitucional, mientras que Jesús Reyna García se sumía en maniobras para hacerse del control pleno del poder.

Los primeros contactos de la federación con el grupo de civiles armados de Michoacán se dieron a través de la comandancia de la 43 zona militar de Apatzingán. Mireles sostenía reuniones con los mandos a fin de indicar hacia dónde y cómo continuaría el desplazamiento de sus hombres. Los militares se limitaban a dar apoyo a los civiles a fin de evitar enfrentamientos con fuerzas de seguridad del estado de Michoacán.

Los cuestionamientos sobre el financiamiento de las autodefensas continuaron. Nadie sacó al médico de su argumento original: el movimiento estaba siendo sostenido por la misma gente cansada de ser víctima del crimen organizado. Muy pronto Mireles comenzó a utilizar una avioneta para trasladarse y recorrer las largas distancias de Tierra Caliente. Una nueva versión se filtró a los medios de información desde el gobierno estatal de Fausto Vallejo: el movimiento está siendo armado por el gobierno federal. Desde la óptica del gobernador Vallejo se acusó una mezcla de ex candidatos del PRD y mandos militares para desestabilizar al gobierno estatal. La versión fue sepultada tras una accidentada reunión del secretario de la defensa nacional, Salvador Cienfuegos, con el mismo gobernador de Michoacán. El jefe de las fuerzas militares del país increpó la audaz versión del gobernador.

Mañana presentaremos la segunda parte de este reportaje especial.

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